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  • La Rosario rebelde: cuando los trabajadores escribían la historia entre balas, niños obreros y jornadas de 14 horas

    » El Ciudadano

    Fecha: 22/06/2025 16:15

    Daniel Zecca El historiador Carlos Álvarez decidió escribir un libro para contar “la historia proletaria de Rosario” durante el período 1870-1915. El trabajo, “El movimiento obrero en Rosario”, cobra vigencia “en estos tiempos donde parece que la clase trabajadora desapareció como fenómeno social e histórico”, pero también como una manera de poner la lupa sobre un período que el actual gobierno nacional propone como el de la “Argentina potencia”, en la antesala de los “populismos” que Javier Milei tanto detesta, pero que vinieron a equilibrar la balanza entre capital y trabajo. Si bien el trabajo de Álvarez apunta a narrar la pelea de las organizaciones socialistas y anarquistas, y más adelante en el tiempo del sindicalismo revolucionario, también sirve para recordar las condiciones de trabajo de 14 horas, donde los niños trabajaban a la par de los adultos, también la represión instalada desde el Estado, y desde ahí poder tomar dimensión del país que el presidente considera como ejemplar. “Recuperar la memoria de los trabajadores y de la formación de la clase trabajadora en este país, con todos los sacrificios y necesidades que pasaron, tanto materiales como políticas y sociales, me parece fundamental”, le dijo Álvarez a El Ciudadano. Álvarez nació en Buenos Aires, pero vivió en Mar del Plata desde el primer año de vida, donde trabajó como canillita desde los 13 años, en medio de una familia de “fierreros”. Estudió en una escuela técnica pero su pasión por la historia lo llevó a empezar los estudios en La Feliz para finalmente terminarlos en Rosario, donde ejerce como docente y promedia el doctorado, con una beca del Conicet. También tiene un posgrado con maestría en Historia Social Argentina y Latinoamericana. —Este libro, ¿fue tu primera investigación? ¿Cómo llegamos acá? —No es producto de la primera investigación, sino una compilación entre mi tesis de licenciatura de grado y mi tesis de maestría, que abarca conjuntamente el mismo período del libro. El libro surgió por propuesta de Nicolás Iñigo Carrera y María Celia Cotarelo, directores de colección sobre historia del movimiento obrero, que no tenía material sobre Rosario. Hice una propuesta que les interesó, tomando lo que había investigado en la maestría y licenciatura. —El libro abarca 1870-1915. ¿Por qué ese período? —Porque es el periodo formativo de la clase trabajadora a nivel nacional y local. Es el período en el que la clase trabajadora se empieza a conformar como tal. Cuando un puñado de trabajadores (inmigrantes y criollos) empiezan a definirse como clase, en una Argentina que transicionaba a formas capitalistas de producción, con perfil agroexportador, a finales del siglo XIX. Los efectos de ese proceso fueron generando una clase trabajadora desposeída de sus medios de producción, donde empiezan a proletarizarse y a salarisarse. —¿Quiénes conformaban esa clase trabajadora? —Tenemos de todo un poco. Tenemos criollos que venían a trabajar en una Rosario que crecía enormemente. Muchos empiezan a trabajar en lo que pueden, en pequeños comercios, de una todavía pequeña Rosario, pero que venía creciendo de manera enorme. —¿De qué población estamos hablando? —Para 1869 apenas superaba los 20.000 habitantes, pero para 1914 ya tiene 292.000 habitantes. El crecimiento proporcional es el más grande de Argentina. Y la otra mitad de esa clase trabajadora la van a aportar los inmigrantes, mayoritariamente italianos en una primera instancia, después con un crecimiento grande de españoles y también ingleses, belgas, alemanes, que generan una polifonía de presencia étnica importante. —¿El libro se enfoca en eso o en otra cosa? —Retomo eso, pero el foco es el movimiento obrero, no los trabajadores a secas, sino los trabajadores que, acercándose a diferentes concepciones ideológicas lo que buscan es no solo entender la realidad en la que están viviendo sino tratar de modificarla. Son trabajadores que se van a ver interpelados por el socialismo, por el anarquismo, y tiempo después por el sindicalismo revolucionario. Y que empieza a ser más definido más cerca de 1890. —¿Y de la mano de quiénes? —En Rosario tuvimos una presencia compartida, por lo menos en una primera etapa, de socialistas y anarquistas. De hecho conjuntamente van a conmemorar el primero de mayo de 1890, que va a ser una fecha icónica, porque va a ser una de las pocas