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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 25/06/2025 04:32
Cristina Kirchner desde el balcón del segundo piso E del edificio de la calle San José 1111, en el barrio porteño de Constitución (REUTERS/Pedro Lazaro Fernandez) Que alguien se arremangue y explique a la platea y al mundo, cómo es que en la Argentina un balcón se convirtió en una cuestión de Estado. Un balcón es un balcón y, como su nombre indica, nació para balconear la vida, para mirar desde arriba lo que desde abajo es confuso, para gozar de las tardes de verano, para engalanarlos con proyectos jardineros o, como si no fuesen estas misiones benditas, para que Romeo y Julieta imaginen un amor sin tragedias, para que arquitectos y urbanistas suelten sus pájaros, y, en el peor de los casos, para que la política lo convierta en tribuna. Esto último ha sido siempre en la Argentina, un mal de la modernidad. Ya no se usan los balcones como tribunas, salvo en escenarios como el nuestro, donde las ideas atrasan bastante y ni miras de progresar: basta testear el nivel de oratoria del Congreso Nacional. "Se espera de la solicitante el criterio, la prudencia y el sentido común suficientes", dice la Justicia sobre el uso del balcón (REUTERS/Pedro Lazaro Fernandez) Sin embargo, quiere el destino que el balcón del segundo piso E del edificio de la calle San José 1111, donde, detrás de celosías y ventanas, pasa sus primeros días de prisión domiciliaria la ex presidente Cristina Kirchner, condenada por defraudar al estado en ochenta y cinco mil millones de pesos, se haya convertido en una especie de fortín y mangrullo, caja de seguridad y cárcel, escenario de un drama o una comedia, bastión de la épica o cuna del patetismo, según quien vea y según quién mire. Sin ánimo de ofender, es un balconcito sin demasiadas pretensiones. Cabe muy poco en un espacio muy estrecho; caben pocas cosas físicas, de las otras deben caber galpones llenos. No hay macetas, ni plantas, ni gomeros, ni esos solemnes macizos vegetales con los que queremos imponer el verde por sobre el cemento. Es uno de esos balcones de los que Baldomero Fernández Moreno entrevió setenta sin ninguna flor. Es más, hasta la ratificación de la condena a Cristina Kirchner, nadie había, ni hubiera, reparado en esa solapa de hierro y piedra que saca pecho en el barrio de Constitución. Hablemos un poco de balcones. Balcón, lo que se dice balcón, en nuestro país hubo y habrá uno solo: el de la Casa de Gobierno. El primero en hablar desde allí fue el presidente Nicolás Avellaneda en mayo de 1880 y en circunstancias dramáticas para el país, según narra con una prosa estupenda el historiador Daniel Balmaceda. Antes, el pionero Domingo Faustino Sarmiento había hecho hacer un balconcito sobre una tarima frente a la Rosada, para dejar inaugurado con un discurso brillante el monumento a Belgrano. Juan Perón y María Eva Duarte de Perón, desde el balcón de la Casa Rosada, el 17 de octubre de 1950 (AP Photo) Pero al balcón de la Rosada lo hizo eterno Juan Perón la agitada noche del 17 de octubre de 1945, la noche de su gloria. Desde entonces, ese espacio si se quiere pequeño para tanta ambición, apretujó sueños, deseos, angustias, gritos, congojas, sobresaltos, tenciones y fracasos de los gobernantes de esta tierra. Una breve lista, no olviden que cuando se hace una lista lo primero que se nota es lo que queda fuera de ella, debería involucrar al balcón donde cortada por el llanto dijo adiós Eva Perón en octubre de 1951; fue el balcón de la otra Eva Perón, la de Alan Parker, encarnada por Madonna; el de la Rosada fue el balcón de Lonardi y de la Libertadora, el que vio a saludar envarado a Jorge Videla el día siguiente de Argentina Campeón mundial en México y, días después, Maradona campeón del mundo en 1986; es el balcón y al que Messi no quiso ir después de Qatar, en diciembre de 2022; fue el balcón desde donde Perón, cuándo no, echó a los Montoneros y, desde donde, un mes y días después, se llevó en sus oídos la música más maravillosa; el balcón de la Rosada fue el del “Si quieren venir que vengan” del burdo Galtieri; el de “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina” de Alfonsín que, por esas vueltas de la vida, no quiso pisarlo cuando asumió, pero sí lo usó meses después, para anunciar una economía de guerra en abril de 1984; fue el balcón donde celebró Néstor Kirchner, el único presidente que no habló desde allí, y en el que Mauricio Macri y Javier Milei, ambos con banda al hombro y bastón en mano. No tenemos otros balcones famosos. Bueno, el del Cabildo sí, por cierto. Allí aparecieron a saludar en el dicen que lluvioso 25 de mayo de 1810 Cornelio Saavedra y el resto de la junta de gobierno, es de suponer que a don Cornelio Saavedra la algarabía le hacía tanta gracia como la munición al pato. Alfonsín también eligió el balcón del Cabildo, lo que quedaba del histórico, en diciembre de 1983 cuando asumió la presidencia. No quedan más balcones famosos, salvo, si la memoria no traza una emboscada, aquel de la casa de la calle Gaspar Campos 1065, en Vicente López, adonde fue a parar Perón, de nuevo, el día de su primer retorno a la Argentina, en noviembre de 1972, y desde el que enarboló una frase célebre para que la ruidosa militancia