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  • Un faro de casi 200 años, un hotel-hospital para inmigrantes en cuarentena y un centro de detención: la olvidada Isla de Flores

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 02/08/2025 02:39

    El faro centenario de 37 metros de altura custodia el pasado de la isla rico en historias A 21 kilómetros al sudeste de Punta Carretas, en el corazón del Río de la Plata, se encuentra la Isla de Flores, un pequeño archipiélago uruguayo de 31 hectáreas que guarda en sus rocas y ruinas un capítulo esencial de la historia del Uruguay. Compuesta por tres islotes que se separan en pleamar, esta isla, bautizada por Sebastián Gaboto en 1527, fue un lazareto -establecimiento sanitario para aislar a los infectados o sospechosos de enfermedades contagiosas- para inmigrantes, una cárcel para disidentes políticos y un refugio para marineros y náufragos. Su faro de 1828, aún en pie, y las ruinas de un hotel-hospital que albergó a miles de inmigrantes europeos entre los siglos XIX y XX, son testigos de un pasado rico en historias. Sin embargo, hoy la isla permanece casi desconocida, un tesoro oculto que no ha sido explotado turísticamente. ¿Por qué esta joya permanece en las sombras? En un muy breve pantallazo exploraremos un poco sobre su geografía, su geología, su historia y los motivos de su olvido, con las voces de historiadores que han desentrañado sus secretos. La isla es austera y a la vez encantadora. Es el hogar de más de 30 especies de aves La isla de Flores es un archipiélago en el estuario, ubicada entre la rambla de Montevideo y el Banco Inglés, es un pequeño archipiélago de tres islotes que se extienden por 2 kilómetros de largo y hasta 500 metros de ancho en sus sectores más rocosos. Durante la pleamar, las aguas del Río de la Plata dividen la isla en tres partes, mientras que, en bajamar, dos de los islotes permanecen unidos, formando un paisaje cambiante que fascina a los visitantes. Su posición estratégica, a media distancia entre Montevideo y las rutas marítimas del estuario, la convirtió históricamente en un punto clave para la navegación y el control sanitario. El paisaje de la isla es austero pero cautivador. La falta de vegetación arbórea autóctona, reemplazada por juncos, tunas, tamarices y ricinos, crea un tapiz vegetal bajo que contrasta con las ruinas de piedra y las estructuras oxidadas del antiguo lazareto. Desde el faro, situado en el extremo oriental, se divisa un camino rocoso que lleva al hospital en ruinas y al cementerio, hasta llegar al “lazareto sucio” en el tercer islote. La isla es hogar de más de 30 especies de aves, como gaviotas, garzas y zorzales, además de conejos, ratas de agua, reptiles e invertebrados, incluyendo una población silvestre de zapallos, considerada una reserva genética única. Su declaración como Parque Nacional en 2018 protege esta biodiversidad, pero también limita el acceso, contribuyendo a su carácter de destino poco conocido. La isla forma parte de un ecosistema insular único, con características que la distinguen de las áreas costero-marinas del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). Su geología, combinada con su valor histórico, la convierte en candidata a Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, un reconocimiento que busca destacar su “valor universal excepcional”. Sus primeros visitantes La historia de la Isla de Flores comienza mucho antes de su descubrimiento oficial. Aunque tradicionalmente se atribuye su avistamiento a Juan Díaz de Solís en 1516, quien habría nombrado la isla por la Pascua Florida, investigaciones posteriores sugieren que navegantes portugueses, como Esteban Froes en 1512, pudieron haberla visitado antes. El historiador brasileño Francisco Adolfo de Varnhagen, en su “Historia General do Brasil” (1854), afirma que Nuno Manuel exploró el Río de la Plata antes que Solís, mientras que el argentino Manuel Ricardo Trelles, en un panfleto de 1879, da el crédito a Diego García. Aunque se recuerda a Juan Díaz de Solís como el primero en avistar la isla, otros historiadores postulan que se habrían anticipado navegantes portugueses Estas controversias reflejan la disputa colonial entre España y Portugal por el control del estuario. Fue Sebastián Gaboto, en 1527, consolidó el nombre de la isla al descubrirla durante la Pascua Florida, un evento que Homero Martínez Montero describe en sus escritos: “Sus cimientos tocan las raíces mismas de nuestra historia en los años postreros del coloniaje”. La isla fue conocida también como Isla de los Pájaros o Isla de las Piedras, por su abundante fauna aviar y su relieve rocoso. Durante los siglos XVI y XVII, fue un refugio ocasional para marineros, como relata el ministro estadounidense George Pegler, quien en 1811 describió la isla como “Seal Island” por la presencia de lobos marinos. En el siglo XVIII, la isla adquirió relevancia con la construcción de un farol en 1792, reemplazado en 1828 por un faro de 37 metros de altura, aún operativo bajo la jurisdicción de la Armada Nacional uruguaya. Este faro, de origen portugués, fue objeto del “Tratado de la Farola” de 1819, por el cual Uruguay cedió las Misiones Orientales a cambio de su construcción, un acuerdo que Martínez Montero califica como “un pacto repudiable” que costó al país la mitad de su territorio actual. Casi todos los atractivos turísticos de la isla están asociadas al dolor, por lo que se hace difícil promocionarla A partir de 1835, con el tratado de inmigración entre España y Uruguay, la isla se transformó en un lazareto, un lugar de cuarentena para