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» Diario Cordoba
Fecha: 07/07/2025 18:15
La mañana tuve que descabellarla. Pequé de falta de convicción, removí las ascuas sin fe, y pagué las consecuencias. Asumido el fiasco, recogí mis aparejos y me fui. El calor convertía la calle en un tiroteo. Me pegaba a las fachadas con sombra como un suicida arrepentido. La gente aceleraba el paso. En verano, se va de un aire acondicionado a otro. A las trincheras las llaman ahora refugios climáticos. Pero una idea alteró mi rumbo. Entonces corté mi camino. En un arrebato inesperado de pundonor, me negué a dar por perdida la jornada, y entré en la taberna La Fuenseca, calle Juan Rufo. Los adoquines achicharraban, pero dentro se podía respirar tranquilo. Me apoyé en la barra y pedí una cerveza. En ese momento reparé en algo: nunca había entrado solo a una taberna (estas columnas suelo encontrarlas temprano, en cafeterías). Intenté comportarme con naturalidad, como movido por una costumbre. Sin embargo, Jesús, el tabernerno (o camisero o juez de la Audiencia Nacional, según le dé), me preguntó nada más verme: «¿Eres periodista?». Uno se piensa que cuida al menos su apariencia, pero no siempre lo consigue. A mi lado, un malagueño empezó a hablarme o empecé a hablarle yo. Confesé que escuchaba flamenco sin conocimiento ni método, que lo disfrutaba por intuición. Jesús echa de menos eso, me dijo; ahora siempre está pendiente del fallo. Las guitarras iban de mano en mano. El que parecía estar allí de paso sorprendía cantando Corazón loco, con emoción en la garganta y temple en la mano que sujetaba la caña. Se cantaba, se declamaba, se improvisaba. Tan pronto se remataba un cante con un olé como con un gol de España: el flamenco también lleva chanclas. Saqué mi libreta, que era más fiable que mi memoria. «A mí me gusta escribir», me dijo el que estaba a mi izquierda. Le pregunté el qué, y me respondió: «Escribir, ya está, escribir». Cogió un papel y dibujó una eme trazando arabescos. Asentí, y lo último que se me ocurrió aquel día fue grabar todo aquello con el móvil. A veces tenemos las cosas demasiado cerca como para verlas. Aquel rincón estaba al lado de mi casa, pero yo no era de allí, aunque en algún momento me llamaron «el nuevo». No quería molestar, no quería romper nada, como si hubiese que tratar con cuidado el lugar, como si todo aquello fuera frágil. Luego advertí mi ingenuidad. Esa barra va camino de cumplir los dos siglos: la taberna La Fuenseca llegó antes que la calle. Gracias a ese respaldo, los que están allí tienen la cabeza en el presente, no en el siguiente paso. Llámalo oasis o paréntesis. Gol de España. *Escritor
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