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  • La reunión de los “tres grandes” que dio inicio a la posguerra: el nuevo mapa de Europa y la sombra de la bomba nuclear

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 17/07/2025 03:11

    Stalin, Churchill y Truman frente a la prensa que cubría la Conferencia de Potsdam En julio de 1945, tres meses después de terminada la Segunda Guerra Mundial, los llamados “tres grandes” ya no lo eran. Del espíritu que había unido al presidente de Estados Unidos, al primer ministro del Reino Unido y al secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética en un esfuerzo común para acabar con el nazismo, con Adolfo Hitler y con la Alemania que había sojuzgado a Europa durante casi una década, quedaba poco: sólo el deseo de fijar las reglas de la posguerra y decidir cómo terminar con el imperio japonés que seguía en una lucha salvaje y perdida. El comienzo de la posguerra Los Tres Grandes eran, habían sido, Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill y José Stalin. Habían decidido el destino de la guerra y en buena parte el de Europa en dos anteriores conferencias célebres, las de Teherán y Yalta. Pero Roosevelt había muerto en abril, casi sobre el triunfo aliado sobre Hitler, y la presidencia americana estaba ahora en manos de Harry Truman; Churchill, el hombre que había luchado solo contra los nazis durante los dos años iniciales de la Segunda Guerra, había sido derrotado en las elecciones británicas del 5 de junio y el cargo de primer ministro estaría ahora en manos de Clement Attle, un laborista al que Churchill detestaba con pasión; el único hombre fuerte que seguía aferrado al poder, a sangre y fuego, era Stalin. La conferencia que habían decidido celebrar entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945 en Potsdam, Alemania, el territorio del vencido, ya no iba a ser igual a las anteriores. Igual, iba a definir el mapa de Europa, iba a imponer condiciones durísimas a Japón, antes y después de su rendición, y abriría las puertas amplias y peligrosas de la Guerra Fría. Pero fue la última cita. Los “tres Grandes” no volvieron a reunirse nunca más. Truman llevaba apenas tres meses en la Casa Blanca, había sido el vice de Roosevelt y era el funcionario más desinformado sobre el curso de la guerra; sabía poco y nada del desarrollo de la bomba atómica, que estaba a punto de ser probada con éxito en Nuevo México donde se desarrollaba el Proyecto Manhattan bajo la dirección del físico Robert Oppenheimer. El flamante presidente aprendió rápido y bien. Del proyecto atómico lo enteró Henry Stimson, el secretario de Guerra que había sido de Roosevelt y seguía en su cargo junto a Truman. El equipo político de la secretaría de Estado en manos de Edward Stettinius Jr., lo había enterado de las ambiciones de Stalin de dominar Europa y de la necesidad de frenar las ambiciones del dictador soviético. Con eso, y poco más, Truman viajó a Potsdam. Churchill había sido desalojado del 10 de Downing Street en una decisión del electorado británico que el primer ministro pareció comprender con un sorprendido dolor. Cuando su mujer se quejó de la ingratitud del electorado británico, Churchill le dijo: “Yo no lo llamaría ingratitud: lo han pasado muy mal…” Igual, estaba devastado. Los resultados de las elecciones del 5 de junio eran irreversibles. Pero hubo que esperar los resultados de los votos británicos en el exterior, en el mundo de la Commonwealth, que no iban a modificar nada, pero que serían conocidos el 26 de julio, nueve días después del inicio de la conferencia de Potsdam. De esa forma, Churchill se aseguró compartir con Truman y Stalin esos primeros días para, luego, el 25, regresar a Inglaterra: Attlee, flamante primer ministro, ocuparía su lugar. La mesa en la que los "tres grandes" se repartieron Europa tras derrotar a Hitler en la Segunda Guerra Mundial El escenario elegido para la conferencia cargaba con un fuerte contenido simbólico. Potsdam era una ciudad histórica de Alemania, a unos veinticinco kilómetros al suroeste de Berlín La habían llamado “la segunda capital de Alemania”, su población había sido diezmada cuando la guerra de los Treinta Años entre 1618 y 1548: el emperador Guillermo II había firmado en esa ciudad la declaración que desencadenó la Primera Guerra Mundial y fue en Potsdam donde en marzo de 1933, dos meses después de