lo dejara descansar, dijo algo así como: “Hace tres días que no me saco los botines…”. Para sintetizar, en nuestros balcones, Romeo y Julieta se morían de hambre. El por entonces general emitió desde el balcón de la Casa Rosada un discurso a ocho días del desembarco argentino en Malvinas Detrás del balcón del segundo piso, departamento E, de San José 1111, urden los afanes políticos típicos de los balcones argentinos. Allí, la señora Kirchner se revuelve en la furia de su flamante condición de interna del servicio penitenciario, dicen que también lo hace en el dolor inevitable que eso provoca: el presidente de Brasil, Lula da Silva la oyó llorar cuando le ofreció su solidaridad vía telefónica. Pero, al mismo tiempo que rumia su ira y su impotencia, parece dispuesta a hacer arrepentir a los jueces que le otorgaron el beneficio de la prisión domiciliaria. Y aquí el balconcito humilde adquiere proporciones de gigante. La señora Kirchner lo usó como tribuna política para avivar el fervor de sus simpatizantes, bailó en el balcón como si la cárcel fuese una fiesta de cumpleaños y, desde su encierro, envió mensajes de profundo contenido político en los que presagiaba el fin del actual gobierno, el fracaso del plan económico y al retorno “del pueblo, los pueblos siembre vuelven”, dijo, cuando estos días aciagos terminen. O antes. Cristina Kirchner también le exigió a la Justicia que defina, blanco sobre negro, qué puede hacer en su prisión domiciliaria y qué no puede hacer. La Justicia ya había sido clara y ambigua, se trata del Poder Judicial, cuando le otorgó ese beneficio. Dice la resolución del Tribunal Oral Federal 2: “Debemos recordar (aunque resulte ocioso) que el tribunal no ha vedado a la señora Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, en principio, el uso y goce de ningún espacio específico de la arquitectura del inmueble en el que habita (…) Se espera de la solicitante el criterio, la prudencia y el sentido común suficientes para discernir en qué contexto el uso del balcón resultará una acción inocua y en cuál podrá implicar una perturbación para la tranquilidad y la convivencia pacífica del vecindario y sus habitantes”. ¡Amigo! Alguien que se arremangue y defina qué es para el Poder Judicial y para Cristina Kirchner criterio, prudencia y sentido común, porque parece que uno y otra le dan a esas expresiones acepciones diferentes. Se supone que, dado que cumple una condena, la señora Kirchner podría tener vedado aparecer en el balcón para exacerbar los ánimos partidarios, aún sin pronunciar palabra: es un beneficio que no tienen los otros huéspedes del servicio penitenciario, que tampoco tienen balcones. El viernes 20, la señora Kirchner pidió a sus seguidores que no fuesen más en peregrinación al pie de su balcón, pero el domingo 22 volvió a aparecer, un minutito, como el vals de Chopin, para saludarlos con su alegría impostada. El lunes, la Justicia rechazó un pedido suyo, acaso ambicioso, de recibir visitas sin restricciones de ningún tipo en su departamento-prisión. Argentinos en torno a un balcón, donde hoy se aglutina la política argentina (REUTERS/Francisco Loureiro) Durante estos últimos quince días, el balcón de Cristina Kirchner es la piedra basal de sus provocaciones y de sus osadías: las dos le brotan como a Mozart la música. Y, salvo orden en contrario, puede recibir delivery de lo que necesite. Alguien deberá recibir al chico de los mandados en la puerta del edificio y revisar qué contiene cada paquete destinado a la confinada, en beneficio de su seguridad y dado que tiene prohibido abandonar su hogar, siquiera atravesar la puerta de su departamento. También tiene habilitada su conexión a Internet, teléfono celular, acceso pleno a plataformas de servicios y de streaming, está habilitada para hacer compras on-line que le serán entregadas por delivery, y acaso ya le hayan permitido, o esté a punto de tramitarse la atención de un servicio de peluquería, manicuría y acaso cosmetología, todos privilegios, dispensas concesiones y aquiescencias que les están vedados a los presos de una cárcel común quienes, en aras de la igualdad ante la ley, podrían exigir lo mismo, o parecido, para hacer su vida en prisión más llevadera. Todo empezó con dilucidar cuál el destino que se le debe dar en los próximos seis años al balcón del segundo piso “E” de San José 111, convertido en cuestión de Estado, púlpito y tribuna, como han sido los balcones argentinos, y sobre el que todavía no se ha dicho la última palabra. ¿Puede Cristina Kirchner asomarse a la calle, dirigirse a sus partidarios con palabras, con gestos o con alguna estudiada coreografía para transmitir euforia, alegría, pena o algún mensaje político? ¿Puede desde su prisión domiciliaria ejercer, aún en forma tácita, una actividad política que le está vedada en la práctica, como vedado les está a otros presos de su condición? ¿Puede la ex presidente desafiar, cuestionar, impugnar, discutir letra a letra con el Poder Judicial las características y las condiciones de un beneficio que ella pidió y le otorgaron? ¿Dónde empiezan y terminan para la Justicia y para Cristina Kirchner el criterio, la prudencia y el sentido común? La batalla promete ser larga. No ha hecho más que empezar.
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