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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 29/07/2025 04:41
Las acrobacias de Wu Yongning en las alturas de los rascacielos chinos El viento silbaba a cientos de metros sobre el suelo y se colaba entre las vigas de acero y vidrio del rascacielos HuaYuan, uno de los rascacielos más altos de China. En las alturas, un joven que vestía camiseta blanca, pantalón corto y una confianza suicida que solo la cámara de su teléfono podía captar en toda su dimensión. Wu Yongning subió solo —como siempre— para grabar un reto más. Su plan era colgarse en el aire con una mano y tener bajo su lente toda la magnitud de la ciudad de Changsha. Entonces se colgó del piso 62 y empezó a hacer sus clásicas dominadas. Hasta que en un momento sus brazos no aguantaron el peso. Y cayó al vacío. Ese 13 de noviembre de 2017, mientras la neblina envolvía las terrazas, fue el último acto del influencer conocido como”el hombre araña chino” Wu forjó una carrera de celebridad digital en la delgada línea que separa la audacia del abismo. En un país obsesionado por los récords —y al mismo tiempo vigilante frente a cualquier atisbo de desobediencia civil—, él se reinventó como una figura imposible. Un acróbata autogestivo, sin red, que hacía arte y espectáculo desde las alturas. La noticia de la caída de Wu Yongning sacudió las redes sociales chinas como una descarga eléctrica. Miles de seguidores amanecieron ese diciembre con la noticia de la muerte de su héroe. Para entender la dimensión de su impacto, habría que entrar en el laberinto de la sociedad china. Existía una multitud de jóvenes atrapados por la velocidad y el aislamiento digital, que hallaron en Wu un reflejo de esa aspiración antigua y universal de desafiar el destino. Wu Yongning venía de una familia humilde y necesitaba la plata de los desafíos para pagar tratamientos de salud de su mamá Un atleta en busca de un escenario Antes de que el país entero pronunciara su nombre con una mezcla de admiración y dolor, Wu Yongning era un joven disciplinado. El chico había sido criado en una familia humilde de Changsha. Desde muy joven había probado suerte primero como atleta y después como doble de acción en la industria del cine chino, donde realizó maniobras peligrosas sin mayor reconocimiento. Vivía en una habitación alquilada de menos de 20 metros cuadrados, y soñaba —como millones en China— con volverse viral. Changsha, capital de la provincia de Hunan, es una urbe con más de 7 millones de habitantes y un perfil arquitectónico donde los rascacielos brotan como hongos después de la lluvia. Es, también, un escenario vertiginoso para el “rooftopping”, esa vertiente urbana del parkour donde la acrobacia se mezcla con la autoexposición y las alturas se transforman en un teatro mortal. En este ambiente nació el Wu celebridad. Nadie lo avaló formalmente. Nadie, tampoco, se lo prohibió. En un video después del otro —selfies desde la cornisa de un puente, piruetas al filo de edificios, panorámicas inquietantes de una ciudad en miniatura— Wu empezó a sumar seguidores a una velocidad tan explosiva como su estilo de vida. Llegó a superar el millón de fans en la red social Kuaishou. Wu Yongning afirmaba que no usaba protección porque confiaba en su entrenamiento “No uso protección porque confío en mi entrenamiento” Un detalle recorría todos los videos de Wu Yongning: la ausencia absoluta de equipo de seguridad. “No uso protección porque me preparo mucho. Entreno todos los días, y sólo intento cosas que sé que puedo lograr”, declaraba en sus transmisiones, palabras que pronto se propagarían como un mantra entre sus seguidores. Esa confianza extrema se mezclaba con una economía endeble. Wu provenía de un entorno modesto. Su madre enfermó gravemente, y él decidió que la fama digital podía ser un atajo hacia la solvencia familiar. Participaba en competencias de videos para obtener premios y aceptaba pequeñas donaciones de los fanáticos. Nunca cobró grandes patrocinios, ni fue parte de alguna estructura profesional. El dinero que ganaba apenas alcanzaba para costear tratamientos médicos y mantener el alquiler de su pequeña casa. En sus videos se lo podía ver saltando entre terrazas, muchas veces solo una delgada línea de sombra separándolo del vacío absoluto. Otras veces, mientras sostenía la barra metálica de una grúa, miraba a la cámara con esa sonrisa tímida y casi infantil, pura electricidad contenida. “—¿Por qué arriesgas tanto? —le preguntaban sus amigos, alarmados por la creciente dificultad de los desafíos. —Porque tengo que ayudar a mi madre, porque quiero casarme, porque este es mi trabajo ahora.” Una y otra vez, Wu insistía en que la clave era el autocontrol, casi como si la muerte no pudiera alcanzarlo. Wu Yongning tenía millones de seguidores en las redes sociales El último desafío El 13 de noviembre de 2017, Wu Yongning accedió —aprovechando la falta de vigilancia y usando una salida de emergencias— al techo del rascacielos HuaYuan. Planeaba grabar un truco espectacular para un reto patrocinado. El premio era de 100.000 yuanes, suficiente para costear la operación de su madre y sus planes de boda. Frente a la cúpula, solo, instaló la cámara en un trípode improvisado y calculó el ángulo