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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 21/06/2025 04:47
El asesinato de tres activistas por los derechos civiles en Mississippi marcó un hito en la lucha contra el racismo en Estados Unidos Los mataron porque eran jóvenes. Porque luchaban para que la comunidad negra de Estados Unidos tuviera acceso a los derechos más elementales, entre ellos, el de votar. Los mataron porque eran muchachos que luchaban contra el racismo y contra la discriminación, y también para dar un escarmiento, para alejar del estado de Mississippi toda posibilidad de crecimiento de esa ola liberal y republicana que hablaba de igualdad de derechos. Sobre todo, los mataron porque sabían que ni la policía, ni las autoridades del Estado iban a perseguirlos porque ellos, los asesinos, eran la policía y representaban al estado de Mississippi. El 21 de junio de 1964, hace ya sesenta y un años, Michael Schwerner, que tenía veinticuatro años y era un muchacho judío de New York, Andrew Goodman, que también era de New York y tenía veinte años, y James Chaney, un chico negro, de Mississippi, de veintiún años recién cumplidos, fueron asesinados a balazos, previa paliza, en el condado de Neshoba, en el centro de Mississippi, cuando trataban de investigar el incendio de una iglesia afroamericana en ese condado que, como el estado entero, estaba fuertemente segregado. Los dos muchachos de New York habían viajado a Mississippi para organizar las fuerzas que impulsaban los derechos civiles en nombre del CORE, la sigla en inglés que identificaba al Congreso de Igualdad Racial. El tercero de los chicos, James Chaney, era un afroamericano local que se había unido al CORE en 1963. Los tres se habían metido de lleno en la boca del lobo. Schwerner había llegado a Mississippi en enero de 1964. De inmediato empezó a ser acosado y perseguido por el Ku Klux Klan, la banda terrorista racista tan en boga en esos años en el sur de Estados Unidos. El Klan llamaba a Schwerner “Niño judío” o “Perilla”, porque usaba una barba candado. Y lo habían puesto en la mira después de que el joven militante hubiera organizado un exitoso boicot negro a una tienda de la ciudad de Meridian, que era el lugar de nacimiento de Chaney. El trío pugnaba para que la población negra del Estado se inscribiera en el registro de votantes, una condición ineludible para poder votar. Años antes, el gobierno del presidente John Kennedy había abierto el registro de votantes para todos los habitantes del país, sin distinción alguna, pero las autoridades de los estados racistas del sur establecieron una especie de “examen” que debía ser aprobado para alcanzar la categoría de inscriptos para votar: consistía en una serie de preguntas sobre la historia y la Constitución de los Estados Unidos, entre otras muchas preguntas dirigidas a una población en la que predominaba el analfabetismo. La investigación federal liderada por el FBI y la presión de Robert Kennedy permitieron llevar a juicio a los responsables tras años de impunidad En mayo de 1964, Sam Bowers, el llamado “Mago Imperial” de los “Caballeros Blancos” (White Knights) del KKK, envió un mensaje a sus secuaces en el que decía que el “Niño Judío” debía ser eliminado. La noche del 16 de junio una veintena de miembros del KKK, todos armados, llegaron a la Iglesia Metodista Mt. Zion, en el condado de Neshoba, para matar a Schwerner, que había elegido instalar en ese templo una “Escuela de Libertad”. Schwerner no estaba. Había viajado a Ohio para dar un taller de capacitación sobre derechos civiles. Frustrados, los miembros del Klan obligaron a los diáconos de la iglesia a arrodillarse ante los faros de sus autos, los golpearon con las culatas de sus rifles y dieron fuego al templo. El 20 de junio, Schwerner regresó de Ohio junto a Goodman y a Chaney. Al día siguiente, 21 de junio, los tres viajaron a Neshoba para investigar el incendio en el templo Mt. Zion. Cuando regresaban a Meridian, fueron detenidos dentro de los límites de la ciudad de Filadelfia, cabeza del condado, por Cecil Price, el alguacil adjunto de Neshoba. Price era miembro del Ku Klux Klan y era uno de los tantos que había buscado