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» Diario Cordoba
Fecha: 02/08/2025 05:26
Cada verano tiene su conquista y su perduración dentro del sueño en marcha que es vivir. Los vamos enlazando: son capítulos sueltos que se van sucediendo, porque enhebran así una historia propia de arena y derrumbe, de cimas y oleajes, de esas pasiones latentes al final de la tarde, con el sordo bramido de la brisa en la espuma. Al final siempre vuelves a los clásicos y escribes ese sueño en marcha que es vivir, porque sólo ese poso puede elevarte a ti, solamente esas voces anteriores de mujeres y hombres que han vivido y han muerto pueden darnos la última verdad a la que al final nos sumaremos. También se van sumado los veranos dentro de nuestros ojos, con nuestros personajes en el mar y en el viento, con nuestros propios padres y también con nosotros, cada vez más hechos, cada vez más tallados, y también cada vez algo más desgastados por el sol y el salitre de nuestras decisiones. Por eso estás de nuevo en Calderón: porque no te abandona, y sabes que ese vaho de ensoñación nos envuelve en la gruta de un tiempo edificado, aunque a veces parezca difícil disiparla, para distinguir la realidad, porque necesitamos conocerla. El final de julio tiene mucho de esto: las despedidas veloces, trenes y aviones que se cogen aprisa, equipajes con velo de consumación y también de una trampa meditada para escapar del día. La ventaja que tienen los veranos, una vez unidos o enlazados, como unidades de tiempo para ir elaborando un relato andante de cualquier existencia, es que quedan aislados de todo lo demás, del resto de los meses y su normalidad aparente, y así mientras reflejan etapas, momentos que definen nuestras vidas. No sólo en lo evidente, no sólo en el tránsito de la niñez a la adolescencia, la juventud después y una madurez todo lo alargada que se pueda, sino en matices dentro de esas mismas épocas: qué hacías tú en ese pueblo perdido de la costa, con aquellas conversaciones por la tarde en la orilla, cómo te olvidabas de ti mismo, cuánto estabas dispuesto a pagar por seguir en el cuento. Y sin embargo, también aquellos días, el roce de otros labios, y también la cadencia de una voz, su cuerpo de acogida, aunque nunca le hubieras dado nada. Cuántos nombres, rostros, coincidencias, vidas cruzadas dentro de ese verano que nunca ha sido un sueño. Lo único importante es no perderte a ti por el camino. Y, sin embargo, si miras el paisaje veraniego, cuánta gente hay viviendo aquello que jamás quiso vivir. Y ahí siguen aguantando y quejándose a cualquiera que tenga la paciencia de escucharlos. Atrévete a vivir, dice la lejanía de las costas de las que hablaba Stevenson. Y nunca eches la culpa a los demás: todo paraíso, si lo entendemos bien, comenzará en nosotros. *Escritor Suscríbete para seguir leyendo
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