hacerse con el poder, Adolfo Hitler había estrechado la mano del presidente alemán, Paul von Hindenburg en lo que pasó a la historia como el “Día de Potsdam”, que simbolizó la alianza entre el poder militar alemán y el nazismo. La ciudad, bombardeada por los aliados entre el 14 y el 15 de abril de 1945, había quedado en ruinas y había sido elegida por los soviéticos para instalar a sus tropas que habían entrado triunfantes en Berlín. Los acuerdos de Potsdam ¿Qué acordaron los Tres Grandes en Potsdam? Establecer una autoridad suprema “inter aliada”, dividir Alemania y Austria en cuatro zonas de ocupación: estadounidense en el sudoeste, británica en el noroeste, francesa en el oeste y soviética en el este, y hacer lo mismo con las dos capitales, Berlín y Viena; implementar un plan conocido como el de “Las cuatro D”, desnazificación, desmilitarización, descentralización y democratización, lo que implicaba disolver todas las organizaciones nazis políticas y civiles y perseguir y castigar a los criminales de guerra; disolver las organizaciones militares y paramilitares del nazismo, desarticular la industria armamentista y los grandes conglomerados industriales creados para la guerra; legalizar los antiguos y nuevos partidos políticos y los sindicatos que habían sido borrados por el nazismo; celebrar elecciones y restaurar las libertades civiles; demandar a Alemania el pago de reparaciones de guerra que los aliados calcularon en doscientos mil millones de dólares de 1945, de los que Alemania debía pagar veinte mil millones en productos industriales y mano de obra. La deuda nunca fue pagada en aras de la reconstrucción de ese país, tal vez incluso en favor de la unidad europea y, en especial, por los sacudones que iba a provocar la Guerra Fría. Antes de regresar a Gran Bretaña para pasar a ser el jefe de la oposición, Churchill firmó junto a Truman y al presidente del gobierno de la China no comunista, Chiang Kai-Shek, una declaración que exigía la rendición incondicional de Japón bajo condiciones durísimas. Después de amenazar al imperio japonés con la aniquilación, la declaración exponía cuáles eran las condiciones delas potencias aliadas. Entre otras cosas decía: “Los siguientes son nuestros términos. No nos desviaremos de ellos. No hay alternativas. No toleraremos demoras. (…) Debe eliminarse para siempre la autoridad e influencia de quienes han engañado y extraviado al pueblo de Japón (…) Insistimos en que un nuevo orden de paz, seguridad y justicia será imposible hasta que el militarismo irresponsable sea eliminado, expulsado del mundo. (…) Los puntos del territorio japonés que designen los Aliados se ocuparán para asegurar el logro de los objetivos básicos que aquí establecemos. (…) No pretendemos que los japoneses sean esclavizados como raza o destruidos como nación, pero se impondrá severa justicia a todos los criminales de guerra, incluidos aquellos que han infligido crueldades a nuestros prisioneros. (…) A Japón se le permitirá mantener aquellas industrias que sostenga su economía y permitan la exacción de justas reparaciones, pero no aquellas que le permitan volver a armarse para la guerra. (…) Hacemos un llamado al gobierno de Japón para que proclame ahora la rendición incondicional de todas las fuerzas armadas japonesas. (…) La alternativa para Japón es la destrucción rápida y total”. En el medio de la conferencia de Potsdam flotaba el poder, todavía desconocido, de la bomba atómica, que también condicionó en parte la conferencia. Stalin, Truman y Churchill en otro momento de la Conferencia de Potsdam Berlín, después de la guerra Truman y Churchill llegaron a Alemania el mismo día, 16 de julio. Los dos, por separado, decidieron recorrer Berlín, la destruida ex capital del Reich. Evoca Churchill en sus “Memorias”: “La ciudad no era más que un montón de ruinas. (…) Entramos en la Cancillería, y después de pasear largo rato por sus deshechas galerías y salones, nuestros guías rusos nos condujeron al refugio antiaéreo de Hitler. Bajé hasta el último piso y vi la habitación en que él y su amante se suicidaron, y cuando volvimos a subir nos enseñaron el lugar en que su cuerpo había sido quemado (…)” A la hora en que Truman y Churchill recorrían Berlín, siempre guiados por las tropas soviéticas que la habían conquistado, en el desierto de Álamo Gordo, Nuevo México, se había producido el primer estallido nuclear