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  • La triste historia de María Anna Mozart, la talentosa hermana mayor de Amadeus que fue obligada a abandonar la música para casarse

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 30/07/2025 02:31

    Un retrato de María Anna Mozart atribuido a Pietro Antonio Lorenzoni, de 1763 “El niñito de Salzburgo y su hermana tocaron el clavicordio. El pobrecito toca maravillosamente. Es un niño de carácter, vivaz, encantador. La interpretación de su hermana es magistral, y él la aplaudió”, escribió en su diario, en 1762, el conde Karl von Zinzendorf, después de escuchar a Wolfgang y María Anna Mozart en Múnich. “Mi pequeña niña toca las obras más difíciles que tenemos con increíble precisión y gran excelencia. Todo se resume así: mi pequeña niña, aunque sólo tiene 12 años, es una de las intérpretes más capaces de Europa”, escribió, pero dos años más tarde, Leopold Mozart, también músico y padre de los dos chicos. Corría 1764 y Wolfgang, de 9 años, y María Anna, a punto de cumplir 13, ya habían tocado para la emperatriz austríaca María Teresa en Viena y estaban de gira por las más importantes ciudades del Viejo Continente acompañados por su padre. Además de interpretar los trabajos de algunos grandes compositores, ya tocaban algunas de las obras compuestas por el pequeño Wolfgang y, quizás, también por su hermana. Extremadamente precoz, intérprete talentoso, compositor innovador, a Wolfgang Amadeus Mozart se lo reconoce como uno de los más grandes músicos de la historia, conocido incluso para aquellos que son ajenos al mundo de la música, porque es difícil que alguien no haya escuchado, por lo menos alguna vez, su obra más famosa, la sinfonía 40. En cambio, pocos saben de la existencia y de los talentos de María Anna, aquella niña que maravillaba con sus interpretaciones a la par de su hermano menor, el genio, cuyas primeras obras –cuando el chico todavía no sabía escribir música– ella se encargaba de volcar sobre el pentagrama. Este desconocimiento hace imposible saber si, como músico, Wolfgang era superior a su hermana, pero sí es posible saber la causa por la cual tuvieron tan diferentes destinos. Es sencilla: Wolfgang era varón y María Anna era mujer, y en esos tiempos los hombres podían aspirar a conquistar el mundo, mientras que la realización social de las mujeres radicaba en formar una buena familia y manejar la intimidad de la casa. “En cada generación han existido mujeres músicas extraordinarias, pero su potencial se desperdició porque la gente no quiso ver su talento. Literalmente, existió una Wolfgang Mozart femenina: María Anna. Podría haber sido su par si no hubieran dejado que su talento se echara a perder. El talento precoz de Mozart fue cultivado de manera experta. Cuando Wolfgang era pequeño, su padre lo presentó a compositores y músicos que lo aconsejaron y lo alentaron. Lo ayudaron a encontrar trabajos que permitieron que su creatividad floreciera. Algunas reseñas dicen que María Anna era mejor que su hermanito y que él la idolatraba y aprendía de ella. A los 12 años la calificaron como una de los mejores músicos de Europa. Pero eso no tuvo importancia. Una vez que llegó a la adolescencia, su padre consideró inadecuado que ella siguiera presentándose y la envió al hogar, para que se casara”, explica la escritora Janice Kaplan, autora de El genio de las mujeres. La frustrada carrera musical de María Anna también dio lugar a otra injusticia: que quedara en el olvido el papel decisivo que tuvo en la formación musical de su hermano menor, con quien compartió todo hasta que sus diferentes destinos los separaron. Leopold Mozart y sus hijos, Wolfgang y María Anna, al piano; en la pared, el retrato de la madre. Óleo de Johann Nepomuk Della Croce, alrededor de 1780 Una niña prodigio María Anna Mozart nació el 30 de julio de 1751 en Salzburgo, la misma ciudad en la que cuatro años y medio después llegaría al mundo su hermano Wolfgang Amadeus. Era la cuarta hija de un