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Gualeguaychu » El Dia
Fecha: 26/07/2025 16:30
La jubilación mínima en Argentina ronda los $300.000 más un bono de $70 mil. A partir de agosto, los haberes previsionales recibirán un reajuste mensual de acuerdo al porcentaje de inflación de junio. Sin embargo, con ese monto, un adulto mayor debe costear medicamentos, alimentos, alquiler, servicios y, en muchos casos, ayudar económicamente a otros miembros de su familia. Las cuentas no cierran y la situación, para la mayoría, se vuelve asfixiante. Aunque esta realidad golpea en todo el país, se expresa de maneras distintas según el territorio: mientras en Buenos Aires los jubilados se manifiestan frente al Congreso —bajo un fuerte operativo de seguridad y con episodios de represión policial—, en Gualeguaychú el reclamo adopta otro tono. También los miércoles, pero en la plaza San Martín, un grupo de adultos mayores se reúne en asamblea abierta. Con sillas, termos y tortas fritas, la protesta se transforma en un encuentro pacífico, reflexivo y profundamente humano. Es un espacio de lucha, pero también de contención colectiva. Ana María Gómez, docente jubilada de 67 años, participa desde el inicio. “Los que estamos ahí en la plaza somos los que todavía estamos de pie”, dijo en diálogo con Ahora ElDía. Su frase resume el espíritu de esas reuniones, pero también marca una frontera dolorosa: la de quienes ya no pueden salir, ni siquiera a pedir ayuda. Ana María no cobra la mínima, pero tampoco llega a fin de mes: “Mis hijos me ayudan. Sin eso no podría vivir sola. Antes salíamos a comer una pizza con amigas o hacíamos un asadito, hoy la juntada es en la plaza, para protestar”. Lo que más la angustia, no obstante, es lo que ve a su alrededor: “Hay abuelos que cobran la mínima y tienen que mantener a un hijo o a un nieto que se quedó sin trabajo, o directamente viven solos, sin ningún familiar que los ayude. Esa gente no tiene adónde ir”. La soledad es un denominador común. En las asambleas han surgido casos de personas mayores al borde del desalojo, sin una red de contención ni acceso a geriátricos estatales. “Algunos vinieron hace años a Gualeguaychú y se quedaron, pero ahora están solos ¿Qué se hace con esa gente?”, se preguntó. El acceso a la salud es otro eje crítico. Ana María tiene Iosper, pero desde el cambio al nuevo prestador OSER, cada vez le cuesta más conseguir sus medicamentos. “Estoy en un programa de largo tratamiento por tiroides y colesterol, pero termino comprando los remedios porque no me llegan. Tengo que ir mil veces a reclamar”, relató. En la plaza, otros jubilados con PAMI atraviesan situaciones similares. “Si comen, no compran lo que les recetó el médico”, resumió. La consecuencia es visible: cada vez más adultos mayores con deterioro emocional y cognitivo. “Hay gente que estaba bien y ahora te salta con cualquier cosa. Personas confundidas, irritables, que no acceden a su medicación. Hay mucha angustia. No veo una sola mejora. La gente está cada vez peor”. La plaza funciona también como refugio. “La situación es tan grave que uno se aturde. Escuchar lo que le pasa a cada uno te atraviesa”, reconoció. En uno de los últimos encuentros, cinco jóvenes en claro estado de necesidad se acercaron a pedir comida. “Se comieron tres tortas fritas cada uno. Estaban muertos de hambre. Les pedí que se quedaran a escuchar lo que hablábamos. Porque esto también los afecta a ellos”. Aunque no han recibido respuestas concretas, el grupo continúa elaborando propuestas. Hace dos meses presentaron un documento con sus reclamos, pero quedó desactualizado rápidamente. “En ese tiempo nos cambiaron el prestador de salud y empeoraron otras cosas. Todo va tan rápido que ni el diagnóstico alcanza”, explicó. También impulsan acciones solidarias. En la última asamblea recolectaron ropa y alimentos para ayudar a quienes estaban peor. “Esto no es sólo diagnóstico. Desde nuestro lugar, tratamos de hacer algo. Es un ida y vuelta”, afirmó. La preocupación por el futuro no es patrimonio exclusivo de quienes ya están jubilados. En las conversaciones que circulan cada miércoles en la plaza, también aparecen con fuerza los temores de las generaciones más jóvenes, que observan con inquietud cómo se deterioran las condiciones de vida y cómo se desvanece la idea de un retiro digno. Muchos de ellos, incluso sin haber alcanzado la edad necesaria, ya perciben que la jubilación dejó de representar una etapa de descanso merecido y se transformó en una extensión de la precariedad. Ana María lo nota cada vez con más claridad: hay personas que se acercan no sólo para acompañar, sino también para escuchar y anticipar lo que podrían vivir dentro de algunos años. “Ya hay quienes sienten miedo, porque si esto es lo que les espera, no saben cómo van a hacer”, comenta. En ese análisis compartido, el desborde emocional también se hace presente: agotamiento, ansiedad y una sensación de desprotección generalizada atraviesan a los jubilados, pero también a todos los que están apenas un paso atrás en la fila. Al finalizar, Ana María invitó a quienes quieran colaborar a acercarse a la plaza, visitar a sus abuelos o simplemente acompañarlos. Recuerda que no todo se resuelve con dinero: muchas veces alcanza con una presencia, una mano o un mate compartido.
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