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  • Popularidad y decadencia de José María Gatica

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 14/06/2025 20:43

    En San Luis su padre explotaba un almacén de ramos generales. Por algún conflicto familiar, decidió acompañar a su madre a Buenos Aires, en Avellaneda donde cumplió los 10 años y se hizo hincha de Independiente. Allí en esos barrios, comenzaron sus encuentros a piña limpia con otros chicos de su edad y también mayores, con los que disputaba lugar para lustrado de zapatos. Luego se instaló en el hall de la Estación Constitución donde llegaba todas las mañanas con su cajón de lustrar. De esas riñas nació su afición por el boxeo, primero como necesidad y como oficio después Por primera vez se calzó unos guantes rellenos en la Misión Inglesa en la calle San Juan y Leandro Alem de la Capital. Allí conoció a Lázaro Kosci, entrenador, profesor y manager. Este era un peluquero albanés que se dedicaba a encontrar talentos y a Gatica “le vio algo” y dedicó buena parte de su tiempo a tratar de corregirle los defectos al puntano. Se hizo profesional bajo la dirección de Nicolás Preziosa y debutó combatiendo con Leopoldo Mayorano a quien noqueó en el primer round el 7 de diciembre de 1945. Ese mismo mes de diciembre ganó otras dos peleas y comenzó también a ganar buen dinero. Por eso su carrera fue meteórica y en poco tiempo debutó en el Luna Park, regenteado por sus fundadores Ismael Pace y Pepe Lectoure a estadio lleno ya que todos querían ver a esa promesa del box. Dice de él Dante Panzeri que: “así de resplandeciente fue su carrera ganando dinero a montones con su estilo adquirido en la calle, pues era un golpeador que apabullaba con sus golpes. Golpeaba furioso con risa en los labios, entre cuatro sogas, sobre aquellos tinglados se cobraba con el rival de turno lo que la vida le negó…golpeando y golpeando, los ojos bien abiertos; mientras miles de voces distantes gritaban su aliento al fajador, descargando sus propios conflictos” Con la fascinación del elegido. Con su mismo gesto prepotente y burlón de sus noches de fama. Con su bata de seda negra. Su gorra vistosa o su galera de felpa. Con su moño exagerado. Su chaleco extravagante. Queriendo ser como un elegante del siglo anterior. Queriendo ser el ricachón que fuma un habano muy caro. O el galán que admiró en el cine norteamericano. Pero todo pasó…y otra vez volvió al bar con su luz amarillenta. Otra vez volvió la copa detrás del vidrio seguía el mismo hombre mirando el horizonte lejano, perdido y también invisible. Tal vez buscando el tiempo que pasó, de su historia negra de un cajón de lustrabotas, de un chiquilín muy sucio, que aprisionaba entre sus manos oscuras por el betún, esperando ver el brillo de una chirola. La boca se hizo dura y prepotente, el gesto se volvió rudo. Allí amasó el rencor y las ganas de subir, de patear aquel cajón, de limpiarse aquel betún, de mostrar las manos blancas de muchacho puntano. La vida puso le puso en los puños la fuerza para ganar. Para llenar los bolsillos con mucho dinero. Con miles de billetes grandes, con los que nunca había soñado. Y los ganó golpeando. Nada más que golpeando. Pegar, pegar, vencer. Su boxeo era un destino. Una revancha. Una venganza. El camino de los pesos. De muchos pesos para gastarlos. Para despilfarrarlos. Dilapidaba su dinero en los cabarets, por los lugares de diversión nocturna. Esas chirolas eran el precio de su pasado y ya no quiere tenerlas en las manos. Ya no tenía el degradante betún. Ahora maneja billetes. Compraba trajes y más trajes. Feos. Absurdos. Con los colores más chillones y provocativos. Quiso un auto y se compró el más caro. ¿Y qué hizo? pues lo tapizó con piel de leopardo. Y estacionaba donde se le daba la gana. Circuló contramano ¿Las leyes para Gatica? Pues no. Solo sus puños y el deseo de subir. Dinero, dinero para gastarlo, que todo el país hablara de él. Gloria, Fama mujeres lujosas. Trajes caros. Auto. Bailes. Diversiones para ricos ¿Y cuando el dinero se acabe? ¿Qué? De nuevo a golpear. Otro sábado con gritos. Otra noche con aplausos. Con la gente gritando su nombre…y otra vez la bolsa llena. A andar por Corrientes en su coche lujoso, con un gesto socarrón, mirando por sobre el hombro a los que lo vieron pobre. Poder comprar todo lo que hay en la vidriera. Poder sacar billetes de un bolsillo que no tienen fin Un día todo terminó. Ya los puños no golpeaban con la fuerza de otras noches. Ya el cuerpo no resistía a los golpes como antes. Llegaba lentamente la decadencia dolorosa resultado de su desenfreno. No pudo más. Los que no lo querían, los que nunca toleraron el gesto burlón, le hicieron sentir el amargo sabor de la caída. El “Mono” quiso volver. Quiso creer en sus puños. Intentó una y otra vez el que fue. “Dale Mono” que atronaba el Luna Park. Pero no pudo más. Terminó oscuramente combatiendo en las provincias con rivales preparados, como una sombra sin fuerzas, torpe, grotesco. El triunfador había concluido. El lustrabotas estaba otra vez pobre. De regreso a la calle, sin vigor en los puños y sin dinero…la vida ya le había dado tiempo para la revancha. Solo quedaba la sombra de aquel colosal pegador. Una sombra merodeando sigiloso, espiando las luces brillantes de las marquesinas del Luna Park, en una noche de sábado. Anónimo, solo También en la puerta de un restaurant, sin esmoquin, ni galones, ni ademanes grandilocuentes. En un traje harapiento que no conoció planchados. Con una mueca dolorosa de una sonrisa servil, que agradece la propina de unos pesos del señor del coche que ni lo reconoce. En Corrientes y Bouchard, cuando la tarde enciende las luces del viejo bar. Estaba en la ventana. Los codos sobre la mesa. Absorto y lejano, con ojos perdidos en un horizonte invisible, que solo él sabe en qué piensa, inmóvil, indiferente y solo. Sobre la mesa la copa. En la boca un cigarrillo. Mudo, inescrutable, triste. Aspiró profundamente y una bocanada de humo denso lo envolvió en una bruma de vapor muy negro borrándolo todo. Con la misma cara de pómulos grandes, de nariz deforme, de boca aplastada Escribió de él Ulises Barrera: “Cancha de Independiente. Sobrevivía de vender unos muñequitos con los colores del rojo. Un fotógrafo de El Gráfico ve su figura inconfundible. El “Mono” está apoyado en el mostrador de un bar ambulante, con un vaso de vino en la mano. Si…iba a tomar la foto, pero no pude…lo vi tan perdido, tan solo, tan triste, no me animé, me dijo. Y si, era una impresión muy deplorable para alguien que fue tan admirado. ¿Para qué esa foto? Para que sirve esa foto de este Gatica “tirado” si tenemos su otra vida fotografiada. Nadie supuso que esa tarde iba a caer bajo las ruedas de un colectivo” Hubiera sido la última foto del “Mono” con vida. Moriría dos días después en el Hospital Rawson, donde serían ingresado como indigente, el 12 de noviembre de 1963 tenía 38 años y murió en la mayor pobreza.

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