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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 28/06/2025 06:40
La artista y biohacker Heather Dewey-Hagborg Con su proyecto Stranger Visions, la artista biohacker estadounidense Heather Dewey-Hagborg generó un debate internacional al utilizar restos genéticos, como cabellos, colillas de cigarrillos y chicles masticados, encontrados en espacios públicos para crear esculturas de retratos. Dewey-Hagborg es una figura relevante en la crítica tecnológica y el arte como investigación, al explorar los límites éticos y sociales de la manipulación genética, y colocar a los avances en el centro del debate, muchas veces a través de una producción poética, bradburyana, como en T3511, una videoinstalación que sigue a la artista, quien se enamora de un donante de saliva anónimo mientras analiza su ADN, o Lovesick Futures, una narración ilustrada que describe una revolución de la intimidad humana provocada por un virus del amor diseñado por un biohacker. En otros casos, coloca el conflicto sobre la mesa, como en Is a biobank a home?, una instalación arquitectónica inmersiva que recrea la sensación de estar dentro de un biobanco, donde se almacena nuestra sangre, tejidos y ADN (a veces sin nuestro consentimiento) o Xeno in Vivo, una ópera multimedia en que se pregunta: ¿no es simplemente una continuación de nuestra larga historia de modificación animal mediante la cría selectiva o es algo radicalmente nuevo? "Stranger Visions", de Heather Dewey-Hagborg La artista, quien posee un doctorado en Artes Electrónicas otorgado por el Instituto Politécnico Rensselaer, presentó su trabajo en escenarios internacionales como el Foro Económico Mundial, la Bienal de Daejeon, la Trienal de Guangzhou, la Bienal de Urbanismo y Arquitectura de Shenzhen, Transmediale, el Walker Center for Contemporary Art, el Museo de Arte de Filadelfia y el PS1 MoMA, así como también ha sido incorporado a colecciones permanentes de instituciones como el Centro Pompidou, el Victoria and Albert Museum y el SFMoMA, entre otros. Además, forma parte del consejo fundador de Digital DNA, un proyecto respaldado por el Consejo Europeo de Investigación que investiga las transformaciones en la relación entre tecnologías digitales, ADN y evidencia forense. Durante su paso por Buenos Aires, en el marco del programa Presente continuo —organizado por la Fundación Bunge y Born y la Fundación Williams— dialogó con Infobae Cultura sobre cómo la biotecnología “está cambiando un poco lo que sentimos sobre nosotros mismos”, su uso por los gobiernos para validar una mirada sesgada, cómo se relaciona con el ascenso del neo fascismo y criticó duramente al arte realizado con inteligencia artificial, entre otros temas. — ¿Cómo comenzó tu relación con el arte y, especialmente, con la biotecnología? — Cuando estaba en la facultad, básicamente, me interesé sobre todo en las instalaciones y esto me llevó a los medios. Luego, por los procesos algorítmicos, la codificación. Entonces, en la universidad comencé a experimentar combinando todo esto. Al principio quería entender los mecanismos de la naturaleza y la evolución del mundo. Cosas así. Después viene el interés por la inteligencia artificial, un poco combinado con todo esto. Entonces estuve haciendo arte con inteligencia artificial y desarrollo de código por 10 años. Y luego, en el 2012, tuve una especie de revelación. Estaba sentada en una sesión de terapia. Me quedé atorada en una impresión que estaba colgada en la pared, mirándola, porque había un cabello atrapado en una grieta del cristal. Y me puse a pensar en todo lo que sabía sobre vigilancia, el uso de la inteligencia artificial y hacer predicciones sobre las personas y a preguntarme, al ver ese pelo ahí agarrado, qué podría aprender yo de la persona solamente contando con ese pelo. Y en ese momento la biotecnología estaba empezando a estar más abierta, de la manera en que la computación empezaba a ser hackeable, digamos. De hecho, en Nueva York, en Brooklyn, había abierto el primer laboratorio de biología comunitario. Entonces, empecé a ir. Aprendí los rudimentos de la biología molecular y a hacer cursos ahí. Entonces, empecé a trabajar con esto de las predicciones, cómo sería el retrato de una persona a través del ADN. Ese fue el comienzo de la trayectoria. Y ahora sigo en esa trayectoria