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  • La segunda generación de migrantes en España se planta ante las acusaciones de Vox: “Los extranjeros sostenemos el país, somos uno más”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 14/07/2025 06:39

    Decenas de personas durante una marcha por el décimo aniversario de la tragedia del Tarajal, Ceuta, en 2024. (Europa Press) Mientras el Partido Popular asumía hace una semana su nuevo ideario, donde prometía endurecer las políticas migratorias, la ultraderecha seguía la estela más trumpista posible. El lunes, la diputada y portavoz de Vox, Rocío de Meer, defendía un discurso xenófobo y aseguraba que deportaría a cerca de “ocho millones” de migrantes que “no se han adaptado” a las costumbres españolas y que “en muchísimos casos, han protagonizado escenas de inseguridad”. También incluyó a los de ‘segunda generación’, los nacidos en España o llegados con menos de 12 años. “Si de 47 millones de habitantes que tiene nuestro país, más o menos siete, o más de siete, porque tenemos que tener en cuenta la segunda generación, ocho millones, son personas que han venido de diferentes orígenes en un muy corto periodo de tiempo, por lo tanto, es extraordinariamente difícil que puedan adaptarse a nuestros usos y costumbres”, decía Rocío de Meer. Más tarde, el dirigente de Vox, Santiago Abascal, salió a matizar sus palabras: “Son todos los que hayan venido a delinquir. Todos los que pretendan imponer una religión extraña. Todos los que maltraten o menosprecien a las mujeres. Todos los que hayan venido a vivir del esfuerzo de los demás. Y todos los menas, porque los menores tienen que estar con sus padres”. En la actualidad hay 9,3 millones de personas residentes en España que nacieron en el extranjero. De hecho, los latinoamericanos superan el 47% del total. Según los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística (INE), ya en el año 2021 alrededor de 2,65 millones de personas nacidas en España tenían al menos un progenitor extranjero, lo que representa el 6,5% de la población. Este porcentaje supera el 30% entre los menores de tres años. “Sin migrantes, España se va al carajo” Lina Montoya (Colombia, 1999) es, hoy, una de esas migrantes de segunda generación. Llegó a Madrid en el año 2000, con apenas cinco meses. Sus padres querían buscar “algo mejor”, y no por necesidad, sino porque “aspiraban a más”. En 1992, su padre abandonó la ciudad colombiana de Pereira, al noroeste del país —ciudad con casi medio millón de habitantes— para trasladarse a Madrid. Ocho años más tarde, tras volver a su ciudad natal, él y su mujer volvieron a España de manera definitiva con su hija recién nacida. Cuando se le pregunta por su nacionalidad, Montoya, que la tiene doble desde su nacimiento, duda en responder: “No sabría decidir por un lado o por otro”, responde a este medio. Pese a que se ha criado con las costumbres españolas en el barrio de Aluche de Madrid —y tiene acento madrileño—, explica que, aunque debería decir que es “española”, porque a ojos legales lo es, no le sale. “Estoy orgullosa de la parte colombiana que tengo y que mantengo viva”, relata. Eso es gracias a sus padres: “Si hubieran adoptado totalmente las costumbres españolas de las que tanto habla Vox —que no sé a qué costumbres se refiere, si a echarse la siesta, comer paella o algún otro cliché de esos—, creo que esa parte la hubiera perdido”, reflexiona. En su casa, se mantienen tanto el acento como las expresiones colombianas. “Cuando hablo con mis padres me sale el acento, también cuando hablo con mi abuela o cuando he viajado a Colombia. Me suena raro porque yo tengo el acento de aquí muy marcado, pero se me pega el tono, el canturreo, que le llamo yo, de mi ciudad”. De puertas para fuera se crio en un colegio concertado con españoles, y todos sus amigos y su círculo cercano también son españoles. Su cultura es española. Pero como tantos otros inmigrantes, su sentimiento de arraigo hacia sus dos países hace que esté en el limbo. “Me sentiría rara diciendo que soy española porque no lo veo así, pero tampoco me sentiría cómoda diciendo que soy colombiana”, afirma. Pascaline Diatta tiene 35 años y no sabe si su regreso desde España a Senegal le traerá un futuro repleto de patatas o de cebollas. Lo que sí tiene claro es que espera volver con conocimientos y experiencia bajo el brazo. Diatta, oriunda de