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» El Ciudadano
Fecha: 15/07/2025 08:58
Miguel Passarini Un clima de fiesta, la alegría de unos días compartidos con el teatro como gran protagonista, esa experiencia humana intransferible y ancestral que conserva su poder original de fenómeno vivo en tiempos de tecnologías diversas y modernidad líquida, pero sobre todo, en tiempos de retrocesos simbólicos, políticos y obviamente culturales. El Festival de Teatro de Rafaela (FTR), realizado con el aporte del municipio local y el Ministerio de Cultura de Santa Fe, además del acompañamiento de algunas empresas privadas, entre más, transitó de martes a domingo su 20ª edición ya no como un encuentro que expande su trama sino como la trama misma y el soporte ideal de un recorte bello y posible de las escénicas del país, con la presentación de 30 espectáculos de poéticas diversas en seis jornadas, casi 60 funciones y una subsede, Suardi, que también hace historia. Además, como también es tradición, sumó una serie de valiosas actividades especiales, todas gratuitas, y casi 20 mil espectadores que colmaron cada función, en todos los casos con entradas agotadas, con la convicción de que es el mejor festival en su tipo a nivel nacional, de proyección internacional, donde la reflexión también tiene un lugar importante cada mañana de esos que ya no quedan, en las clásicas y plurales Rondas de Devoluciones donde periodistas, críticos, artistas y público potencian y cruzan sus miradas hablando y escuchándose, casi una rareza en la Argentina del presente. Rondas de DevolucionesPero sobre todo, como cada año, el FTR permitió una serie de recorridos donde estratégicamente aparecen, gracias a una programación estudiada y con grandes aciertos, cuestiones temáticas como género, diversidad y derechos humanos, transitadas desde lugares donde la actuación se vuelve signo, significante y acontecimiento. Al mismo tiempo, el encuentro se convirtió en un gran acontecimiento político. En el contexto de un país donde el Estado desaparece día a día, se reivindicó luego de cada función la necesidad de preservar al Instituto Nacional del Teatro (INT), el gran motor de las escénicas a nivel nacional hasta diciembre de 2023, creado por la Ley Nacional de Teatro 24.800 de 1997, que llegó oportunamente para cambiar la historia teatral del país y hoy ve con gran preocupación el Decreto 345/2025, del que se pide su derogación en forma unánime, publicado en mayo pasado por el gobierno nacional, que entre muchas otras cosas le quita al INT su autarquía y su conducción federal y centraliza su manejo desde la Secretaría de Cultura de la nación. Elegir bien, esa es la cuestión En el contexto de una programación diversa en términos poéticos y con una gran claridad a la hora de plantear objetivos, el FTR, con la dirección artística de Gustavo Mondino al frente de un equipo muy valioso, ofreció desde la belleza del lambe lambe hasta la destreza de los trabajos de calle, y desde la potencia de materiales de sala que transitan problemáticas del presente hasta los eventos atravesados por las lógicas de lo performático a lo que se suman las potencialidades de los Laboratorios de Creación Escénica que este año concretaron su quinta edición, para confirmar uno de los lugares más interesantes del encuentro en lo que respecta a lo gestado de forma específica dentro y para el festival que luego se expande como espacio de formación y experimentación para los artistas locales y el público. En una larga lista donde en su totalidad cada propuesta sumó valor y calidad a la muestra, y en un recorrido que sobrevuela la grilla oficial, podría pensarse que en primer lugar aparece un trabajo como Seré (Caba), un material inquietante que inaugura una nueva forma de pensar los hechos y las consecuencias vinculados con la última dictadura cívico-militar en la Argentina. A partir de una idea de Lautaro Delgado Tymruk, también a cargo del trabajo en escena, en una tarea compartida con Sofía Brito, este espectáculo de teatro documental-performático que entre más pasó por el último FIBA pone en escena y en tensión a un actor que es “tomado” por una voz, la del testimonio de Guillermo Fernández de 1985, durante el Juicio a las Juntas Militares sobre su secuestro, las atrocidades que le tocó vivir y finalmente la fuga de la siniestra Mansión Seré, centro clandestino de detención, donde se conjugan una serie de planos, formas, lenguajes, objetos, ventriloquia y magia, todo a partir de la tarea de un actor descomunal, que es acompañado por la dramaturgia lumínica de Ricardo Sica, al frente de un gran equipo. Si de planos e ideas estalladas se trata, otra de las obras notables de la grilla fue Los bienes visibles (Caba), con dramaturgia y dirección de Juan Pablo Gómez, quien ya ha transitado con sus obras el FTR en varias ediciones. Definido como un “drama sonoro”, el estallido de la propuesta también es por planos, en un espacio múltiple que no reniega de la tecnología y los recursos posdramáticos, donde un grupo de actores, cantantes y músicos abren una maraña de vínculos y desnudan el dolor y la tragedia del paso del tiempo, a través de dos hermanos que asisten al ocaso de su padre, donde se ponen en cuestión la vejez, la decrepitud y la ausencia o la pérdida de los recuerdos, con las inquietantes presencias en escena de Anabella Bacigalupo, Patricio Aramburu, Carolina Saade, Andrés Granier, Agustina Reinaudo, Guadalupe Otheguy y Enrique Amido. En el mismo sentido, desde la capital santafesina llegó al FTR Flota. Rapsodia santafesina, de la Compañía Hasta las Manos, una conmocionante distopía de las escénicas pensadas a partir de los títeres y objetos, que desde las lógicas del teatro