tomando distintos caminos, distintas ramas. — ¿Cuáles son las cuestiones morales o políticas que te planteas en tu trabajo? — El primer proyecto que me interesó tenía que ver con la vulnerabilidad del cuerpo. Empecé a prestarle atención a cuestiones que tienen que ver con la privacidad de los elementos genéticos que era un tema del que no se hablaba. Empecé a pensar en la vigilancia y el potencial de la vigilancia genética. Y ahí justamente estaba empezando esta nueva tecnología para hacer fenotipos de ADN, tipificación, que permitía, a partir del ADN, predecir cómo podía ser una persona con solo ver su ADN. Empecé a darme cuenta que esto formaba parte de un cuadro mucho más grande que tiene que ver con esto de desarrollar perfiles y hacer predicciones, que iba mucho más allá del fenotipo. Ahora, pasados más de diez años, veo que hay intentos por predecir también las conductas, los comportamientos a partir del ADN. Hay muchas ideas que tienen que ver con esto, con la predicción respecto de las personas a partir de la genética y toda esta constelación, y hay muchas otras cuestiones conectadas que también he estado contemplando en mis distintas obras. Lo que me interesa es la manera en que la biotecnología está cambiando un poco lo que sentimos sobre nosotros mismos. Por ejemplo, otro proyecto distinto, pero que tiene que ver, es una ópera que compuse sobre xenotrasplante: el implante con órganos de cerdos. Entonces, eso tiene que ver con estas cuestiones acerca de, por ejemplo, esto que se hace ahora de edición genética, esta tecnología que se llama CRISPR, qué diferencia tiene con lo que pasaba hace miles de años con la evolución natural y qué pensamos de esto de criar cerdos para tomar sus órganos. De “cultivar” órganos para poder usarlos. ¿Y en qué nos convertimos? ¿Nos convertimos en híbridos? "Me interesa es la manera en que la biotecnología está cambiando un poco lo que sentimos sobre nosotros mismos", dijo — Nombrabas el tema de la hibridación, del cruce de razas, que se hace desde hace miles de años en animales, por ejemplo. Pero al mismo tiempo, por lo menos en la cultura popular y la historia moderna, esta cuestión de la genética tuvo un papel muy grande a partir del nazismo con las ideas de la eugenesia. ¿Cómo ves la relación que existía entre aquellas prácticas y las que se realizan hoy? — Esa es una gran pregunta y una gran línea de investigación también. Quiero mencionar una cosa, la eugenesia ahora se renombró como genética. Entonces los institutos de investigación eugenésica se convirtieron en realidad en estos grandes centros de investigación genética después de la Segunda Guerra Mundial. Así que esto es como un continuación en la historia. En su momento, la eugenética, la eugenesia, se consideraba buena ciencia, aunque ahora pensemos que tal vez se la consideraba como ciencia basura. Hay mucho en lo que pensar de eso. Esta cuestión está relacionada con la genotipificación y con esto de la predicción de los rasgos y también con la estereotipificación, en cuanto se trata de predecir comportamientos. Ahí las personas pueden ver si su potencial es limitado, ver recortadas sus potencialidades, sus posibilidades a partir de una investigación genética. En el trabajo que estoy haciendo en curso estamos trabajando con algo llamado el “gen de la violencia”, que ya se ha dado en la justicia, ya sea del lado de la Fiscalía, la acusación o de la defensa, de un reo. Se ha hablado del origen genético de esa conducta, ya sea para justificarlo o para acusarlo. Entonces, hay toda una constelación ahí y después pasamos a otro tema, que es el de las tecnologías reproductivas y esta posibilidad de alterar los embriones o elegir en función de los rasgos genéticos. Si bien yo todavía no he hecho obras sobre esto, sí forma parte del panorama. — Hubo también en el pasado algunas teorías, ya desacreditadas hace siglos, que tenían que ver con el fenotipo, como la fisiognomía, basadas en la “portación de rostro”, que decía que determinada nariz o cráneo podía determinar la criminalidad de una persona. De alguna manera como que la ciencia está retomando debates que eran netamente prejuiciosos. — Sí, hay mucha similitud con eso. No es exactamente lo mismo, pero hay mucha similitud. Uno de estos espacios tiene que ver también con lo de la inteligencia. Hay muchas publicaciones ahora donde hablan de poder