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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/07/2025 04:59
El general Simón Bolívar Buckner Jr. murió en combate en la batalla de Okinawa durante la Segunda Guerra Mundial El general Simón Bolívar luchó en la Segunda Guerra Mundial y murió en combate en la isla de Okinawa, Japón, en la que fue la última y feroz gran batalla de la guerra en el Pacífico. No se trata del héroe venezolano que el 24 de julio cumpliría doscientos cuarenta y dos años, sino de un teniente general estadounidense, nieto de un admirador de Bolívar, hijo de un general confederado, que también se llamaba Simón Bolívar, y que se convirtió en un héroe discutido de la Segunda Guerra. Simón y Bolívar eran los nombres del teniente general Buckner, que agregaba el tradicional “Jr.” a su apellido para diferenciarse de su padre. La suya es una historia singular y, de no haber terminado en tragedia, pudo ser simpática. En 1823, Simón Bolívar, el auténtico y no el que invocan sus cínicos plagiarios del siglo XXI, ya era el gran héroe de la emancipación sudamericana. A lo largo de una vida prodigiosa de dos décadas, había liberado e impulsado la independencia de su tierra, de Colombia, Ecuador, Bolivia, completado la de Perú, que había empezado José de San Martín; ya se había reunido en secreto con San Martín en Guayaquil y en un año más, para diciembre de 1824, iba a triunfar en la batalla de Ayacucho, que marcó el final del dominio español en el continente. Esa vida de militar y estratega brillante, de hombre de acción decidido y de libertador que no despreciaba cierta crueldad si era necesario no despreciarla, encandiló en Munfordville, un pequeño pueblo de Kentucky, en el sureste de Estados Unidos, a Aylett Buckner y a su esposa Elizabeth, una pareja de clase media de un pueblo muy pequeño de un condado igual de pequeño. Como a don Alonso Quijano con las novelas de caballería, a Aylett Buckner le fascinaron las hazañas del héroe venezolano, de modo que cuando nació su primer hijo en ese año, 1823, lo llamó Simón Bolívar Buckner. Nieto de un admirador del libertador venezolano, Buckner Jr. fue el oficial estadounidense de más alto rango caído en la guerra Además del nombre, el recién nacido cargó sobre sus hombros un destino que parecía ineludible: ser militar. Lo fue. A sus veintitrés años luchó en la guerra entre Estados Unidos y México y luego formó parte del ejército confederado durante la Guerra de Secesión, y la perdió. Ya retirado del ejército, miembro del partido Demócrata, se metió de lleno en la vida política y fue gobernador de Kentucky; llegó incluso a ser el candidato a vicepresidente de su partido en las elecciones de 1896, que ganó el republicano William McKinley. Del primer Simón Bolívar Buckner no se podrá decir que fue un triunfador, pero sí que fue un luchador. Llevaba como lema la frase de Simón Bolívar, el héroe venezolano, que afirma: “El arte de vencer se aprende en las derrotas”, aunque lo seguía como una sombra esa otra verdad nunca asumida que sostiene que cada quien pasa a la historia como puede y no como quiere. Igual, respetó la tradición paterna. Cuando el 18 de julio de 1886 nació su primer hijo, él y su mujer, Delia Hayre Claiborne, lo llamaron Simón Bolívar Buckner Jr., al que también cargaron con otro destino ineludible: ser militar. Lo fue, y se ganó un lugar en la historia de la Segunda Guerra, un sitio modesto si se quiere, pero un sitio al fin. Simón Bolívar Buckner Jr. entró de cráneo a la vida militar, estudió en el Instituto Militar de Virginia y, cuando cumplió los dieciocho, en 1904, su papá le pidió al entonces presidente, Theodore Roosevelt, que le hiciera un lugar en la prestigiosa academia militar de West Point. Allí se graduó en la clase de 1908 y sirvió en dos campañas militares en Filipinas que terminaron con el dominio español en ese país. Durante la Primera Guerra Mundial, Buckner Jr. entrenó a los cadetes que habían sus pininos en una aviación de guerra todavía incipiente. Y cuando la guerra terminó, y durante los siguientes diecisiete años, el Simón Bolívar de Kentucky fue un excelente instructor de jóvenes aspirantes a oficiales en West Point primero, en la escuela de infantería de Fort Benning luego, en la Escuela de Comando y Estado Mayor de Ft. Leavenworth, Kansas ya ante oficiales de mayor grado, y en el Army War College de Washington D. C. Lo recordaron siempre como a un tipo riguroso, severo, templado, frugal y osado. La familia Buckner mantuvo la tradición de nombrar a sus hijos Simón Bolívar en honor al héroe sudamericano También resultó un tantín xenófobo y de desvergonzada picardía. Ya general y con mando de tropa, llegó a decir mil veces a sus soldados que si un hombre negro y una mujer esquimal engendraban un hijo, sería el ser más feo del mundo. Y, ya en la isla de Okinawa, que a modo de curiosa ironía sería su cementerio, dijo que su intención era cristianizar a los japoneses dándoles un entierro cristiano. Simón Bolívar Buckner Jr. fue ascendido a general de brigada en 1940, cuando Estados