a Schwerner para escarmentarlo. Los tres chicos fueron a parar a la cárcel, acusados de haber provocado el incendio de la iglesia que había sido quemada el 16 por el Klan. Price los mantuvo presos durante siete horas, hasta cerca de las diez de la noche, no les permitió hacer ninguna llamada telefónica, los liberó luego bajo una mínima fianza y se ofreció a escoltarlos fuera de la ciudad. Allí los dejó, fuera de Filadelfia pero dentro del condado, volvió a la ciudad para dejar a un oficial que lo había acompañado y, ni bien estuvo solo, se lanzó a perseguir a los tres hombres a los que acababa de liberar. Fue una cacería. Price había advertido ya al KKK de la captura y de sus intenciones. Cuando Price alcanzó el Ford Fairlane azul, chapa H25 503, en el que viajaban los chicos, se le habían unido ya un par de autos con miembros del Klan: los cargaron en el auto de Price, mientras otra persona se hacía cargo del Fairlane. Los cuatro autos, el policial de Price, los dos del Klan y el de Schwerner, Goodman y Chaney, tomaron un camino de tierra poco transitado, sin señalizar, llamado Rock Cut Road. Michael Schwerner, Andrew Goodman y James Chaney fueron asesinados por el Ku Klux Klan mientras investigaban un ataque a una iglesia afroamericana A Michael Schwerner le pegaron un tiro en la cabeza. A Andrew Goodman también le dispararon en la cabeza. Con Chaney se ensañaron un poco, lo apalearon, lo balearon en el abdomen y luego en la cabeza. Según los testimonios que se dieron en el juicio que siguió a las muertes, uno de los asesinos, Alton Roberts, se acercó a Schwerner antes de dispararle para insultarlo: “Sos un amante de los negros”, le dijo. Seguro de su muerte inminente, Schwerner le dijo: “Señor, sé cómo te sientes”. Fue Roberts quien también disparó en el abdomen a Chaney. Luego, otro de los criminales, James Jordan, le dio el disparo fatal y se quejó ante Roberts: “Me dejaste solo al negro… Bueno, pero al menos lo maté”. Después, los asesinos eran diez personas del KKK, cargaron los tres cadáveres en un auto y los llevaron hasta la granja de otro de los miembros del Klan, Oleg Burrage que aceptó ocultarlos: “No me importaría esconder a cien de estos tipos”. A la mañana siguiente, 22 de junio, otro de los miembros del Klan, Herman Tucker, que trabajaba con maquinaria pesada, aportó un bull dozer para cavar una fosa profunda en un pantano vecino a la iglesia de Mt Zion, donde fueron enterrados los muchachos. Tucker había tenido participación directa en los asesinatos: esa noche, sus compinches le habían pedido que abandonara el Ford Fairlane en el vecino estado de Alabama. Pero Tucker lo dejó en Neshoba, cerca de una autopista, entre unos pastos altos, y le prendió fuego. Los complotados en el triple crimen incluían al sheriff del condado, Lawrence Rainey, que negó haber formado parte de la banda de asesinos. Dijo que, en el momento de las muertes de Schwerner, Goodman y Chaney, él visitaba a su mujer, enferma en el hospital de Meridian y que luego se sentó a ver en televisión un capítulo de la serie Bonanza, muy popular en esa época. También fueron acusados Bernard Akins, miembro de los “Caballeros Blancos”, Other Burkes, un ex agente de policía de la ciudad sureña de Filadelfia y veterano de la Segunda Guerra que sentía un odio profundo hacia los afroamericanos, Oleg Burrage, que ocultó los cuerpos en su granja, Edgar Ray Killen, que se decía entonces predicador bautista, era dueño de un aserradero y fue acusado y sentenciado por dirigir todo el operativo del asesinato, Frank Herndon, un policía fervoroso de los “Caballeros Blancos”, James Harris que fue acusado de vigilar a los activistas del CORE, Oliver Warner, Herman Tucker que aportó el bull dozer para enterrar los cuerpos y el “Mago Imperial” de los Caballeros Blancos, Samuel Bowers, un ex marino durante la Segunda Guerra que a inicios de junio había anunciado “la invasión negro comunista de Mississippi”. El Ku Klux Klan, el grupo supremacista blanco que promovía con actos violentos el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, la homofobia y el anticomunismo, había vuelto a las andadas en el sur profundo de los Estados Unidos en los 60 Fue Bowers