predecir el coeficiente intelectual, como cuando se empieza a segmentar, por ejemplo, a los chicos que están en la escuela en función de si son más lentos o más rápidos, que es algo que ya se hace. Y me imagino que en cualquier momento va a seguir agregándose este componente del ADN. En mi obra trato, de alguna manera, advertir a la gente que esto está pasando. ¿Qué es lo que se viene? Parece ciencia ficción, pero ya está pasando. — No hace mucho hubiéramos pensado que era buen material de ciencia ficción, donde hay claramente un control sobre la población. Hoy, sabemos que ya es así. — Sí. De hecho, mi tesis tiene que ver con esto. Con Foucault y la biopolítica. Creo que esta capa de control gubernamental está sucediendo. Y también esta capa que estamos incluyendo entre nosotros, imponiendo cosas los unos a los otros, como expectativas culturales, normas, a través de las redes sociales, que son una cosa enorme. Algo interesante que nos podemos preguntar es ¿qué se viene después de las redes sociales?, ¿qué va a ser lo siguiente? — ¿Y se te ocurre qué puede llegar a ser? — Creo que son todas cosas más aterradoras, más y más aterradoras. Vengo de Estados Unidos, donde estamos teniendo una trayectoria bastante negativa, muy negativa. Si hace cuatro años se hacían paralelismos con el fascismo del pasado, ahora directamente no podemos ignorarlo. O sea, de alguna manera adquiere importancia esta nueva neo eugenesia que se hace como más notable. Trailer de "Hybrid: an Interspecies Opera", de Heather Dewey-Hagborg — Es un momento donde no solo en Estados Unidos también en Argentina y en muchos países de Europa, hay un ascenso de gobiernos de carácter un poco fascistas. Entonces es como que las nuevas tecnologías, sean tanto en biociencias como en redes sociales o en inteligencia artificial, también están siendo una herramienta de este resurgimiento. — Sin dudas. Una cosa que omití decir es que esto se convierte en una nueva ciencia racial, utilizándola para categorizar a la población y que van surgiendo nuevas ideas de raza, etnicidad, origen étnico y antecedentes de los migrantes. Así que esta es una nueva capa de desafío, digamos, en un momento donde hay una crisis migratoria a nivel mundial y la migración está siendo cuestionada y observada al mismo tiempo. Y aparte la migración, esto es un tema muy complejo, pero la migración es historia antigua. Toda la vida hemos estado migrando. Y el ADN se puede interpretar como todos los datos de tantas maneras distintas, y es tanto lo que se puede leer del ADN como lo que pasa con los datos en general, si uno entra a buscar algo, lo va a encontrar. Por ejemplo, si vos te ponés a buscar diferencias entre nosotros, las vamos a encontrar, y si buscas puntos en común, también. Pero puede que esto no parezca importante, pero lo será. — Al principio hablabas que trabajaste diez años con inteligencia artificial. ¿Cuál es tu lectura del uso que se le está dando en la actualidad? — Hagamos una distinción entre la inteligencia artificial en el arte y la IA en el mundo. En cuanto a la IA en el arte, me da como pena porque cuando yo empecé a interesarme en eso, cuando estaba en la facultad, era como un espacio abierto, era conceptual y filosófico. Mientras que ahora se convirtió en una herramienta para ser generadora de imágenes feas, berretas. Y esto, que nos parece algo tan maravilloso y tan amplio, tan abarcador al comienzo, ahora se convirtió en algo aburrido y mediocre. Estoy super desilusionada por este lado. Y en cuanto a la IA y la sociedad, hay muchísimos riesgos, algunas oportunidades. Lo que me reconforta es que en los últimos diez años hay personas que han recibido mucha atención por estar señalando los riesgos que implica la IA. Ya no se siente algo tan oscuro, sino que la gente empieza a tener idea de los riesgos. Hay quienes hablan de riesgos y están siendo escuchados. O sea, la gente de alguna manera se está enganchando de manera crítica con la inteligencia artificial. Esto es completamente distinto de lo que pasaba hace 20 años cuando estaban empezando las redes sociales. Y el mundo de la tecnología estaba tan entusiasmado. Nada se criticaba. En este momento parecería que es distinto. ¿No se siente distinto? — Y teniendo en cuenta esta experiencia, ¿cuáles crees que son los riesgos, además de la posibilidad de que los artistas hagan malas