documental se mete y mete a las y los espectadores adentro de la trágica inundación de la ciudad de Santa Fe de 2003, poniendo luz y contando verdades que estuvieron ocultas por intereses políticos, sin dejar de lado la poesía e incluso cierto humor y belleza a pesar de la crudeza y la conmoción que provoca el relato y la construcción de un espacio articulado. Flota. Rapsodia santafesina es un material gestado en el marco de la edición 2024 de la Comedia de la Universidad Nacional del Litoral, con dirección general de Javier Swedzky junto a Sebastián Santa Cruz, la dramaturgia es de Swedzky, Santa Cruz, Mónica Álvarez y Juan y Mauel Venturini, estos tres últimos también intérpretes y manipuladores de objetos en escena. Siguiendo con las lógicas de lo documental, otros dos trabajos que llegaron de Caba también son el resultado de la provocación del cruce de lenguajes y la bajada de línea acerca de la diversidad y lo disidente. De este modo, con Ha muerto un puto, el talentoso Gustavo Tarrío exhuma la historia del escritor Carlos Correas, cuya carrera se trunca a partir del cuento “La narración de la historia”, considerado el primer relato homosexual de la literatura argentina, donde, desde el terreno de lo musical que tan bien conoce y transita, con las actuaciones de María Laura Alemán, Vero Geréz y David Gudiño, propone tres formas de ver y de dar cuerpo, profundidad y destino a la historia de Correas, donde se mesclan el cine, la literatura y la televisión argentina de los años 90 en un tono bizarro y por momentos oscuro y doloroso. Y en la misma línea, aparece Patti Smith, una de las recientes biografías documentales de Patricio Abadi, que se sitúa en un momento bisagra de la vida de la poeta y cantante, precisamente en 1989, en el día de la muerte de quien fuera su pareja y compañero de vida, el fotógrafo y artista plástico Robert Mapplethorpe, sin duda otro de los trabajos inquietantes de esta edición, donde la actriz y performer Ivana Zacharski es quien lleva a las y los espectadores a través de un viaje tan lisérgico como el de aquellos años en Nueva York, entre La Fábrica de Warhol, el Hotel Chelsea, la música, los poetas de allá y acá, el descubrimiento de un deseo incontrolable y la llegada inexorable de la muerte. Como un destello que arribó desde el sur del país (precisamente desde El Bolsón y con el apoyo del gobierno de Río Negro), una versión de Ante, del notable dramaturgo croata Ivor Martinic, por la Compañía Teatro Casero, con dirección del maestro porteño Guillermo Cacace, también se reveló como otra de las experiencias singulares de esta edición, por su concepción del espacio, donde todo transcurre alrededor de una mesa; la disposición del público (con algunos sentados a esa mesa), que asisten a la diatriba de un niño llamado Ante, en el día de su cumpleaños número 12, quien no acepta que su padre rehaga su vida tras la muerte de su madre acontecida años atrás. Tragedia, música, dolor y también un humor nostálgico y doloroso acontecen de la mano de la actuación, en la confianza absoluta de su despliegue, de su poder y de su multiplicidad más allá de las formas o edades de los cuerpos que la habitan, con el complejo y por momentos deslumbrante trabajo en escena de Guido Arena, Romina Giorgi, Dario Levin, Natalia Manuel y Marta Roger. También de otras latitudes, en este caso de Córdoba, arribó a Rafaela un clásico que además se volvió un clásico en si mismo de la cartelera cordobesa y del resto del país. Se trata de la singularísima versión de Las tres hermanas, de Chejov, en versión y bajo la dirección de David Piccotto, estrenada en 2012 y con funciones que la traen hasta el presente. Si de formas alternativas se trata, como uno de los laboratorios, llegó a Rafaela Todo lo que está a mi lado, la conocida experiencia performática de calle de Fernando Rubio. Con carácter de instalación o intervención urbana, la obra transita un mismo texto breve que es narrado por siente actrices (en este caso, todas de Rafaela y dentro del referido proceso de laboratorio) en la intimidad de una cama a la que ingresa el espectador para compartir una instancia donde, cara a cara y ambos con la cabeza en la almohada, el texto va del sentido profundo de la interprete a desplegar desde esa intimidad el imaginario de cada uno de los espectadores. Entre más, también dentro de las lógicas de lo documental, aparece Mensajes a pobladores rurales (Caba), sobre un modo de comunicación que pareciera extinguirse, una creación de Ana Laura Suarez Cassino, y dos obras de producción rafaelina que se revelan como dos hallazgos. Por un lado, Una canción para siempre, de Gustavo Mondino, una comedia dramática sobre un grupo de amigos y una serie de revelaciones en una misma noche de alcohol y música, del grupo La Máscara. Y por otro, Rentera o la primera cena, una comedia negra que dialoga con el presente en términos políticos, de Nicolás Monutti, por el grupo De Contra. Finalmente, entre otros trabajos, aparece la breve y extremadamente poética experiencia de teatro lambe lambe (de manipulación de objetos dentro de una caja), El niño fantasma, de Pablo Aguiar, por Alquimia Títeres de Capitán Bermúdez, acerca de algunas problemáticas de la infancia, donde la síntesis, la belleza del cuento que le dio origen, el poder del relato, el talento en la manipulación de los objetos en miniatura y una serie de bellos detalles ponen a un único espectador, por unos pocos minutos, en otra dimensión, en un presente donde la poesía, la idea de un cuento o una historia que conmueva e incluso los silencios frente a tanto grito e improperio, se vuelve algo tan imprescindible como conmovedor.
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