Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Orfandad gloriosa

    » Diario Cordoba

    Fecha: 30/07/2025 17:29

    El hombre contemporáneo ha hecho de su orfandad un dogma: se proclama libre por no deberse a nadie, por no heredar nada, por no rendir cuentas ni al pasado ni al porvenir. Celebramos esa desposesión como una victoria de la autonomía, cuando en realidad nos ha dejado exangües, sin arraigo, desnudos ante el vértigo. Hemos matado al padre -no al biológico, que aún paga las facturas del móvil, sino al simbólico, al que infundía ley, sentido y pertenencia- y nos hemos entregado al espejismo de una libertad sin asideros, tan libérrima que acaba por disolverse en el capricho. La cultura ya no inicia, entretiene; la religión ya no consuela, incomoda; la patria ya no une, avergüenza. Orfandad es no tener genealogía, pero también es no tener maestros, pues el maestro remite al misterio que lo supera. Y hoy todo presunto saber se vulgariza en tutoriales, toda doctrina se relativiza en nombre del «yo siento que…». Como advirtió Simone Weil, «la necesidad más profunda del alma humana es estar enraizada», pero nosotros, en vez de raíces, nos pusimos ruedas. Ruedas veloces, sí, pero que giran sin rumbo. Lo supo Chesterton: «El problema de dejar de creer en Dios no es que no se crea en nada, sino que se cree en cualquier cosa». Lo padeció Werther, huérfano de consuelo, devorado por un amor sin ley. Lo diagnosticó Bernanos: «El hombre moderno es un huérfano que se ríe mientras se desangra». Nos creemos autores de nosotros mismos, pero no somos más que espectros autoconstruidos, errantes sin linaje. Y así, sin raíces, sin padres, sin símbolos que orienten, la orfandad gloriosa que nos prometieron como corona de libertad se revela como signo de desnudez espiritual. No se puede construir nada desde la nada: ni un alma, ni una patria, ni una civilización. Solo una restauración del vínculo -con el pasado, con la verdad, con lo sagrado- podría salvarnos de este naufragio elegante. Pero para ello habría que tener el valor de pedir perdón a nuestros padres… y dejarse enseñar por ellos. Porque el árbol que se cree libre por haber perdido sus raíces no es más que leña disfrazada de promesa. Nuestra orfandad no es un estadio de madurez, sino una infancia prolongada, vestida de ironía y posmodernidad. El día que logremos arrancarnos la máscara grotesca del adulto emancipado, y volvamos a mirar el mundo con la temblorosa humildad del que se sabe criatura y no demiurgo, acaso se nos devuelva la herencia que rechazamos con soberbia adolescente. Y en ese llanto -si es sincero y fecundo- podrá nacer una oración que no proclame derechos, sino que mendigue sentido. Y en esa oración estremecida, brotará la raíz que habíamos perdido, para que por fin, después de tanta orfandad orgullosa, pueda nacer algo más difícil y más noble: una posteridad. *Mediador y escritor

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por