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Maria Grande » Mariagrandealdia
Fecha: 28/07/2025 23:34
La Iglesia Católica celebró la toma de posesión de Raúl Martín como arzobispo este sábado por la tarde en Paraná. El evento comenzó a las 16 en la Plaza 1º de Mayo y continuó con una misa en la Catedral Metropolitana, donde se formalizó el inicio del ministerio episcopal de Monseñor Martín. El acto fue transmitido en vivo por Elonce y convocó a la comunidad católica de la región. La ceremonia incluyó la presencia de 18 obispos de distintas regiones del país y estuvo encabezada por el nuncio apostólico, quien llevó a cabo el acto litúrgico de puesta en posesión. La bienvenida fue organizada por la Pastoral Juvenil y Educativa, e incluyó un gesto simbólico: la intendenta de Paraná, Rosario Romero, entregó al nuevo arzobispo la llave de la ciudad como muestra de hospitalidad y cercanía del pueblo paranaense. “Es una alegría, vengo con mucha expectativa porque es un desafío. Dios nos pone a jugar de otra manera y con algo de historia –llevo 19 años de obispo–. Siempre es un desafío nuevo. Uno pensaba que me iba a quedar hasta el fin de los tiempos en Santa Rosa porque fui obispo auxiliar del cardenal Bergoglio y después que lo hacen Papa me nombran en Santa Rosa. Nunca pensé que me iban a pedir ir a otro lado, pero Dios sabe lo que hace y estoy feliz”, expresó Monseñor Martín. Un mensaje de unidad y protagonismo social Monseñor Raúl Martín habló como arzobispo. Monseñor Raúl Martín habló como arzobispo. Durante el acto, Raúl Martín también dejó un mensaje a la comunidad: “Tenemos que trabajar juntos, caminar juntos, que es lo que se nos está pidiendo siempre y animarnos a hacer protagonistas de la historia”, dijo ante los presentes. Su declaración marcó el tono de compromiso pastoral y apertura que buscará promover en su nuevo rol al frente de la Arquidiócesis de Paraná. La intendenta Rosario Romero también se expresó con palabras de bienvenida y valoración del vínculo entre Estado e Iglesia: “El diálogo es una característica y la paz social la reivindico como uno de nuestros valores. Somos tranquilos, sencillos y no damos muchas vueltas para hablar de las cosas. Me pone muy feliz eso y también recibirlo” Romero destacó además el trabajo conjunto que ya se venía realizando con las instituciones religiosas y sostuvo: “Vamos a seguir trabajando como venimos trabajando con la Iglesia, con un diálogo interreligioso y valores que sí o sí se juntan. El estar unidos, muchas veces se entiende como eliminar diferencias, pero a veces lo que hay que pensar para estar unidos es tirar del carro para lograr el objetivo que tiene que ver con la sociedad, con sus valores y su bienestar. Ese es el propósito de la política y de las religiones”. La homilía completa de Monseñor Raúl Martín ¡¡¡GRACIAS SEÑOR!!! Una pregunta de Jesús a Pedro, con eco en cada uno de nosotros en todo tiempo: “¿Me amas más que estos?” Pregunta que, lejos de hacerse reproche, se hace camino de encuentro en nuestras vidas. Jesús nos tiende una mano para acercarnos a su corazón. Nos hace experimentar su misericordia, y la alegría de ser llamados. Una vez más, el Señor, “que es mi Pastor”, vuelve a invitarme, vuelve a llamarme y me anima a seguirlo. Y esa pregunta se hace razón de cada SÍ. “SÍ, Señor, sabés que te quiero”. Como lo hizo con los primeros discípulos, así en la historia. Como con Abraham, nuestro padre en la fe, “salí de tu tierra y vení a la tierra que yo te mostraré”. El Señor, vuelve a hacerse realidad y promesa. Realidad de ese amor que quiere seguir contando conmigo, en el servicio a este Pueblo que me confía como padre. Promesa, siempre renovada y fortalecida, de que Él, siempre está como Buen Pastor a nuestro lado, y que nunca nos abandona. Promesa que, en ellos, sus discípulos, nos hace “pescadores de hombres”. Es Él el que llama, es Él el que envía. Y en esta fe le respondí. Vengo a sumarme ahora, al caminar de esta iglesia de Paraná, a la historia tan rica de esta iglesia, y al servicio de ustedes como lo hicieron mis predecesores, especialmente el Cardenal Estanislao Karlic y Mons. Juan Alberto Puiggari. Caminar con estos hijos hermanos, que Dios en su Providencia me confía para servirlos como pastor, compartiendo con ustedes la fe que el Señor nos regaló. Esta fe que, con la gracia de Dios, va rumbeando nuestra vida, mirando a Jesús, reconociendo su rostro en los hermanos, sabiéndonos familia, necesitados todos de darnos una mano para seguir adelante. Como diría el Papa Francisco, “dejando que el Señor, nos escriba la vida”. Aceptando como don la diversidad de cada uno de nosotros, enriqueciendo y construyendo la unidad, que es signo de que algo es de Dios, cuando es el bien de todos. Ser testigos de este regalo del amor del Padre, que nos une y reúne, será el mejor mensaje que atraiga a los hombres, descubriendo en la iglesia una familia. Con la riqueza y pobreza de la familia