ciudades del mundo que celebró el primer 1° de Mayo en su primera edición, lo que muestra el nivel de desarrollo de esa clase trabajadora en Rosario. Pero progresivamente, en esa década, el anarquismo ganó hegemonía sobre el socialismo, algo singular de Rosario (en Buenos Aires el socialismo mantuvo más fuerza). El socialismo seguirá estando, pero va a perder un poco de terreno frente a los sectores libertarios, recuperando el verdadero término (risas). —¿Por qué predominó el anarquismo en Rosario? —Es un tema que está un poco en discusión. Yo planteo como hipótesis, que ha sido trabajada por otros colegas también, que tiene que ver con la debilidad del socialismo local. Su estructura vertical desde Buenos Aires hizo que el anarquismo, más tentador en un contexto de fraude electoral, ganara terreno. Su propuesta de acción directa (huelgas, solidaridad sin burocracias) era más atractiva que esperar cambios legislativos. —¿Qué más tenía de seductora la propuesta del anarquismo en referencia al socialismo? —Yo creo que hay una cuestión de solidaridad de clase, en términos no ya de pertenecer a un partido y seguir la línea del partido, esa cuestión del libre concurso de las personas por su libre albedrío, es una línea de pensamiento que empodera al sujeto colectivo pero que no le pone límites, no propone participar, pagar una cuota, formar parte de una estructura, sino que es mucho más lábil en ese sentido, y propone una acción directa para combatir las injusticias. No esesperar presentar un proyecto de ley en el Congreso para ver si mejoramos las condiciones de los trabajadores, sino conseguir las mejoras por la lucha del trabajador mismo, esto sea la huelga parcial o general. Pero tiene un reclamo mucho más directo. Evita, en términos de la época, para un trabajador en muchos casos analfabeto, el rodeo de pensar que tenga que haber un camino legislativo para conseguir mejoras, que no se sabe cuándo van a llegar. En cambio acá están proponiendo “vamos a la huelga mañana y conseguimos mañana el aumento”. En una cultura tan restrictiva de la Argentina de entonces, la propuesta más combativa del anarquismo se volvía más tentadora. Como va a deja a dejar de serlo cuando cambian estas cuestiones, cuando se transparente el sistema democrático, cuando aparezcan otras alternativas…esa lucha directa va a perder terreno. —Pero ya no estamos en tu período de estudio. —Estamos ahí en el límite, digamos. En 1916 con la Ley Sáenz Peña, pero en 1912 ya generó un cambio en Santa Fe porque la Unión Cívica Radical, el primer bastión lo va a tener en la provincia de Santa Fe, en 1912. Entonces, un poco el libro cierra agarrando esa coyuntura, donde ya podemos ver cómo los trabajadores sin perder su posición ideológica necesariamente anarquista, podían votar al radicalismo perfectamente y apostar en dos terrenos. A la hora de la reivindicación concreta salarial cotidiana, siguen siendo anarquistas, pelean junto a la Federación Obrera Anarquista, pero a la hora de llamar a las urnas no tienen reparo en ir y votar perfectamente al radicalismo. Eso se perfila de manera muy clara acá en Rosario, sobre todo, pero en la provincia de Santa Fe en general y va a ser un laboratorio que de alguna manera explica lo que va a terminar pasando con Yrigoyen a partir del 16 a escala nacional. Buena parte de esa lógica obrerista que avanza ya en Yrigoyen a partir del 16, ya fue experimentada en Rosario y en Santa Fe en general. —¿Este período que vos estudiás está dominado por los anarquistas en la lucha gremial? —Sí, sí, mayoritariamente sí. Ya a partir de 1910 empieza a haber ruidos un poco más importantes, pero te diría que sí, en línea general siguen siendo mayoritarios. —Contame algunas cosas o datos salientes de esa lucha. —Bien, ahí la primera década del siglo XX va a arrancar bastante movida a nivel nacional porque ya en 1901 se va a crear la primera Federación Obrera de alcance nacional perdurable, que es la Federación Obrera Argentina, la FOA. Y en Rosario puntualmente ese mismo año, en octubre, va a tener lugar la huelga de Refinería, que fue una huelga muy importante, muy violenta, donde según la propia tradición anarquista -hoy podríamos discutirlo un poco eso- va a tener lugar el primer mártir del movimiento obrero argentino asesinado por reclamar en jornadas de lucha, que va a ser Cosme Budislavich, un trabajador austríaco que a las faldas de la refinería, escapando de la represión policial, va a recibir un balazo en la nuca. —¿De parte de? —De parte de la policía, bajo órdenes del jefe político de la ciudad, que era Octavio Grandoli