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» El Ciudadano
Fecha: 02/07/2025 06:33
Algunos habitués recuerdan todavía las intervenciones sorpresas que tenían lugar en el boliche Cemento, la discoteca que fue emblema de la última mitad de los 80 en pleno barrio de Constitución porteño. A veces una enorme grúa ingresaba por el portón negro de entrada y se desplazaba amenazante casi sobre los concurrentes; otras, un autito que parecía birlado a los chocadores de un parque de diversiones, con una banda de goma oficiando de paragolpes, también apremiaba a los asistentes con intenciones de llevárselos puestos. El portón de ingreso estuvo a punto de caerse cuando un aluvión humano entró de repente a ver alguno de los varios shows que dio el cuartetero La Mona Jiménez en CABA; la presentación de Gulp!, el primer disco de los Redondos, con Patricio Rey a la cabeza, fue anunciado en la esquina de Cemento y esa noche hasta pudo verse a algunos señores y señoras de pelo blanco, curiosos por ver de qué iba la invitación; las bandas punkies y las bluseras se alternaban y los públicos se confundían y hasta había conatos de guapeza para copar la parada y extender los tiempos, pero un poco después, cuando el dispendio etílico colmaba las azoteas humanas, parecía haber lugar para todos; Alejandra Fletchner, Verónica Llinás, María José Gabín, solas o con las Gambas al Ajillo desplegaban sus galas absurdas y sexys contagiando ese humor surgido de las napas de algún planeta en vías de extinción; teatro, pintura, música, danza (hasta la sofisticada butoh) y hasta performances delirantes y tal vez únicas (solo hechas para una noche de Cemento) se mezclaban provocando experiencias excéntricas y dicotómicas, todo cabía en Cemento, un espacio pensado como discoteca y centro cultural que cada noche también podía convertirse en otra cosa. El periodista Nicolás Igarzábal, autor del libro Cemento, el semillero del rock (2015), se refiere así a Omar Chabán, el creador junto a Katja Alemann del célebre espacio. “Él tenía una especie de premisa, decía: «Si es delirante y personal, hacelo». Entonces toda la gente del under lo vivía así, como un espacio que había que copar. No era una gran empresa con burocracia, era bien terrenal la cosa al hablar con él. Así, cualquier tipo con aspiraciones artísticas y un poco delirantes tenía chances”. Materializar ideas y proyectos creativos Eran los primeros años de la democracia, donde se podía respirar otro aire luego de los oscuros y terroríficos tiempos de la sangrienta dictadura cívico-militar. Cemento se ofrecía como un altar donde encender los fuegos fatuos de un mundo sumergido y diezmado por años; la cultura under encontró allí –no fue el único lugar, claro– la piedra basal de sus proyecciones artísticas, que solían combinar con fruición aspiraciones y experiencia en innovadoras performance. Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese y Batato Barea hacían de las suyas una vez a la semana con sus desopilantes puestas de humor esperpéntico y acrobacias en puestas que a veces duraban 5 minutos, pero donde campeaban el desenfado y el espíritu payasesco. La misma Katja Alemann, que muy bien ejercía sus dotes de actriz, bailarina y cantante, solía danzar vestida de valquiria para amenizar los entretiempos, y hasta en una singular celebración del 9 de julio, la pelirroja encarnó a la Patria y entró a Cemento desnuda, pintada de dorado, sentada en un carruaje tirado por un caballo, al tiempo que el poeta y actor Fernando Noy se paseaba con una ajustada minifalda junto a una cohorte de punks aullando a garganta abierta. Los espacios como Cemento –el Parakultural, La Verdulería, entre otros– funcionaron como conectores de las experiencias y expresiones que habían visto caer el telón del oprobio cuando el salvajismo dictatorial avanzó, mediante censuras, persecuciones y amenazas de muerte, sobre el tejido artístico-cultural de rica imaginación y producción que se daba en el país. Algo que había estado vibrando durante los años de plomo, o había surgido pero no había tenido posibilidad de suceder, encontró en el hoy mítico boliche la visibilidad tan añorada y la vía para transgredir tanto tiempo de cercenamiento y pacatería. Había mucha necesidad de