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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 16/06/2025 06:32
“La primera bomba explotó a la una menos veinte. Estábamos en la sala de periodistas y alguien gritó que corriéramos hasta los marcos de la puerta, que debajo de los marcos estaríamos más protegidos”, se acuerda Roberto Di Sandro. Tiene 93 años y el 16 de junio de 1955, hace siete décadas, estaba en el lugar al que apuntaron las bombas y los tiros: la Casa Rosada. El 16 de junio de 1955 a la una menos veinte de la tarde empezó el crimen colectivo de mayor magnitud de la historia argentina. El bombardeo de Plaza de Mayo, una conspiración de la Armada y la Fuerza Aérea para asesinar al presidente Juan Domingo Perón y a su entorno más cercano y, tras el magnicidio, hacerse con el poder, desencadenó el homicidio de 309 personas, entre civiles y militares. El número de víctimas fatales es, hasta el día de hoy, una certeza parcial. Algunas de las bombas que arrojaron los aviones que pretendían derrocar a Perón cayeron sobre colectivos de pasajeros o micros que transportaban a chicos que iban a conocer el Cabildo, la Catedral, la Plaza de Mayo y la sede del Poder Ejecutivo. El ataque aéreo fue tan feroz sobre algunos objetivos que, en esos casos, no se logró determinar el número de muertos: los cuerpos quedaron despedazados o calcinados hasta volverse irreconocibles. O las dos cosas. “A Perón se lo habían llevado un rato antes, por eso no lograron el objetivo principal de ese ataque, que era matarlo”, dice Di Sandro en conversación con Infobae. En aquel entonces y hasta hace apenas dos años fue uno de los periodistas acreditados en la Casa Rosada por parte de Télam, la agencia nacional de noticias que dejó de funcionar como tal con la llegada de Javier Milei a la Presidencia. Roberto Di Sandro fue acreditado de Télam en la Casa Rosada durante más de medio siglo. Sobrevivió al bombardeo de 1955 En rigor, aquel jueves de junio el entonces Presidente fue trasladado al Edificio Libertador, a unos 200 metros de su despacho. Allí funcionaba el Ministerio del Ejército, que era la única de las Fuerzas Armadas que todavía le era leal en sus más altos mandos. Apenas tres meses después, la conspiración contra Perón finalmente tendría éxito y se instalaría la autoproclamada Revolución Libertadora. En la calle sonaban las turbinas de los aviones que sobrevolaban el casco histórico porteño a baja altura en un día que había amanecido especialmente neblinoso, algo que había demorado el ataque. Sonaban también las explosiones de las bombas e incluso el impacto de los explosivos que, por no haber caído de la altura suficiente, no llegaban a detonarse. “Era un ruido impresionante, algo que nunca ninguno de los que estábamos ahí había presenciado. Un ruido que nadie podía imaginarse en plena ciudad, en una zona por la que iban y venían civiles. Era el ruido de una guerra”, reconstruye el sobreviviente de aquella jornada que anticipó lo que se venía en la Argentina. Las bombas cayeron sobre la Plaza de Mayo, la avenida Paseo Colón y cerca de la sede de la CGT, a algunas cuadras de la Casa Rosada. Los aviones venían de bases aéreas de Ezeiza y Punta Indio, en donde la conspiración contra Perón se organizaba desde hacía al menos dos años, inspirada en el ataque japonés a la base estadounidense de Pearl Harbour durante la Segunda Guerra Mundial. Una vez que bombardeaban su objetivo, cruzaban el Río de la Plata y se refugiaban en Colonia o en Montevideo, Uruguay. A los ataques con bombas se sumaron las balaceras de las ametralladoras. El ataque se extendió por unas cinco horas “Estuvimos por lo menos cuatro horas arrastrándonos por el piso en la Rosada. Nos movíamos a los lugares que iban quedando en pie en medio del bombardeo, tratando de quedarnos siempre bajo algún marco que nos protegiera de un posible derrumbe”, se acuerda Di Sandro. “A cada pasada rasante aumentan los muertos, los heridos, los mutilados; lo que no impide que los mutilados se aventuren a rescatar a las víctimas (...) Otro tanto se observa en Pueyrredón y Las Heras, donde una bomba disuelve a un pibe de catorce años”, escribió en su crónica sobre los hechos el periodista Pedro Olgo Ochoa, que más tarde publicaría el libro Años de furia y esperanza, dedicado al tiempo que Perón pasó en el poder y en la proscripción. En su libro, Ochoa contó cómo los sobrevivientes que lograban esquivar la muerte que llovía sobre la Casa Rosada huyeron hasta el foso que rodea el edificio y que hoy es parte del museo de la