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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 03/08/2025 03:04
Von Galen era hijo de un conde y se educó en una escuela jesuita Le plantó cara a Adolfo Hitler con la misma fuerza y la misma fe, porque era un hombre de fe, con la que lo había apoyado. Era un patriota alemán pero era, ante todo, un sacerdote en los difíciles años del ascenso nazi, de la llegada al poder de Hitler y del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez, en aquellos días tormentosos, alguien haya pensado que Clemens August Graf von Galen, obispo de Münster, una ciudad del oeste alemán con su catedral de San Pablo del siglo XIII, era nazi. Había dado la bienvenida a la invasión alemana a la Unión Soviética en junio de 1941, porque era un ferviente anticomunista y un feroz antiestalinista, ferocidad a la que le sobraban motivos; desde el triunfo de la Revolución Rusa en 1917, y en especial bajo el régimen de José Stalin, la mayor parte de los obispos católicos de la URSS habían sido asesinados, deportados, o habían optado por huir. Cuando los alemanes entraron en la vasta Rusia, el obispo von Galen saludó como “un hecho positivo” aquella jugada arriesgada, sería fatal, del régimen nazi. Pero von Galen no era nazi. Era un tipo singular, tal vez mal llevado, férreo en sus convicciones, áspero, indócil y rudo cuando era necesario: sólo se arrodillaba ante Dios. Cuando era chico, lejos de ser un estudiante ejemplar, uno de sus profesores jesuitas, en cuatro trazos y en una carta a sus padres, lo había retratado con asombrosa fidelidad: “La infalibilidad es el principal problema de Clemens, quien bajo ninguna circunstancia admitirá que pueda estar equivocado. Siempre están mal sus profesores y sus educadores”. Lejos de coincidir con el nazismo, aunque aplaudiera la invasión a Rusia, el obispo Galen estaba alerta y preocupado por dos rigurosos caminos que había trazado el nazismo: el enfrentamiento del régimen con el cristianismo, y la instrumentación de un plan de eutanasia, conocido como “Aktion T4”, que eliminaba a enfermos mentales, incapacitados y a toda otra persona a la que el nazismo considerara imposible que viviera “una vida digna”. El 3 de agosto de 1941, hace ochenta y cuatro años, von Galen dio un incendiario sermón contra la eutanasia, atacó a la Gestapo y a las SS, encargadas ambas del plan criminal de Hitler y rompió con el régimen al que había aplaudido. Ese grito aislado y decidido le auguró una condena a muerte que nunca llegó, y encendió a la vez la llama de la esperanza para quienes querían rebelarse contra Hitler: el sermón de von Galen fue el primer documento emitido por el grupo de estudiantes universitarios conocidos como “La Rosa Blanca”, de corta vida y trágico final. El obispo había dado la bienvenida a la invasión a la Unión Soviética en junio de 1941, porque era un ferviente anticomunista y un feroz antiestalinista, pero nunca fue nazi (EFE/ARCHIVO/) Von Galen se ganó el apodo de “El león de Münster”; era, si se quiere, un león solitario en medio de una sociedad sojuzgada que rara vez cuestionaba al nazismo, o lo apoyaba en cambio con fervor. Es probable que von Galen se sintiera respaldado. En sus años de joven sacerdote, había entablado una buena relación con el entonces nuncio apostólico en Alemania del papa Pío XI, un sacerdote llamado Eugenio Pacelli. La historia cuenta que durante una misa como párroco de San Matías, en Berlín, von Galen notó la presencia del nuncio Pacelli como un oyente más de su sermón dominical, perdió el hilo de sus pensamientos y empezó a tartamudear como un cura principiante. Ambos entablaron luego una fluida relación y Pacelli solía recordarle el episodio con irónica humildad: frente a un debate o incluso ante una mera propuesta que venciera la rutina sacerdotal, Pacelli le decía a von Galen: “Antes de decidir, tengo que ser párroco de San Matías y atascarme en mi sermón”. Ahora, desde marzo