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» Diario Opinion
Fecha: 24/06/2025 03:30
En el ocaso de una campaña marcada por el abuso del aparato estatal, el diputado provincial Agustín Samaniego protagonizó en Las Lomitas un acto involuntario de sinceridad brutal. Lo que debería haber sido una inauguración institucional más —si es que aún queda alguna— se convirtió en una postal del cinismo oficial: en pleno acto encabezado por el gobernador Gildo Insfrán, Samaniego celebró sin pudor que en solo nueve días "se inauguraron decenas y decenas de obras" y que aún quedan más... "hasta que la veda electoral lo impida". El mensaje fue claro: mientras la ley lo permita, el gildismo seguirá montando actos pagados con fondos públicos para militar el voto. Que no se hable de gestión, ni de prioridades: se trata de una campaña electoral encubierta, con el Estado puesto al servicio de una causa partidaria. Lo dijo Samaniego sin filtro, sin siquiera disimular: "Esto solo sucede en Formosa, en el Modelo Formoseño, con el mejor gobernador del país". Y tiene razón: en ninguna otra provincia se naturaliza de esta forma el uso indiscriminado de recursos públicos para favorecer a un partido en el poder. En ningún otro rincón del país se banaliza tanto el concepto de institucionalidad. El acto, además, tuvo otro condimento que ya es rutina en el operativo electoral del oficialismo: la exclusión. Ni el intendente Atilio Basualdo ni un solo representante del municipio fueron invitados. En su lugar, el escenario fue ocupado por funcionarios provinciales y candidatos oficialistas que utilizan la infraestructura del Estado como tarima proselitista. ¿De verdad están orgullosos de militar con la plata de todos? ¿Es motivo de celebración que se amontonen inauguraciones a un ritmo de vértigo, solo porque se acercan las urnas? ¿Ese es el "modelo" que pretenden eternizar reformando la Constitución? En cualquier democracia sana, lo admitido por Samaniego generaría escándalo. En Formosa, apenas arranca los aplausos de los fieles. Pero conviene dejarlo claro: cuando la gestión se convierte en campaña, y el Estado en herramienta partidaria, ya no hay diferencia entre gobierno y propaganda. Solo queda la certeza de que la institucionalidad fue otra víctima más del calendario electoral.
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