04/07/2025 14:31
04/07/2025 14:30
04/07/2025 14:30
04/07/2025 14:30
04/07/2025 14:30
04/07/2025 14:30
04/07/2025 14:30
04/07/2025 14:30
04/07/2025 14:30
04/07/2025 14:30
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/07/2025 04:31
El jefe de la Gestapo de Lyon nació el 25 de octubre de 1913 y murió condenado a perpetua en una cárcel francesa, luego de ser capturado en Bolivia bajo una identidad falsa, el 25 de septiembre de 1991. (Caretas) “Estoy orgulloso de haber sido comandante del mejor equipo militar del Tercer Reich, y si tuviera que nacer mil veces de nuevo, mil veces volvería a ser lo que he sido”, declaró impertérrito el nazi Klaus Barbie después de escuchar el fallo que lo condenaba a cadena perpetua. El almanaque marcaba el sábado 4 de julio de 1987 y habían pasado más de cuatro décadas del final de la Segunda Guerra Mundial, escenario de sus crímenes. Había escapado a dos condenas a muerte anteriores, dictadas en ausencia —una en 1952 y otra en 1954— que ya no podían ser ejecutadas porque los crímenes que había cometido en la Francia de Vichy habría prescripto a los 20 años. En esos dos juicios había quedado claro que “el Carnicero de Lyon” —como se lo llamaba— era responsable del traslado a campos de concentración de 7.500 personas, de 4.432 asesinatos y del arresto y la tortura de 14.311 combatientes de la Resistencia. Por entonces estaba prófugo, viviendo bajo otra identidad. Deportado en 1983 de Bolivia, donde se ocultaba tras el nombre de Klaus Altmann, la tercera fue la vencida y debió sentarse en el banquillo de los acusados en el Tribunal de Lyon para ser juzgado por la deportación de los 44 niños judíos refugiados en una colonia en Izieu, la captura en redadas y la deportación de más de 80 personas en la sede de la Unión General de Israelíes de Francia, y por el llamado “último tren”, en el que fueron deportadas entre 300 y 600 personas muy pocos días antes de la entrada de las tropas aliadas a la ciudad donde ahora se lo juzgaba. El juicio había comenzado en enero de 1987 y seis meses después, ese 4 de julio, llegó la condena de prisión de por vida por crímenes de lesa humanidad. Durante el proceso se escucharon decenas de testimonios sobre sus atrocidades mientras su abogado intentaba defenderlo con el argumento de que sus acciones durante la guerra no eran peores que las de cualquier colonialista, incluyendo a los propios franceses que lo juzgaban y que nunca habían sido perseguidos como criminales. “¿Qué nos da derecho a juzgar a Barbie cuando nosotros, en conjunto, como sociedad o como nación, somos culpables de crímenes similares?”, clamó el abogado Jacques Verges en su alegato final. Sus palabras no lograron el resultado que buscaba: los crímenes Barbie como jefe de la Gestapo de Lyon solo necesitaban ser probados judicialmente, porque la historia ya los había dado a conocer y nadie dudaba de su culpabilidad. Barbie se ganó el apodo de “Carnicero de Lyon” debido a sus brutales acciones contra los judíos y los miembros de la resistencia francesa. (Archivo GBB) Una máquina de matar Cuando llegó a Lyon para hacerse cargo de la temible policía secreta nazi, Nikolaus “Klaus” Barbie no había cumplido todavía 30 años pero contaba con una larga trayectoria como represor. Había ingresado a las SS de Heinrich Himmler en 1935 —dos años después del ascenso de Hitler al poder— y su primer destino fue en la Gestapo de Berlín, donde se dedicó a perseguir y torturar a disidentes políticos. Durante los primeros meses de la Segunda Guerra siguió sembrando el terror en la capital alemana, hasta que en mayo de 1940, luego de la invasión a los Países Bajos, fue destinado en Ámsterdam para hacer trabajo de inteligencia sobre la Resistencia. Lo cumplió con creces, lo que le valió que lo enviaran a Francia para repetir sus macabras hazañas en Dijon, pero poco después lo ascendieron y le encargaron que se hiciera cargo de la Gestapo en Lyon. Era un puesto clave, porque la ciudad era un centro neurálgico del movimiento de la Resistencia francesa. Allí se ganó el apodo con que se lo identificó el resto de su vida, “el Carnicero de Lyon”, debido a sus brutales acciones contra los judíos y los partisanos. Como jefe de la Gestapo no solo daba las órdenes, también le gustaba mostrarse en los operativos contra los maquis y las redadas de judíos, y participaba de las sesiones de tortura cuando se trataba de prisioneros que consideraba importantes. En sus testimonios, varios sobrevivientes relataron que no tenía reparos en torturar niños para que revelaran dónde se escondían sus padres. Quería ser visto como la encarnación del terror y lo lograba. “Sus salas de tortura contaban con bañeras, mesas con correas, hornos de gas y aparatos para provocar descargas eléctricas. También empleaba perros especialmente adiestrados para morder a los prisioneros. Él mismo participaba en las sesiones de tortura utilizando fustas, porras, o sus propios puños”, cuenta el historiador español Jesús Hernández en su libro Desafiando a Hitler. Su mayor “victoria” fue la captura del líder de la Resistencia, Jean Moulin, el 21 de junio de 1943. Barbie se encargó personalmente de torturarlo. Primero le hizo sacar las uñas de los dedos utilizando agujas calientes como si fueran espátulas; después le quebraron los nudillos, uno por uno, apretándolos con el quicio de una puerta, y le rompieron las muñecas apretándole las esposas hasta lacerar la carne y llegar a los huesos. Enfurecido porque Moulin no contestaba sus preguntas ni delataba a sus compañeros lo hizo desfigurar a