08/07/2025 11:13
08/07/2025 11:13
08/07/2025 11:13
08/07/2025 11:13
08/07/2025 11:12
08/07/2025 11:12
08/07/2025 11:12
08/07/2025 11:12
08/07/2025 11:12
08/07/2025 11:12
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 08/07/2025 04:38
Las lágrimas de Pelusa tras la final (Photo by Omar TORRES / AFP) “La Copa del Mundo me la van a tener que arrancar”. Esa frase le pertenece a Diego Maradona. La fue repitiendo muchas veces en la recta final hacia el torneo y durante el desarrollo de Italia ’90. Parecía que no la iba a tener más en su poder después del debut infortunado con Camerún, en el descolorido empate con Rumania o tras el primer tiempo con Brasil, cuando estuvimos para el papelón. Pero ese equipo se fue sobreponiendo a todas las vallas que le sembraba el destino: lesiones, rendimientos por debajo de lo esperado y las bajas por las tarjetas amarillas y rojas. Maradona sentía a ese trofeo como una parte de su ser. Por eso las lágrimas. Ese cuadro desconsolado, con la medalla plateada colgando de su cuello, y él sufriendo, ante el lacerante regocijo del estadio al verlo así en la pantalla gigante. Argentina era un noble subcampeón. Así lo reconoció la gente que salió a las calles a festejar como si la copa siguiese en las manos del capitán. Por primera vez en la historia de los Mundiales se repetía una final. En el alma del equipo habían pasado mucho más que cuatro años desde la gloria del estadio Azteca y ya no quedaba casi nada. O lo más importante: el sentido de pertenencia, la pasión por esa camiseta que no conoce de diagnósticos médicos o frases motivacionales. Es difícil recordar otra final en Copas del Mundo con tantas diferencias, en la previa, entre los adversarios. Alemania llegaba con el paso firme, sumando cuatro victorias y dos empates, con 14 goles a favor y 5 en contra. Sin bajas entre sus titulares y con la sed de revancha, no solo del ’86, ya que también había caído en el partido decisivo de España ’82. El equipo de Bilardo sumaba dos triunfos, tres empates y una derrota, con 5 tantos convertidos y 3 recibidos. Pero el principal problema eran los ausentes… Ese diagnóstico dio Marcelo Araujo en la apertura de la transmisión por ATC: “Cuál sería su pensamiento si de repente se entera que en el equipo alemán no van a estar Brehme, Littbarski o Klinsmann. Lamentablemente, eso es simplemente una fantasía, una actitud para comprar lo que está ocurriendo en el equipo argentino que no tendrá a Olarticoechea, Giusti y Caniggia”. El penal que sancionó Codesal en la final de Italia 90 Aquel desaliento inicial, justo un mes antes, el 8 de junio frente a Camerún, se había transformado a partir de la increíble victoria ante Brasil. Fueron dos semanas en las que no se hablaba de otra cosa en cualquier esquina, bar, oficina o colegio. Todos sentíamos que era posible volver a ser campeones y que Dios, definitivamente, había demostrado que era argentino. Por cualquier calle que uno caminase, era envuelto por la canción, la más icónica (en mi opinión) de la historia de los Mundiales. La misma que sigue siendo símbolo, 35 años después, y que nos emociona de solo escuchar sus primeros acordes. La gente ya estaba agradecida de antemano. Queríamos ganar, pero sabíamos que se había llegado más allá de las posibilidades. En esa dirección fueron las palabras de Víctor Hugo Morales por radio Continental a poco del pitazo inicial: “Ya no falta nada. Dígame la verdad, con la mano en el corazón, como nos gusta decirnos las cosas, ustedes oyentes y nosotros que estamos de este lado. Y sin embargo estamos del mismo lado. Dígame la verdad, porque no quiero que usted sea ingrato, como tampoco quiero serlo yo. ¿Usted soñó que íbamos a llegar al 8 de julio de 1990 a jugar la final? Dígame la verdad, en el living de su casa, un poco más tranquilo, pensará que ya estamos hechos. Y es verdad, ya estamos hechos, acaso sea la única ventaja. Para los alemanes perder hoy es imposible. ¿Dónde se meten? ¿Cómo vuelven? Ellos no pueden perder. Usted va a salir a la calle, se cruzará con alguien y va a decir: ‘Estuvo bastante bien lo del Mundial’. Si señor, estará muy bien”. El Doctor Bilardo no tenía muchos futbolistas disponibles para afrontar el máximo desafío y así lo recordó: “El verdadero inconveniente residía en que las lesiones, expulsiones y amonestaciones nos habían aniquilado. Sin Giusti, Batista