de la historia. Un grupo de científicos, invitados especiales y tropas de la base aérea estadounidense, protegidos por un muro de cemento a más de diez mil metros de una columna de acero clavada en medio de la nada, habían quedado deslumbrados por una luz cegadora a la que siguió una nube en forma de hongo que se elevó a más de trece mil metros de altura y a la que le adjudicaron un poder destructivo similar a veinte mil toneladas de TNT. Los efectos de la radiación todavía no se habían medido. La tarde del día siguiente, martes 17, mientras preparaba el primero de sus encuentros con Churchill y con Stalin, Truman recibió un telegrama en clave que anunciaba: “El niño ha nacido bien”. El “niño” era “Little Boy”, el nombre en clave de la bomba. Poco después, el secretario de Guerra, Henry Stimson, fue hasta el palacio en ruinas que hospedaba a la delegación británica para ver a Churchill antes de que lo viese Truman. Churchill evoca en sus “Memorias”: “Por la tarde, Stimson estuvo en mi casa y me puso un telegrama que decía: ‘El niño ha nacido bien’. Así fue como me enteré de que algo extraordinario acababa de suceder. ‘Significa –me dijo– que el experimento del desierto de México ha tenido éxito. La bomba atómica es una realidad”. En paralelo a Potsdam, Estados Unidos se aprestaba a arrojar la primera bomba nuclear sobre Hiroshima El 18 de julio fue un día de intensa actividad para los tres líderes mundiales. Truman recibió un informe técnico sobre el resultado del estallido nuclear. Era devastador, la gigantesca columna de acero que había sostenido la bomba durante el experimento se había evaporado, mientras un enorme huracán de fuego arrasaba todo lo que hallaba a su paso, las estructuras armadas para calibrar el poder de la bomba, los vehículos militares en desuso, la escasa vegetación natural y todo rastro de vida animal. Ese día, Truman confió a Churchill su intención de lanzar la bomba contra Japón. Churchill jamás había dudado ni de las intenciones del presidente americano, ni de la decisión de resistir del imperio de Hirohito. Anotó entre sus apuntes: “Habíamos previsto una desesperada resistencia de los japoneses, que lucharían hasta la muerte con devoción de samurái, no solo en grandes combates, sino en combates de hombre a hombre en cada zanja y en cada metro de su territorio”. El día de Truman había sido intenso: Stalin había ido a visitarlo sin aviso y fuera del riguroso horario establecido para los plenarios de la conferencia. El presidente estadounidense anotó luego en su diario: “Pocos minutos antes de las doce, levanté la vista del escritorio y allí estaba Stalin, en la puerta. Me puse de pie y avancé para encontrarme con él. Extendió la mano y sonrió. Yo hice lo mismo. Temblamos... y nos sentamos”. Más allá de los temblores, el ruso y el americano almorzaron, brindaron junto a sus asesores por el triunfo contra los nazis y posaron para las fotos. Por la noche, Truman escribió en su diario: “Puedo lidiar con Stalin. Es honesto, pero inteligente como el infierno”. La discordancia entre honestidad e inteligencia fue una curiosa especulación de Truman. Stalin, Truman y Churchill recorrieron la Berlín tras la derrota del nazismo El origen de la primera bomba nuclear Al presidente americano lo atenazaba una duda: ¿había que decirle a Stalin que Estados Unidos disponía de una bomba atómica? Truman le pidió consejo a Churchill. La noche de ese mismo miércoles 18, Churchill cenó con Stalin con la sola compañía de sus intérpretes, el mayor Arthur Herbert Birse y Vladimir Nikolayevich Pavlov; entre las doce y media de la noche y la una de la mañana, cuenta Churchill “estuvimos charlando alegremente sin tocar ningún tema crucial”. Antes o después de esa cena, el primer ministro británico le dio una respuesta a Truman sobre su aparente problema de conciencia que lo impelía a informar al soviético de la nueva y poderosa arma con la que contaba Estados Unidos. También preparó una nota para su gabinete que decía: “El Presidente (por Truman) me ha enseñado varios telegramas sobre el reciente experimento y me ha preguntado mi opinión sobre si debemos decírselo a los rusos. Parecía decidido a hacerlo, pero me pidió consejo sobre el momento más conveniente para ello, y dijo que creía que lo mejor sería decírselo al final de la Conferencia. Yo le he dicho que si estaba decidido a revelárselo, lo mejor sería decir que el experimento era una cosa nueva, de la que tanto él como nosotros acabábamos de tener noticia. Así tendríamos una buena respuesta a la pregunta: ‘¿Y cómo no nos dijeron ustedes antes?’ Pareció agradarle esta idea y la estudiará. Yo no rechacé en nombre del Gobierno británico su propuesta de exponer simplemente el hecho de que teníamos el arma. Reiteró su decisión de no divulgar ningún detalle”. El 24 de julio, todavía con la conferencia en marcha paro en la víspera de la partida de Churchill que renunciaba como primer ministro, y de la llegada del Clement Attlee, Truman aprobó los planes para arrojar cuanto antes una bomba atómica sobre Japón, que se negaba a la rendición incondicional. La orden establecía: “El Grupo Mixto 209 de la 20ª Fuerza Aérea arrojará la primera bomba especial tan pronto el estado del tiempo permita el bombardeo visual, en cualquier momento después del 3 de agosto de 1945, sobre uno de los siguientes blancos: Hiroshima, Kokura, Niigata o Nagasaki”. Ese mismo día 24, Truman decidió revelarle a Stalin sólo una parte de la verdad y hasta eligió el tono, el momento y las palabras que iba a usar: sería algo casual, en medio de una charla informal, después del plenario del día. Al día siguiente, 25, ya terminadas las deliberaciones diarias. Truman llamó aparte a Stalin y conversaron, intérpretes por medio, sobre los acuerdos y disensos del día. Fue entonces cuando, como en una especie de confidencia, aunque con cierta indiferencia, dijo a Stalin que Estados Unidos había desarrollado una nueva bomba, más poderosa que las conocidas y de “una inusual fuerza destructiva”. Eso fue todo. Stalin se reunió con Truman y se enteró de que Estados Unidos había llegado a tener su primera bomba nuclear (AP) Stalin no pareció muy impresionado por la noticia. Cerca de ambos, los ojos avizores de Churchill lo registraban todo. Escribiría luego en sus “Memorias”: “Sabía lo que se proponía revelar el Presidente y era vital medir el efecto que la noticia ejercería sobre Stalin. Pareció quedar encantado. ‘¡Una nueva bomba! ¡De un poder extraordinario! ¡Probablemente decisiva en la guerra contra el Japón! ¡Qué suerte!’ Esta fue la impresión que saqué en aquel momento. Estoy seguro de que Stalin no tenía la menor idea de la importancia de lo que acababa de oír (…) Si hubiera tenido alguna idea de la revolución que se estaba produciendo en los asuntos mundiales, su reacción hubiera sido muy distinta (…) Pero su rostro permaneció alegre y cordial y la conversación entre los dos gobernantes llegó pronto a su fin. Mientras esperábamos nuestros coches, me encontré junto a Truman: ‘¿Cómo fue la cosa?’, le pregunté. ‘No me hizo ninguna pregunta, respondió’. (…)” Stalin no precisaba hacer preguntas: no lo sabía todo, pero sí sabía del desarrollo del “Proyecto Manhattan”, en qué consistía y qué implicaba, porque se lo habían adelantado sus espías, o los simpatizantes de la URSS que tenían acceso a esos planes porque trabajaban en ellos, como Klaus Fuchs, un físico y doctor en Filosofía que había sido miembro del Partido Comunista de Alemania en los peligrosos días del ascenso al poder de Hitler. Stalin podía ignorar el poder devastador de la bomba americana, pero a su regreso a Moscú ordenó activar el plan todavía embrionario, destinado a desarrollar una bomba atómica soviética, un proyecto ultra secreto que no conocían, ni imaginaban, Truman y Churchill. La llegada de Clement Attlee a Potsdam convirtió a Churchill en lo que ya era: un ex primer ministro. Regresó a Gran Bretaña el 25 de julio por la tarde. La Conferencia de Potsdam, terminó el 2 de agosto. Ese mismo día, a bordo del crucero “Augusta” que lo llevaba de regreso a Estados Unidos, Truman ordenó usar la bomba atómica sobre Japón. Fue la primera decisión política y militar que nacía del diálogo entre “los tres grandes” en la que había sido la famosa capital imperial alemana y ahora era solo ruinas. Tres días después, el 5 de agosto, “Little Boy”, estaba ya instalada en el compartimento de bombas del B-29 que iba a dejarla caer sobre Hiroshima, una fortaleza volante que llevaba el nombre “Enola Gay”, que era el de la madre del piloto, Paul Tibbets. El 6 de agosto, la primera bomba atómica cayó sobre Hiroshima. La segunda, cayó tres días después sobre Nagasaki. Así empezó a terminar la Segunda Guerra Mundial.

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