por entonces. El jefe político era como un delegado del gobernador, la presencia del Poder Ejecutivo provincial en la ciudad. Tenía de hecho mucho más peso que el intendente. Lo que está en discusión es si efectivamente fue el primer asesinado. Para la liturgia anarquista y el movimiento obrero en general se construyó el mito detrás de la figura de Budislavich. —¿Cómo fue ese conflicto? ¿Cuántos días de lucha, de huelga? —Fue una huelga bastante larga, de más de 10 días, en lo que era la Refinería Argentina de Azúcar, propiedad de Ernesto Torquinst, uno de los más grandes empresarios de la Argentina de entonces. Esta empresa fue de las más grandes de la ciudad durante mucho tiempo. Según informes sobre las condiciones de la clase trabajadora un año después, sabemos que la refinería fue de las empresas más grandes de la Argentina y puntualmente, en octubre de 1901, tuvo este conflicto donde los trabajadores reclamaban mejoras salariales, achicar la jornada de trabajo… —¿Qué jornada tenían? —Lo más normal era trabajar 12, 13, 14 horas. Por debajo de las 10 horas era raro todavía. Muy pocos gremios habían conseguido eso: ferroviarios, maquinistas y foguistas del ferrocarril -obviamente no todos los ferroviarios-, en algunos casos los panaderos, pero eran muy poquitos los gremios que habían conquistado las 8 horas. —¿Y en la refinería qué pedían? —Pedían bajar la jornada de trabajo a 10 horas y mejores condiciones salariales. En algunos casos también se pedía puntualmente que no trabajaran niños en los turnos nocturnos ni mujeres. —¿Trabajaban niños? —Era perfectamente normal que a los 6-7 años estuvieran trabajando, como un adulto, pero cobrando muchísimo menos. Las mujeres también cobraban menos que los varones. También se pedía que las tareas más tóxicas o perjudiciales para la salud no las hicieran niños ni mujeres. Pero bueno, la cuestión es que esa huelga terminó con una muy fuerte represión y con la muerte de Budislavich. Y un año después se va a crear en Rosario lo que va a ser, y es parte del libro también, la Federación Obrera Local Rosarina (por entonces era solo Federación Obrera Rosarina, la FOR), que era la pata local de esta Federación Nacional, y se va a transformar en la principal central obrera de la ciudad y una de las más importantes del país. —¿Eso para cuándo? —Para 1902 ya está conformado. —Entonces Rosario tuvo el primer mártir, la primera celebración del 1° de mayo en 1890 y ¿el primer gran conflicto? —El primer gran conflicto fue 5 años antes, en 1896, que se lo conoce como la Huelga Grande, que fue una huelga que nace en los talleres ferroviarios de Tolosa en Buenos Aires, pero que muy rápidamente por lazos de solidaridad -algo muy típico del movimiento obrero de entonces- se desencadenó una huelga de alcance nacional. Se discute todavía si se la puede considerar la primera huelga nacional de la historia argentina, porque en algún punto de facto lo fue: pararon prácticamente todos los sectores. En Rosario el nivel de acatamiento fue altísimo, no solo ferroviarios, pararon todos: marítimos, panaderos, sastres… fue una huelga muy importante y Rosario fue uno de los focos más importantes. Pero se discute si fue la primera huelga nacional en la medida de que no hubo una entidad que la haya convocado, pero sin lugar a dudas fue la primera experiencia. —¿Cuáles eran los gremios más importantes de aquella época? —Los más importantes eran aquellos vinculados a los sectores estratégicos del mercado agroexportador: transporte (ferroviarios y marítimos), que son las puertas de entrada y salida de la mercancía, y también el transporte interno, como carreros, cocheros de plaza, que manejan la circulación dentro de la ciudad. Son los que llevan la mercadería del matadero al mercado central, del mercado central a los comercios. Todo lo que tenga que ver con transporte supieron ser gremios muy poderosos. Y también algunos vinculados directamente con la alimentación, como los panaderos, que siempre fue un gremio muy fuerte en la ciudad, en el país en general. —¿Y ya había una cuestión gremial o era más el pseudoempresario, el panadero? —Habitan un mundo intermedio. Hay panaderos que tienen su cuadra y tienen capaz cinco o seis empleados, pero se perciben como panaderos de todos modos. Son sectores que todavía habitan ese doble mundo de ser trabajador y pequeño empresario al mismo tiempo. De hecho, algunos van a abandonar su costado proletario para ser empresario panadero, empresario sastre… ese ascenso social que todavía permitía esa economía para algunos pocos, muchos lo van a aprovechar. Pero