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  • El Gordo Dan solo hace pop: Daniel Parisini, un salame con inquietudes

    » Misionesparatodos

    Fecha: 14/07/2025 16:48

    El Gordo Dan solo hace pop. Un tuit amenazante es el síntoma de una estrategia: correr los límites de lo decible como la puerta a un giro autoritario que es más que una insinuación. 1 Mientras el gobierno de Javier Milei tenía lo que podría considerarse su peor día desde la perspectiva de la institucionalidad, en medio de una derrota demoledora en el Congreso, casi en simultáneo a que el presidente Milei hablaba de un camino que incluía el veto y la judicialización de las leyes aprobadas por otro de los poderes del Estado y tildaba de “hijos de puta” a los gobernadores, uno de sus voceros, el Gordo Dan, tuiteaba que había llegado la hora de sacar “los tanques a la calle. Es ahora”. No fue el único. En una especie de catarata más o menos planificada, el youtuber Fran Fijap daba un paso más hacia adelante y pedía “dinamitar el Congreso, con los diputados y senadores adentro”. Más de una voz del oficialismo alzó el tono en un mensaje que viene insinuándose. Cuando la realidad se presenta en el camino de la ultraderecha –no solo en Argentina–, cuando las instituciones funcionan como control, como límite, la opción es salirse de ella. Lo de Dan habla de un estado de cosas. De algo que está en el corazón de las derechas extremas en el mundo: correr el límite es una metodología política. Tensar la cuerda, ver qué pasa. Esperar una reacción y, a partir de ahí, jugar más al borde. Lo que sucedió es mucho más que un llamado de atención. Y no debe en absoluto tomarse frívolamente. 2 Aun a través de elecciones se puede salir de la democracia. Hay más de un teórico que postula este tipo de ideas. Tomemos un ejemplo entre muchos otros posibles. El de Hans-Hermann Hoppe, uno de los padres intelectuales de Javier Milei y el de la escuela paleolibertaria. Como dice la revista Le Grand Continent: “Su obra más citada en la esfera de la neorreacción sigue siendo, sin duda, Democracy: the God that Failed (2001), que reúne y amplía una serie de intervenciones realizadas en el Mises Institute, en Auburn (Alabama). Este libro ha ejercido una influencia considerable, tanto en los círculos de la alt-right como en el ecosistema neorreaccionario”. 3 Lo que es teoría, la experiencia global demuestra que también es praxis política. Correr el límite es una estrategia. El historiador y filósofo italiano Steven Forti señala ese trabajo doble: por un lado, desdemonializarse y por el otro ir probando hasta dónde es posible ir más allá: “Alguien se preguntará, quizá, por qué le doy supuestamente tanta importancia a la ultraderecha de las dos primeras décadas del siglo XXI. La respuesta es doble. Por un lado, porque la percepción que tengo es que en muchos casos no hemos aún entendido bien qué es. (…) La ultraderecha, en suma, no desaparecerá de un día para otro porque las razones que explican su surgimiento y avance dependen de los cambios profundos que han vivido, están viviendo y vivirán nuestras sociedades. 4 Micky Vainilla, el personaje de Diego Capusotto y Pedro Saborido, solía repetir: “Yo solo hago pop para divertirme”. En el medio, colaba todos los discursos de odio posibles. La derecha extrema dice, como al pasar, cosas que hasta hace poco participaban de lo inaceptable. El insulto, así, no solo es mecanismo psicológico. También es la delimitación de un “ellos” y un “nosotros”. 5 Un mecanismo que aplicó el Gobierno hasta ahora fue un uso “creativo”, parecido a lo que hizo con el equilibrio fiscal, con la potencialidad democrática. No exactamente un “hecha la ley, hecha la trampa”, sino una aplicación de vetos, debilidades morales de los legisladores, la suma de látigo y de billetera (en la que siguió la secuencia de otros gobiernos, por cierto). 6 El politólogo Alberto Ades escribió un artículo en La Nación en el que se pregunta: “¿Es posible impulsar una transformación radical priorizando la urgencia de resultados sobre los mecanismos tradicionales de diálogo y, al mismo tiempo, sostenerse dentro de los márgenes constitucionales?”. Y agrega: “La convicción fundante del mileísmo es que la Argentina ya no admite reformas graduales; que el reformismo clásico, basado en el consenso, ha fracasado. El sistema político ha demostrado ser más hábil en metabolizar los cambios que en sostenerlos: las reformas se diluyen, se negocian hasta volverse inofensivas y, finalmente, se revierten. Para Milei, solo hay una manera de hacerlas efectivas: ir a fondo. Que duelan, sí, pero que produzcan resultados antes de que puedan ser desactivadas”. 7 La derrota en el Senado y la reacción (enunciada desde los días previos por el propio Milei y Luis Caputo) revelan que la idea de hacer transformaciones antes que el resto de la sociedad reaccione es una parte. La otra es la aplicación de una política que no incluye la democracia como una parte esencial del asunto. Una estrategia que esta semana tuvo un paso más hacia adelante. 8 El filósofo Jacques Rancière escribió un libro que preanuncia este estado de cosas. Su título es lo suficientemente explicativo: El odio a la democracia. Allí se lee: “El doble discurso sobre la democracia no es nuevo, ciertamente. Nos hemos habituados a escuchar que la democracia era el peor de los gobiernos con excepción de todos los demás. Pero el nuevo sentimiento antidemocrático propone una versión más perturbadora de la fórmula. El gobierno democrático es malo, nos dice, cuando se deja corromper por la sociedad democrática, que quiere que todos sean iguales y que todas las diferencias sean respetadas. Es bueno, por el contrario, cuando moviliza a los individuos reblandecidos de la sociedad democrática con la energía de la guerra que defiende los valores de la civilización, que son los de la lucha de civilizaciones. El nuevo odio a la democracia puede entonces resumirse en una tesis simple: no hay más que una democracia buena, la que reprime la catástrofe de la civilización democrática”. 9 Bolsonaro, Orban, la misma Giorgia Meloni y mucho más Donald Trump y J.D. Vance (el ala más ideológica de su gobierno) hacen uso continuo de este método. El antídoto quizá consista en que la oposición no caiga en tentaciones similares. A veces, los “che Milei”, por ejemplo, suenan más a mecanismo de defensa que a opción política. Decisionismo no es sinónimo de autoritarismo. Quizá se trate de todo lo contrario. Por Pablo Helman-Perfil

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