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  • Cafetines de Buenos Aires: en la calle del tren, los terratenientes y las salas de cines, un espacio que honra su pasado

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 29/06/2025 04:32

    El frente del Almacén Bar Lavalle, en la esquina de Lavalle y Rodríguez Peña, conserva la estética de los bares porteños de principios del siglo XX En Buenos Aires si uno se refiere a la calle Lavalle, de inmediato se le dispara el recuerdo como la Calle de los Cines. Aunque en la actualidad, sobren los dedos de una mano para contar las pocas salas que se mantienen abiertas. Este vínculo solo ocurre en su parte oriental; en cambio, su lado occidental podría llamarse la Calle de los Cafés. Sean éstos integrantes del listado de Notables, cafés de especialidad, tradicionales reductos de leguleyos o barsuchos de empleados y cadetes. Del frondoso repertorio cafetero lavallense, hoy traigo al relato aquel cuya denominación hace justicia con, en palabras de Felipe Pigna, el “notable y temerario héroe en las campañas de San Martín y de Bolívar” que militó en las filas del unitarismo: el Almacén Bar Lavalle. El Lavalle abrió en 1930. Está ubicado en la esquina de Lavalle y Rodríguez Peña. Ocupa la planta baja de un edificio propiedad de la familia Risso. Pero antes el solar perteneció a los Campos López, en cuya casa familiar nació en agosto de 1891, Florencio Molina Campos. Los Campos pertenecían a la sociedad porteña. Y la residencia fue demolida en 1925. El bar fue inaugurado en 1930, cuando el barrio albergaba residencias aristocráticas y la calle Lavalle aún recordaba el paso del primer ferrocarril argentino Aquí me detengo para destacar dos hechos curiosos. El primero es la cantidad de cafés y bares que alcanzaron la categoría de Notables, todos de proximidad y vecinos de San Nicolás, que se fundaron en 1930: Los Galgos, La Academia, La Giralda y el Lavalle. La otra situación llamativa es que, hacia fines del siglo XIX, la calle Lavalle fue residencia de familias terratenientes. Por ejemplo, a la mencionada casa de los Molina Campos, se le suma la vivienda de los Lezama en Lavalle y Callao. Construcción esa en cuya esquina, años más tarde, terminó abriendo el Bar Los Galgos. Repasemos un poco qué ocurría en estas cuadras de Lavalle Oeste por entonces. El primer ferrocarril que corrió por territorio argentino surcaba Lavalle. El viaje inaugural fue el 29 de agosto de 1857. La formación pertenecía al Ferrocarril del Oeste del Estado de Buenos Aires, territorio independiente y separado de la Confederación Argentina —presidida por Justo José de Urquiza— desde 1852 luego de que las fuerzas del general entrerriano vencedor de la batalla de Caseros fueran expulsadas por las fuerzas porteñas en la Revolución del 11 de septiembre. Los fosforitos frescos y los pebetes, elaborados con pan de una panadería de San Telmo, se convirtieron en uno de los productos más pedidos desde la reapertura La locomotora fue “La Porteña”. El tendido ferroviario partía desde la Estación del Parque, situada en el solar que actualmente ocupa el Teatro Colón y avanzaba por Lavalle hasta el cruce con Callao donde serpenteaba para alcanzar la calle Corrientes. Ese codo que rompía con el trazado en forma de cuadrícula fue llamado Pasaje Rauch y hoy: Enrique Santos Discépolo. La Estación del Parque funcionó hasta 1883 cuando la terminal se corrió hasta Once porque la ciudad crecía y era inviable sostener la primitiva traza. Desde entonces Callao se proyectó como una avenida elegante, con boulevard parisino, y en todo su entorno fueron levantándose residencias de familias aristocráticas. Las mismas que luego se convirtieron en bares. El Lavalle repitió el ciclo de vida de tantos otros comercios en la ciudad. Se inició como almacén bar y luego, por su ubicación y habitués, se convirtió en un típico cafetín de Tribunales. Alcanzó su esplendor entre las décadas de los cincuenta y sesenta. Las nuevas costumbres resultado de la pandemia por COVID-19 le dieron un golpe letal. La presencialidad para los trámites tribunalicios perdió jerarquía y dejó paso al home office. Y el Bar Lavalle, como se llamaba entonces, cerró. Un nuevo grupo gastronómico se hizo cargo del negocio en junio de 2023. Luego de nueve meses de restauración el Almacén Bar Lavalle reabrió en abril de 2024. El resultado es inobjetable. Un justo y eficaz trabajo de puesta en valor de un espacio patrimonial de Buenos Aires. Se le restituyó el término Almacén aunque ya no funcione como tal. Se mantuvo el piso original, las carpinterías de ventanas guillotinas y parte del mobiliario original. Las modificaciones que había recibido en los años noventa fueron eliminadas. Por ejemplo, el color de la madera de las estanterías, mesas y sillas volvió a ser el primitivo. También, a poco de abrir, y a pedido del público, la nueva gestión insonorizó el local