matrimonio de músicos, Leopold y Anna María Mozart, cuya vida familiar estaba signada por las tragedias: la pequeña María Anna nunca llegó a conocer a sus hermanos mayores, muertos poco de nacer, igual que sucedería con los dos siguientes que vendrían después de ella. Solo ella y el séptimo y último hijo de Leopold y Anna María, que se convertiría en uno de los compositores más famosos de todos los tiempos, sobrevivieron hasta la edad adulta. Tal vez por eso, los padres no llamaban a María Anna por su nombre sino por un apodo que simbolizaba lo que la niña era para ellos. Le decían Nannerl, un nombre hebreo que significa “bendición de Dios”. Quizás motivado por la pérdida de sus tres hijos mayores, Leopold puso todo su empeño en la crianza y la formación musical de Nannerl. Hasta el nacimiento de Wolfgang era la única persona a la que podía transmitirle su vocación. Le dio clases y le enseñó a tocar inicialmente el pianoforte y el clavicémbalo, instrumentos en los que no tardó en mostrar una maestría casi imposible para una niña pequeña. El nacimiento de Wolfgang no cambió en un principio las cosas y hay testimonios de la influencia de María Anna en los primeros pasos musicales del hermanito menor. “A los tres años, Mozart se inspiró a estudiar música al observar la instrucción de su padre a María Anna; quería ser como ella”, escribe el musicólogo Maynard Solomon. Los dos hermanos eran muy unidos, al punto que inventaron un lenguaje secreto y un reino imaginario en el cual eran el rey y la reina. Wolfgang compuso sus primeras obras cuando todavía no sabía escribir ni conocía la notación musical, y era María Anna la que volcaba la música al pentagrama. Su hermano le pedía, por ejemplo, que “agregara los vientos”. Más tarde, Wolfgang llegó a escribir en el diario de María Anna, refiriéndose a sí mismo en tercera persona, como si lo que decía lo hubiese escrito ella. Por ese tiempo, Leopold compuso una serie de 45 piezas para que sus hijos perfeccionaran su técnica en el piano —cada una de ellas con una técnica diferente de ejecución— que hoy se conoce como “Nanerl Notebuch”. La dificultad de la colección va de lo simple a lo avanzado en las dinámicas, ritmos y articulaciones. Según muchos historiadores de la música, ocho de esas piezas fueron compuestas por Wolfgang. La maestría de los hermanos Mozart hizo que en 1762 la emperatriz María Teresa invitara a Leopold para que sus hijos tocaran ante la corte imperial en Viena. Su éxito fue tan resonante que poco después emprendieron una gira de tres años por Europa y tocaron en Múnich, París y otras grandes ciudades. Leopold decía por entonces que su hija adolescente era una de las mejores músicas de Europa, una opinión que compartían con él muchos músicos que decían que el talento de María Anna era incluso superior al de su hermano. El futuro de la mayor de los hermanos Mozart se avizoraba brillante, pero todo cambió cuando cumplió 18 años. Nannerl Mozart hacia 1785: su padre, Leopold, ya la había alejado de los escenarios y le había impedido casarse con el hombre que amaba. Ese año tendría a su primer hijo, de su matrimonio aprobado La decisión de un padre A mediados de 1769 Leopoldo Mozart decidió que los caminos de sus hijos, hasta entonces unidos por la música y el afecto, se bifurcaran. Wolfgang Amadeus seguiría componiendo y tocando en público, ahora acompañado por su madre, y María Anna se quedaría con él en Salzburgo hasta que encontrara un candidato adecuado para casarse: la condición indispensable era que se tratara de un hombre rico. De un carácter mucho más dócil que el de Wolfgang, que solía enfrentar a Leopold, María Anna obedeció sin siquiera intentar rebelarse. Incluso debió rechazar una propuesta de casamiento del capitán Franz D’Ippold, del que se había enamorado. Su hermano la incitó a que siguiera el mandato de sus sentimientos, pero ella ni siquiera intentó discutir con Leopold. Terminó casándose en 1784 con Johann Baptist Franz von Berchtold zu Sonnenburg, un magistrado