Unidos se preparaba para entrar en la guerra siempre y cuando hallara una razón ineludible. Se la dio Japón en diciembre de 1941, cuando atacó Pearl Harbor. Desde entonces, el gran frente de guerra americano se trasladó al Pacífico, pero con un ojo en Europa, decidida a vencer al nazismo. Su primer destino de general fue Alaska, como comandante del sistema de defensa de ese territorio estadounidense en el Ártico, que ya había sido reconocido en los años 30 por buques de guerra del imperio japonés. Cuando en junio de 1942 las fuerzas del emperador Hirohito tomaron las islas Kiska y Attu, el ahora mayor general Buckner se encargó de recuperarlas. La campaña fue larga y sangrienta: duró casi un año y costó muchas vidas. La estrategia de Simón Bolívar Buckner era frontal y decidida; era a matar o a morir, una ecuación en la que Buckner prefería siempre matar. La reconquista de las islas que integraban las Aleutianas, costó caro. Las bajas en los dos bandos fueron altas: murieron quinientos cuarenta y nueve soldados estadounidenses, mil ciento cuarenta y ocho resultaron heridos y otros mil ochocientos sufrieron “resfriados y otras enfermedades”, adjudicadas al estrés y a la fatiga de combate. Pero de los dos mil novecientos miembros de la guarnición japonesa, sobrevivieron sólo veintiocho. En proporción parecida se contaron las víctimas de las batallas navales y aéreas a lo largo de esa campaña. Una postal del 20 de noviembre de 1942: el general Simón Bolívar Buckner Jr. y el director general del Ferrocarril de Alaska, Otto Ohlson (Alaska History) Buckner recibió la condecoración al “servicio distinguido” y se hizo famoso entre gran parte de sus soldados. El periodista e historiador Bill Sloan, lo describe en su obra Okinawa – La última batalla: “Buck Buckner era conocido como un ‘general de soldados’, que prefería pasar el tiempo en la línea del frente que en su cuartel general y era muy respetado por sus hombres. Alto y de constitución recia, con una mata de pelo nívea, también tenía el semblante de un ‘general de generales’. Y su experiencia secundaba su aspecto”. En 1943 fue ascendido a teniente general. En julio de 1944, Buckner fue enviado a Hawai para reorganizar y encabezar el gigantesco Décimo Ejército, una fuerza compuesta por ciento dos mil hombres del ejército y ochenta y un mil del Cuerpo de Marines. En principio, esa poderosa fuerza anfibia, apoyada por portaaviones cruceros y acorazados de la Armada, tenía como misión invadir Taiwán, la China nacionalista que lideraba Chiang Kai-Shek. Pero esa operación fue cancelada por otra: la invasión a la isla de Okinawa, que resultó la batalla terrestre, naval y aérea más grande, más lenta y más sangrienta de la historia militar estadounidense. También fue la última gran batalla de la guerra contra Japón. Okinawa era para Estados Unidos una pieza estratégica en su guerra en el Pacífico. La separaban sólo quinientos cincuenta kilómetros de Japón, si era conquistada, los bombardeos a Tokio y otras ciudades vitales del imperio serían más cortos, más frecuentes y más mortales. Además, la derrota japonesa en esa isla vital sería un gran golpe moral para el enemigo. Y, acaso lo más importante, ponía a Japón a tiro de piedra para una eventual invasión de los aliados. Todo eso era conocido por los japoneses que decidieron encarar una defensa feroz de Okinawa que incluyó centenares de vuelos suicidas kamikazes contra la flota americana. La muerte de Buckner Jr. conmocionó a Estados Unidos y fue ampliamente cubierta por la prensa de la época La gran batalla de Okinawa es otra historia, durante los tres meses que duró, entre abril y julio de 1945, murieron más de doscientas mil personas, hombres, mujeres, chicos, civiles, militares, japoneses, estadounidenses o de otras nacionalidades. En junio de 2008, el monumento que recuerda en la isla a todos los muertos conocidos, contenía doscientos cuarenta mil setecientos treinta y cuatro nombres que no podían incluir a los muertos no identificados ni los considerados desaparecidos. Los japoneses no estaban dispuestos a rendirse. El alto mando imperial pretendía que los aliados invadieran Japón para luchar calle por calle, casa por casa, hasta la extinción total. De hecho, es la teoría que prevaleció entre los señores de la guerra hasta que las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945, forzaron la rendición incondicional del Imperio. Okinawa contaba con una numerosa población nativa que fue alistada como fuerza militar ante la batalla inminente. Eran sesenta y siete mil miembros del 32° Ejército y nueve mil efectivos de la Armada Imperial, apoyados por treinta y nueve mil habitantes llamados a integrar una milicia armada y mal entrenada. Mil quinientos alumnos de escuelas secundarias fueron desplazados a la primera línea del frente como miembros de las Unidades Voluntarias Hierro y Sangre; seiscientas chicas del colegio Himeruyi, y sus docentes, formaron una unidad de enfermeras y se movilizaron al frente: estaban convencidas de que el ejército japonés iba a derrotar al invasor y que