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  • El peligro de jugar con fuego y sus consecuencias en la seguridad personal y ambiental

    Parana » Informe Digital

    Fecha: 28/06/2025 15:17

    1. ¿Qué país —y qué mundo— era aquel que se escandalizaba en 1985 cuando el presidente llamaba “mantequita, llorón y quejoso” a un líder opositor, y que parece lidiar con indulgencia o incluso humor en 2025 ante otro presidente que se refiere al gobernador de la provincia más poblada como “burro eunuco” o “pelotudo”? ¿Qué ha cambiado desde Alfonsín hasta Javier Milei? ¿Qué sucedió con las ideas y el lenguaje? ¿Cuál es el valor de la racionalidad en la política? ¿Tiene sentido “dar la palabra”? 2. Hace 42 años, en un contexto de democracia emergente, el entonces presidente Raúl Alfonsín proclamaba su “política de guerra”. La CGT, liderada por Saúl Ubaldini, se oponía tanto al plan económico como a la naciente idea de “democratización sindical”. Ubaldini culminaría realizando trece paros contra el gobierno; en ese momento, ya había convocado el segundo. En dos actos, uno en Formosa y otro en Mendoza, lanzó un ultimátum: ante los trabajadores, declaró: “Ya cubierta la cuota de la mentira electoral, les tenemos que decir: o cumplen con la reactivación de la política socioeconómica o se van”. La respuesta del presidente, en aquel entonces, revela mucho sobre la política de esa época —y la notable diferencia de códigos con la actualidad—. En su discurso del 17 de mayo en Trelew, Alfonsín no nombró a Ubaldini y, antes de mencionar la célebre frase “mantequita y llorón”, habló de algo que parece haber desaparecido del discurso de nuestros líderes: la necesidad de una dimensión ética en la política. Agregó: “Sé que a veces aprietan los dientes, pero están dispuestos a seguir adelante para construir esta Argentina que merecemos y soñamos, que no es otra que la que soñaron los hombres que nos dieron la nacionalidad. Aunque algunos mantequitas están llorando y quejosos (…) queremos resolver cuanto antes los problemas, pero no lo haremos con llorones que se ponen frente al pueblo a decirles que deben cambiar la economía o que se vayan”. 3. En aquel entonces, hace cuarenta años, la política estalló en escándalo ante el comentario del presidente. Incluso Carlos Menem salió a pedir calma, al igual que Saúl Ubaldini. Lo que en su momento fue una expresión enérgica se transformó en un debate que distaba mucho de ser frívolo. Una democracia en formación comprendía algo esencial: en un régimen institucional, las formas son el fondo. Y no se trata de una cuestión de Gestalt. No es un simple formalismo; el insulto, como herramienta política, no solo demuestra formas deterioradas, sino que también refleja que algo del pacto esencial empieza a perder vigencia. 4. Juan Grabois lo sintetizó de manera clara: “Javier Milei puede ser mi enemigo político. El que no puede ser mi enemigo es el presidente de la Nación.” 5. El jueves, en un congreso de su propio partido, el Presidente continuó con una saga que comenzó cuando se refirió a Axel Kicillof de diversas maneras. “Pichón de Stalin” y “pelotudo”. Ante el clamor de algunos de sus seguidores, que lo llamaron “burro”, estableció una curiosa asociación que, aunque sorprendente, ya no causa asombro. Agregó: “sí, pero sin la característica que todos sabemos de los burros. Es un burro eunuco”. Así, al presidente de los argentinos le dicen burro y lo que primero se le viene a la mente es “pene grande”. 6. Hay un aspecto psicológico en ese insulto y en dicha asociación. Milei implementó una estrategia política cuyo sustento intelectual recuerda al de varias hinchadas de fútbol. Triunfar implica sodomizar. Así, los economistas son comparados con mandriles y los posibles socios del PRO que no aceptan que se vulneren las leyes “la tienen adentro”. Su línea argumental se cierra con escatologías quizás demasiado infantiles, que incluyen alusiones a materia fecal. Todo esto ha sido analizado por el psicoanálisis y diversas corrientes de la psicología. 7. El uso del término “loco” por parte del mismo Presidente, ejemplificado en su elección del tema “Balada para un loco” al asumir la presidencia, refleja una sociedad dispuesta. Se acepta una ética de la transgresión: el loco no es quien delira o quien está profundamente deprimido, sino aquel que pervierte ciertas normas. ¿Cuánto se transfiere de la locura autoasumida a la locura que la sociedad acepta para sí misma? 8. Según Freud, “dígame cualquier número, cualquier nombre y no es un hecho azaroso (…). No hay en lo psíquico nada que sea producto de un libre albedrío, que no obedezca a un determinismo”. De esta forma, el insulto no es algo arbitrario, cumple una función que alivia lo psíquico, facilitando la resolución de situaciones difíciles (citado textualmente de la página Psicoanálisis/Lacan Freud). 9. Es más fácil llamar “pelotudo” a Kicillof, “sorete” a Horacio Rodríguez Larreta o “mogólico” a Ignacio Torres que discutir sus argumentos y razones. El insulto no es solo una descarga; también es un modo de atacar al adversario. Cruzar el límite de lo decible implica también cruzar el límite de lo aceptable. 10. La reflexión necesaria es sobre la relación entre la palabra y la ley. La ley es un tipo de palabra muy particular que trasciende a las personas. Cuando rige —de verdad— la ley, se encuentra por encima de los enunciados individuales. Lo escrito en la Constitución vale más que cualquier publicación en una red social. Cabe recordar que el mismo día en que se lanzaron los insultos a Kicillof, Javier Milei se jactó de su crueldad. 11. El 1° de mayo de 1974, antes que Alfonsín, otro líder político argentino se enojó tanto que apeló también al insulto. Ante las protestas de la Juventud Peronista en la Plaza de Mayo, Juan Domingo Perón dejó de lado su imagen de “león herbívoro” y mostró su irritación contenida. Fue el día del célebre: “imberbes y estúpidos.” Sabemos qué desató ese insulto en una época muy distinta. Todo lo que sucedió después fue consecuencia de esas palabras. La sociedad debería recordar lo que dijo Octavio Paz en El Arco y la Lira: “Hechas de materia inflamable, las palabras se incendian apenas las rozan la imaginación o la fantasía”. Jugar con las palabras es también jugar con fuego. *Periodista.

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