de 1939, Pacelli era el papa Pío XII y terminaría por elevar a von Galen al Sacro Colegio Cardenalicio. Papa Pío XII - Eugenio Pacelli Había nacido en 16 de marzo de 1878 en el Castillo de Dinklage, en la Baja Sajonia, en una de las familias más antiguas y distinguidas del sur católico de Westfalia. Era hijo del conde Ferdinand Heribert von Galen, miembro del parlamento del Imperio Alemán por el Partido de Centro Católico, y de Elisabeth von Spee. Se educó en la exclusiva escuela jesuita Stella Matutina, de Austria, donde sólo era posible conversar en latín. Fue allí donde sus profesores lo encontraron insoportable por el ejercicio infantil de su infalibilidad. Ya adolescente, sus compañeros de colegio lo hallaron sino insoportable, al menos extraño: escribieron en uno de sus anuarios: “Clemens no hace el amor, ni bebe. No gusta de los placeres mundanos”. A los veinte años conoció en una audiencia privada al papa León XIII y decidió ser sacerdote. Se ordenó en 1904, a sus veintiséis años. En 1933, cuando Hitler había trepado al poder en enero de ese año, fue nombrado obispo de Münster después de que otros candidatos rechazaran la oferta y a pesar de una queja puntual: “Von Galen es mandón y paternalista en sus opiniones públicas”. El proyecto de veto fue a parar a manos del ya cardenal Pacelli y von Galen fue nombrado obispo. Hitler no quería religiones: aspiraba a que el nazismo fuese la única religión de Alemania. Había dicho muchas veces que no quería enfrentarse a las iglesias mientras durara la guerra, pero que el enfrentamiento decisivo con el cristianismo debía producirse después de la victoria final. Los nazis, de todos modos, habían lanzado durante la primera mitad de 1941 una campaña de agitación anticlerical alentada desde la cabeza del partido en manos de Martin Bormann. En una circular confidencial de junio de ese año, Bormann proclamaba que el cristianismo y el nacionalsocialismo eran incompatibles y que el partido debía luchar para acabar con el poder de la Iglesia. Empezaron a correr rumores de una futura prohibición de bautizar a los niños y de la expulsión de los sacerdotes de sus casas parroquiales. Adolf Wagner, uno de los más antiguos aliados de Hitler y ministro de educación, había ordenado en abril que se retiraran los crucifijos de las escuelas bávaras. La decisión despertó una serie de protestas organizadas por las madres de los chicos, madres que habían visto partir a sus hijos mayores al frente de guerra. Una de las protestas firmadas por más de dos mil trescientas madres decía: “Los hijos de nuestro pueblo están en el Este luchando contra el bolchevismo. No podemos entender que precisamente en esta época tan dura pueda haber gente que quiera quitar la cruz de las escuelas”. Wagner tuvo que revocar su orden. Retrato de Clemens August von Galen en su juventud (Por Grosby Group) Von Galen también denunció, en junio de ese vital 1941, pocos días después de la invasión a Rusia, la eliminación de las órdenes religiosas de Münster a manos de la Gestapo. La denuncia coincidió también con uno de los más duros bombardeos aliados a la ciudad. El cierre de las órdenes religiosas, la persecución a los sacerdotes y el programa nazi de eutanasia habían puesto a los obispos alemanes en guardia desde el año anterior. En agosto de 1940, la conferencia obispal alemana celebrada en Fulda había protestado por los asesinatos de personas discapacitadas; había enviado incluso una carta a Hans Heinrich Lammers, jefe de la Cancillería del Reich, con una velada amenaza de hacer conocer el programa de eutanasia, Aktion T4, si los nazis no lo cancelaban. Los obispos no tuvieron respuesta alguna de Lammers y dieron intervención al Vaticano. El 2 de diciembre, la Santa Sede publicó un decreto que declaraba: “No está permitido matar directamente a una persona inocente por sus defectos mentales o físicos (…) (Hacerlo es) contrario a la ley natural y al precepto divino” El decreto papal no