y Olarticoechea no pudimos armar un buen mediocampo, y sin Caniggia, perdíamos potencia arriba. Además, Ruggeri, Burruchaga y Maradona seguían lastimados. Con esa dolorosa realidad, planteamos el partido que más nos convenía, formando un equipo donde abundaban los defensores, porque no me quedaban más mediocampistas”. El Narigón no iba a cambiar jamás su esquema 3-5-2, aunque tuviera que adaptar a algunos futbolistas a funciones no usuales. Goycochea fue el arquero, Simón el líbero con Ruggeri y Serrizuela como stoppers. Lorenzo actuó de lateral volante por la derecha y Sensini del otro lado, con el Pepe Basualdo como mediocampista central. Más adelantados Troglio y Burruchaga, unos metros delante de ellos, Maradona y el Galgo Dezotti. El equipo de la final. Néstor Lorenzo, José Serrizuela, Sergio Goycochea, Juan Simón y Diego Maradona. Abajo: Jorge Burruchaga, Gustavo Dezzoti, Néstor Sensini, José Basualdo y Pedro Troglio En el momento de los himnos, con Argentina luciendo la camiseta alternativa azul, se volvieron a escuchar los silbidos para el nuestro. Diego no dudó en insultarlos cuando lo tomaba la cámara, en este caso acompañado por Goycochea, que también le dedicó unas palabras al público romano. Argentina sabía que tenía que intentar aquietar el ritmo infernal de los alemanes, tratando de tener la pelota y hacerla circular entre los mediocampistas, aguardando alguna genialidad de un Diego en clara inferioridad física. José Basualdo fue de los pocos que actuó en los siete partidos del torneo y así rememoró aquella jornada: “Durante el Mundial estuve en varias posiciones. Contra Rusia fui por izquierda, porque había uno de ellos que actuaba en Alemania y Bilardo sabía que yo lo conocía. En la semi con Italia actué a la derecha para controlar a Donadoni y en la final con Alemania como volante central, porque entre suspendidos y lesionados, no teníamos a nadie en ese lugar. En la previa, Bilardo dijo unas palabras que me quedaron: ‘Son solo 22 jugadores cada cuatro años los privilegiados’”. Como era previsible, Alemania fue el dominador de las acciones, pero sin generar grandes riesgos en el área nacional. Apenas un disparo de Littbarski que se fue por arriba del travesaño y un par de remates desde afuera, sin potencia, que controló Goyco con facilidad. Diego tuvo una, sobre el final de la etapa, con un tiro libre ideal para su zurda. Ahí nos acomodamos en el sillón, sintiendo que podía ser. Pero ese Maradona distaba mucho de ser Maradona, y su disparo se perdió lejos y sin dirección. El momento de la famosa jugada de Sensini contra Voeller, cuando Codesal sancionó penal Para el segundo tiempo, sorprendió el ingreso de Monzón por Ruggeri. El doctor Carlos Bilardo lo describió en su autobiografía: “Para que Oscar pidiera salir, encima en una final, estimo que el dolor de la pubialgia debió ser terrorífico, como una tortura. Recuerdo que me dijo: ‘Carlos, no es que no puedo jugar, directamente no puedo caminar’". En los primeros minutos de la segunda etapa se vio lo mejor de Alemania, con un derechazo de Littbarski que pasó muy cerca del poste derecho y un cabezazo de Berthold por arriba del travesaño desde el borde del área chica. Pero sobre todo con la aparición en soledad de Augenthaler, el líbero, mano a mano con Goycochea. Dominó la pelota y cuando lo quiso gambetear, quedó la sensación que el arquero lo había enganchado. El árbitro Edgardo Codesal, al lado de la maniobra, dijo no. Los que pocos recuerdan es que el balón llegó a los pies de Troglio quien, inexplicablemente, pateó hacia el arco vacío, salvando Monzón sobre la línea uno de los goles en contra más insólitos. El delicado equilibrio que venía manteniendo Argentina se desmembró a los 65 cuando Monzón vio la tarjeta roja por una violenta infracción sobre Klinsmann. Fue la primera expulsión en una final en la historia de los Mundiales. Sin embargo, el árbitro volvió a ignorar otro penal, ahora a favor de Argentina, cuando Matthaeus lo enganchó a Gabriel Calderón, quien había ingresado por Burruchaga. Faltaban apenas 5 minutos. Argentina parecía un náufrago que empezaba a avizorar la orilla con forma de alargue, la antesala de los penales. Allí llegó la famosa jugada que será discutida por todos los tiempos: gran pase al claro de Matthaeus para Voeller y Sensini fue abajo para interceptar; así nos recordó