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Concordia » El Heraldo
Fecha: 02/08/2025 19:16
En su libro Recopilación histórica de Concordia, el historiador Luis María Medina recupera una nota publicada por Hermenegildo E. Aramburo en la revista La Calle el 12 de octubre de 1969, en la cual se rememora el papel fundamental que tuvieron las barracas de cueros en el desarrollo económico local a principios del siglo XX. Ads El relato destaca la existencia de tres grandes barracas que operaban en la ciudad: la de Juan Baylina —aunque en realidad se trataba de la firma Lascurain y Baylina—, ubicada entre las calles Mitre, Alberdi y San Juan, que en sus últimos años antes de la Primera Guerra Mundial había incorporado tecnologías modernas como una prensa hidráulica y el uso de energía eléctrica; la tradicional Barraca Robinson, asentada en el solar donde luego funcionó el Policlínico Ferroviario; y la barraca de Mathó Hermanos, instalada en Buenos Aires entre Colón y Bolivia. Estas dos últimas trabajaban con energía generada por vapor de agua, por lo que contaban con calderas propias y utilizaban carbón de piedra como combustible. En ese entonces, Concordia recibía la mayor parte de la producción lanar de Entre Ríos, además de lotes provenientes de Corrientes. Junto con la lana, llegaban también cueros secos de vacunos, yeguarizos y ovinos, que ingresaban a la ciudad por las tabladas Oeste y Norte. La primera ocupaba varias manzanas frente a la actual Iglesia Pompeya; la segunda era más extensa, y en ella comenzó a construirse el Policlínico de la Tablada, conocido así en su tiempo, hoy sede de la Facultad de Ciencias de la Administración. Ads Durante la época de esquila, esas tabladas se convertían en centros de actividad intensa. Caravanas de carros tirados por yeguarizos y tropas de carretas —algunas con toldos de cuero seco, otras con chapas de cinc o paja— llegaban cargadas exclusivamente de bolsas de lana, cada una con un peso promedio de cien kilos. En otras estaciones del año, el transporte se diversificaba e incluía cueros de distintos tipos. Las cargas provenían de localidades como Villaguay, Federal, Feliciano, La Paz, Curuzú Cuatiá o Monte Caseros. Las mismas carretas retornaban con mercaderías destinadas a estancias, comercios rurales o poblaciones aledañas. Cada barraca contaba con su propio equipo de carros de dos ruedas tirados por varios yeguarizos o mulas. Estos vehículos trasladaban los productos desde las tabladas hasta los depósitos de almacenamiento, y también cumplían una función comercial: llevaban mercadería desde los llamados “Registros”, entre los que se destacaban los de Baylina y Robinson Hermanos. Estos establecimientos reunían un amplio surtido que incluía alimentos, artículos de ferretería, telas, maderas, alambres, entre otros insumos necesarios para abastecer a toda la región. Ads El Registro de Baylina se ubicaba en un antiguo caserón donde hoy se encuentra el Banco de la Nación, con depósitos de materiales y maquinaria agrícola en el terreno actual del Banco Hipotecario. El de Robinson tenía frente por calle 1º de Mayo y salida por Urquiza, con su depósito en el lugar donde hoy se levanta el Hotel Salto Grande. Estas estructuras comerciales reflejan la vitalidad de Concordia en el rubro de lanas y cueros hasta el final de la Primera Guerra Mundial. De hecho, desde Europa llegaban compradores que adquirían directamente grandes lotes de lana para exportación. De Alemania arribaban los representantes de Lahusen y Cía.; de Bélgica, los de Van Peborg y Willamen. Eran personajes que apenas hablaban castellano, pero que se movilizaban por la ciudad para negociar en las barracas. Los fardos de lana, de hasta 400 kilos cada uno, se embarcaban en el puerto de Concordia en navíos de la empresa Mihanovich con destino a Buenos Aires, donde luego eran trasbordados a barcos de ultramar. La aduana local participaba directamente en las gestiones de exportación e importación, ya que los materiales utilizados —flejes y remaches provenientes de Inglaterra, y arpillera traída desde la India— se adquirían con intervención oficial. Ads El fin de la contienda mundial trajo consigo una súbita baja en el precio de la lana, lo que provocó serios perjuicios económicos para la zona. Como dato ilustrativo, se destaca que la barraca Baylina, en sus años más prósperos, exportaba cerca de cinco mil fardos —unos dos millones de kilos— mientras que las otras dos barracas sumaban juntas una cifra equivalente. Hoy, estos grandes establecimientos ya no existen. Pero su legado persiste como una marca indeleble en la historia de Concordia, que supo desempeñar un papel clave en la cadena productiva lanar y en el dinamismo comercial de la región. Las barracas fueron, en su momento, testigos y protagonistas del progreso económico de toda una época. Nos volveremos a encontrar en una semana para seguir descubriendo más historias de Concordia y la región. Museo Regional Palacio Arruabarrena, dirección: Entre Ríos y Ramírez. Recorridos guiados de lunes a viernes de 8 a 12 hs.
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