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  • Reflexiones sobre un enfermo y su familia en la lucha contra el cáncer. Adiós a mi papá

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 15/06/2025 08:23

    De la cuna a la tumba es una escuela; por eso, lo que llamas problemas, son lecciones. No perdiste a nadie: El que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además, lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón. ¿Quién podría decir que Jesús está muerto? No hay muerte… hay mudanza. Facundo Cabral Mi papá murió luego de un rápido y terminal cáncer que lo tuvo treinta y ocho días internado en un sanatorio de Concordia. El 30 de diciembre del año pasado (el día que murió Jorge Lanata), nos enteramos que tenía un tumor en el colon. Fue como un golpe en el rostro, duro, seco, certero. En ese momento quedé grogui y pensé que el año que se avecinaba sería muy complicado. Teníamos que enfrentar como familia esa enfermedad, pasar el trance, pelearla y superarla, pero necesitábamos que mi viejo tuviera fuerzas y deseos de vivir ante un panorama desolador, complejo y desconocido. Durante toda mi vida me pregunté qué sentiría si yo o algún familiar, lo diagnosticaran con cáncer. ¿Cuáles serían los síntomas, nos daríamos cuenta? ¿Estaríamos a tiempo o ya sería muy tarde? Estos interrogantes los puedo contestar desde la perspectiva de un hijo, cuyo padre padeció un cáncer voraz, aunque una aproximación personal con esta enfermedad compleja, la tuve en el año 2005, pocos meses después de egresar como subteniente. Una noche noté que tenía un bulto extraño en un testículo. Me atendieron varios médicos del Colegio Militar y me diagnosticaron que tenía un tumor. Los tres días siguientes fueron de gran angustia, hasta que reflexioné y pensé: “esto que tengo me lo tengo que sacar del cuerpo”. Finalmente, el susto pasó con la batería de estudios, que hicieron que esa vivencia personal no fuese más que un sueño desagradable que acabó al despertar. Mi papá entró en enero al sanatorio y no salió nunca más. Su enfermedad se complicó por una decisión personal de más de cuarenta años. Muchas veces, no podemos conectar con certeza decisiones pasadas con las consecuencias del presente, pero no haberse operado de una hernia imposibilitó que pudiese ser intervenido para que le extirparan el tumor detectado. El estudio de colonoscopia quedó inconcluso por la hernia mencionada. En noviembre del año pasado, mi viejo se hizo varios estudios y análisis, los resultados arrojaron que tenía una grave anemia. Todo parecía solucionable, pero en diciembre estaba mal, decaído sin ganas de nada y había perdido algunos kilos. El primer golpe real de conciencia lo tuve el día de navidad cuando lo observé desde atrás. Estaba sentado en la casa de mi hermana y percibí que su cabeza se había achicado. Esto fue un disparador hacia un recuerdo de abril de 2009, cuando el expresidente Raúl Alfonsín fue velado en el Congreso. Había muerto a causas de un voraz cáncer de pulmón, que lo habían consumido, con un detalle que me llamó la atención tenía la cabeza reducida. En 1997, lo había visto en una visita a la UNER en nuestra ciudad y tenía un físico fornido, era el día de la noche del final. El tamaño de la cabeza y delgadez de mi papá fueron un mal indicio. Esta enfermedad es voraz con el enfermo, ya que lo va matando progresivamente, le extirpa la fuerza física, psíquica y espiritual. Lo va demoliendo, reduciéndolo a piel y huesos. Con respecto al decaimiento del espíritu, el enfermo comienza a percibir que el final está cerca y los familiares lo padecen en silencio. La familia sufre e intenta a aceptar la inminencia de la muerte. Es una tarea muy difícil, para mi imposible. Hasta el final se espera un milagro. Mi mamá y mis dos hermanos estuvieron todos los días con mi papá, cuidándolo, brindándole el amor e intentando que su sufrimiento fuese el menor dentro de lo humanamente