Casa de Gobierno. “Por los tragaluces que dan a Paseo Colón mirábamos el tiroteo mientras tomábamos apuntes de los diálogos del foso”, le contó Di Sandro a Ochoa para su libro. El periodista de Télam huía de la masacre junto a Aulio Sila Almonacid, su colega de France Press, Enrique Almonacid, de Clarín, y Guillermo Napp, otro colega. Otro sobreviviente de la masacre fue Julio Oscar Díaz, ascensorista del Palacio de Hacienda. Cuando empezó a escuchar el ruido de los aviones, pensó que se trataba de las naves que habían prometido un desfile aéreo sobre el centro de la ciudad. Es que ese día estaba previsto un acto de “desagravio de la Bandera” luego de que una masiva manifestación antiperonista incendiara la insignia nacional en la Plaza de los Dos Congresos unos días antes, e izara la del Vaticano. Un colectivo y un transporte de niños de escuela primaria fueron letalmente atacados por las bombas Eran momentos de enorme enfrentamiento entre el peronismo y la Iglesia, que rechazaba el impulso al divorcio y al reconocimiento de los hijos extramatrimoniales que encabezaba el Gobierno. Los aviones que atacaron el centro de la vida política argentina daban cuenta de esa tensión con una leyenda pintada en su fuselaje: “Cristo Vence”. “Subí al quinto piso a buscar a mi hermano, que quería ver el desfile. No lo encontré, pero en cambio vi la cabeza decapitada de su amigo íntimo. Bajé a mil, espantado. De pura suerte encontré la entrada directa al subte y alcancé el último. A los que iban a Plaza de Mayo les avisábamos que había tiros, pero muchos no nos creían”, le contó a Pedro Olgo Ochoa. Carlos De la Fuente era camarógrafo del noticiero Sucesos Argentinos. Corrió a Plaza de Mayo apenas le avisaron lo que estaba pasando. Vio lo inimaginable pero un policía le impidió filmarlo: un hombre le robaba a un cadáver, y segundos después ese hombre ya había sido acribillado por los tiros de una de las ametralladoras que asediaban la Plaza y sus alrededores. Dora, una comerciante de la zona, acababa de salir a almorzar cuando se desató el ataque aéreo. Pasó una hora inmóvil, tirada debajo de un banco de la Plaza. Creyó que se había salvado cuando dejó de escuchar tan cerca a los aviones, pero enseguida empezó la balacera desde las ametralladoras. “Las balas picaban cerca y barrieron a todos los que no podían protegerse”, le contó Dora a Ochoa. En una pausa de la balacera, corrió hasta la casa central del Banco Nación junto a un matrimonio. “El hombre fue acribillado, y ella empezó a gritar que también quería morirse”, reconstruyó. Unos días después del bombardeo, el presidente Perón intentó "pacificar" el escenario político argentino a través de un mensaje público. Sin embargo, en septiembre de 1955 fue derrocado Cuando el ataque pareció calmarse del todo, Di Sandro hizo lo mismo que hicieron cientos de sobrevivientes: “Apenas pudimos nos fuimos corriendo lo más rápido que pudimos y sin mirar demasiado lo que había alrededor. Nos fuimos a Clarín porque querían hacernos una nota a los que podíamos contarla, era en Moreno al 800. Y en el medio de todo eso, mandé los despachos a Télam, que era el trabajo que hacía todos los días”, explica el periodista que, cada tanto, dice, todavía se pega una vuelta por la Casa Rosada. Por inverosímil que parezca, y como se esperaba un desfile y no un bombardeo, hubo quienes por un segundo pensaron que lo que caía de los aviones eran flores y no un ataque letal. Nunca, hasta hoy, hubo tantos argentinos asesinados en medio de su vida civil en un mismo día. Perón se había refugiado del ataque, e incluso fue trasladado al sótano del Edificio Libertador cuando permanecer en el cuarto piso resultó demasiado peligroso. En su libro Argentina. Un siglo de violencia política, el historiador Marcelo Larraquy abre una pregunta: si el entonces Presidente supo horas antes que la Armada conspiraba en su contra y que iban a atacarlo, ¿por qué no ordenó evacuar la Casa Rosada, la Plaza de Mayo y sus alrededores? El bombardeo a Plaza de Mayo fue la antesala del golpe que, tres meses después, lograría derrocar a Perón de la Presidencia en la que se mantenía desde 1946. Perón permanecería proscripto en el exilio durante casi veinte años y volvería a la Argentina para gobernar por casi nueve meses, entre octubre de 1973 y julio de 1974. Murió estando a cargo del Poder Ejecutivo Nacional y en medio de una interna feroz dentro del movimiento que había nacido bajo su nombre y su figura aquel masivo 17 de octubre de 1945.
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