logró nada y los obispos alemanes juzgaron poco aconsejable iniciar más acciones que pudieran provocar en la práctica “las consecuencias más deletéreas para los asuntos pastorales y eclesiásticos”. Sin embargo, el obispo von Galen, decidió no seguir la recomendación de los otros obispos. Siguió con sus denuncias y un año después, el 13 de julio de 1941, atacó en público al régimen nazi y a las tácticas de la Gestapo: desapariciones sin juicio, clausura de instituciones católicas, miedo impuesto a la población. Rechazó los argumentos de la Gestapo que lo acusaba de minar la unidad y la solidaridad alemana en tiempos de guerra. Por el contrario, contraatacó y acusó al régimen nazi de minar la justicia y de llevar al pueblo alemán a un estado de miedo permanente. Citó a su amigo, el papa Pío XII, que afirmaba que la paz es obra de la justicia y concluía: “Como alemán y como ciudadano decente, exijo justicia para el indefenso”. El obispo, desde su púlpito, denunció al régimen nazi con un incendiario discurso en 1941 Era un tremendo acto de valentía. No se detuvo allí. Al día siguiente, 14 de julio, envió un telegrama al imperturbable Lammers en el que por su intermedio pedía a Hitler que defendiera al pueblo alemán de la Gestapo. ¿Conservaba von Galen un átomo de fe en el Führer? Dos días después volvió a insistir ante Lammers con una carta que sólo podía considerarse una crítica velada y tal vez esperanzada a Hitler: “Adolf Hitler no es un ser divino, que se halle por encima de las limitaciones naturales, que sea capaz de controlarlo y dirigirlo todo al mismo tiempo. Sin embargo, cuando como consecuencia de esta sobrecarga de trabajo del dirigente responsable (…) la Gestapo arrasa sin freno en el frente interno (…) sé que debo alzar mi voz con fuerza”. En otro sermón, el del domingo 20 de julio, dijo a los fieles que todas las protestas que había presentado por escrito contra la violencia nazi habían sido vanas: las confiscaciones a las instituciones religiosas no habían cesado, los miembros de esas órdenes religiosas eran deportados o encarcelados por lo que, y “dado que los cristianos no son revolucionarios” pedía paciencia y entereza y advertía: “El pueblo alemán está siendo destruido no solo por el bombardeo aliado desde fuera, sino por fuerzas negativas desde dentro”. Días después, en agosto, iba a atacar de lleno el despiadado plan de eutanasia nazi. Los nazis iniciaron su programa de eutanasia en 1939. Estaba dirigido a personas con demencia, discapacidades cognitivas y mentales, a enfermos mentales de todo tipo, a quienes padecieran epilepsia o discapacidades físicas, a chicos con síndrome de Down y personas con afecciones asociadas. Hitler había firmado ese año un documento que facultaba a los médicos a conceder una “muerte por piedad a pacientes considerados incurables según el mejor criterio humano disponible sobre su estado de salud”. Traslado de discapacitados mentales durante el programa Aktion T4 creado por los nazis para eliminar a todo quien fuera improductivo Las autoridades sanitarias, también las militares, animaron a los padres de chicos con discapacidad para que ingresaran a sus hijos en alguna de las numerosas clínicas pediátricas donde un seleccionado grupo de médicos los asesinaba con dosis letales de medicamentos. El método se extendió a pacientes adultos en hospitales públicos y privados, en instituciones psiquiátricas y en residencias para enfermos crónicos o ancianos. Entre septiembre de 1939 y agosto de 1941, el programa había asesinado a más de setenta mil personas. En enero de 1941 uno de los responsables del programa se había enorgullecido ante Goebbels de que los muertos sumaban más de cuarenta mil y “todavía quedan sesenta mil de los que ocuparse”. A finales de 1941, la cifra de asesinados por gases, por hambre, o envenenados con inyecciones mortales estaba más cerca de los cien mil. Luego de los sermones de von Galen y del estremecimiento que provocaron en