posible. Ellos llevaron todo el peso, toda la angustia, porque la familia sufre al ver que su ser querido se va apagando. No me resignaba a perderlo, quería pelear y vencer a esa puta enfermedad, quería una esperanza real. Me enojé con Dios y la vida, mi viejo se estaba yendo, quería que lo intervinieran, prefería jugar la última chance, que verlo apagarse como una hoja marchita. Lo hablé con mi amigo el Dr. Guillermo Pozzi, cuando le mostré la historia clínica y la resonancia magnética que mostraban que el cáncer se había extendido a los pulmones y el hígado. Valentina, su nieta Mi hermana Daniela dio a luz a Valentina el 2 de febrero. La última semana de su vida, mi viejo le pidió a ella insistentemente, que quería conocer su nieta, cuestión que sucedió el miércoles 12. Fue el momento final de su lucidez, mi papá se desconectó del mundo para encenderse con algún destello un día después a la madrugada, parándose y diciéndole a mi hermano que lo llevara a su casa. Conocer a su nieta fue su último acto de amor, el final se acercaba a pasos agigantados. Papá parecía Gandhi con sus brazos flaquitos, casi esqueléticos. Daniela me dijo que al verlo todos los días no se daba cuenta del deterioro físico. Yo veía las fotos que me enviaba mi mamá y percibía un panorama desalentador. Percepciones diferentes, el engaño y la esperanza de una recuperación que no llegó ni llegara jamás. ¿Intuición o casualidad? Intentando interpretar mis sueños Desde que me enteré de la enfermedad, mi actividad onírica se incrementó o al menos, pude recordar varios sueños de los que tuve en las semanas de internación. Tuve dos sueños significativos con mi viejo. El primero fue en enero y alguien se había muerto, pero realmente no puedo precisar quién. Fuimos con mi papá hacia el cementerio de Concordia, entramos por el portón de calle Balcarce, caminamos y misteriosamente mi padre desapareció. Seguí caminando, había una lomada, no podía subirla, me ayudaron unos tipos y luego, entré en una especie de pasillo que tenía unos sillones individuales. De repente, mi viejo reapareció en el sueño y me dijo algo parecido, como que ineficacia o desorganización que había allí. En ese instante, me desperté, vi la hora del celular, eran las 0845 AM y revisé los mensajes pensando que había sucedido lo inevitable. Para eso, faltarían unos días. Una semana antes del deceso, soñé que mi papá me decía que teníamos que comer una pizza, pero debería ser antes del sábado. Me desperté pensando en eso. ¿Qué sentido tendría? Quince minutos después del llamado telefónico en donde mi hermana me comentaba que los médicos la habían sacado de la habitación del sanatorio y creía que mi viejo había fallecido, transitando en shock por los pasillos interminables del Casino de Oficiales del Colegio Militar, me cayó la ficha. El sábado era el día en el cual, mi estado inconsciente me había prevenido que se moriría. La rapidez de la vida. En menos de 24 horas mi papa se convirtió en polvo, el humo blanco de la chimenea del crematorio fueron la certeza de todo lo que he reflexionado a lo largo de estos años, sufrir anticipadamente el infierno tan temido, la muerte de mis padres o algún familiar cercano. Hoy a las 1830, habrán pasado exactamente dieciséis semanas de su partida, en los cuales no hay un solo día en los cuales no lo piense y extrañe a mi viejo. Los ojos se vuelven llorosos ante su ausencia. Sin embargo, seguimos hacia adelante, pero el sentimiento de extrañarte lo llevaré hasta el último suspiro de mi vida. Este escrito lo evité todo lo posible, porque me aprieta el pecho al saber que nunca más podré hablar o abrazarte. Me quedan muchas cosas que comentar, decir, reflexionar. Seguramente, lo continuaré para terminarlos en un libro. Este es nuestro primer día del padre sin vos. ¡Feliz día papá! Te quiero con mi corazón, no sos pasado, sos presente hasta el final de mi vida.

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