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Parana » Informe Digital
Fecha: 30/06/2025 04:59
“Nunca imaginé que estaría dando un taller para 80 adolescentes”, afirma Fernando de Nevares, sonriendo. Junto a su hermano, Antonio, forman la sexta generación de una familia agropecuaria y son responsables de dos predios productivos que, hace unos años, iniciaron un profundo proceso de mejora en lo productivo, ambiental y humano, que ahora comienza a dar frutos. Uno de los campos es San José, situado en Leubucó, Buenos Aires, en el límite con La Pampa, y se dedica, sorprendentemente, a la agricultura: de un total de 690 hectáreas, 630 se destinan a rotaciones de maíz, soja y girasol, incorporando cebada cuando las lluvias otoñales lo permiten. “Antes de implementar la siembra directa, el agua era nuestra principal limitante”, explica Antonio. “Sin embargo, hoy, en San José, con 600 mm de lluvia se puede obtener un buen maíz”. El otro campo es San Félix, que abarca 1591 hectáreas y también se encuentra en Buenos Aires, en la localidad de 25 de Mayo. Allí se combinan la agricultura y la ganadería en un modelo intensivo de pastoreo racional, donde los animales pastan sobre cultivos verdes, y la rotación incluye cebada, soja, trigo, maíz, raigrás y avena. Actualmente, están experimentando con la producción de camelina, una oleaginosa con diversos usos, entre ellos como biocombustible para aviones. De sus 690 hectáreas, 630 se dedican a rotaciones de maíz, soja, girasol y ocasionalmente cebada, en un sistema 100% de siembra directa. La carga ganadera del establecimiento es de 5,5 cabezas de terneros por hectárea, con suplementación de silaje de maíz de autoconsumo durante el invierno. En cuanto a las razas, se prioriza el Angus, aunque también trabajan con Hereford y algunos Braford adquiridos en Chaco y Corrientes, dependiendo de las oportunidades del mercado. En 2018, Fernando y Antonio dieron un paso clave en la evolución de su esquema productivo: conseguir la certificación del Estándar RTRS para la Producción de Soja Responsable, desarrollado por la Mesa Redonda sobre Soja Responsable (RTRS, por sus siglas en inglés), una organización internacional sin fines de lucro que promueve la producción, el comercio y el uso responsable de la soja a nivel global. Pero, ¿qué los llevó a embarcarse en esta iniciativa? ¿Qué buscaban? “Todo comenzó con un proceso previo: en 2014 enfrentábamos ciertos problemas en la empresa y sentimos la necesidad de revisar nuestra forma de trabajo, dispuestos a mejorar lo necesario”, recuerda Fernando. “Éramos conscientes de que podíamos ser más meticulosos en nuestra producción y mejorar en la manipulación de fertilizantes, fitosanitarios y en la rutina diaria, así que contratamos a una empresa para que realizara un análisis de nuestro negocio con el fin de sugerir mejoras”. En ambos establecimientos implementan buenas prácticas agrícolas, cuidado ambiental y bienestar animal, integrando indicadores de sustentabilidad en su gestión diaria. Y ahí vino la sorpresa: de las cuatro o cinco áreas que pensaban que debían mejorar, el informe reveló casi treinta. Tras el impacto inicial, decidieron ponerse a trabajar. “Fue un cambio de paradigma, una nueva forma de ver las cosas, un proceso que hizo que lo ‘normal’ dejara de serlo”, resume Antonio. “Por ejemplo, en los campos siempre hubo cavas para residuos domiciliarios, donde se quemaban de vez en cuando; eso era lo habitual, todo el mundo lo hacía. Pero un día nos dimos cuenta de que eso era contaminante para las napas y el paisaje. Así que cambiamos y hoy los residuos domiciliarios se compostan o se envían a un destino final; puede parecer un pequeño paso, pero no lo es, es parte de un proceso profundo. Y este es solo un ejemplo de muchos”. “Lo que buscábamos con RTRS era mejorar aún más, por lo que la certificación consistió en validar nuestras prácticas”, explica Fernando. “Contamos con el apoyo de un consultor que fue de gran ayuda, y cuando llegó el momento de la certificación, no fue un cambio radical porque ya veníamos haciendo las cosas bien, pero obtenerla formalizó todo ese trabajo”, detallan. “Hoy, todos los terrenos están certificados y en 2022 también certificamos maíz”. En la campaña 2024/25, la empresa certificó 2230 toneladas de soja y 8077 de maíz. La familia Nevares lleva adelante dos establecimientos agropecuarios en la provincia de Buenos Aires. El primero es San José, situado en Leubucó, en el límite con La Pampa. A lo largo del tiempo, los Nevares integraron los indicadores en su rutina diaria, afirmando que ya son parte de la cultura empresarial. “Si uno no los aplica de manera cotidiana y concreta, no hay forma de lograr la certificación”, asegura Fernando. “Entre otras cosas, es esencial registrar el clima al momento de las aplicaciones y usar elementos de seguridad como guantes, zapatos reforzados y líneas de vida para trabajos en altura”. Además, añade: “Todo esto hace que las personas trabajen mejor en todos los aspectos: más seguras y cuidadas. También las involucramos en los procesos del establecimiento, por lo que saben lo que hacen y por qué, lo cual