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» Elterritorio
Fecha: 03/08/2025 08:00
Fernando Duartes (25), músico y docente en formación, reparte su tiempo entre los estudios de música popular y clases particulares de guitarra domingo 03 de agosto de 2025 | 6:05hs. Fernando construye su proyecto de vida entre la música y la docencia. Fotos: Joaquín Galiano Perder la vista en plena adolescencia es enfrentar un cambio radical. A los 11 años, Fernando Duartes comenzó a notar que su visión se reducía. Fue derivado al Hospital Garrahan de Buenos Aires, donde lo operaron de urgencia por un desprendimiento de retina bilateral. La cirugía devolvió algo de visión, pero con los años la retina volvió a deteriorarse. Una segunda operación no tuvo el mismo resultado y, hacia los 15, su visión ya era muy baja, requiriendo ayuda para movilizarse. Poco después dejó de ver por completo. Aprender a usar el bastón, adaptarse a un sistema educativo poco preparado y convivir con prejuicios sociales se convirtieron en parte de su vida diaria. “Empecé a notar que mi visión se reducía cuando tenía 11 años. Me operaron en Buenos Aires por un desprendimiento de retina bilateral y, aunque recuperé algo de vista al principio, con el tiempo se volvió a deteriorar hasta perderla por completo”, relató Duartes. En aquel tiempo cursaba la secundaria en la Epet de San José. La pérdida progresiva de visión y la falta de accesibilidad en la institución lo llevaron a estudiar en Apóstoles. Allí contó con el apoyo incondicional de sus padres, que lo acompañaban en trámites, rehabilitación y gestiones escolares, y de sus hermanas, que aprendieron a asistirlo en la vida diaria. Este cambio implicó adaptarse a nuevos compañeros y entornos, construyendo vínculos en medio de un contexto desafiante. La guitarra, primero un entretenimiento, se convirtió en su vocación. “La accesibilidad es un tema que atraviesa todo: desde la escuela hasta la vida cotidiana. El sistema educativo está pensado para personas sin discapacidad, y eso obliga a sortear obstáculos permanentemente”, sostuvo Duartes. Paralelamente comenzó a viajar a Posadas para capacitarse en orientación y movilidad en el Centro Santa Rosa de Lima. Allí aprendió a desplazarse con bastón, interpretar referencias auditivas y reconocer obstáculos. Esta formación le dio herramientas para moverse con mayor independencia, aunque demandó un proceso de aprendizaje intenso y constante. En lo cotidiano, las barreras físicas y sociales se combinan. En la vía pública, las veredas rotas y los comercios que colocan mesas y sillas sobre las aceras obligan a esquivar obstáculos permanentes. En lo tecnológico, muchas páginas y aplicaciones no son compatibles con lectores de pantalla, lo que dificulta el acceso a información y servicios básicos. A esto se suman actitudes sociales que no siempre se perciben como discriminatorias, pero que lo son. “La infantilización, la invisibilización y la asexualidad son las formas más comunes de discriminación. La infantilización aparece cuando te hablan o te tratan como si fueras un niño. Me ha pasado que me ofrezcan ayuda diciéndome ‘dame la manito’ o usando diminutivos, como si no pudiera comprender o manejarme por mí mismo”, explicó el joven. En cuanto a la invisibilización, detalló que ocurre cuando la persona con discapacidad es ignorada en las interacciones. “Si voy con alguien a un bar o a un restaurante, en vez de preguntarme directamente qué quiero, se lo preguntan a la otra persona. Es como si yo no pudiera decidir por mí mismo o como si mi opinión no contara”, remarcó. Respecto a la asexualidad, señaló que es una de las formas más invisibles de discriminación. “Es no ver a la persona con discapacidad como alguien que pueda desear o ser deseado. Se asume que no tenemos vida afectiva o sexual, como si nuestra identidad se limitara a la discapacidad”, afirmó. Para él, estos tres patrones de trato son persistentes y se repiten a lo largo de la vida, incluso en ámbitos donde debería haber mayor conciencia. Comienzo en la música “A los 15 me compré una guitarra para pasar el tiempo. No tenía familiares músicos, pero empecé a aprender con la ayuda de un vecino y terminé encontrando una pasión que hoy es mi proyecto de vida”. La guitarra, primero un entretenimiento, se convirtió en vocación. Comenzó interpretando canciones de otros artistas y luego, alentado por un profesor, se animó a componer. Así nacieron sus primeros temas y se presentó en vivo. Al mismo tiempo, descubrió que enseñar música también lo motivaba, dando clases particulares tanto en Posadas como en San José durante sus visitas. “Encontré que me gusta mucho eso también, transmitir el conocimiento, enseñar a personas me hizo me hizo conocer algo nuevo. Al principio veía la docencia como un plan B, pero me di cuenta de que realmente me gusta enseñar y transmitir lo que sé”, afirmó el músico. Ya en el nivel superior, en la tecnicatura en música popular en la Escuela Superior de Música (Esmu) se encontró con la exigencia de manejar partituras en braille. Su pérdida progresiva de visión hizo que no estudiara braille en profundidad, priorizando el uso de la tecnología “Muchas veces se usa el braille como excusa para no buscar otras soluciones. Con audios y trabajo práctico pude aprender todo lo que está en la partitura, aunque de forma diferente”, señaló Duartes. En cuanto a las barreras que aún persisten, sostuvo que “la principal barrera está en la sociedad. Si se te complica hacer ciertas cosas o sentís miedo de cumplir metas, no pienses que la limitación está en vos: está en el entorno. La mejor forma de cambiar eso es ocupar espacios, estar presentes y dar la lucha. No es solo decir ‘andá y hacé lo que querés’, porque también te vas a encontrar con muchas barreras y vas a tener que enfrentarlas”, expresó Duartes como mensaje a otras personas con discapacidad. Considera que se trata de un proceso colectivo que requiere compromiso y participación. Según señaló, todas las personas con discapacidad deberían involucrarse, incluso si eso significa incomodar a otros, porque la única manera de cambiar las cosas es ocupando espacios y haciéndose visibles en ellos. Además, señaló la desigualdad que persiste en el acceso laboral y cómo esta situación limita las oportunidades de desarrollo. “Entre alguien sin discapacidad y otro que sí la tiene, casi siempre eligen al primero. Así, dejan de lado a todo un sector que lamentablemente continúa muy relegado. Por eso resulta fundamental que, como sociedad, aprendamos a ponernos en el lugar del otro y entendamos que la verdadera inclusión empieza por brindar las mismas oportunidades para todos”. Su mensaje a la sociedad es claro: derribar prejuicios y practicar empatía genuina. “No es decir ‘pobrecito’. Es ponerse en el lugar del otro y entender que todos tenemos derecho a estudiar, trabajar y realizarnos como personas”, concluyó. Compartí esta nota:
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