miles de inmigrantes europeos, principalmente españoles e italianos, que llegaban al Río de la Plata. Entre 1869 y 1930, un hotel-hospital, con instalaciones para primera y segunda clase, albergó a quienes debían pasar hasta 40 días en aislamiento para prevenir epidemias como la fiebre amarilla, el cólera o la viruela. El historiador Juan Antonio Varese, coautor de Historias y Leyendas de la Isla de Flores, describe esta etapa: “El lazareto fue una solución de la sociedad de la época para proteger a Uruguay de enfermedades, aunque para los inmigrantes fue una situación muy dura”. Las enormes estufas a vapor, hoy oxidadas, desinfectaban la ropa, mientras una capilla construida en 1870 ofrecía consuelo espiritual. A principios del siglo XX, con el declive de las cuarentenas tras el descubrimiento de los antibióticos, la isla se convirtió en una prisión. Durante el gobierno de Gabriel Terra (1931-1933), albergó a opositores políticos, y en 1968, bajo las medidas prontas de seguridad, sindicalistas de ANCAP y UTE fueron confinados allí. Durante la dictadura militar (1973-1985), la isla sirvió como centro de detención, un capítulo documentado por Magdalena Broquetas en Huellas de la Represión. Desde 1970, solo los fareros han habitado la isla de forma permanente, custodiando su faro histórico. Hoy, la Isla de Flores es un paisaje de ruinas melancólicas. El antiguo hotel-hospital, con sus muros de piedra desmoronados, está cubierto de hierbajos y caracoles marinos que alimentan a las gaviotas. Las estufas a vapor, consumidas por el óxido, y los restos del “lazareto sucio” en el tercer islote evocan la dureza de las cuarentenas. El cementerio, con tumbas desgastadas por el viento salino, guarda los restos de inmigrantes y prisioneros que nunca regresaron al continente. El faro, impecable, es la única estructura mantenida, un símbolo de resistencia frente al abandono. El deterioro se debe al paso del tiempo, la falta de inversión y las condiciones inhóspitas del estuario. Como señala Alberto Moroy en El País (2010), “a la Isla de Flores la mataron primero los antibióticos y luego la Cárcel de Santiago Vázquez”, al perder su función como lazareto y prisión. Desde 1970 los fareros habitaron la Isla de Flores de forma permanente La declaración como Parque Nacional en 2018, aunque protege su ecosistema, ha restringido el acceso, limitando las posibilidades de restauración. A pesar de su riqueza histórica y natural, permanece subexplotada como destino turístico. Varios factores explican este olvido: acceso limitado, las excursiones son esporádicas y dependen de condiciones climáticas. El viaje en lancha, de unos 45 minutos, cuesta alrededor de 1.500 pesos uruguayos (37 dólares), pero la falta de infraestructura en la isla (sin sombra, agua potable ni servicios básicos) desanima a muchos visitantes. Lamentablemente la isla no forma parte de los circuitos turísticos tradicionales de Montevideo, eclipsada por destinos como Colonia del Sacramento o Punta del Este. La declaración como Parque Nacional y la candidatura a Patrimonio de la Humanidad exigen un turismo controlado para proteger el ecosistema y las ruinas. William Rey, director de la Comisión de Patrimonio, destaca que “un turismo razonable” es esencial para evitar el impacto en el área. Esta prioridad por la conservación frena proyectos de infraestructura masiva. A diferencia de la Ellis Island estadounidense, restaurada como museo, las ruinas de Flores no han recibido inversión significativa. María Yuguero, en una exposición de 2014, lamentó el abandono: “Donde hubo una pequeña Babel, hoy solo quedan ruinas y hierbajos”. La falta de fondos y la corrosión del estuario dificultan la restauración. ¿Por qué es casi desconocida si la Isla de Flores es un tesoro escondido incluso para los uruguayos? Su aislamiento geográfico, a 21 kilómetros de la costa, y la falta de una narrativa turística coherente han contribuido a su olvido. Mientras Colonia del Sacramento (Patrimonio de la Humanidad desde 1995) o el paisaje industrial de Fray Bentos (2015) han captado la atención internacional, Flores permanece en la lista indicativa de la UNESCO desde 2015, sin el impulso necesario para su reconocimiento global. Además, su pasado como lazareto y prisión no es un relato fácil de vender. Como apunta Varese, “fue un lugar de sufrimiento para miles de inmigrantes y presos políticos”, lo que puede desalentar una promoción turística basada en el dolor. La ausencia de un museo funcional, como el inaugurado en 2018 por el Proyecto Isla de Flores, limita la conexión emocional con el público. No obstante, varios escritores y periodista uruguayos, hablan sobre la isla y su historia. Homero Martínez Montero nos dice: “El faro de la Isla de Flores toca las raíces de nuestra historia, fermentando la levadura separatista de las provincias marítimas del Virreinato del Río de la Plata”. Su análisis subraya el rol geopolítico de la isla en las rivalidades coloniales. Francisco Adolfo de Varnhagen, en su “Historia General do Brasil” (1854), sostiene que “Nuno Manuel visitó el Plata antes que Solís”, cuestionando el descubrimiento español y resaltando la presencia portuguesa en la región, como citamos más arriba en esta nota. La Isla de Flores es un testimonio de la historia uruguaya, un interesante destino para descubrir, desde los charrúas que la habitaron hasta los inmigrantes que soñaron con una nueva vida. Sus ruinas, su faro y su biodiversidad la convierten en un destino único para quienes buscan historia, naturaleza y misterio.

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