genera un incentivo para trabajar de manera más eficiente”. Para llevar adelante este proceso, contaron con el apoyo técnico de SPC Consultores, especialistas en la implementación de estándares de producción sustentable. La certificación fue otorgada por Bureau Veritas, un organismo de certificación independiente que audita la implementación del estándar RTRS y la aplicación efectiva de las prácticas productivas en los establecimientos. Un beneficio de la certificación RTRS ha sido la generación de nuevas relaciones comerciales, como la vinculación con la red global Viterra, varias filiales de Cargill o empresas vinculadas a la acuicultura y la nutrición animal, además de participar en redes internacionales y comercializar créditos de soja. “Todo esto nos ha abierto oportunidades y vemos un gran potencial”, afirma Antonio. El segundo campo es San Félix, de 1591 hectáreas, en el partido bonaerense de 25 de Mayo, donde combinan agricultura y ganadería bajo un modelo intensivo, basado en pastoreo racional sobre cultivos verdes. Desde 2018 hasta junio de 2025, como productores han vendido 17.479 créditos de soja. Una de las mejoras técnicas que están considerando implementar en el futuro es la inclusión de camas biológicas. “Se trata de sistemas diseñados para degradar los residuos de fitosanitarios generados tras el lavado de los equipos de pulverización, que hasta ahora no habíamos adoptado debido a su alto costo”, explican. Esta mejora forma parte de un proceso más amplio de transformación ambiental que los hermanos Nevares han estado desarrollando en sus establecimientos, con múltiples iniciativas en marcha y otras ya consolidadas. Más allá del negocio La certificación RTRS también ha tenido repercusiones más allá de las instalaciones, especialmente con la comunidad local, con la que la empresa mantenía una relación “buena, pero pasiva”. “La escuela cercana y los bomberos siempre supieron que podían contar con nosotros para un apoyo económico, pero después de la certificación, la relación se volvió más activa”, relata Fernando. “Por ejemplo, realizamos una capacitación en primeros auxilios que impartimos a empleados propios y de campos vecinos, además de invitar a padres y vecinos de la escuela. Y la verdad es que esta iniciativa no se nos hubiera ocurrido naturalmente”. Las repercusiones también se han sentido en el ámbito familiar, dado que hay una gran atención en la producción agropecuaria: “Los jóvenes nos observan, nuestra nueva generación consiste en 24 personas interesadas en lo que hacemos y cómo lo hacemos”, explica Antonio, padre de ocho. “Estar certificados es una forma de legitimar que aquí se hacen bien las cosas, que no hay nada que ocultar, y el diálogo se ha abierto tanto que un día me encontré dando un taller sobre producción responsable para 80 adolescentes, algo que nunca hubiera imaginado”, dice Fernando. Innovación, compromiso ambiental y trabajo comunitario: así se presenta el modelo productivo que impulsan los hermanos Nevares. Con el tiempo, la idea de “hacer las cosas bien” ha adquirido mayor profundidad y los hermanos se han comprometido a unir la producción con la conservación del ambiente. De hecho, también han participado en InBioAgro, un programa impulsado por CREA (con el apoyo de INTA y Conicet) con la convicción de que es posible producir de forma eficiente y en armonía con la naturaleza. En este marco, un equipo de biólogos y expertos en aves visitó San Félix para realizar un inventario de insectos, aves y plantas nativas. Como resultado, se han destinado algunas áreas del campo (aproximadamente 10 hectáreas) a la conservación de la biodiversidad, lo cual, a su vez, beneficia la producción al contribuir a un ambiente saludable. “Nuestro compromiso es seguir mejorando, por lo que ahora estamos considerando el uso de un dron para realizar aplicaciones selectivas directamente sobre la maleza, utilizar fitosanitarios de banda verde en su totalidad y hemos incorporado otras certificaciones como los bonos de carbono o Suelos Bonaerenses”, un programa del Ministerio de Desarrollo Agrario de Buenos Aires que certifica buenas prácticas, detalla Antonio. “Este proceso de mejora nos ha transformado, ha cambiado nuestro paradigma en muchos aspectos”, reflexiona Fernando. “Pienso, por ejemplo, en la ganadería: aunque no forma parte de la certificación, hemos capacitado al personal y, de manera natural, comenzamos a garantizar mejores condiciones de bienestar animal. Hemos dejado de usar perros o gritos, e incluso hemos incorporado una manga diseñada de manera más amigable e intuitiva para el ganado. Todo esto sucede porque, más allá de las exigencias formales, cuando uno mejora de verdad, hay prácticas que se adoptan de forma natural, ya que son las mejores para todos. Por eso, a los productores que aún dudan, les diría que el proceso vale la pena: no solo mejora el ambiente y la forma de trabajar, sino que también abre puertas comerciales que antes no hubiéramos imaginado. Lo que parece un costo es, en realidad, una inversión que se recupera y transforma la empresa a largo plazo.”
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