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  • Amigas eternas: se conocieron en el barco que las trajo de Italia y festejan más de 70 años juntas en Paraná

    Paraná » 9digital

    Fecha: 21/07/2025 06:49

    Laura Moro y Anna Rosa Petterin son las últimas migrantes italianas de mediados del siglo XX que viven en Paraná. Su historia es, además, la de una amistad eterna. Se conocieron en el barco que zarpó a comienzos de julio de 1952 de Italia, fueron inseparables durante el viaje y una vez en suelo argentino coincidieron con la ciudad de Paraná como destino. Desde entonces, mantuvieron un vínculo único que hoy cumple 73 años. Qué te Trajo por Acá es el ciclo de AHORA dedicado a personas de otros países que eligieron a la capital de Entre Ríos para vivir. La edición de este domingo es muy especial, a su vez, por ser el Día del Amigo (en este caso, de las amigas) y por sus protagonistas. Laura es más activa, sociable, una personalidad pública. No sólo es migrante italiana: es representante en Entre Ríos del Comité de Ciudadanos Italianos en el Exterior, tarea por la cual, entre muchas actividades, fue declarada Ciudadana Honoraria de la Ciudad de Leonforte. Anna Rosa tiene una historia con mucho para contar, incluso con ribetes artísticos, pero ha cultivado un perfil bajo. De hecho, no quería dar entrevistas ni hablar frente a cámara. Hasta que Laura la convenció. Esta entrevista termina siendo, casi, un regalo mutuo por el Día de las Amigas. Estas son sus historias, que son una sola. Y sus presentes. Infancias de fábricas y viñedos Laura Moro nació en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial. El conflicto bélico forzó a su familia a mudarse desde Turín hasta Borgone di Susa, un pequeño poblado en Piamonte que hoy tiene unos 2.300 habitantes y, por aquellos años, no llegaba a los mil. Su padre había nacido en Venecia. Fue llamado como combatiente a la Primera Guerra Mundial a sus 17 años, experiencia que lo dejó mutilado de una mano. En Turín trabajaba en la industria del vidrio. Su madre también era obrera. Trabajó, entre otras, en una fábrica de cables. Luego de sus años industriales, se dedicó a ser ama de casa. Laura tuvo un hermano partisano, miembro de las milicias de resistencia contra el nazismo y el fascismo en la Europa de Adolf Hitler y Benito Mussolini. “Pensamos que había muerto y estuvimos un año sin tener noticias de él”, recuerda. Laura conserva el pasaporte de su padre El pionero en la migración fue un hermano de un cuñado de Laura, que vino a la Argentina y se asentó en Entre Ríos: en Paso de la Arena, pequeño paraje rural ubicado a unos 35 kilómetros de Paraná. Al conocer las buenas noticias sobre las oportunidades que llegaban desde el sur del mundo en los tiempos de posguerra europeos, la familia de Laura decidió emigrar hacia la Argentina. Vinieron directo a Paraná. “Mis raíces están allá. Mi segunda Patria es la Argentina y Paraná”, dice ella hoy. Anna Rosa Petterin tiene 80 años. Nació en la comuna de Lucinico, Gorizia: una ciudad que hoy suma unos 36.000 habitantes, ubicada en la región del Friuli, en la frontera con la actual Eslovenia. “Nací en medio de un bombardeo”, relata la mujer friulana. “Acá nací yo, en esta capilla”, muestra Anna Rosa en un almanaque La familia tenía viñedos. Ella aclara que no se debe pensar en cultivos de uvas como los conocidos en la Argentina, extensas plantaciones de viñas en el Cuyo, o incluso en la misma Entre Ríos. Era una pequeña parcela de tierra, pero que a los Petterin les alcanzaba para vivir. Su padre también fue llamado a combatir en la Segunda Guerra Mundial. El espanto que vivió lo decidió a emigrar. El barco El Conte Grande salió unos 10 días después de iniciado