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    Parana » AIM Digital

    Fecha: 19/07/2025 13:52

    El concepto de justicia social se perfiló en política cuando el desarrollo capitalista hizo aparecer en el horizonte, a la vista de los grupos dominantes, el horror de la revolución. La comuna de París fue suficiente para que el clero católico se alarmara y contestara con un llamado papal a la conciliación de clases, contenido en la encíclica de 1891 Rerum Novarum. En la Argentina, las ideas del Papa León XIII y sus asesores cristalizaron en la "comunidad organizada" del peronismo inicial. Algunos entendieron que el encargado de garantizar la conciliación que alejara el peligro de la revolución era el Estado: por la fuerza según los fascistas o mediante la negociación según los liberales. La presencia dominante del Estado en la solución no fue del agrado de algunos sectores que llevados por la dinámica de los hechos exaltaron el individualismo hasta dejar el resto en sombras. El jesuita italiano Luigi Taparelli, uno de los asesores de León XIII, sostuvo: "la justicia social debe igualar de hecho a todos los hombres en lo tocante a los derechos de humanidad" Para Taparelli, la justicia social no se podía incluir ni en la justicia distributiva ni en la justicia conmutativa, los dos modos de justicia que había definido Aristóteles y retomado Tomás de Aquino. La aversión de los neoliberales a las valoraciones positivas del Estado llevó a recientes declaraciones de Javier Milei sobre el tema, que repiten las formulaciones de los que él declara sus maestros, como von Hayek, Rothbart o Sowell. Ubicados en la cresta de la ola, los neoliberales, Milei en particular, se sienten con fuerzas para enmendarle la plana al magisterio eclesiástico. Para el presidente argentino, que trata sin mucho éxito de convertirse en cabeza de los reaccionarios del mundo entero, la justicia social es "envidia más retórica, un virus que penetró en la cabeza de mucha gente y la llenó de resentimiento y odio". La envidia es un pecado para el cristianismo porque implica tristeza ante el bien ajeno. En eso se funda el argumento libertario, porque no puede dejar de ser un pecado para convertirse en una virtud. "No nos van a doblegar, nosotros conocemos las sagradas escrituras" dijo Milei metiéndose en honduras teológicas de las que posiblemente por pueda salir por sus propios medios. Milei no termina de calzarse el traje de presidente; parece tentado a adoctrinar en materia de fe más que a administrar bienes comunes. Entonces imparte lecciones sobre qué es el pecado, incluida la justicia social. El juró al asumir su cargo respetar la constitución nacional, que en el artículo 14 bis enumera derechos fundados claramente en la justicia social. ¿Entenderá a la carta magna como un texto pecaminoso? Otra de las influencias reconocidas por Milei, el economista argentino Alberto Benegas Lynch, consideró a la justicia social como la contracara de la definición “dar a cada uno lo suyo”. Por supuesto entiende que "lo suyo" de cada uno es su propiedad privada, e infiere de ahí que la justicia social va contra los mandamientos de no robar ni codiciar los bienes ajenos. Los ultraliberales no olvidan el origen eclesiástico de la justicia social y se sienten competentes para dar lecciones de catecismo al clero. Benegas y los "austríacos" se oponen cualquier forma de comunidad, porque en ella el individuo debería ceder ante el bien común. En efecto, el presidente no ha sido electo para brindar adoctrinamiento religioso, sino para administrar la cosa pública. Y sin embargo alecciona desde la tribuna sobre la idea de pecado que él se ha formado, en un exceso reñido con la república y con el buen gusto Detrás de estos argumentos debería resonar un texto de Juan Jacobo Rousseau, que invita a pensar en los polvos que han traído hasta estos lodos, pero no nos da ninguna indicación para desecarlos. El primero que, habiendo cercado un terreno, descubrió la manera de decir: Esto me pertenece, y halló gentes bastante sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Qué de crímenes, de guerras, de asesinatos, de miserias y de horrores no hubiese ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas o llenando la zanja, hubiese gritado a sus semejantes: “Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos pertenecen a todos y que la tierra no es de nadie”. De la Redacción de AIM.

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