humana, siempre necesitada de conversión, pero con la certeza de la ayuda de la gracia de Dios, que en la cruz nos hizo hermanos, y manifiesta su poder en la misericordia y el perdón. Somos «peregrinos de esperanza». Pero no sólo de caminar se trata. Ni sólo es expresión de la tarea, de la misión, poniendo a Jesús, nuestro tesoro, en el corazón de todos. No sólo ir juntos para ir lejos, tan sólo al cielo. Necesitados de la gracia de Dios para ser compartida, y del hombro del hermano para seguir andando. Peregrinos de esperanza, invitados a dejar huella en esta tierra. A no ser indiferentes, ni hacernos los distraídos. Una imagen de la Virgen María, muy querida por mí, en la advocación de nuestra Señora de La Pampa, lleva los pies descalzos. Es una invitación a descalzarnos, tocar con humildad la tierra y hacernos cercanos a todos, para sentir con ellos, especialmente con los más necesitados y pobres, los que están tristes, desamparados y más, reconociendo que la mayor pobreza es no amar, es no conocer a Jesús. Si nos animamos a descalzar, seguramente nos duela, sintamos más de cerca los dolores del otro, perderemos seguridades al andar, tal vez nos embarremos para sacar al otro del barro. Pero valdría la pena. Llamados a dejar huellas en esta tierra nuestra y en el corazón de los hermanos. Pero huellas de vida, sembradas, para que Dios dé el crecimiento. Huellas de cercanía y esperanza. Huellas que hablen de compasión, de misericordia, de alegría, de lucha buena. Huellas que otros puedan seguir para llegar a Dios. «No la tenemos tan clara». Necesitamos aprender a mirar, a sentir, a escuchar. Por eso queremos mirar los pies de María, que va apurada detrás de cada hijo, como aquel día a visitar a Isabel, o atenta a la necesidad de los esposos en Caná, para sostenerlo, para levantarlo, para llevarlo hasta la cruz, para que también la cruz, diría Santa Rosa, se haga escalera al cielo como aquel Viernes Santo a la espera del Domingo. Quiero yo también, detenerme con los pies descalzos, ahora y siempre, como quien quiere aprender a caminar abarcando la vida, cada vida y toda vida, de hoy y de esta historia que hasta aquí nos trajo, y mirar con enorme esperanza el mañana. «Descalzate, estás pisando tierra santa», «les he lavado los pies para que hagan ustedes lo mismo también», «el que quiera ser el primero que se haga servidor de todos, que se haga el último». «Sólo te falta una cosa, dijo Jesús al hombre que presuroso corría a su encuentro para ganarse la vida eterna, andá, despójate de todo, que nada te ate». El ciego tiró su poncho y lo siguió por el camino. El leproso agradecido volvió sobre sus pasos. El paralítico dejó sus muletas y no pudo dejar de gritar quién lo curó. Y así, cada encuentro de Jesús con sus hermanos. Dejaron las redes, tiraron el poncho, las muletas. La pobre viuda ofrecía sus dos moneditas de cobre, y aquella otra mujer derramaba el perfume de nardo sobre los pies de Jesús, secándolos con sus cabellos. «Quemaron sus naves», decimos a veces. Se dejaron lavar los pies de maneras diferente, aprendiendo a hacerlo a los demás. Encontrarnos con Jesús, es perder otras seguridades, pero es tenerlas todas. Nos hace capaces de mucho más. Nos desinstala, nos moviliza. «Yo los envío, no lleven más que unas sandalias, el bastón y poco más». «Señor, en esta tarde, vuelvo a decirte una vez más, sabés que te quiero», y como aquellos, tus amigos, «volveré una y mil veces a tirar las redes en tu nombre», confiado en tu amor de Padre, que no nos deja solos.» Doy gracias a Dios en primer lugar, y al Papa León, que en su nombre me confió este servicio en la iglesia. Agradezco al Sr. Nuncio, llegado para acompañarme en el inicio de mi ministerio aquí en Paraná, sus llamadas, sus atenciones. Quiero agradecer particularmente a Mons. Juan Alberto Puiggari, por sus delicadezas y preocupaciones en este tiempo de transición preparando mi llegada. Gracias a mis hermanos obispos, venidos de distintos pueblos, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos, que se hicieron compañeros de camino y con quienes ahora, lo continuamos en esperanza. Agradecer a las autoridades presentes, civiles y militares, (Sr. gobernador y Sra. intendenta, el Sr. ministro de culto) y a todos los que fueron preparando este día, y esta Eucaristía. Gracias a mi familia y amigos, presentes y ausentes que desde su oración hoy me acompañan, también a la distancia, pero en la fecunda calidez del corazón. A vos, Madre del Rosario, encomiendo mi vida y la del Pueblo que tu Hijo me confía, Pueblo de Dios, peregrino de esperanza, en esta tierra entrerriana. En el silencio de la oración, alcanzanos de Jesús, Madre querida, un corazón atento y sabio, que sepa escuchar, compadecerse y comprometerse en esta historia, sabiendo que la vida sólo se gana, si se entrega. Y que Santa Ana y San Joaquín, en su día, nos enseñen a gustar los sueños de Dios.
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