julio de 1952 del puerto de Génova. Con los empaques listos y un buen rato de espera antes del corte de amarras, las familias Moro y Petterin se desperdigaron entre camarotes, cubierta y desembarcadero. Anna Rosa y Laura se encontraron en una escalera en los muelles. Las niñas, que no pasaban los 11 años, se pusieron a jugar y no se separaron más durante las dos semanas que duró el viaje a través del Atlántico. “Nos buscábamos todos los días. Nos despedimos en Buenos Aires”, recuerda Anna Rosa. Llegadas a la Argentina, las familias se asentaron en Paraná. Don Petterin consiguió un trabajo de jardinero en una casa de calle Provincias Unidas, a dos casas de donde vive hoy Laura. Años de escuela Laura Moro cuenta, sin jactancia, que a los 15 días de llegada estaba hablando en castellano. “Los niños tienen una extraordinaria capacidad para aprender idiomas”, considera. Fue al Instituto Cristo Redentor. “Las monjas me tomaron señores exámenes”, recuerda del ingreso a la institución. Terminó el magisterio con 17 años y egresó con el título de Maestra Normal Nacional. Mantuvo la vocación docente y trabajó en escuelas toda su vida. Anna Rosa fue primero a la escuela pública Las Heras, en calle Zanni. “Me hicieron rendir pero tuve banco”, agradece. Luego se sumó a Laura en el Cristo. Según cuenta, fue convencida por una tía de su amiga. Antes de terminar la escuela Anna Rosa ya trabajaba de modista y bordadora. Con su hermana emprendieron en el centro de la ciudad un negocio que estaba en la galería San Martín, sobre la hoy Peatonal, entre calles 25 de Junio y Cervantes. Laura aclara sobre su amiga: “Anna es muy humilde. A quien le preguntes sobre las bordadoras italianas, te van a decir maravillas. Eran hadas”. De allá y de acá Al hablar de la experiencia de migrar y la nostalgia de su tierra natal, Anna explica que no añoró Italia. No descarta que en su familia haya prevalecido cierto silencio tácito (“de aquello no se habla”). Pero de todas maneras confirma: “Mi lugar está acá”. En Paraná. Volvió a Lucinico hace unos años y se trajo algunos souvenirs, como almanaques y el periódico local. Laura, a su turno, casi celebra que le “encanta volver” a Italia. “Cada vez que ahorro unos pesitos voy. Lo disfruto enormemente”. Pero aclara que nunca analizó un regreso definitivo a ‘la bota’. “La vida es una sola. Y cuando uno sufrió una vez un desarraigo no te da para volver a sufrirlo. Acá hicimos una vida serena, tranquila, pudimos mantener nuestras costumbres”, explica, enseña, agradece. Anna Rosa cita un poema que atribuye a Renata, hermana de Laura. “No somos de acá ni de allá, pero somos de acá y de allá”. La italianidad argentina Las amigas piamontesa y friulana no ocultan su orgullo ‘tano’. “En toda la Argentina hay un porcentaje de italianidad enorme”, dice Laura. Al consultarles cuáles observan como los principales rasgos italianos en la cultura argentina, comienza, sin dudas, por la comida: “la pizza, la polenta, la pasta en todas sus versiones, el buen vaso de vino”, enumera. Sigue con “la familia como valor” y completa con el afán laboral. “¿En cuántos lugares públicos y distinguidos hay apellidos italianos, en cuántos lugares de trabajo concienzudos, serios?”. Anna Rosa coincide en el apego al ‘laburo’ (“somos casi adictos al trabajo, no hay otra cosa”) y suma: “La honestidad, tu palabra”. Finalmente, al preguntarles las sensaciones que les provoca la capital entrerriana, el tono de ambas denota pertenencia y cariño. “Paraná es el lugar de uno”, sintetiza Anna Rosa. “Es mi ciudad”, define Laura, y cuenta que aún hoy se sorprende con el bienestar que le produce un rato de caminata por el Parque cerca del río.

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