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  • El poder del lenguaje y el lenguaje del poder

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 23/07/2025 00:10

    Jorgesimonetti.com “Mi mundo se reduce a mi lenguaje” Ludwig Wittgenstein, filósofo austriaco Con el transcurrir del tiempo, el lenguaje fue adquiriendo valor decisivo entre los seres humanos. Es que la comunicación es la herramienta fundamental para la construcción de la civilización, con ideas, valores e instituciones compartidas, y, para que ésta exista, una lengua común es indispensable. Tanto así que se ha atribuido al lenguaje un valor performativo, es decir no sólo con capacidad de representación de lo existente sino también de producción de la realidad. Ya decía el filósofo austríaco Ludwig Wittgenestein, que “mi mundo se reduce a mi lenguaje”, cómo manera de describir que el lenguaje es el espejo de la realidad misma y no una mera construcción descriptiva. Para el filósofo alemán Walter Benjamin, el lenguaje dista de ser sólo una herramienta de comunicación entre humanos. La palabra no es un simple significante, un símbolo convencional, como cualquier otro, que nos permite trasmitir pensamientos. Benjamín confiere al lenguaje una nota ontológica: “nombrar algo conlleva extraer de cada cosa aquello que la hace ser tal cosa y no otra”. De tal manera, el lenguaje sirve también para conformar la realidad, para producir hechos objetivos, para generar comportamientos en las personas. “En que lugar de la escala animal nos encontramos, cuando la sociedad ha normalizado el discurso agresivo, violento y soez de quienes son titulares del poder” De allí es la íntima y profunda relación entre la política, como instrumento de transformación social, y la comunidad. Es la conexión indispensable entre la unidad, ya sea un político, un candidato, un partido, una alianza, una institución, y el conjunto social, a través del mensaje que intenta generar vínculos y adhesiones. La unidad, a través del lenguaje, es capaz de generar determinados comportamientos en lo individuos, o en determinados grupos, cuya exteriorización se manifiesta, finalmente, en ideas, emociones y propósitos compartidos. La política, como entidad comunicante, ha hecho uso y abuso del lenguaje. Así como ha sido capaz de producir liderazgos positivos, también fue instrumento de difusión de medias verdades y de mentiras totales. En política, la relación lenguaje-ideas es menos potente que la de lenguaje-emociones. Es decir, al público ya no le interesa analizar racionalmente si el mensaje político trasmite verdades o mentiras, el meollo de la cuestión es si tiene capacidad para generar emociones que movilicen. Así planteadas las cosas, es muy importante analizar el lenguaje del poder. Los totalitarismos del siglo XX han sido abonados por el discurso hegemónico, mayormente plagado de mentiras y falsedades, pero capaz de producir un efecto oclusivo en el pensamiento de las masas fanatizadas. En la política, sin el lenguaje no se puede generar adhesión, y con el lenguaje apropiado se puede lograr el apego ciego y alcanzar el grado del fanatismo irracional. “El lenguaje se ha convertido en un arma arrojadiza para el poder, que utiliza para descalificar y cancelar al otro distinto” Ahora bien, transcurrimos tiempos dónde la comunicación en general y la comunicación política en particular, a la par de haberse multiplicado hasta el infinito, se ha abreviado con cortas palabras e imágenes artificiales. Ya no es necesario hacer actos multitudinarios, las redes sociales han servido como herramientas útiles para la difusión, que generan del otro lado emoción más no racionalización. El temor a la soledad es artificialmente combatido con la compañía que generan las redes sociales, y los amigos cibernéticos nos producen la falsa sensación de “pertenecer”. Los “likes” se cotizan alto, y medimos nuestra propia autoestima por la cantidad de pulgares para arriba que recibimos. La política ha sabido servirse de esa pulsión social de falso acompañamiento. Es más, el espacio político que hoy gobierna el país, se sustenta principalmente en la generación, no sólo de una estética propia y de una idea política, sino también de un lenguaje propio. El poder, desde la cima presidencial, ha ido saturando las mentes juveniles, con un vocabulario de términos propios, plagados de palabras soeces, con intencionalidad agresiva, cancelatorias del otro distinto. “La degradación de la comunicación política no sólo es culpa del emisor, también de una sociedad que la recibe de manera acrítica” Y aquello que valorábamos en el político que hacía de la retórica un arte, hoy paga más el insulto, la agresividad, la descalificación, la degradación lingüística. No se trata sólo del discurso prolijo, éste también puede servir para convencer con falsedades, sino de la normalización de una cultura de la violencia, que tiene el potencial de progresar a otras formas más agresivas. El lenguaje, ejercido con las formas del presidente Milei, además de sus maneras incivilizadas, se transforma en un arma arrojadiza para cancelar a terceros. Si el insulto, la descalificación, la intolerancia, parte desde la cúspide del poder, y es tolerado y muchas veces aplaudido por una sociedad enajenada, que podremos esperar que suceda en otros ámbitos, como el de la educación, dónde el maestro podría enseñar con palabras soeces y agresivas y el alumno responder de la misma manera. El lenguaje tiene un poder inmenso en las relaciones humanas, y mucho más si es multiplicado por la ubicación del emisor en la escala del poder. Un presidente insultador y violento, justifica una sociedad con el mismo comportamiento. O no?

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