Ziguinchor, en la región de Casamance (sur senegalés), participó en las jornadas de formación ofrecidas la pasada semana en Dakar por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Respecto a las declaraciones de De Meer, tiene clara su postura: “Si España se queda sin esas ‘ocho millones de personas’, el país se va al carajo. Actualmente, muchísima gente extranjera sostiene el país, al final somos uno más”. Y como explica, pese a que “no hay que generalizar nunca”, señala que muchos trabajadores de la construcción son extranjeros, también los que se dedican a la atención a la dependencia o incluso a la recogida agrícola. “Muchos españoles no se quieren dedicar a eso, pero estas personas que vienen por necesidad se agarran a lo que pueden”, apunta la joven, que es Técnica Superior en Educación Infantil y actualmente estudia un grado de Educación Social. El último informe anual del Banco de España señala que los migrantes han sido clave para cubrir la demanda de sectores donde había necesidad de mano de obra: entre finales de 2019 y finales de 2024, en torno a un 76% de todos los puestos de trabajo creados en España han sido ocupados por personas nacidas fuera. “En un contexto de notable creación de empleo, la economía española se vio beneficiada por un significativo incremento poblacional, gracias a unos flujos de inmigración elevados”, apunta el informe. “Aquí también entra, por ejemplo, el discurso racista de los de Vox: ‘Nos quitan los espacios, nos quitan los trabajos’. No es que nos se está quitando nada, es que hay gente que no quiere dedicarse a eso porque está mal pagado. La culpa no es de los extranjeros que vienen, es de los que tienen el dinero y explotan a los trabajadores”, finaliza Montoya. Algunos de los dirigentes de Vox tienen al menos un progenitor extranjero, como su vicepresidente Ignacio Garriga (de padre con ascendencia belga y madre de origen ecuatoguineano); el portavoz en el Ayuntamiento, Javier Ortega Smith (de padre español y madre argentina) o la exportavoz del partido en la Asamblea de Madrid, Rocío Monasterio (de padre cubano y madre española, con doble nacionalidad). “Si yo me fuera a Cuba, es como si me quitaran la mitad de mi vida” Otro caso es el de Sirena (La Habana, 2002) —nombre ficticio para la elaboración de este artículo—. Llegó a la provincia de Málaga de la mayor de las Antillas hace una década, cuando tenía 12 años, después de que su madre y su padrastro tantearan durante varios años, yendo y viniendo, si España era un buen lugar para ella. Antes de cumplir los 18 ya tenía ambas nacionalidades, la cubana y la española. “Mi madre desde que llegó ha estado trabajando durante muchos años para poder tener su casa. Todo lo que yo tengo en España me lo han dado ella y mi padrastro”, relata, y añade que con políticas como las de la ultraderecha, “es destruir todo lo que la gente se ha currado para tener un futuro mejor”. “Yo me voy de Cuba porque es un país donde no hay futuro, falta comida, falta luz… Mi madre me trajo porque quería lo mejor para mí”, sentencia. Vox quiere que Ayuso examine a los menores migrantes de la cadera y la clavícula para que no mientan sobre su edad. Pese a sus raíces, considera que conecta “mucho con la cultura andaluza y la cultura malagueña” porque “el sentimiento es muy parecido al cubano”, aunque reconoce que le costó tiempo integrarse, e incluso llegó a renegar de su cultura. “Empecé en un colegio concertado y me hacían mucho bullying por mi acento. Adaptarlo al español fue una manera de integrarme”. “Quería parecerme lo más posible a la gente de España para que no pudieran usarlo contra mí. Cambié muchas cosas de mí para poder adaptarme y me da mucha pena haber perdido eso”, finaliza. A su lado se encuentra Carmen, su prima, de 26 años, que, pese a no pertenecer a la segunda generación, cuenta que llegó a España hace casi ocho años. Lo hizo sola. Primero llegó a Italia y más tarde a nuestro país. Tras comenzar a trabajar, primero en negro y posteriormente regularizada, —ya tiene la ciudadanía española—, asegura que “se siente española” porque se “identifica mucho con la cultura y la gente de aquí”. “Hay mucha gente que, como yo, ha venido muy joven, ha levantado todo con mucho esfuerzo. Este país lo levantan los migrantes. Si yo me fuera a Cuba es como si me quitaran la mitad de mi vida”, afirma.

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