perfecto. La ciudad, el brillo fugaz del sol en los ventanales, su figura recortada contra un paisaje de vértigo. Respiró hondo, se colgó de la cornisa con ambas manos, e intentó levantar el cuerpo para regresar al borde. Nadie escuchó el jadeo ni el sudor resbalando de sus manos. La última escena quedó capturada en la secuencia más silenciosa y aterradora de su canal. Wu, exhausto, intenta impulsarse una, dos, tres veces hasta que la fuerza cede, y su figura desaparece del plano, tragada por la columna de aire. “El edificio retumbó durante un instante. Un silencio repentino cayó sobre la ciudad”, contó después un habitante del HuaYuan, que sólo advirtió el accidente por la conmoción policial. Wu Yongning solía jugar al límite para lograr mayor cantidad de visualizaciones en sus videos Cuando la realidad supera a la ficción Las imágenes de Wu Yongning desplomándose desde el piso sesenta de un rascacielos circularon primero de manera clandestina y luego a toda velocidad. La noticia de su caída no se confirmó de inmediato. La familia, sumida en el duelo, tardó varias semanas en anunciarlo. La novia de Wu, fiel a la discreción habitual en la cultura china, compartió en redes el duelo. Subió fotos de ambos y escribió mensajes para recordarlo. Las autoridades de Changsha evitaron declaraciones largas. Se limitaron a confirmar el deceso, y a recordar, con indiferencia burocrática, la prohibición oficial de subir de manera no autorizada a infraestructuras urbanas. Ni una sola palabra sobre la gigantesca industria no regulada de influencers extremos que enloqueció en China durante el boom de las redes. El fenómeno rooftopping La muerte de Wu Yongning visibilizó, como una cicatriz en pleno rostro, el fenómeno global llamado “rooftopping”, donde jóvenes temerarios convierten los vértigos urbanos en un escenario de hazañas virales. En esos años, la tendencia explotó tanto en China como en el resto del planeta. Así se ven en TikTok piernas colgando a cientos de metros del suelo, videos grabados con drones volando sobre antenas, hasta carreras ilegales sobre trenes y saltos base desde puentes industriales. Wu fue el primer chino en lograr que esas maniobras radicales migraran masivamente a las plataformas nacionales como Kuaishou o Weibo. Si existía algún código, era simple: “Sin cuerdas, sin red, sin temor”. Las vistas sumaban cientos de millones. Los seguidores se multiplicaban al ritmo de la adrenalina y la inmediatez. Pero la fascinación llevaba una sombra. El propio Wu observaba cómo, tras cada desafío, los comentarios exigían más: “¿Te atreves a saltar más alto?”, “¿Ya probaste desde la torre más nueva de Pekín?”, “¿Te da miedo subir de noche?”. El vértigo digital, esa lógica despiadada de pasarse la vara, fue también la soga invisible que lo empujó hacia el último precipicio. Miles de fans dejan flores y cartas en la puerta del rascacielos del que cayó Wu Yongning La sociedad del like El eco del accidente superó fronteras. Mientras The New York Times calificaba la muerte de Wu como símbolo de “una generación enloquecida por la autoexposición”, otras publicaciones preguntaban abiertamente por la responsabilidad colectiva. “Wu Yongning no murió simplemente por una mala maniobra, sino como resultado de una carrera hacia la fanaticada, un pulso mortal entre el individuo y el ojo público”, expresaba una columna de la prensa local. Al analizar el fenómeno, Time rastreó la secuencia: “Las redes recompensan la cantidad, no la calidad. Entre más videos subía Wu, más subía la expectativa. Cada truco cumplido era el prólogo del siguiente”. “El público siempre quiere más riesgo, más peligro, y los algoritmos premian el filo”, sentenciaba otro análisis. Un ejemplo brutal de esa compulsión fue el video final, que desapareció de la red antes de viralizarse por canales alternativos, alimentando teorías y debates: ¿Sabía Wu que estaba en peligro aquel día?, ¿intentó pedir ayuda? Nada de esto importó a los seguidores, que convirtieron su última grabación en un testamento macabro. La trampa era perfecta. En China, las leyes prohíben el acceso no autorizado a infraestructuras urbanas, pero en la práctica, las autoridades carecen de recursos para vigilar cada torre. Formalmente, nadie contestó por la seguridad del edificio HuaYuan. En línea, mientras tanto, la comunidad de rooftoppers crecía bajo el radar. Hubo también quien defendió el “arte” del rooftopping como una forma extrema de libertad, una reivindicación visual en un país donde los horizontes suelen ser impuestos. Wu, para ellos, cayó como un mártir voluntario de su época. La familia —específicamente la madre enferma— figuró siempre como motivo principal de sus riesgos. Un día antes del accidente, Wu le anunció por mensaje: “Te operarán muy pronto, mamá. Todo va a salir bien.” A la novia le dejó planes de boda sin fecha ni traje. Sus amigos, muchos también creadores de contenido, despidieron a Wu con mensajes ambiguos: “Tal vez fuiste demasiado lejos, pero fuiste el primero en mostrar que se podía llegar hasta allí.” Ninguno de ellos se atrevió a subir al HuaYuan después. La torre adquirió un aura espectral, convertida en altar improvisado, con flores y pequeñas notas depositadas en la entrada.
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