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  • “La conciencia no es más que una palabra que utilizan los cobardes”, la seductora bestialidad de Ricardo III

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 02/07/2025 07:02

    El nombre de la obra La verdadera historia de Ricardo III nos adelanta que sucede alrededor de un evento trascendental: en 2012 y bajo el cemento de un estacionamiento en Leicester, se encontraron los huesos del infame rey Ricardo III. Un hallazgo que puso fin a siglos de tribulaciones sobre la verdadera naturaleza de este hombre, que llega a nuestros días totalmente moldeado a la imagen creada por el dramaturgo. Entonces, el mismo cuerpo de actores y actrices, como en una puesta isabelina, cambia de atuendos para representar diferentes momentos: uno el de la obra de Shakespeare, el otro el de los científicos y científicas que descubrieron los huesos y cómo esto cambia o reafirma la idea que se tenía del tirano. Pero la obra que se representa es Ricardo III de William Shakespeare. El escenario es en parte ese estacionamiento, un laboratorio de análisis de los huesos, y un abstracto espacio. Cuelga un auto que en un momento baja para representar la muerte de Lord Hastings, un adicto al poder que paga las consecuencias de su inescrupulosa sumisión. El auto no tiene otra función que la espectacularidad de su bajada desde donde está colgado. El vestuario a cargo de Paula Klein se adecúa a cierta atemporalidad que la puesta reclama y la escenografía de Bárbara Haráková Joly logra por medio del despojo e intervenciones arriesgadas, acompañar la trama, que lamentablemente muchas veces se dispersa en dos o tres escenas que se desarrollan al mismo tiempo que la escena principal. Y uno no sabe a qué prestarle atención porque todo lo que sucede es importante. La iluminación, a cargo de Omar san Cristóbal, es un elemento a destacar. El clásico de Shakespeare tiene sus funciones en la sala Martín Coronado del teatro público con el papel protagónico de Joaquín Furriel El verdadero Ricardo III (1452-1485) fue el último rey de Inglaterra de la Casa de York y el último gobernante de la dinastía Plantagenet. Reinó solo dos años (1483-1485) y fue conocido por la desaparición de sus sobrinos, los “príncipes de la Torre”, y por su muerte en Bosworth Field, que puso fin a la Guerra de las Rosas. Denigrado durante mucho tiempo por las crónicas de los Tudor, fue reevaluado después de que sus restos fueran desenterrados, revelando una grave escoliosis, pero sin evidencia de deformidades monstruosas. Queda entonces más que claro que para satisfacer al público isabelino, el Ricardo III de Shakespeare es un híbrido dramático: en parte un fallido maquiavélico ambicioso diseñado para emocionar a un público masivo, en parte un grotesco moral hecho a medida para legitimar la casa reinante. Ricardo III debe fascinar, pero para satisfacer la ideología Tudor, debe perecer sin ambigüedades. Pero hablemos de Joaquín Furriel. Desde la primera línea, vestido de carnaval carioca apartado de una fiesta familiar decadente, se sitúa en el centro neurálgico del escenario e inmediatamente captura a los espectadores derribando la cuarta pared para reclutarlos como cómplices silenciosos de su golpe. El público es, entonces, un jurado conspirador que ya ha comprado su versión de los hechos antes de que los personajes en escena puedan resistirse. Y vaya si lo logra: como espectadores no queremos otra cosa más que nos hable, que nos cuente qué es lo que sigue, cómo planea matar a alguien o casarse con su cuñada, la esposa de su hermano a quien nosotros sabemos ha enviado a matar hace minutos. Y la convence. ¿Nos sorprende, o nos emociona en secreto, cuando lo consigue? Joaquín Furriel vuelve a Shakespeare y demuestra una vez más su profunda conexión con el Bardo A medida que se desarrolla la obra, asistimos a la debacle de un tirano que reniega y se burla de la conciencia, pero cae rendido a sus fantasmas, desorientado y solo. Vemos una inteligencia deslumbrante desligada de la interioridad, un intérprete virtuoso cuya única realidad es el espectáculo que nos ofrece. Y lo vemos porque Furriel lo logra. Interpreta a uno de los personajes más complejos del teatro y nos toma de la mano de principio a fin. Nada sobra: Furriel es Ricardo III y es un perro, un cerdo, una araña encerrada en una botella, una serpiente, un sapo. Todas las imágenes de bestiario asociadas a Ricardo las expresa en lo que representan: la ambición, el desborde, la crueldad, la desesperación. Todo en Furriel es animal. Y lo queremos por eso. Logra lo que tanto plantea Shakespeare en su obra: ¿por qué nos atraen los tiranos? Una actuación inolvidable. Todos los actores y actrices que acompañan esta puesta circense y desbocada están a la altura del villano: Luis Ziembrowski, siempre entrega su arte sin concesiones. Marcos Montes es el mejor Buckingham, ideador y jefe de propaganda de Ricardo III. Su histrionismo clásico y la comunicación en su rostro destacan. Iván Moschner captura la atención en cada aparición, un Lord Hastings