08/07/2025 16:01
08/07/2025 16:01
08/07/2025 16:01
08/07/2025 16:01
08/07/2025 16:01
08/07/2025 16:01
08/07/2025 16:00
08/07/2025 16:00
08/07/2025 16:00
08/07/2025 16:00
» Misionesopina
Fecha: 08/07/2025 11:22
El domingo 6 de julio será una fecha inolvidable para Paolo Benedetto y Andrea Klevestan. No solo por el nacimiento de su hija Génesis sino porque llegó al mundo de forma inesperada, a las 13.40, con apenas 30 semanas de gestación y 1,260 kilogramos de peso. La historia comenzó unos días antes, el miércoles 2, Andrea fue internada en la habitación 502 del Sanatorio Boratti luego de fisurar bolsa. Los médicos decidieron aguardar hasta la semana 34 para practicar una cesárea, pero el plan se desvió abruptamente. “Ella se quejaba, pero no tenía contracciones ni dilatación”, recuerda Paolo. Los días pasaban, el cuerpo de su compañera pedía respuestas y el domingo, tras el almuerzo, todo cambió. “Me dijo que sentía como ganas de ir de cuerpo. Le puse la chata, y ahí empezó a gritar fuerte que le dolía, que le dolía”, cuenta con la voz aún temblorosa. Lo que siguió fue un momento de desesperación, de esos que parecen salidos de una película, pero que esta vez era real. La enfermera que llegó a la habitación minimizó los síntomas, le dijo que el bebé se movía y tenía poco líquido, pero ella gritó "ya viene, ya viene"; Paolo vio algo que cambió todo: “Cuando miro para abajo, estaba la cabecita de la criatura. Casi me muero”. Pidió ayuda. La enfermera llamó para avisar que llegó prematura y salió corriendo de la habitación a buscar a un médico. Paolo se quedó solo con su pareja, en medio de un parto inesperado. Pero no se paralizó. “No sabía qué hacer, lo único que hice fue pedirle a Dios que me dé una mano. Le dije a ella: ‘vos pujá que yo le recibo a mi hija’”. Y lo hizo. Con el corazón acelerado, con las manos temblando y con una mezcla de terror y fe, Paolo tomó en brazos a Génesis, que nació cubierta de líquido y sin llorar. “Le giré para que escupa lo que tenía, no sé cómo lo hice. Le empecé a hacer una resucitación, le frotaba el pechito, le decía: ‘vení con papá, quédate con papá’. Estaba moradita. Hasta que tosió. Y ahí sentí que volvió el alma al cuerpo”. "Fue Dios el que me guió", dijo. Minutos después, llegaron los profesionales, cortaron el cordón umbilical y llevaron a Génesis a la sala de neonatología. Desde ese instante, ella pelea su propia batalla por crecer, por respirar, por vivir. “Está en neo. Ahora solo esperamos que evolucione. Se llama Génesis, el nombre le puso su mamá porque es un nuevo comienzo para todos nosotros”, cuenta Paolo, con un hilo de emoción en la voz. Esta historia no habla de estadísticas, ni de diagnósticos. Habla del amor en estado puro. Del instinto, del coraje y de la conexión inexplicable entre un padre y su hija, aún antes de que pueda hablar, caminar o abrir completamente los ojos. Paolo no tuvo tiempo de prepararse. Pero cuando más se lo necesitó, estuvo ahí. Y Génesis, con apenas 1,260 kg, encontró el primer refugio del mundo en los brazos de su papá. En medio de las luces frías de un sanatorio y el miedo latente de un parto anticipado, brilló un milagro silencioso. Uno que solo necesita una palabra para explicarse: amor.
Ver noticia original