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  • El reposo

    » Diario Cordoba

    Fecha: 09/07/2025 00:05

    Italia es mucho más que histrionismo, arte y sotanas. Es la zona cero del mal de Stendhal, ese reservorio que atolondró al escritor francés, apabullado en Florencia de tanta belleza. Pero también es una tierra de volcanes, un telurismo capilar que alimenta el temperamento de los transalpinos, sobre todo los del sur. Los habitantes de la bahía de Nápoles cabalgan y conviven sobre el tigre: cualquier día explosionará esa sulfurosa fumarola para rendirle los honores al padre Vesubio y sumarse al magmático aquelarre que hoy mantienen vivo el Etna y el Strómboli. Hay también muchos volcanes extintos en la península itálica, transformados en lagos y domeñados por la geología y la batalla de los hombres, que asentaron sus palacios sobre esa placidez lacustre. En el borde del lago Bracciano ostentó su poder la familia Orsini, cuyo más singular representante fue fabulado por Manuel Mujica Lainez para recrear en ‘Bomarzo’ el esplendor del Renacimiento; el esotérico lago Nemi fue mancillado por la arrogancia. Mussolini ordenó vaciarlo como una alberca para localizar los restos de la legendaria barcaza de Calígula. Pero es el lago Albano el que incita más atención, pues en su recortada cresta se asienta Castel Gandolfo, los perfiles de una tiara sobre el crepuscular paisaje del Lacio. Hay que ser muy valiente para enfrentarse al estigma de la humildad. León XIV ha querido recuperar los veraneos en Castel Gandolfo. Aunque sea un recurso literario, te imaginas al personal de servicio oreando las sábanas que cubrían el mobiliario de las estancias papales. Ha habido santos estilitas y también Francisco prefirió calzarse los rigores romanos del ferragosto. Bergoglio no renunció a la ‘res publica’ -era casi imposible con su adn argentino- pero hizo cierta ostentación de la sencillez. Quizá Robert Prevost quiera manifestar que la Iglesia es de este mundo; y que al igual que los Windsor poseen su Balmoral; o que los Borbones españoles su Marivent -añorado el esplendor mallorquín, como las fiestas de Escarlata en los Doce Robles-, también el obispo de Roma tiene su residencia de verano. A Castel Gandolfo se viene a reposar, en algunos casos de manera eterna, pues Pío XII y Pablo VI murieron en esta residencia. Quizá León XIV quiera recuperar el ‘corpore sano’ de Wotjyla y su predilección por el senderismo; o los paseos clandestinos de Juan XXIII, con alguna que otra posta en una heladería para tentar a la santidad. Por muchas cacofonías retro que nos asaltan, no volverán los Estados pontificios. Pero la diplomacia vaticana se está preparando para esta fruición de imperialismo que ya se ha inoculado en las potencias mundiales, así como un enquistamiento en el poder del que nosotros no somos ajenos. Más que un verano caliente, necesitamos que se materialice el reposo del guerrero. Y, por qué no: un pontífice también tiene derecho al veraneo. *Licenciado en Derecho, graduado en Ciencias Ambientales y escrito

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