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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/07/2025 04:52
¿Hay que preocuparse de que los chicos no se aburran? (Freepik) En estos tiempos, los adultos le tememos al aburrimiento. Lo evitamos con agendas apretadas, series en piloto automático, notificaciones constantes y planes cada vez más inmediatos. Esta ansiedad por tener cubierto todo el tiempo la trasladamos también a los más pequeños: el fin de semana o las vacaciones de invierno, cuando los chicos se quedan en casa con más tiempo libre, el aburrimiento aparece como una amenaza. ¿Debemos preocuparnos para que no se aburran? ¿Tenemos que proponer siempre ideas y actividades para que se entretengan? Para muchos, las vacaciones se transforman en un problema a resolver, como si el ocio no planificado fuera un error del sistema. Pero, ¿y si aburrirse no solo no es un problema, sino una oportunidad? El profundo valor del aburrimiento Durante el año escolar, los niños y niñas tienen rutinas muy estructuradas: horarios fijos, tareas, actividades extracurriculares. Las vacaciones rompen ese ritmo y abren espacios más flexibles, donde la falta de agenda puede parecer un vacío. Pero no lo es. Es justamente allí, en ese espacio sin ocupación inmediata, donde aparece la posibilidad de mirar alrededor, de conectarse con uno mismo y de explorar el mundo con otros ojos. Cuando los chicos dicen “me aburro”, en realidad están atravesando una oportunidad: la de activar su imaginación, inventar juegos, redescubrir objetos cotidianos o incluso animarse a hacer cosas nuevas por sí solos. El aburrimiento estimula la creatividad, la autonomía y la capacidad de resolver problemas. También favorece el desarrollo emocional, al ayudarlos a tolerar la frustración y a gestionar el deseo inmediato de ser entretenidos. La sobreestimulación constante puede ser contraproducente. Genera irritabilidad, ansiedad o dependencia del entretenimiento externo. Como adultos, muchas veces caemos en la tentación de llenar cada momento libre con actividades: talleres, películas, salidas, pantallas, juegos organizados. Y si bien las propuestas recreativas son bienvenidas, también es importante dejar espacio para el descanso, la calma y el juego libre. La sobreestimulación constante puede ser contraproducente. Genera irritabilidad, ansiedad o dependencia del entretenimiento externo. Aprender a estar con uno mismo es una habilidad que también se cultiva. Y las vacaciones son un buen momento para eso. No se trata de promover el abandono o la desatención, sino de acompañar sin invadir, de ofrecer presencia sin dirigir cada segundo. ¿Qué podemos hacer como adultos? En primer lugar, pensar cómo nos sentimos con nuestro propio aburrimiento. ¿Nos permitimos estar aburridos en algún momento? Estar en silencio y pensar, imaginar, escuchar nuestras propias ideas. Solo un adulto que pueda gestionar estos espacios creativos en su día a día podrá ayudar a los más pequeños a gestionar su propio aburrimiento sin ansiedad ni angustia. El aburrimiento puede ser la antesala de la aparición de una gran idea (Shutterstock) Algunas recomendaciones para amigarse con los tiempos ociosos: Validar el aburrimiento como parte natural de la vida . No hace falta resolverlo de inmediato. Pensar, disfrutar de la quietud y el silencio pueden ser la antesala de la aparición de una gran idea. Acompañar con disponibilidad, pero sin intervenir todo el tiempo . A veces, una pregunta como “¿qué se te ocurre que podés hacer?” puede disparar la creatividad de los más pequeños para encontrar la actividad que disfruten en ese momento. Ofrecer materiales simples (hojas, lápices, cartones, disfraces viejos) q ue incentiven el juego no estructurado : representar roles, contar historias, hacer dibujos, cocinar. Limitar el uso de pantallas , para no reemplazar el aburrimiento por una gratificación automática. La idea es transitar el aburrimiento con la expectativa de encontrar un quehacer que nos emocione (no que nos distraiga para matar el tiempo, esa es la gran diferencia). Conversar sobre lo que sienten: a veces, detrás del aburrimiento, de esa insatisfacción constante (no me gusta ninguna de las actividades que podría hacer, no encuentro nada que me llame la atención) hay emociones que merecen ser escuchadas. Las vacaciones de invierno no son solo un paréntesis del calendario escolar. Son una oportunidad para reconectar con el propio deseo, para recuperar el juego sin fines, para descansar de las exigencias y también —por qué no— para aburrirse un poco. Porque en ese espacio libre de estímulos constantes puede estar germinando algo valioso: la capacidad de imaginar, de crear, de habitar el tiempo propio. Y eso también es parte de crecer. (*) Silvana Cataldo es especialista en innovación educativa y Líder pedagógica del programa A leer en vivo, de Ticmas.
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