quien, al día siguiente de los asesinatos, reunió a todos los complotados para el caso, que juzgó poco probable, de que hubiera una investigación policial; habló de elaborar coartadas y de manipular, borrar o destruir eventuales pruebas. En esa reunión habló también Cecil Price, el segundo del sheriff, el hombre que había detenido primero y secuestrado después a los tres muchachos. “Bueno, chicos –dijo Bowles a sus secuaces– han hecho un gran trabajo. Son todos un soplo de aire fresco para los blancos. Mississippi puede estar orgulloso de ustedes. Han dejado en claro a esos forasteros cómo actuamos en este Estado. Ahora, vuelvan a casa y olviden lo que pasó. Pero antes, déjenme decirles que mis ojos están sobre ustedes. El primero que hable es hombre muerto. Si cualquiera de los que sabe algo de esto abre la boca ante cualquier foráneo, el resto de nosotros lo mataremos como hicimos con estos tres hijos de puta. ¿Está claro? ¡Cualquiera que se vaya de la lengua, está muerto, muerto, muerto!” Los tres chicos asesinados eran, de alguna manera, uno de los últimos eslabones que quedaban intactos de la impronta que John Kennedy había dado a su gobierno y a los Estados Unidos. En su discurso inaugural, el 20 de enero de 1961, Kennedy había anunciado: “La antorche ha pasado a una nueva generación de americanos”, con lo que abrió las puertas de la política a una estirpe que, luego del asesinato del presidente en 1963, iría a parar a las trincheras de Vietnam. Kennedy impulsó la actividad de los universitarios en defensa de los derechos postergados de la ciudadanía negra. En junio de 1963, un año antes de los asesinatos en Mississippi, Kennedy había plantado, en dos días, los objetivos finales de su gobierno y de su gobierno futuro, porque iba por su reelección en 1964. El 10 de junio, en la American University, planteó el final de la Guerra Fría y una nueva relación con la Unión Soviética: el mundo iba a demorar medio siglo en llegar a ese logro. Al día siguiente, desde la Casa Blanca, Kennedy pronunció otro discurso en el que describió la realidad que vivía la población negra estadounidense y la necesidad ineludible de terminar con la segregación racial y con la desigualdad: “Nos vemos principalmente ante una cuestión moral. Es tan antigua como las escrituras y tan clara como nuestra Constitución”. Cinco meses y once días después, Kennedy yacía en una camilla del Parkland Hospital de Dallas, Texas, con la cabeza destrozada a balazos. Los investigadores desentierran los restos de los voluntarios de derechos civiles Michael Schwerner, Andrew Goodman y James Chaney que yacen bajo la gruesa arcilla roja de una presa de tierra cerca de Filadelfia, Mississippi, en julio de 1964 El asesinato de Kennedy había devuelto bravura y decisión al Ku Klux Klan y a sus ideas racistas, xenófobas, antisemitas y homofóbicas; las universidades del sur profundo de Estados Unidos habían intentado prohibir la inscripción de estudiantes negros, la de Mississippi por ejemplo, lo hizo con James Meredith, luego graduado en Ciencias Políticas y activista por los derechos Civiles. Si en junio de 1964 algo quedaba de aquella impronta kennediana, era la del fiscal general, Robert Kennedy, hermano del presidente asesinado. La muerte de los activistas se convirtió en un escándalo nacional y, bajo la presión de Robert Kennedy, el FBI lanzó una gigantesca investigación y desplazó a Mississippi a más de doscientos agentes. El entonces presidente Lyndon Johnson, que era de Texas y conocía de sobra las andanzas del KKK, había ordenado al director del FBI, J. Edgar Hoover, que no sentía simpatía alguna por los grupos pro derechos civiles, que desplegara sus fuerzas para dar con los asesinos. Un ejército de agentes federales peinó los bosques y los pantanos de Neshoba, y los campos vecinos a Filadelfia y Meridian, en busca de los cuerpos. El 2 de julio, once días después de los asesinatos, Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles con un testigo de la lucha por conseguirla: Martin Luther King, quien sería asesinado en abril del año siguiente, al igual que, dos meses después, Robert Kennedy. Mississippi en llamas La investigación del FBI sobre los asesinatos