golpes de puño hasta dejarlo en coma. No satisfecho con eso, lo colocó en una silla y lo exhibió, inconsciente, ante otros detenidos para convencerlos de hablar. La última vez que Moulin fue visto con vida seguía en coma, con la cabeza hinchada y envuelta en vendajes. Así lo subió a un tren a Berlín para que lo interrogaran de nuevo, pero murió en el camino el 8 de julio de 1943. Klaus Barbie con el uniforme de oficial alemán de las SS durante el Tercer Reich de Adolf Hitler. (Archivo GBB) Protegido de Estados Unidos Escapó de Lyon en agosto de 1944, apenas un mes antes de que las tropas estadounidenses liberaran la ciudad. De regreso en Alemania, siguió en las filas hasta el final de la guerra y tras la derrota se convirtió en uno de los nazis más buscados por el gobierno francés. Su nombre se publicó en listas de criminales prófugos que fueron recopiladas por la Comisión de Delitos de Guerra de las Naciones Unidas y por el Registro Central de Criminales de Guerra y Sospechosos para la Seguridad. Aunque lo detuvieron por lo menos dos veces, no fue identificado. En 1946, Barbie vivía bajo un nombre falso en la ciudad alemana de Marburg, donde regenteaba un cabaret al mismo tiempo que trabajaba con un grupo organizado de nazis para formar un nuevo gobierno alemán. Estaba en eso cuando un oficial del cuerpo de Contrainteligencia del Ejército estadounidense, lo identificó y lo localizó, pero en lugar de detenerlo para que fuera juzgado lo reclutó como informante. Entre 1947 y 1951, se mantuvo a salvo proporcionando información a los oficiales norteamericanos acerca de la inteligencia francesa, así como de las actividades soviéticas y anticomunistas en la zona de Alemania ocupada por Estados Unidos. Su situación comenzó a complicarse cuando el Gobierno francés, al descubrir que vivía libremente bajo el ala norteamericana, pidió su extradición para juzgarlo, pero en lugar de entregarlo, la inteligencia estadounidense lo protegió. Tenía sus razones: Barbie conocía cómo operaba el espionaje norteamericano en Europa y temía que les diera esa información a los franceses. Cuando seguir protegiéndolo en los territorios ocupados de Alemania se volvió insostenible, lo ayudaron a escapar con su familia hacia América del Sur a través de “la ruta de las ratas” norteamericana, que sacaba clandestinamente a los nazis y a otros fugitivos que la inteligencia estadounidense consideraba útiles. La cédula que acreditaba la identidad falsa de Klaus Barbie en Bolivia El ciudadano Klaus Altmann Con el nombre de Klaus Altmann, Barbie instaló a su familia en La Paz, Bolivia. Mientras en Francia se lo juzgaba en ausencia y se lo sentenciaba a muerte, se convirtió en un poderoso empresario con fuertes vínculos con el Gobierno de su nuevo país de residencia, al que prestó servicios para la compra de armas. Así consiguió la ciudadanía y un pasaporte diplomático que le permitió viajar por Europa y Estados Unidos bajo la identidad de Altmann sin siquiera ser molestado. Esa impunidad comenzó a acabarse en 1971, cuando los “cazadores de nazis” franceses Serge y Beate Klarsfeld descubrieron que Altmann era en realidad Klaus Barbie e iniciaron una campaña pública para que fuera extraditado a Francia y juzgado por sus crímenes de guerra. En ese momento estaba en Perú y regresó de apuro a Bolivia para no ser detenido. A pesar de los reclamos internacionales, las Fuerzas Armadas bolivianas en el poder lo protegieron: Barbie no solo les resultaba valioso por sus contactos para el tráfico de armas, sino que también las asesoraba en una de sus especialidades: los métodos de tortura. La protección que tenía el criminal nazi terminó abruptamente con la caída de la dictadura de la cocaína en 1980. Aún así, resistió la extradición utilizando al máximo los recursos legales que le ofrecía la justicia boliviana hasta que, en 1983, el Gobierno democrático de Hernán Siles Suazo lo detuvo y lo deportó a Francia para que fuera juzgado. “Mi país ha perdido vidas humanas por su culpa. Con él regresaron los métodos de tortura. Barbie trasladó su guerra europea a territorio boliviano”, explicó el ministro del Interior de Bolivia, Gustavo Sánchez Salazar, al anunciar su expulsión. Klaus Barbie en el juicio en Francia donde lo condenaron a cadena perpetua El final del “Carnicero” El juicio contra Klaus Barbie en Lyon fue seguido por millones de personas, no solo en Francia y Alemania, sino en todo el mundo. Una de las mayores críticas que se hizo a la Justicia fue que no lo procesara por las torturas y la muerte de Jean Moulin, el máximo héroe de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Durante el proceso se escucharon testimonios estremecedores, como los de Sabine Zlotin, de 80 años, fundadora del hogar para niños de Izieu, y su compañera cuidadora Lea Feldblum, que al declarar tenía 69 años y era la única sobreviviente de los deportados del hogar. La mayoría fueron enviados a Auschwitz, incluyendo a todos los niños y cinco adultos, entre ellos Sarah Lavan-Reifman, quien se negó a separarse de su hijo Claude y fue enviada con él a las cámaras de gas. “Es mi deber testificar contra Klaus Barbie en nombre de mis 44 hijos asesinados en Auschwitz, porque cada noche aparecen ante mis ojos”, dijo Lea Feldblum durante su testimonio. El perpetrador la escuchó sin mostrar ninguna emoción. Enviado a una prisión de Lyon, Klaus Barbie murió de leucemia el 25 de septiembre de 1991, poco más de cuatro años después de escuchar, sin mostrar tampoco sentimiento alguno, su condena a cadena perpetua.
Ver noticia original