obras? — ¿Por dónde empiezo? Creo que uno de los principales riesgos puede ser automatizar la toma de decisiones, por ejemplo, a nivel gubernamental. Y el hecho de que los sistemas de computación y sobre todo los sistemas de inteligencia artificial se pueden pensar como que son objetivos, cuando sabemos que no hay nada de objetivo. Todo se basa en cómo fueron programados, qué datos se les dieron, qué lógica se usó. Hay sesgos de las personas. Las intenciones de las personas. De objetivo, nada. Por eso hablo de una amenaza biopolítica. Se pueden tomar decisiones para toda una población sin que la decisión verdaderamente humana sea visible. Se las usa cada vez más en la vigilancia, en la policía, en las decisiones que tienen que ver con migraciones. Y también para la guerra, como lo estamos viendo. "En mi obra trato, de alguna manera, advertir a la gente que esto está pasando" — Y regresando al arte. Hay un fenómeno social en el que las empresas techie tienen sus propias plataformas de inteligencia artificial y esto habilita que cualquiera pueda generar imágenes. ¿Qué tiene de diferente tiene eso al deseo de expresar un pensamiento o una idea? — Me hace pensar mucho en la fotografía. Todos podemos sacar fotos. Algunas no salen lindas. Son significativas para nosotros. Pero el arte tiene que ver con una historia intelectual. Tiene que ver con las ideas, con algo más que hacer un lindo cuadro, una linda foto. Y eso se ve muy poco en el tipo de generación de imágenes que se crean. A mí me parece perfecto que la gente quiera hacer las imágenes con la cámara. Pero tal vez no sean tan interesantes de mirar. Yo enseño y lo veo también con mis alumnos. Se hacen todas estas imágenes que parecen como de costosa producción. Imágenes de estudio. Siempre la pregunta sigue siendo “¿que significa, que hay detrás de eso? ¿Cuál era la idea ya?“. Por otro lado, me resulta muy frustrante es que ahora los curadores y los críticos hablan del arte por inteligencia artificial como si se limitara solamente a estos generadores de imágenes, porque esto borra de alguna manera lo que los artistas durante décadas han estado haciendo, que era obra muy interesante antes de los generadores de imágenes. Eran formas de trabajar mucho más heterogéneas y mucho menos pulidas. — Y en ese sentido, ¿crees que un poco, que a herramienta está ocupando el espacio que antes se daba para la creatividad y el pensamiento? — Buena pregunta. Difícil responderla por distintas razones. Hay cosas que pasaron en los últimos años que me hacen no sentirme totalmente segura de saber qué es lo que está pasando en mi campo. Toda la pandemia creó una especie de quiebre en la comunidad de la que formaba parte, la comunidad mundial de artistas de los nuevos medios. Teníamos esta intersección de eventos y exposiciones en todo el mundo y siento que eso no ha vuelto del todo. Y después vino la ola de los NFT y eso, de alguna manera, sacó el aire de la sala de las redes del arte digital, porque se incentivó mucho esto de hacer imágenes muy vacías. Muy chatas. Para ser sincera, me pregunto qué es lo que está pasando. Pero no estoy segura de eso ni de lo que se viene con arte y tecnología. — ¿Creés que en este momento del mundo el arte tiene un sentido, tiene un significado a nivel social? — Tiene un significado. Me gusta citar a Hannah Arendt, donde dice que el arte es más poderoso que la acción política porque es imprevisible o impredecible. O sea, creo que el arte tiene este potencial increíble de cambiar la manera en que vemos el mundo, inspirarnos a actuar juntos, a pensar las cosas de otra manera. Creo que lo importante es poder hacer algo que sea imprevisible, que realmente tenga un potencial revolucionario. — Es una mirada un tanto romantizada. — ¿Romántizada? Totalmente. ¿Si no, cómo hago para seguir? Si no, me tendría que dar por vencida. Luego de Heather Dewey-Hagborg, el programa recibirá el colombiano Juan Cortés, quien explora la relación entre naturaleza y tecnología; y el español Daniel Canogar, especialista en instalaciones artísticas y proyecciones tecnológicas. En años anteriores, el programa ha contado con la colaboración de artistas y curadores como Marcela Armas, Oscar Santillán, Mónica Bello, Rafael Lozano-Hemmer, Guto Nóbrega y Maurice Benayoun. Fotos: Gentileza Fundación Williams
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