dos veces viudo y multimillonario, con quien se mudó a St. Gilgen, una villa austríaca a pocos kilómetros de Salzburgo. Sonnenburg tenía cinco hijos de sus matrimonios previos, que quedaron a cargo de María Anna. A ellos se les agregaron pronto tres hijos propios: Leopold Alois Pantaleón, Jeanette y María Babette. Aún casada, la influencia de su padre sobre María Anna siguió siendo muy fuerte: la joven madre no solo bautizó con su nombre a su primer hijo sino que se lo entregó a Leopold cuando era un recién nacido para que lo criara. Ella sólo iba a visitarlo periódicamente. Lo recuperó cuando Leopold Mozart murió el 28 de mayo de 1787. Mientras tanto, la relación de María Anna con su hermano se fue enfriando. Si bien seguían escribiéndose, cada vez lo hacían menos, y el contacto se cortó casi por completo luego de una visita de Wolfgang con su mujer en 1787. Algunos biógrafos sostienen que el motivo pudo haber sido su cuñada Constanze, con quien se llevó muy mal. A eso se agregó el estado de ánimo de Wolfgang, que estaba sumido en la depresión debido a que había contraído grandes deudas. María Anna no se enteró de la difícil situación económica de Wolfgang hasta después de su muerte, en 1791, y nunca se perdonó no haber podido ayudarlo. Wolfgang y Nannerl Mozart en la infancia. Obra de Eusebius Johann Alphen sobre marfil Los últimos años María Anna tenía 50 años cuando su marido murió en 1801. Eso le permitió volver a Salzburgo y, de alguna manera, recuperar su vida. Ya no podía ser concertista, pero decidió trabajar como profesora de música. Se decía que sus alumnos se distinguían por la precisión en las interpretaciones. Por esos años, María Anna se reencontró con Constanze, la viuda de su hermano. El encuentro no fue cordial, pero sirvió para que le entregara la colección de cartas familiares que ella guardaba y que incluía la correspondencia que había mantenido con Wolfgang y las cartas de éste con su padre Leopold para que Constanze las utilizara en una biografía que estaba escribiendo con su segundo marido, Nikolaus Nissen. En 1821 tuvo una última alegría: recibió la visita de su sobrino Franz Xaver, el hijo más joven de Wolfgang, al que nunca había conocido. Siguiendo la tradición familiar, se había dedicado a la música y había ido a Salzburgo precisamente para dirigir el Réquiem de su padre, en un homenaje con motivo de los treinta años de su muerte. Para entonces, la salud de María Anna estaba muy deteriorada y ya no se recuperó: perdió la vista completamente en 1825. Una de sus amigas, Mary Novello, la describió “ciega, lánguida, exhausta, débil y casi sin habla”. Murió el el 29 de octubre de 1829 y sus restos fueron enterrados en la cripta comunal de la abadía de San Pedro en Salzburgo. Después de su muerte y durante muchos años, los expertos discutieron si, además de ser una eximia intérprete cuya carrera fue abruptamente cortada por un padre autoritario, María Anna había sido también compositora y, en ese caso, dónde estaban sus obras. Recién a principios de este siglo, el investigador australiano aseguró haber encontrado la “escritura musical” de la hermana mayor de Wolfgang Amadeus Mozart. Luego de estudiar junto con un forense especialista en documentos el cuaderno Nannerl Nutenbuch durante cinco años, sostuvo que por lo menos ocho de esas 45 composiciones pertenecían a María Anna, aunque no las había firmado por una sencilla razón: “Como niña en el siglo dieciocho, era muy improbable que María Anna alguna vez pusiera su nombre en algo, no se le habría permitido”. Otra investigadora que abona esa posición es Janice Kaplan, quien en El genio de las mujeres compara a María Anna con Fanny Mendelssohn, la hermana compositora de Félix Mendelssohn, cuyas obras fueron publicadas en el Siglo XIX como si fueran de él. “Nannerl Mozart y Fanny Mendelssohn debieron dar un paso al costado para que Wolfgang y Félix pudieran convertirse en los nombres que recordamos”, señala.

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