parte de la sociedad alemana, Hitler dio la orden de frenar el programa Aktion T4. Fue una decisión retórica: el programa no paró siquiera en forma parcial; al contrario, se instrumentó también en los campos de concentración y fue el destino de los deportados que llegaban a los campos enfermos o que eran considerados no aptas para el trabajo. Por fin, el 3 de agosto, el obispo von Galen subió al púlpito a dar su más célebre sermón, el que mayor impacto iba a producir; lo había conmovido la visita secreto del padre Heinrich Lackmann, capellán del Instituto Psiquiátrico de Mariental, vecino a Münster, que le había pedido que hiciera algo para que los pacientes fuesen trasladados a cualquier otra institución antes de que los asesinaran. Desde el púlpito, von Galen empezó: “Existe la sospecha general, que roza la certeza, de que esas numerosas muertes de personas con enfermedades mentales no se producen por sí solas, sino que se provocan deliberadamente, que se está siguiendo la doctrina de acuerdo con la cual ha de destruirse la llamada ‘vida indigna’; es decir, matar a personas inocentes si uno considera que sus vidas no son ya útiles para la nación y para el Estado”. Citó después al doctor Leonardo Conti, médico jefe del Reich, que “hablaba sin andarse por las ramas sobre el hecho de que en Alemania se ha matado ya de manera deliberada a un gran número de enfermos mentales y más van a morir en el futuro”. Autorización de Hitler para el Aktion t4 Luego, con lógica impecable, dijo que si alguien quedaba inválido por un accidente de trabajo, o por una acción en el frente de guerra, todos estaban en peligro. “Una comisión puede incluirnos en la lista de ‘improductivos’ que se han convertido, según su opinión, en ‘vida indigna’. Y no habrá fuerza policial que nos proteja, ni tribunal de justicia que investigue nuestro asesinato y asigne al asesino el castigo que merece. ¿Quién va a ser capaz ya de confiar en su médico? Puede muy bien denunciar a su paciente como ‘improductivo’ y recibir instrucciones de matarle. Es imposible imaginar el grado de depravación moral, de desconfianza general que se propagaría hasta dentro de esas familias si esta doctrina espantosa se tolerase, se aceptase y se aplicase”. Después dejó la lógica impecable y pasó al ataque frontal: “Esto es asesinato, ilegal según la ley divina y alemana, un rechazo a las leyes de Dios (…) Esas son personas, nuestros hermanos y hermanas; quizás su vida sea improductiva, pero la productividad no justifica el asesinato (…)”. Después de sugerir que un régimen capaz de abolir el quinto mandamiento, no matarás, también podía destruir los otros nueve, von Galen terminó su incendiario discurso: “Yo, en nombre del recto pueblo alemán, en nombre de la majestad de la justicia (…) elevo mi voz, en voz alta, como alemán y como honesto ciudadano, como representante de la religión cristiana, como obispo católico, digo: ¡pedimos justicia!” El poderoso Martin Bormann sugirió que lo mejor era ahorcar al obispo von Galen; había recibido incluso, por parte del alto oficial de propaganda Walter Tiessler, una orden suya para ejecutarlo personalmente. El comité nazi de Münster ordenó el arresto inmediato de von Galen. Pero fue Goebbels quien convenció a Bormann de que el asesinato del obispo, o su ejecución en la horca posterior a un juicio, quebraría la moral de los católicos y debilitaría la fe en el Reich. Otra cosa sería cuando la guerra terminara con el triunfo alemán. La furia nazi estaba centrada en la enorme impresión que había provocado el sermón del obispo. Von Galen, consciente de la fuerza de su mensaje, hizo imprimir el sermón como mensaje pastoral, por lo que fue leído en voz alta por los párrocos de todas las iglesias de su jurisdicción. Los británicos tradujeron el sermón a través del servicio alemán de la BBC, lo imprimieron y lo lanzaron como panfletos sobre varias ciudades alemanas. Completo, fue traducido a otros idiomas y distribuido