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CABA » Plazademayo
Fecha: 17/06/2025 11:20
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, abrió este lunes una peligrosa puerta en el tablero geopolítico global al declarar públicamente que la eliminación del líder supremo de Irán, Alí Jamenei, podría ser una vía para poner fin al conflicto entre ambos países. La afirmación, lanzada sin ambigüedad ni rodeos diplomáticos, equivale a la legitimación directa del asesinato político como estrategia internacional, y fue emitida sin que mediara ninguna condena oficial de parte de organismos internacionales ni potencias occidentales. «Eliminar a Jamenei no escalaría el conflicto, sino que podría ponerle fin», aseguró Netanyahu, dejando flotando la posibilidad de un magnicidio como herramienta para resolver un conflicto regional cada vez más tenso. Una declaración de esta magnitud, sin consecuencias diplomáticas visibles, instala un doble estándar cada vez más evidente en la política internacional. El asesinato político como táctica «aceptable» En cualquier otro contexto, semejante afirmación desataría una tormenta diplomática. Si un mandatario como Vladimir Putin, por ejemplo, sugiriera en una entrevista que baraja la posibilidad de asesinar a Volodímir Zelensky para acelerar el fin de la guerra en Ucrania, las consecuencias serían inmediatas: titulares globales, condenas del G7, una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU, sanciones adicionales y una escalada de tensión generalizada. Pero en este caso, ni la ONU, ni Estados Unidos, ni la Unión Europea se pronunciaron. Tampoco hubo comunicados de las principales organizaciones de derechos humanos ni una cobertura mediática escandalizada. El comentario de Netanyahu fue tratado como un dato más, una declaración más del líder de un país aliado del bloque occidental, pese a que implica la amenaza directa contra la vida del jefe de Estado de otro país soberano. ¿Doble vara en el tablero global? La situación revela un sistema de coordenadas selectivo, donde ciertos Estados pueden expresar e incluso ejecutar políticas extremas sin sufrir las consecuencias políticas o mediáticas que sí recaen sobre otros. Mientras Rusia, China o Irán son objeto de escrutinio permanente por sus declaraciones y acciones, Israel opera con una libertad discursiva y operativa que rara vez es cuestionada desde el poder internacional. La posibilidad de un magnicidio como táctica geopolítica no es nueva, pero su naturalización pública y la falta de respuesta diplomática o jurídica representa un grave retroceso en las normas del derecho internacional. Especialmente preocupante es que tales declaraciones se produzcan en un contexto de guerra permanente en Gaza, con miles de víctimas civiles y un repudio creciente en el sur global. El silencio que habilita La indiferencia o el silencio ante afirmaciones como la de Netanyahu no es neutralidad, sino complicidad implícita con la doctrina del poder por sobre la legalidad. Validar que un jefe de Gobierno anuncie en televisión la posibilidad de matar a otro líder político para lograr la paz, sin recibir consecuencias institucionales, solo puede leerse como una normalización del crimen político como herramienta de Estado. Y si esa lógica se impone, no habrá reglas que valgan para ninguna nación. Lo que hoy se tolera en Tel Aviv, mañana podría ser replicado en Moscú, Beijing, Ankara o cualquier otra capital. La pregunta es: ¿la comunidad internacional reaccionará cuando sea demasiado tarde?
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