en Mississippi duró cuarenta y cuatro días. Los cuerpos de los tres muchachos fueron hallados el 4 de agosto después de que los investigadores pagaran treinta mil dólares y aseguraran la inmunidad judicial a un miembro del Klan, Delmar Dennis, que finalmente abrió la boca que el sheriff Price había ordenado mantener cerrada. El FBI había bautizado a su operativo de búsqueda como MIBURN (Mississippi arde), que fue fuente de inspiración y título de la película que dirigió en 1988 el inolvidable Alan Parker con el también inolvidable Gene Hackman y Willem Defoe en los papeles principales. El FBI también dio con los autores y partícipes de los asesinatos, sin embargo, el estado de Mississippi no arrestó a nadie. Recién el 4 de diciembre fue el Departamento de Justicia a cargo de Robert Kennedy el que acusó diecinueve personas, incluido el sheriff Price, por “violar los derechos civiles de Schwerner, Goodman y Chaney”. Violación de los derechos civiles era la única figura legal que le daba competencia en el caso al gobierno federal. Recién después de una batalla legal de tres años en la que intervino hasta la Corte Suprema, todos los acusados fueron a juicio en Jackson, Mississippi, con un juez, William Cox a la cabeza del proceso. Cox era también un ferviente segregacionista al que le hacía nada de gracia juzgar a esa banda de criminales con la que tal vez hasta tenía al menos cierta afinidad. Pero la presión de las autoridades federales y el temor a un juicio político, hicieron que se tomara el caso con seriedad. Recién el 27 de octubre de 1967, tres años y cuatro meses después de los crímenes, un jurado compuesto por doce personas blancas declaró culpables a siete personas, entre ellas el segundo sheriff Price, y al “Mago Imperial” de los “Caballeros Blancos” del KKK, Samuel Bowers. Si el segundo sheriff estaba acusado, el titular no podía no estarlo. Era Lawrence Rainey, él también miembro del KKK y de los “Caballeros Blancos”, el tipo que había dicho que la noche de los crímenes veía Bonanza en la tele. Lo acusaron de tramar la conspiración que terminó con la muerte de los tres muchachos del CORE: lo negó, aunque fue acusado de ignorar las agresiones hacia los ciudadanos negros que se habían producido en su condado. Lo absolvieron. Una fotografía del FBI de junio de 1964 de la camioneta quemada que conducían los activistas por los derechos civiles, encontrada poco después de su desaparición (REUTERS/Estado de Misisipi, Oficina del Fiscal General/Pool) Otros nueve acusados fueron absueltos y sobre tres personas restantes el jurado llegó a una especie de punto muerto sin definición. El fallo fue celebrado como una victoria de los Derechos Civiles porque nunca antes en Mississippi había habido condena alguna por un delito cometido contra un trabajador por los derechos civiles. En diciembre, el juez Cox condenó a los culpables a penas de entre tres y diez años de cárcel. Fiel a su estrella y a sus ideas, Cox dijo de su sentencia: “Mataron a un negro, a un judío y a un hombre blanco. Les di lo que pensé que se merecían”. Ninguno de los condenados cumplió más de seis años de prisión. Uno de los principales conspiradores, Edgar Ray Killen, líder del KKK, que se decía predicador bautista y fue acusado de haber dirigido el operativo del secuestro y asesinato de Schwerner, Goodman y Chaney, no fue condenado por el juez Cox en 1967. Siguió su vida en el condado de Neshoba, protegido por la comunidad racista blanca. Una investigación del periodista Jerry Mitchell logró que el caso fuese reabierto en los estrados de Mississippi ya entrado el siglo XXI: Killen fue arrestado el 6 de enero de 2005, a sus ochenta años. Un nuevo juicio lo consideró culpable de tres cargos de homicidio el 21 de junio de ese año, a exactos cuarenta años de los asesinatos de los tres muchachos del CORE. Fue sentenciado a sesenta años de prisión. Murió en la cárcel el 12 de enero de 2018, dos días después de cumplir noventa y dos años. En 2014, el entonces presidente Barack Obama impuso a Schwerner, Goodman y Chaney la Medalla Presidencial de la Libertad, la más alta condecoración civil de Estados Unidos.
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