en líneas generales es un sector fuertemente combativo y empobrecido. Es un gremio que guarda relación con los viejos oficios medievales, de la vieja Europa, donde se trasmitía el saber de una generación para la otra y se respetaba ese “saber hacer” del oficio. —Las jornadas muy extensas, ¿no? —Era una jornada extensísima, muy sacrificada. Hoy capaz ha cambiado un poco porque cambió el mercado, pero era entrar a trabajar a las 3-4 de la mañana, trabajar hasta las 11-12 del mediodía, con condiciones de altísimas temperaturas, sin descanso… condiciones muy complicadas, pero siempre fue un sector altamente levantisco el de los panaderos. —¿Muy tempranamente organizados también? —Sí, aunque de todos modos el primer gremio que se conoce, mucho más temprano, no es de Rosario sino en Buenos Aires, va a ser el de los periodistas, que es el de los tipógrafos. Los que colocaban los tipos móviles, digamos. Después van a venir los que se encargan del linotipo, cuando aparezca la tecnología. Hacia 1857 ya aparece en Buenos Aires el primer gremio de trabajadores organizados detrás de una estructura sindical, que van a ser los tipógrafos. —¿Eran socialistas? —En líneas generales estuvieron mucho más cercanos al socialismo. Y ahí hay una condición que no es menor: en líneas generales eran mayoritariamente argentinos, criollos, por ende ese vínculo con el Partido Socialista es más directo. Esto se refuerza con el hecho que para ser tipógrafo hay que estar alfabetizado, hay que saber leer y escribir para trabajar en un diario. Eso también les da otra posición con respecto a otros sectores de la clase trabajadora que permanecieron analfabetos mucho tiempo más. —¿Qué fue lo que más te sorprendió de la investigación que hiciste? —Me encontré con una discusión historiográfica. Por mucho tiempo se postuló que después de 1907 -que fue el último año de un ciclo muy álgido de conflictividad, con dos huelgas nacionales- hasta 1912-13, el movimiento obrero en Rosario había quedado planchado, como que había tendido a la desmovilización, y que se reactivaría con la llegada del radicalismo a la provincia, a partir de 1912. Lo que yo encontré fue que no, que efectivamente había mucha organización, mucha inteligencia y estrategia para moverse en un periodo extremadamente represivo, por parte de las fuerzas de seguridad acá en Rosario, y a nivel nacional pasó algo parecido. Pero que también es un momento donde la clase obrera se tiene que reconfigurar después del cimbronazo que supuso 1907, y donde el movimiento obrero no está solamente habitado por socialistas y anarquistas, sino que en Buenos Aires sobre todo, y de a poco en Rosario también, ya desembarcó una nueva corriente de izquierda, que va a tener un peso nodal en la historia argentina posterior: el sindicalismo revolucionario. Que con el tiempo va a quedar como sindicalismo a secas, que es el que conocemos un poco más por tener un vínculo muy estrecho con Yrigoyen. Un sindicalismo menos principista en términos ideológicos y mucho más dado a sentarse a dialogar y negociar con quién corresponda. —¿Algo más parecido a lo que vemos ahora? —Bueno, le vamos a subir el precio a los de antes, eran muy combativos pero no tenían reparo de tipo ideológico. No significa que los anarquistas no lo hicieran, porque es una idealización que no resiste ningún análisis, pero tenían mucho más pruritos a la hora de hacerlo. Eran laburantes, tenían que parar la olla, pero sí tenían reparos de con quién se juntaban, con quien podían hacer fuerza común. El sindicalismo nace como un desprendimiento por izquierda del socialismo, son expulsados del partido y empiezan a crecer de manera sostenida. Para el 7 ya son una corriente autónoma propia, tienen prensa propia, sindicatos propios. Pero se suponía que en Rosario en este bache de 1907 al 12-13, donde se creía que había pasado poco, también se suponía que el sindicalismo revolucionario no había llegado a la ciudad. Trabajando con prontuarios de la división de investigaciones de la policía y otras fuentes, me encuentro con que sí llegó a la ciudad y sí empezó a tener bastante predicamento entre los trabajadores en un contexto recesivo en materia económica pero sobre todo represivo, donde a los sindicatos fundamentalmente anarquistas se los reprimió muy violentamente, y el sindicalismo era un mecanismo intermedio de seguir luchando pero también consiguiendo conquistas. —¿Hay algún referente, algún personaje de la época que sea representativo o que se destaque? —Sí, varios. Si vamos al anarquismo, por tomar una figura de relevancia acá en Rosario pero de