clownesco que representa la adicción al poder, majestuoso. Luciano Suardi y Luis “Luison” Herrera, como hermanos de Ricardo III le hacen un contrapunto tan bien marcado al protagonista que hace más evidente su malicia. "Estas actrices magníficas hacen una locura arriba del escenario con lo poco que les dejan hacer" Recuerdo una entrevista a Harold Bloom en la que le pregunté por las mujeres en Shakespeare. Me respondió “He marries them down”. La traducción es inexacta, pero podría ser algo así como que las casa con hombres que son inferiores a ellas. En Ricardo III, Shakespeare crea una constelación de voces femeninas que funcionan como lo que Harold Bloom denomina la “orquesta moral” de la obra, una fuerza contraria a la retórica que anticipa y condena el ascenso tiránico de Ricardo. Lejos de ser víctimas pasivas, estas mujeres se apropian del lenguaje del lamento y la maldición para crear una historiografía alternativa, en la que la memoria y la profecía exponen la fragilidad del poder masculino. Las invocaciones de estas mujeres convierten el dolor privado en una denuncia pública de resistencia; su discurso colectivo reorienta el peso ético del drama, alejándolo del protagonista fanfarrón y acercandolo a quienes sufren (y lamentablemente también articulan) las consecuencias de la ambición. Reunidas en el escenario en el acto IV, las tres reinas viudas forman un coro profético cuya autoridad lingüística eclipsa la bravura teatral de Ricardo, recordando al público que la corona sembrada de cadáveres que él codicia ya está mancillada por las voces que no puede silenciar. Así, las mujeres de Ricardo III encarnan lo que Bloom considera la visión radical de Shakespeare: que el poder auténtico reside menos en el dominio violento que en la potencia imaginativa y ética de quienes dan voz al sufrimiento. Esto no queda tan claro en esta puesta. Las actuaciones de las cuatro actrices son impecables, por momentos descollantes. En la piel de Silvina Sabater reconocemos a Margarita de Anjou, una reina extraviada que va por la vida presa de la locura que deviene del horror y de la violencia. Ingrid Pelicori es la reina Isabel, la madre de Ricardo III, desgarrada por el dolor de haber parido a este monstruo que es su hijo, asesino de sus otros dos hijos y de dos de sus nietos. Una actuación implacable, de una actriz tan pero tan talentosa. María Figueiras arrastra en su cuerpo la fragilidad de Lady Ana, la cuñada de Ricardo III, que termina casándose con él, muerta de locura y desesperación. Y Belén Blanco es la duquesa de York, casada con el hermano mayor de Ricardo III; toda ella un personaje doble y complejo. Una mujer con mucha experiencia en el poder. Y que logra mostrar la dualidad de este personaje con una entrega actoral y física destacables. Todo esto lo hacen estas actrices a pesar de que fueron casadas con un texto que les es inferior. Falla la dramaturgia en darles el peso textual y de acción que les da Shakespeare a sus discursos, falla al licuar la escena del encuentro de las tres viudas con Ricardo III antes de la batalla. Falla en no mostrar la capacidad de engaño de la duquesa de York al final de la obra y que es el tiro de gracia por el cuál él se envalentona nuevamente al creer que la ha engañado. Mucho se resume al llanto, a la locura, a la desesperación, maltratos, abusos y los constantes insultos que reciben de Ricardo III. Estas actrices magníficas hacen una locura arriba del escenario con lo poco que les dejan hacer. "Todo en Furriel es animal. Y lo queremos por eso. Logra lo que tanto plantea Shakespeare en su obra: ¿por qué nos atraen los tiranos? Una actuación inolvidable" Un párrafo aparte merece la escena final. En el momento último Ricardo III enfrenta a los fantasmas de todos aquéllos que él mató y le auguran un final aterrador. Con la famosa frase “mañana en la batalla piensa en mí”, le insisten los muertos. La originalidad de la escena sumado a la bestial representación de Furriel (bestial y no en sentido figurativo) hace del cierre de la obra un momento de excepcional calidad teatral. Nadie debería adelantarte qué pasa, no los dejes. Vivir ese momento en el teatro será de las cosas más aterradoras y mejor representadas que vayas a recordar en tu vida. Ricardo III de Shakespeare convierte la historia política en un ajuste de cuentas ético, recordándonos que los tiranos se alzan tanto con el aplauso de los espectadores como con la sangre de sus rivales. La puesta de Calixto Bieito en eso no falla y plasma sobre el escenario la esencia de Ricardo III: la construcción de la historia, la arquitectura del poder y la naturaleza criminal del mal y su inevitable consecuencia, el horror. Y, en definitiva, para esta puesta también, la verdadera historia no está en los huesos sino en el arte de quien los moldea. [Fotos: Carlos Furman / prensa CTBA] *La verdadera historia de Ricardo III. Funciones: de miércoles a sábados a las 20 y los domingos a las 19 hs. en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530, CABA).

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