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» Diario Cordoba
Fecha: 21/07/2025 07:50
En Mollina, Málaga, a mediados de julio, el tiempo no pasa: se subraya. Así lo han sentido seis jóvenes escritoras cordobesas que han participado en la 28º Escuela de Jóvenes Escritores y Escritoras, una iniciativa del Centro Andaluz de las Letras que este año ha contado con la narradora e ilustradora Rosario Villajos, premio Biblioteca Breve 2023, y del poeta Abraham Guerrero Tenorio, Premio Adonáis de Poesía. Ellos han guiado a 35 jóvenes andaluces en talleres donde escribir fue mucho más que un ejercicio: fue un modo de mirar, de habitarse, de abrirse al otro. Villajos, cordobesa, aceptó el reto de trabajar con jóvenes en un espacio donde la palabra se transformaba constantemente. Lo describe como una experiencia «preciosa», aunque exigente: «Nunca había impartido talleres intensivos a personas tan jóvenes y el resultado ha sido gratificante. Digamos que les he sacado de su proceso creativo habitual para mostrarles otras posibilidades y los textos resultantes eran increíbles. Tienen más potencial del que creen». En sus clases, coincidieron estudiantes de 13 y 20 años, lo que la llevó a adaptar temas y dinámicas: «Entre las personas más pequeñas abundaban las decepciones amorosas (de pareja, amistad o familiares) y conforme avanzan en edad las temáticas son mas complejas. Lo que sí tenían la mayoría en común es una especie de presión por destacar en algo (y poder monetizarlo)», y a todos quiso transmitir que escribir no es competir ni publicar a toda costa, sino aprender a escucharse. «Intenté que se relajaran con eso, que simplemente disfrutaran de la escritura», indicó. Y este mensaje caló. Para Nube Pedrera, una de las cordobesas, la experiencia ha sido «sin duda, una de las más especiales que he vivido». Afirma que desde el primer día se sintió acogida por un grupo «increíble» que no solo comparte su misma pasión, sino que la han ayudado a crecer como persona y como escritora. Recuerda la experiencia como algo intenso, pero profundamente enriquecedor. «Cada día aprendíamos algo nuevo, y todo lo vivido me ha dejado una huella muy profunda», afirma. Más allá del aprendizaje técnico, se lleva sobre todo a las amigas «maravillosas», con las que ha compartido risas, ideas y muchas emociones. En esa misma línea, Shaniah Lorraine Bellido descubrió que, aunque no saliera con un manuscrito perfecto, sí lo hizo con algo más valioso: «Salí de ahí sabiendo algo más importante: que escribir es compartir, es desnudarse un poco frente a otros, y que, a veces, cuando tienes suerte, encuentras a personas que saben sostenerte sin interrumpir la magia». Lo que más disfrutó fue el estar en compañía de personas que compartían sus mismos intereses, pero con opiniones diferentes que enriquecieron su experiencia. María de los Ángeles Povedano, una de las participantes de mayor edad, valora que «los talleres se salían de lo convencional para forzarte a salir de tu jaula creativa. Y la gente, a pesar de una brecha de edad pronunciada, tenía una madurez y profundidad increíbles, todos hicimos buenísimas migas», afirma. Añade, además, que espera agradecer esta experiencia siendo algún día una buena escritora. Por su parte, Clara Sánchez destaca el ambiente de respeto y libertad que se respiró durante toda la semana. «Es precioso estar en un sitio donde te sientes incluido y que puedes mejorar sin que nadie se ría de tus fracasos», afirma. Destaca que todos lo ponentes que acudieron esa semana la ayudaron mucho a superarse y a ver que es capaz. Ese sentimiento lo comparte también Esther Clara García, que repetía por segundo año y que ya piensa en volver: «Se puede ir dos años como alumno y un tercero como profe echando la plaza de proyecto... Este es mi segundo y ha resultado inolvidable; no dudaré en hacer un proyecto para el año que viene, ¡a ver si hay suerte!», comenta. Dentro de todo lo bonito de la experiencia, Villajos concluye con una reflexión crítica: si bien la experiencia fue muy enriquecedora, «el grupo no es para nada representativo de todo el talento andaluz». Asegura que se encontró un grupo «de gente muy bien educada, encantadores, puede que los mejores de su clase, pero heterogéneo (y blanco)», y señala que «es probable que otros chicos y chicas con mucho talento ni se hayan enterado de este proyecto o tengan cosas más urgentes que hacer en sus casas». Y, sin embargo, algo se movió. En Mollina, esos días, la escritura dejó de ser un ejercicio solitario para ser un lenguaje compartido. Entre talleres y palabras, las voces de jóvenes andaluces se escucharon, se cruzaron y crecieron. Volvieron a casa cargados de libretas, pero también de certezas: que pueden escribir, que lo que sienten importa y que otros los entienden. «Cuando estás haciendo lo que amas con gente que vibra igual que tú, el tiempo vuela», decía una de ellas. Y tal vez ese sea el mayor logro de esta escuela: haberles regalado por unos días la certeza de estar exactamente donde tenían que estar. Suscríbete para seguir leyendo
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