encuentro, de materializar ideas y proyectos creativos; los recursos no importaban demasiado, solo contar con el lugar donde pudieran concretarse lo era todo, incluso para romper con cierta solemnidad en la que parecía haber caído Argentina. No hace tanto tiempo, el actor y director Guillermo Angelelli, y compañero de Batato Barea en el Clú del Claun, explicaba esto último del siguiente modo: “El teatro independiente empieza a cobrar fuerza a partir de los 80. La referencia que teníamos desde lo actoral estaba un poco cargada de solemnidad. Mucho estaba puesto en la palabra y poco en el cuerpo, en la acción. Fue todo un momento, como el desarrollo de la danza-teatro. El teatro se empieza a abrir a otros lenguajes y Cemento fue un lugar donde entrenarse en esas performances corporales”. Entre esas performances que menciona Angelelli, brillaron las del grupo de experimentación teatral La Organización Negra, donde en el espectáculo U.O.R.C. Teatro de operaciones los actores se mezclaban con el público, en un remedo de baile popular, entre explosiones, gritos guturales, máquinas amoladoras chirriando y grandes bolsas de basura de donde surgían personas ataviadas como pájaros que corrían entre la gente, exultantes en su algarabía. Poco después algunos de esos actores darían vida a grupos de similares características como De la Guarda y Fuerza Bruta. Era 1988 cuando Tom Lupo y Lalo Mir organizaban sesiones musicales con un criterio de concurso para la ya extinta ATC, donde participaban bandas que un poco más tarde serían señeras de la escena del rock, tales como La Bersuit. Encontrarse con gente con ideas parecidas Por ese emblema de la cultura under de los 80 y del rock de los 90 tocaron, en sus casi veinte años de existencia, desde Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Sumo y Ratones Paranoicos hasta Todos Tus Muertos, Los Violadores, Los Piojos, La Renga, La Bersuit, Babasónicos, Los Fabulosos Cadillacs, Damas Gratis, Catupecu Machu, Miranda!, entre muchos otros y donde no faltaron algunas leyendas del rock internacional como King Diamond, Buzzcocks, Marky Ramone, Queens of the Stone Age, entre otros también connotados. El realizador audiovisual Lisandro Carcavallo, quien, hace unos años, filmó Cemento, el documental, una película no demasiado vista todavía, aunque agotó entradas en su estreno en 2017, señalaba un aspecto que bien daba cuenta de ese clima de efervescencia musical. “Soy de la generación que fue a Cemento. Y más allá de que el lugar nace en una democracia incipiente, en la que un montón de gente recién comenzaba a expresarse, también desde adentro se notaba la idea de un espacio de comunión entre pares, una escena en la que tal vez el rock se vivía de una forma diferente a como se vive hoy. Las tribus se enfrentaban algunas veces, pero también ese era un espacio donde vos te ibas a encontrar con gente que tenía ideas parecidas a las tuyas”, explicaba. Unos días atrás, el 28 de junio se cumplían 40 años de la inauguración de Cemento. En un posteo de Instagram, Katja Alemann aludía a ese momento de 1985. Algunos fragmentos describen esa lejana noche: “Con el piso recién hecho, con una capa de kerosene para sellar y dar brillo, una lluvia torrencial, un diluvio propiamente, inundó el lugar, ya que no habíamos llegado a arreglar los agujeros en el techo de chapa. Omar se subió en medio de la tempestad y cual Próspero trató de poner tablas en los más grandes…la noche fue inolvidable. Los zapatos de todos los que vinieron, quedaron embadurnados con el kerosen y pastina del piso, bailando sin parar con la música del DJ @daninijensohn , embriagados por tanta felicidad. Ahí empezó la gran batalla cultural de la primavera democrática, incluir a todos los públicos y todos los artistas en un espacio solidario y combativo, que desarticule prejuicios y tabúes, rompa convenciones y nos integre a la vanguardia global. La dictadura había dejado a vastos sectores dormidos y domesticados. Fue una gesta… Permanece en la memoria de varias generaciones, y en documentales…”. Para quien alguna vez se movió por ese espacio y se sumergió en alguna de sus noches inolvidables, nada de lo apuntado por Alemann resulta exagerado.
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