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» Misionesparatodos
Fecha: 27/07/2025 15:12
A pesar del caos de la política nacional, en Misiones la gestión se sostiene en sus pilares históricos- El trípode político diseñado por Rovira para sostener el gobierno provincial- El modelo Milei se resquebraja- El libertario que gobierna para los bancos y los ruralistas En medio del desconcierto nacional, Misiones sigue firme. Sostiene lo que puede. Protege lo que vale. Y aunque el contexto económico aprieta, la provincia se niega a resignar el equilibrio que le dio identidad en los últimos años. Ese que se construyó lejos del ruido, pero cerca de la gente. Mientras en Buenos Aires se grita, en Misiones se gestiona. Javier Milei no ataca directamente a Hugo Passalacqua, pero cada una de sus decisiones —sean omisiones o imposiciones— afecta a las provincias. Lo que no se dice, también golpea. El ajuste que se vendió como necesario se volvió asfixiante. El recorte no distingue entre el gasto y la inversión. Y el sinceramiento, que prometía orden, trajo más incertidumbre. El gobierno nacional se dedicó a desfinanciar la salud, la educación y el desarrollo productivo. Cerró el grifo de la obra pública. Paralizó programas. Y lanzó contra los gobernadores una narrativa de castigo: si reclaman, son mugre. Si defienden su provincia, son extorsionadores. Pero incluso en esa lógica hostil, Misiones eligió otro camino. El ingeniero Carlos Rovira mantiene en pie un trípode político que no improvisa: Oscar Herrera Ahuad, Hugo Passalacqua y Lucas Romero Spinelli. Desde ahí, se sostiene la gestión, se escucha a los sectores, se responde con hechos. Lejos del espectáculo, cerca de las urgencias. La actitud del gobernador Passalacqua fue clara: frente al abandono, presencia. Frente al recorte, gestión. Y no solo en Buenos Aires. Acá, en casa, mientras muchas cámaras de comercio se ahogaban por la caída del consumo y la inflación sin control, fue el gobierno provincial el que salió a sostenerlas. Con los programas Ahora, con créditos blandos, con acompañamiento real. La misma política que algunos opositores desprecian, es la que los comercios agradecen cada día. La figura de Herrera Ahuad, mientras tanto, crece como debía crecer: sin estridencias. Camina la provincia. Escucha. Propone. Y cuando es necesario, se planta. Enfrenta al poder central con claridad. Porque no lo hace por estrategia, sino por convicción. Su centro no está en Balcarce 50, está en la chacra, en el secadero, en el CAPS. En cambio, los autodenominados opositores —Ramón Amarilla, Diego Harfield, Martín Arjol— repiten el libreto liberal con la esperanza de que alguien los mire desde arriba. Apoyan los recortes, votan en silencio, se acomodan según sople el viento. La provincia, mientras tanto,los mira. Y no olvida. El escenario recuerda a El Señor de los Anillos. En la saga de Tolkien, mientras las grandes ciudades se consumen en guerra, dos personajes menores —Frodo y Sam— caminan con una misión imposible: sostener la esperanza en medio del caos. No buscan reconocimiento. No gritan. Pero avanzan. Así está Misiones. A veces en soledad, pero siempre con rumbo. No porque no haya piedras en el camino, sino porque hay convicción para esquivarlas. La yerba mate, en este contexto, no es solo economía. Es símbolo. De trabajo, de soberanía, de pertenencia. Cuando Milei intenta convertir todo en número, Misiones le responde con historia. Y ahí, otra vez, el equilibrio. No entre extremos, sino entre principios y acción. Entre política y pueblo. Porque, al final del día, no se trata solo de resistir. Se trata de seguir caminando. Sin ruido. Sinpausa. Sabiendo que mientras otros juegan a la política, acá todavía se gobierna. Doble comando Prometía dinamitar la casta, pero la alimenta con su silencio. Prometía terminar con los privilegios, pero los reordena. Prometía ser distinto, pero resultó peor. Javier Milei no solo ajusta: desprecia. No solo recorta: insulta. Cada vez que se desborda en público, no es solo él el que grita; es el síntoma de un modelo que no cierra, que no contiene, que no tiene más que furia para ofrecer cuando los números —quizás— ya no alcanzan. Porque algo no está funcionando. Hay algo en su mirada extraviada, en sus ataques de furia, en su lenguaje binario y violento, que parece más una defensa que una convicción. Milei gobierna desde el enojo, con una épica de cruzada libertaria que le sirvió para ganar, pero que no alcanza para gobernar. Cuando las cuentas no cierran, el relato se endurece. Y cuando la realidad duele, el presidente prefiere gritar. Mientras tanto, la política nacional se reconfigura. El cierre de listas en Buenos Aires no solo expuso fracturas: reveló transformaciones. El peronismo que emerge no es el que algunos quisieran revivir. Axel Kicillof y Sergio Massa no están dispuestos a entregar la posta a los rezagos de un kirchnerismo que no encuentra brújula. No hay lugar para nostalgias: las bases obreras, golpeadas por la recesión, ya no responden a gremialistas que miran para otro lado. Ni en los peores momentos del autoritarismo se vio una dirigencia sindical tan muda, tan ausente, tan cómplice. En Misiones, la reconfiguración tiene sus propios matices. Viejos compañeros de ruta hoy ni se saludan. Las alianzas que antes se justificaban con una bandera nacional, hoy se arrastran sin convicción. En ese clima, la Renovación aparece no como una maquinaria electoral, sino como un cuerpo político con reflejos: capaz de contener diferencias sin perder identidad; de abrir sin desdibujarse; de sumar sin atomizarse. Y ahí está la diferencia: mientras algunos espacios ensayan nuevas formas de representación, el Gobierno Nacional se reduce a un doble comando que se mira el ombligo. Dos personas que son una misma: Milei y su reflejo. El que le habla a los mercados y les baja retenciones a los sojeros, mientras dice representar a los que no llegan a fin de mes. Un presidente que decide a quién salvar y a quién soltar. Y que no gobierna: administra el despojo. La confusión es tal que hasta se pelea con los suyos. Insulta a Clarín, al PRO, a la UCR, y nadie le contesta. Se ha naturalizado lo que antes era escándalo. Cuando Cristina Fernández decía “Clarín miente”, el país se paralizaba. Hoy, Milei los maltrata y sus socios bajan la cabeza. La oposición parece un coro desafinado, que no se anima ni a entonar una crítica cuando es el suyo quien los ataca. El silencio, esta vez, no es cobardía: es cálculo. Lo trágico es que en ese juego de sombras y mezquindades, la gente queda afuera. El que perdió el trabajo. La jubilada que compra de a medio kilo. La mamá que no puede llevar a su hijo al comedor porque ya no reparten comida. Esos no están en la tabla de Excel ni en los posteos de Instagram. No entran en el vivo de TikTok ni en el grito de Caputo. Esos están solos, mirando cómo la política discute cargos mientras el país se les deshace entre los dedos. Y mientras todo eso pasa, Milei sigue gritándole a fantasmas. No hay plan, no hay red, no hay compasión. Solo un presidente encerrado en sí mismo, creyendo que el poder se ejerce desde el insulto. Como si el odio fuera una política pública. Por Sergio Fernández
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