colocando lana de roca, protegida por tela ignífuga tensada, en el techo. Un rincón del bar está dedicado al pintor Florencio Molina Campos, quien nació en ese mismo lugar en 1891, aunque luego su residencia fue demolida Los respaldos de las sillas fueron intervenidos. Ahora lucen los nombres y apellidos de escritores y poetas que presentaron sus libros en las míticas noches literarias organizadas por Susana Sassano, la última administradora del bar que también organizó en su interior talleres de escritura y lectura de textos dotando al espacio de una magia propia. En las sillas del local están grabados los nombres de escritores y poetas que participaron de las noches literarias organizadas por Susana Sassano La recuperación patrimonial también alcanzó a la gastronomía. Cuenta Diego, uno de los dueños, acerca de su obsesión por encontrar el mejor pan de pebete de Buenos Aires para la sanguchería del bar. La búsqueda incluyó un riguroso testeo hasta dar con el inconfundible sabor y calidad de los de antes. Luego de probar varias panaderías dieron con una de San Telmo que les provee el pan deseado. Los pebetes del Almacén Bar Lavalle ya son una marca registrada en la ciudad. El otro patrimonio porteño recuperado son los fosforitos. Con una aclaración que les agrega valor, son frescos. Es decir, no es necesario encargarlos como sucede con las confiterías de barrio ni pedirlos de un día para otro. De lunes a lunes uno va se pide un café y puede acompañarlo con fosforitos hechos en el día. Las paredes del local, por otra parte, están cargadas de objetos que nos representan como sociedad: viejas publicidades, personajes de historietas, ilustraciones, fotografías, libros, pelotas pulpito n° 3. Quizás, en mi escala de valores, el objeto más preciado es la placa que perteneció al célebre Café La Paloma que funcionó en la Avenida Santa Fe y el Maldonado, cuando era un arroyo a cielo abierto en los primeros años del siglo XX, antes de convertirse en la Avenida Juan B. Justo. Una placa rescatada del histórico Café La Paloma, de Santa Fe y el Maldonado, forma parte de la ambientación del bar como objeto patrimonial La música es otra de las activaciones patrimoniales de este nuevo viejo espacio. No se reproduce ninguna canción en inglés. Las listas, según los turnos, son diferentes. Por la mañana, mucho tango, rock nacional y música popular. Por las noches suenan los clásicos de la nueva ola de los años setenta con otros ritmos festivos y nada de tango. Esa distinción de ritmos acompaña el target etario que consume a diario. Las primeras horas del día son de gente mayor, trabajadores escondidos debajo de sus propios auriculares y lectores sin edad. Las tardes noches le pertenece al rango joven que va de los 30 a los 50. Grupos más distendidos que se juntan a comer algo y divertirse un rato. La salida post teatro ha completado, con el Almacén Bar Lavalle, una Noche en Buenos Aires. Muchos elencos eligen sus mesas para terminar la jornada. Y el público acude en masa. Un rincón del local está enteramente dedicado al recuerdo de Florencio Molina Campos. Como también de la familia. Hay una copia del álbum familiar donde consta la dirección del domicilio familiar, Lavalle 1693, y el nacimiento del dibujante. También hay varias fotos e ilustraciones que acompañaron los célebres calendarios de Alpargatas. Para mí, de puro pesado nomás, con mi obsesión por el anclaje territorial y el fortalecimiento de los conceptos, hubiese incluido también un rincón dedicado a Juan Galo Lavalle que, al fin de cuentas, le da nombre al boliche desde hace 95 años. Las picadas almaceneras son otro de sus clásicos El militar se enroló a sus 15 años en el Regimiento de Granaderos a Caballo. Participó del Ejército de Los Andes bajo las órdenes del General José de San Martín. Triunfó en Chacabuco. Acompañó a San Martín al Perú. Formó parte del ejército que San Martín envió a Bolívar. Peleó en Río Bamba y Pichincha. Volvió a las Provincias Unidas en 1823. Luchó en la Guerra contra el Brasil. Encabezó el movimiento que derrocó a Manuel Dorrego. Lo mandó a fusilar. Luego apoyó al encumbramiento de Juan Manuel de Rosas. Y más tarde lo combatió. Se hizo unitario y se exilió en la Banda Oriental. Participó del movimiento antirrosista. Volvió al país y fue perseguido por las fuerzas de Rosas. Una partida federal dio con él en Jujuy y disparó contra la puerta de su escondite. Lo hirieron de muerte. Sus fieles escaparon rumbo a Potosí llevando oculto su cadáver para que no fuera apresado y exhibido como trofeo. En la huida sus restos fueron sepultados en Huacalera, un pueblo de la Quebrada de Humahuaca. Desde 1858, descansa en el cementerio de la Recoleta. En fin, cosas mías. Quién soy yo para opinar sobre la decisión de gastronómicos experimentados y exitosos. Ellos saben. Donde se come no se habla de política.

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