una maniobra que lo acompañará por siempre: “Fue una final muy particular, porque llegamos tocados, pero no fuimos superados por Alemania. Siempre digo que podés quedar en la historia por lo positivo como Burruchaga en el ’86 o en lo negativo como yo en el ’90 (risas). Fue un episodio puntual y muy discutible, donde el árbitro Edgardo Codesal hasta el día de hoy sostiene que fue penal. Creo que, si hubiese existido el VAR en ese campeonato del mundo, hasta hoy estarían revisando la jugada de lo polémica que fue”. Edgardo Codesal, desde bastante lejos, sancionó sin dudar el punto penal, pese a las airadas protestas de los jugadores argentinos. ¿Podría una vez más el Vasco Goycochea vestirse de héroe? De esta manera lo recuerda: “El encargado de los penales en Alemania era Matthaeus. Pero, en la final, quien se hizo cargo fue Brehme, el lateral izquierdo, un jugador de enorme categoría. En la definición de la semifinal contra Inglaterra, pateó de zurda. Por eso me llamó la atención que se parase como diestro para la ejecución. Y así lo hizo, colocándola justo contra el poste, bien rasante. Pensé que lo iba a patear en chanfle hacía arriba, por eso, si yo llego a arrancar hacia abajo, quizá lo podía atajar”. Brehme, a punto de convertir el gol de la final Alemania festejó ese 1-0 que sabía a la perfección, Argentina no podía remontarlo. Solo quedó tiempo para una tarjeta roja más, que recibió el Galgo Dezzoti, por agredir a Kohler. La furia de los muchachos dirigidos por Bilardo ya era total. Lo rodearon, le gritaron y dijeron de todo, hasta que amonestó a Maradona. Llegó el final, con la fiesta de ellos y la tristeza nuestra. Como una mueca del destino, el único de los campeones de México que quedaba en la cancha era Diego. Enseguida la gente salió a la calle. A agradecer a un equipo que había sido una perfecta síntesis del argentino promedio, que sabe salir del paso con lo que tiene, rebuscándoselas para seguir en la pelea, sin importar demasiado las adversidades. Fueron varias horas de algarabía, pese al frío de aquel anochecer de julio. Los jugadores no esperaban el inmenso y justo recibimiento que se les tributó al día siguiente. Sergio Goycochea lo evoca: “Después del bajón de haber perdido la final, era inimaginable para nosotros tener el recibimiento que nos dio la gente. Fue una locura desde Ezeiza y en todo el trayecto hasta la casa de gobierno, en el que tardamos cinco horas y media, con el público desbordando las calles. No existía la comunicación que tenemos ahora. Recuerdo que, en ese momento, algunos móviles de las radios nos seguían y, a partir de esa información, la gente salía de sus casas para saludarnos. Fue muy emocionante. Y, sobre todo para mí, que estaba en un momento único. Creo que me desagarré el brazo de tanto saludar (risas). Fue una experiencia tener que aprender a ser popular. Aparecen muchas situaciones que no sabés como manejar, como fue el tema de las notas. No quería quedar mal con nadie, pero me sobrepasó y tuve que irme a vivir a un hotel”. Sigue José Basualdo: “Más allá de la derrota, me siento un agradecido eterno por aquello y por el recibimiento. Es algo que perduró en la gente. Al día de hoy se sigue mirando más Italia ’90 que México ’86 y no sé por qué. Quizás por lo que pasó con el himno, por Diego que jugó lesionado, porque nos enfrentamos a toda Italia. Estuve en los siete partidos y es un orgullo latente”. Roberto Sensini continúa: “Me quedé con la tranquilidad, como el resto de mis compañeros, de que lo habíamos dado todo y eso fue lo que reconoció la gente que nos fue a recibir y acompañó para festejar en Casa de Gobierno”. Así llegó el final un torneo irrepetible, en el que Argentina fue como campeón defensor y sorpresivamente, parecía que se volvía en primera rueda y luego, del mismo modo, alcanzó la final. El último Mundial emitido por un solo canal, con cifras de rating astronómicas, que son inimaginables 35 años después. Las estrategias de Bilardo, las corridas y goles de Caniggia, la nobleza de Diego más allá del tobillo maltrecho y las atajadas de Goyco, se sumaron a un plantel que dejó todo en cada cancha. Mostrando que la celeste y blanca era su segunda piel. Por eso, 35 años después, sigue causando la misma emoción. Maradona y Bilardo, en el balcón de la Casa de Gobierno al día siguiente de la final
Ver noticia original