en los países ocupados por los nazis como Francia, Holanda y Polonia. Hasta el final de la guerra, von Galen vivió en una especie de destierro doméstico, una prisión domiciliaria que no le impidió oficiar misa pero que silenció en parte su voz. Veinticuatro sacerdotes de su diócesis y otros dieciocho del clero regular, miembros de una determinada orden, fueron detenidos y enviados a campos de concentración: diez murieron a mano de los nazis. Una vez derrotado el nazismo y con Alemania ocupada por los aliados, von Galen se volvió contra los británicos por supuestos actos hostiles contra la población, como adjudicarles raciones de hambre; los británicos le quitaron su auto y le prohibieron visitar sus parroquias e incluso llevar adelante una numerosa cantidad de confirmaciones ya planeadas. El 13 de abril de 1945, cuando todavía no había terminado de manera oficial la guerra, Alemania se rindió el 8 de mayo, von Galen protestó ante los jefes del Ejército de Estados Unidos por las violaciones a mujeres por parte de los soldados rusos y polacos, por el saqueo y robo de casas, fábricas y oficinas alemanas. El 1 de julio denunció “el saqueo de nuestros hogares ya destruidos por las bombas (…) el pillaje y la destrucción de nuestras casas y granjas en el campo por bandas armadas de ladrones (…) el asesinato de hombres indefensos, y la violación de mujeres y niñas alemanas por lascivos bestiales”, que parecían estar justificados “(…) por la falsa visión de que todos los alemanes son criminales y merecen los mayores castigos, incluyendo la muerte y la exterminación.”. La prensa internacional se ocupó del incansable obispo rebelde turbulento; en una conferencia conjunta con oficiales británicos se descolgó con un: “Justo como luché contra las injusticias nazis, lucharé contra cualquier injusticia, sin importar de donde venga”, mientras su sermón del 1 de julio era impreso y distribuido en Alemania como lo había sido el del 3 de agosto de 1941 en los países ocupados por los nazis. Los británicos le sugirieron una retirada honorable del clero y von Galen se les rio en la cara; los americanos plantearon que era mejor darle total libertad de expresión y de movimientos. Von Galen exigió el castigo de los criminales de guerra nazi, pero también un trato humano para los millones de prisioneros de guerra que no habían cometido crímenes contra la humanidad y a quienes los británicos les negaban el contacto con sus familias. También condenó la destitución sin investigación ni juicio de empleados alemanes de los servicios públicos, ordenada por los británicos. Cuando el general de las SS Kurt Mayer, el más joven general de esa fuerza, fue condenado a muerte, acusado del fusilamiento de dieciocho prisioneros de guerra canadienses, Galen pidió que se le perdonara la vida. Escribió: “Según lo que me han informado, el general Kurt Meyer fue condenado a muerte porque sus subordinados cometieron crímenes que él no planeó y que no aprobó. Como defensor de la doctrina cristiana, que establece que uno solo es responsable de sus propios actos, apoyo la petición de clemencia para el general Meyer y pido el indulto”. El juicio fue revisado y un general canadiense halló sólo “una gran cantidad de pruebas circunstanciales”. La pena de muerte fue conmutada: Meyer cumplió nueve años en prisiones militares británicas y canadienses. Murió en 1961. De nuevo, como aquella estampa de infancia bosquejada por su profesor jesuita, un retrato en cuatro líneas definió al belicoso León de Münster: lo firmó el Foreign Office y decía: “Es la personalidad más destacada del clero en la zona británica. De apariencia escultural e inflexible en sus discusiones, este viejo aristócrata de trasero de roble es un nacionalista alemán de pies a cabeza”. En la Navidad de 1945, la primera en paz después de seis Navidades de guerra, Pío XII anunció el nombramiento de tres nuevos cardenales alemanes. El primero era su amigo Clemens August von Galen, el