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  • Intermezzo argentino: reconstruir consensos, pensar el futuro

    Parana » AnalisisDigital

    Fecha: 17/06/2025 01:52

    Por arq. Marcos Di Giuseppe* Argentina atraviesa una etapa ambigua, incierta y determinante. Los desafíos no son solo económicos o institucionales: son existenciales. Como muchas otras naciones, estamos atrapados en un intermezzo histórico - ese intervalo entre el fin de un orden global que ya no rige y otro que aún no termina de nacer. En medio de ese desconcierto, enfrentamos una encrucijada decisiva: reconstruir nuestros fundamentos políticos y económicos o continuar a la deriva, entre el cortoplacismo, la confrontación y la improvisación. Nuestra sociedad está exhausta. Hay hartazgo político y escepticismo emocional. Lo que está en juego no es el rumbo de un gobierno de turno, sino la viabilidad misma de un pacto colectivo mínimo: la democracia como forma de vida. Fatiga democrática El fenómeno no es nuevo, pero se profundiza: la política deja de ser una herramienta de transformación para volverse un espacio tóxico, distante y hostil. Crece la desafección ciudadana, que no es solo abstenerse de votar, sino retirarse activamente de lo público, descreer de todo, e incluso adoptar una actitud cínica o agresiva frente a la política. Un síntoma claro, cae la participación electoral. Las presidenciales lo confirmaron: en la primera vuelta votó apenas el 77,6% del padrón, uno de los niveles más bajos desde 1983. En el balotaje, más de 9 millones se abstuvieron. En las recientes de Santa Fe, Salta, Jujuy, San Luis y Chaco, la participación apenas alcanzó el 58%, esta cifra representa una caída significativa respecto al promedio de participación electoral en democracia, que suele rondar el 72%. En la Ciudad de Buenos Aires, cayó hasta 53,3 %, el piso histórico desde 1997. La señal es clara: millones de argentinos se sienten afuera del sistema, sin representación ni expectativas de cambio real, predominan el cansancio y la desconfianza. Este deterioro no se soluciona con recambios de nombres o gestos simbólicos. Requiere una reconstrucción profunda de la legitimidad institucional, fundada en consensos amplios, concretos y sostenibles. La inflación como castigo estructural El otro gran motor de la frustración es económico. La inflación no solo empobrece: rompe el vínculo entre esfuerzo y resultado, base misma del contrato social. En 2023 fue del 211,4% (INDEC), la más alta desde 1990. Según la UBA y el Observatorio de la Deuda Social, más del 57% de la población era pobre en diciembre. La informalidad laboral supera el 45%, lo que significa millones sin paritarias, sin obra social, sin protección ante la suba de precios. En este contexto, la estabilización macroeconómica no puede ser solo un objetivo técnico. Debe enmarcarse en un nuevo contrato social, donde el mérito, el trabajo y el esfuerzo recuperen sentido. Sin esa cláusula de progreso -como la definió Carrió-, ninguna baja de inflación será suficiente. Dos consensos imprescindibles Argentina necesita volver a lo básico. Reconstruir consensos esenciales que permitan salir del atolladero político, emocional y económico. Hay, al menos, dos ejes ineludibles: 1. Consenso Antiinflacionario La inflación no es inevitable ni neutral. Su efecto es particularmente brutal sobre los sectores informales, que carecen de mecanismos de ajuste salarial (sin sindicatos, recibos de sueldo, ni cobertura social). Para ellos, cada punto de inflación representa una forma de exclusión silenciosa. Desacelerar la inflación es, por lo tanto, el plan social más potente y estructural que puede implementarse. Gobernar con inflación es gobernar sin reglas. Y en ese desorden, siempre pierden los más débiles. Hoy, distintos sectores empiezan a comprenderlo: combatir la inflación no es ni de izquierda ni de derecha, es implemente necesario. La estabilidad de precios como condición para la inclusión social. Argentina necesita un nuevo contrato democrático: una democracia antiinflacionaria, donde la estabilidad económica no sea una obsesión tecnocrática, sino un derecho ciudadano. No hay justicia sin estabilidad. No hay derechos sin moneda. No hay futuro sin confianza. 2. Consenso Republicano Implica recuperar lo más elemental: respeto institucional, diálogo político y reconocimiento del otro como legítimo. Como advierte Riorda, el tribalismo tóxico -la lógica de amigos/enemigos- está dinamitando la posibilidad de construir políticas públicas duraderas. No es solo un ruido mediático: es erosión del diálogo, negación del disenso y parálisis institucional. El problema no es un nombre propio, sino el estilo que representa: la política construida desde la furia, la deslegitimación y el mesianismo personalista. Muchos argentinos no se sienten parte de ese juego. Están desconectados, enojados y sin pertenencia. Por eso, el desafío no es solo electoral. Es reconstruir un sentido de comunidad. No se trata de regresar a fórmulas agotadas, sino de recuperar una democracia deliberativa, menos carismática y más colectiva. El republicanismo no es una bandera partidaria. Es el terreno común que garantiza que nadie tenga todo el poder y que todos tengan voz. Requiere instituciones creíbles, justicia independiente y ciudadanía empoderada. Hay una demanda latente -quizá silenciosa- que reclama menos épica y más brújula. Menos salvadores y más Estado confiable. Pensar desde el futuro En un mundo que se reorganiza en torno a la tecnología, los datos, la innovación y los recursos estratégicos, la política no puede depender del humor presidencial ni de las redes sociales. Requiere Estado, planificación, profesionalismo y visión a largo plazo. Pensar estratégicamente es gobernar el tiempo, no solo la coyuntura. Argentina, para no naufragar, debe adaptarse a los tres grandes vectores del siglo XXI: la revolución tecnológica, la transición climática y el nuevo orden geopolítico. Debe elegir entre la furia tribal y la reconstrucción de un rumbo compartido. Eso exige repensar la política en cuatro ejes: • Diversificación internacional, sin dogmas ni romanticismos geopolíticos, con pragmatismo inteligente; • Reintegración regional, con enfoque productivo, logístico y energético; • Federalismo inteligente, donde las provincias sean parte activa del diseño estratégico; y • Profesionalismo político, capaz de representar al país en los nuevos debates globales: tecnología, ciberseguridad, inteligencia artificial y cambio climático. Conclusión: menos épica, más brújula Mientras el mundo avanza hacia un orden multipolar, competitivo e incierto, Argentina pierde tiempo entre slogans vacíos y disputas estériles. Desacelerar la inflación y reconstruir la república no son consignas: son condiciones indispensables. Sin estabilidad ni institucionalidad, no hay desarrollo sostenible, ni cohesión social, ni horizonte compartido. No hay atajos. No hay magia. Solo hay una salida: trabajo serio, diálogo honesto, profesionalismo constante y visión estratégica. Sin estabilidad, no hay inclusión. Sin república, no hay confianza ni inversión. La desinflación sin justicia es frágil. La república sin diálogo, estéril. El crecimiento sin reglas genera desigualdad. Y la política sin brújula conduce al extravío. El futuro no se construye con gritos ni con bronca, sino con brújula moral, acuerdos básicos y política adulta. En definitiva, este intermezzo no es solo una pausa: es un punto de inflexión y una oportunidad. Y como toda oportunidad, también puede perderse. *Integrante del Ateneo Crisólogo Larralde y Presidente del Ente Autárquico Puerto Concepción del Uruguay.

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