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» Diario Cordoba
Fecha: 28/07/2025 09:25
El otro día vi las estrellas. No me refiero a que le diese una patada a la pata de la cama, no se trata de una metáfora. Saqué una silla al balcón y, después de la primera calada, dejé caer mi cabeza hacia atrás con cuidado. No lo hice por un interés contemplativo, sino porque asumí que el cansancio había vencido (un tipo de rendición emparentado con el placer). Pero entonces me topé con una cantidad de estrellas que me pilló por sorpresa, que me anudó la garganta. Les lancé el humo y este se disipó; la imagen me recordó a la primera vez que pensé en la muerte: polvo en el espacio, desintegración y oscuridad. No sé cuánto tiempo llevaba sin quedarme un rato mirando al cielo por la noche. Nunca me ha interesado la astronomía, y mucho menos la astrología. Pero aquella noche me atrapó. Por falta de costumbre, sentí incluso algo de vértigo. Además, vi una estrella fugaz. No me lo estoy inventando, de verdad. Llevaba tiempo sin pedir un deseo, cosas de niños. El hábito promueve la ceguera. Es una obviedad. Por no pararnos a pensar, pasamos por encima de las cosas. Nadie dice nada, por ejemplo, con respecto a las toallas del Decathlon, por eso se siguen vendiendo a diario. Ahora que llegan las vacaciones, seguro que más de uno ha considerado que es una buena idea comprar una; al final, ocupan poco espacio y cumplen su función. Las compran los aventureros y los más sedentarios. Sin embargo, si uno analiza un momento el trozo de tela, descubre que solo es perfecto para deteriorar el ánimo. Ducharse por la mañana y secarse con algo así es empezar el día obligándose a la remontada. ¿Cómo pueden habernos convencido de que tienen sentido unas toallas que son una mezcla entre un paño de cocina y la servilleta impermeable de un bar? Pero no hay nada que hacer. Ya están dentro de nuestra rutina. Están aceptadas sin necesidad de currículum. Cumplimos años y nos entra la prisa. No queremos que se nos escape la vida. «Quemo mi cama pa no dormir», cantaba Migue Benítez. Sin embargo, detenerse no tiene nada que ver con despistarse. Recuerdo que, cuando mi madre nos llevaba al colegio en coche, nos decía que nunca tendría un accidente estando nosotros dentro. Digamos que, por una suerte de instinto maternal y heroico, era imposible que algo así sucediera. Rápidamente, me ponía a pensar si podía ser cierto, y me incomodaba mi desconfianza. Ahora ha pasado el tiempo y llevo yo el coche, donde es imposible no ponerse a pensar. Lo importante no tenía nada que ver con la verdad o la mentira. Aquello era otra cosa, cosas de adultos. *Escritor
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