todo sería cuestión de días. Así que se llevaron consigo material escolar para estudiar y regresar pronto a las aulas. Muy pocas sobrevivieron al final de la guerra. En los tres meses que duró la batalla de Okinawa, entre los primeros días de abril hasta el 22 de junio, los japoneses volaron mil novecientas misiones kamikazes, mataron a más de cinco mil marinos americanos, perdieron mil cuatrocientos sesenta y cinco aviones, más otros dos mil doscientos que fueron destruidos en tierra. El general Simón Bolívar Buckner Jr. junto al teniente general John L. DeWitt, antes de que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial La resistencia japonesa en la isla fue tan feroz como la decisión del general Simón Bolívar Buckner de atacar las defensas japonesas una a una, según su estrategia de guerra total, frontal y a muerte. Sólo las bajas japonesas en tierra sumaron ciento siete mil hombres. Las muertes estadounidenses fueron doce mil quinientas trece. Más de veinte mil soldados fueron retirados del frente por fatiga de combate, crisis nerviosas u otro tipo de males. Uno de los americanos caídos en combate fue el legendario corresponsal de guerra Ernie Pyle. La estrategia guerrera de Buckner era criticada por sus camaradas en las primeras semanas de la gran batalla. El historiador Max Hastings cita: “Los oficiales más destacados de la infantería de marina, no obstante, continuaban pensando que la dirección del general Buckner carecía de imaginación, estaba condenada al fracaso casi con seguridad y, con total certeza, iba a costar muchísimas vidas (…) “(El general de marina O. P.) Smith hizo constar su desdén por la falta de experiencia de combate de Buckner. El general, a su juicio, quitaba valor a la experiencia de la infantería de marina, que prefería ajustar la distancia de disparo con pruebas de exceso y defecto, en lugar de realizar una lluvia constante sobre las posiciones enemigas. Smith criticaba a los de tierra por defender posiciones situadas incluso a ochocientos metros de distancia de las tropas japonesas, los marines consideraban más apropiada una distancia de cien o doscientos metros”. Cuatro días antes de que Okinawa fuese declarada una isla tomada por las fuerzas aliadas, Simón Bolívar Buckner Jr. fue en su jeep, con la bandera con las tres estrellas de su grado, a inspeccionar la base de la cordillera Kunishi, recién conquistada. Era una misión peligrosa pero que mostraba el coraje, la tenacidad y la voluntad del general de estar en la zona de combate y frente al peligro, cualidades que le elogiaban hasta sus detractores. Los únicos que refunfuñaban un poco eran los propios soldados de primera línea porque sabían que su presencia atraía el fuego japonés, y Buckner no hacía nada por disimular su llegada. Además de la bandera con las tres estrellas en el jeep, Buckner lucía las mismas tres estrellas en su casco. Uno de los puestos de avanzada de la infantería de marina envió un mensaje de advertencia a la posición de Buckner: “Desde aquí vemos las tres estrellas de su casco”. El general se calzó otro, sin marcas. Simón Bolívar fue un militar, estratega y político venezolano, pilar fundamental de la independencia de lo que son hoy Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá A la una y cuarto de la tarde, el general insistió con visitar otro punto del frente, empezó a despedirse de quienes lo rodeaban y, de pronto, cayeron muy cerca cinco proyectiles japoneses, tal vez los últimos que se disparaban. Uno de ellos, de calibre desconocido, tal vez de cuarenta y siete milímetros, golpeó un desprendimiento de roca y de coral. Dos o tres de ellos, con algún fragmento de metal, se incrustaron en el pecho y en el abdomen de Buckner. Cuenta Bill Sloan en Okinawa: “Cuando el personal médico llegó hasta Buckner, sangraba demasiado como para ser evacuado, aunque sonreía y estaba semiconsciente. Un médico hizo un esfuerzo titánico por contener la sangre, pero al cabo de diez minutos Buckner estaba muerto, esbozando todavía una sonrisa en su atractivo rostro (…) Fue el oficial estadunidense de más alto rango que murió en combate en la Segunda Guerra Mundial (…) La muerte de Buckner causó conmoción en Estados Unidos, y las crónicas de su sencillo sepelio en un cementerio del ejército en Okinawa, enviadas por casi mil nuevos corresponsales de guerra que cubrían en aquel momento el único campo de batalla activo de la guerra, coparon las primeras planas de toda la nación. Los numerosos miembros de la plana mayor que asistieron al funeral vieron cómo un destacamento de fusileros disparaba una salva, seguida de una breve andanada de la artillería, mientras la bandera de las tres estrellas de Buckner ondeaba junto a la de Estados Unidos (…)”. Buckner fue ascendido a general de cuatro estrellas el 19 de julio de 1954. Estaba casado con Adele Blanc Buckner, que murió en 1988. Tuvieron tres hijos: Simón Bolívar Buckner III, Mary Blanc Buckner y William Claiborne Buckner. En Kansas vive hoy Simón Bolívar Buckner V. Tiene 34 años.
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