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Crespo » Paralelo 32
Fecha: 17/07/2025 23:54
Federal, Entre Ríos. En el norte provincial, donde el mapa empieza a confundirse con la memoria, la Aldea San Isidro resiste al olvido con la fuerza del paisaje y sus gentes. Allí, entre lomadas suaves, caminos de tierra y estancias ganaderas, florece un rincón que late con vida propia: el almacén “Ave Fénix”, llamado así tras renacer de un incendio que casi lo borra del paisaje... y del alma del pueblo. Un almacén con corazón de fogón Todo comenzó en 1992, cuando Miguel Ángel Asselborn, vecino del lugar, decidió transformar una vieja quesería rural en un espacio de encuentro. Lo llamó “La Tradición”, y no era solo un bar: era cancha de bochas, era fogón, era memoria viva. Cada domingo, el lugar reunía a vecinos para compartir anécdotas, partidas de truco y meriendas infinitas que nacían al alba y terminaban cuando el último mate se lavaba. “Quería hacer un lugar para que la gente no solo venga a comprar, sino a encontrarse”, recuerda Miguel Ángel, mientras acomoda botellas en una estantería de eucalipto y señala con nostalgia las fotos rescatadas del incendio. El incendio que lo cambió todo Una chispa doméstica bastó para cambiar el rumbo. Un día cualquiera, el fuego lo devoró casi todo: maderas centenarias, cuadros, recuerdos, objetos donados por los vecinos, incluso el banco preferido de un parroquiano. Las llamas no solo quemaron paredes: quemaron parte de la historia colectiva. Sin embargo, como lo sugiere su nuevo nombre, el almacén resurgió de sus propias cenizas. Miguel Ángel, con la ayuda de amigos y vecinos, reconstruyó el espacio pieza por pieza. Cuando volvió a abrir, ya no era “La Tradición”: era el “Ave Fénix”. “El fuego no nos venció. Si la comunidad te sostiene, lo que se pierde se puede volver a construir”, dice. Una estampa viva de la ruralidad entrerriana Hoy, el “Ave Fénix” conserva su fachada de chapa ondulada y el alma intacta. En las estanterías hay de todo: yerba, dulces caseros, embutidos, golosinas, damajuanas de vino, herramientas de campo. Los saludos son cálidos, el fiado se anota en cuadernos y los clientes no se apuran en irse: en este almacén se viene a comprar... y a quedarse. A un costado, la cancha de bochas sigue convocando a jóvenes y veteranos. Es terreno sagrado. Allí se celebra, se discute, se aplaude y se comparte la vida. Bajo las lámparas que cuelgan como luciérnagas, el ruido seco de las bochas sobre el suelo de tierra compacta es música conocida. “Cuando alguien emboca una buena jugada, no se aplaude solo por el punto. Se aplaude por la historia que trae ese gesto”, explica uno de los habituales. Identidad rural que resiste Aldea San Isidro es más que un punto en el mapa. Es una comunidad rural viva, con tradiciones que no se exhiben, sino que se practican. Desde la escuela agrotécnica Divina Providencia —faro educativo de la zona— hasta las tareas compartidas en las estancias vecinas, todo en esta colonia gringa respira una identidad forjada en el trabajo, la tierra y la memoria. “Acá la historia no está en los libros. Está en cada vecino que entra, en cada bochazo, en cada charla con mate”, resume Miguel Ángel con una sonrisa. Donde arde la memoria y florece el futuro Cuando cae la tarde en San Isidro y el sol se derrama sobre los espinillos en flor, el Ave Fénix se vuelve más que un almacén: se convierte en un símbolo de lo que no se rinde. En tiempos donde lo virtual lo invade todo, en este rincón perdido de la Selva de Montiel, el vínculo humano sigue siendo el mejor bien de consumo. Y uno entiende entonces que el Fénix no volvió a volar. Nunca había dejado de hacerlo.
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