segundo era el obispo de Berlín, Konrad von Preysing y el tercero era el arzobispo de Colonia Josef Frings. A los tres les fue difícil llegar a Roma. No había demasiados vuelos desde Alemania hacia el resto de Europa, los británicos pusieron algunos obstáculos pero la popularidad de von Galen era muy grande: llegó a la Santa Sede el 5 de febrero de 1946. Como, además, el dinero alemán valía nada, la estancia en Roma le fue financiada a von Galen y a los dos obispos restantes por los cardenales estadounidenses. Cuando el papa Pío XII le colocó el birrete rojo, el capelo cardenalicio, y le dijo: “Dios te bendiga y Dios bendiga a Alemania”, la Basílica de San Pedro estalló en una intensa ovación que duró algunos minutos. Von Galen murió por una apendicitis aguda, detectada demasiado tarde, el 22 de marzo de 1946 Con una humildad que no le habían descubierto sus maestros de infancia ni sus pares en la Iglesia, dijo que la ceremonia y ovación habían sido “un signo del amor del Papa por nuestro pobre pueblo alemán. Como un observador supranacional e imparcial y ante todo el mundo, él ha reconocido al pueblo alemán como igual en la sociedad de las naciones”. Después fue a ver a la madre Pascualina Lehnert, una religiosa alemana que había dirigido la casa de las nunciatura de Baviera y de Múnich donde entre 1917 y 1929, Pacelli había sido el decano del cuerpo diplomático. Cuando fue nombrado Secretario de Estado del Vaticano, Pacelli la incorporó a la Santa Sede como ama de llaves, cargo que mantuvo cuando Pacelli fue coronado como Pío XII. La madre Pascualina tuvo una larga vida, murió en Viena a los ochenta y nueve años, y el papa Juan Pablo II le otorgó la distinción Pro Ecclesia et Pontifice, el máximo honor que la Iglesia Católica podía dar a una mujer hasta 1993. Fue a ella a quien von Galen le reveló su diálogo con Pío XII en el momento de ser consagrado cardenal. Le dijo que el Papa había citado de memoria largos pasajes de sus vibrantes sermones de 1941, en especial el del 3 de agosto, y que le agradecía su valor. Von Galen dijo a Pío XII: “Sí, Santo Padre, pero muchos de mis mejores sacerdotes murieron en los campos de concentración porque distribuyeron mis sermones. El Papa, que años más tarde fue cuestionado por su gestión al frente de la cristiandad durante los años de la guerra, le dijo que era consciente de que miles de inocentes hubieran sido enviados a una muerte segura por sus protestas como Papa. Ambos hablaron de los viejos tiempos en Alemania, cuando Pío era nuncio y von Galen un párroco entusiasta. “Por nada del mundo –dijo el flamante cardenal a la madre Pascualina– me hubiera perdido esas dos horas, ni siquiera por el sombrero rojo…” Mientras estuvo en Italia, von Galen visitó los campos de prisioneros alemanes en Tarento, en el sureste, en el talón de la bota. Dijo a los soldados alemanes que él se encargaría de insistir en su liberación y que el mismo Papa trabajaba en lo mismo. Regresó a Alemania con centenares de mensajes a las atribuladas familias de los prisioneros. Pero todo duró nada. Poco después de su regreso de Roma, luego de que fuera recibido como un héroe, y en cierto modo lo era, en su Westfalia natal y en su Münster, la ciudad que defendió como un león y que estaba ahora destruida por los bombardeos aliados, von Galen fue internado de urgencia en el St. Franciscus Hospital por una apendicitis aguda detectada demasiado tarde: murió el 22 de marzo de 1946 y fue sepultado en la cripta de la familia Galen en la semiderruida catedral de Münster. Su sucesor, el obispo Michael Keller, inició en 1956 el proceso para su beatificación, que Pío XII le dio curso de inmediato: terminó en noviembre de 2004, bajo el papado de Juan Pablo II. El 9 de octubre de 2005, en la plaza de San Pedro, el entonces papa Benedicto XVI lo proclamó beato: era el día del cuarenta y siete aniversario de la muerte del papa Pío XII.
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