proyección nacional, va a ser Virginia Bolten, una importantísima militante, oradora de origen puntano que se instala jovencita acá en Rosario. —¿En qué gremio estaba? —Ella puntualmente va a estar muy vinculada a la refinería, pero su rol va a estar más allá del gremio porque va a ser representante del diario anarquista La Protesta de alcance nacional. Virginia Bolten tenía una proyección mucho más allá: no había plaza donde vaya a hablar un anarquista que no la invitaran, viajó por todo el país. Es una mujer que tiene vuelo propio en una época muy masculina, donde las mujeres en todo caso eran «la compañera de». A ella se le ha llegado a tildar como la Louise Michel rosarina, en comparación con aquella gran militante de la Comuna. En el caso del anarquismo nos podríamos quedar con Virginia, pero van a despuntar otros dos militantes opacos, conflictivos, difíciles de encuadrar que para el período van a ser clave: Marcelino Rigotti y Pedro Casas. Los dos de origen anarquista van a empezar a tener un giro hacia el sindicalismo revolucionario y van a ser en gran medida los introductores del sindicalismo en la ciudad. Sin abandonar o muchas veces reconociéndose abiertamente anarquistas, van a tener comportamientos sindicalistas, van a crear un centro sindicalista y van a empezar a ser quienes pivoteen el ingreso del sindicalismo en la ciudad. Para 1915, cuando el libro cierra, van a ser los dos delegados con más proyección de Rosario. En ese año, cuando se lleva a cabo el noveno congreso de la FORA (la principal entidad nacional, podríamos hacer un equivalente muy temprano de la CGT), en ese congreso histórico que va a romper el sindicalismo argentino para siempre, los dos delegados nacionales que van a bregar por esa ruptura van a ser estos dos delegados rosarinos, quienes se suponía venían a representar a la ciudad más anarquista del país, pero van a terminar siendo quienes introduzcan y militen intensamente la ruptura de esa central, inaugurando una nueva etapa en la historia del movimiento obrero en Argentina. — Rosario era la capital del anarquismo. —Se le decía la Barcelona argentina, ¿no? Claro, comparándola con Cataluña, que era como el centro mundial del anarquismo europeo. Bueno, le hacía justo precio el mote de Barcelona argentina, sí. —¿La violencia de los anarquistas en sus protestas fue un mito o una realidad? —Eso ha sido un tema de discusión enorme. Osvaldo Bayer, con un trabajo impresionante como ha hecho, en algún punto generó un cierto imaginario del anarquista reivindicador que mete bomba, que en Argentina eso fue, en líneas generales, excepcional. No fue la norma en absoluto. Hubo atentados con bombas, sabotajes, sí, pero de ninguna manera fue mayoritario ni representativo del movimiento. De hecho, buena parte de los anarquistas conforme avanzamos en el tiempo se oponían a esa forma de práctica. Creían en el sindicato, en la lucha a la calle, en la organización colectiva, en el apoyo mutuo, en la huelga revolucionaria -que no tenía por qué ser pacífica-, pero no era la idea de meter bombas, no era el magnicidio un horizonte para el anarquismo argentino. En Europa sí, mataron reyes, emperadores, presidentes, y eso acá repercutía, pero generaba más una histeria en las clases altas y autoridades que un sustento en lo que realmente pasaba. Siempre era «el anarquismo es magnicidio, mete bombas», pero después en la práctica no. Hubo un caso que intentaron matar al presidente Nicolás Quintana en 1905, pero la bomba no explotó. Después en 1909 la que sí explotó fue la de Ramón Falcón, el jefe de policía de Buenos Aires, donde la bomba no solo lo mata a él sino a su asistente Artigau. Aquel atentado quedó obviamente empañando a todo el anarquismo como un movimiento con el cual no se puede dialogar de otra manera que la represión, y eso se instaló mucho en la época. —¿Algo que quieras agregar sobre el libro? —Sólo quiero invitar a encontrar en este trabajo una relectura sobre la historia proletaria de Rosario, que me parece importante en estos tiempos donde se niega tanto la condición de los trabajadores, donde se habla de que «podés ser tu propio jefe», donde parece que la clase trabajadora desapareció como fenómeno social e histórico. Recuperar la memoria de los trabajadores y de la formación de la clase trabajadora en este país, con todos los sacrificios y necesidades que pasaron, tanto materiales como políticas y sociales, me parece fundamental. Volver a recuperar la historia de nuestra clase trabajadora porque sigue siendo nuestra historia.

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