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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/06/2025 04:35
Gilberto Orejuela estaba oculta en una pared falsa de su casa de Cali cuando fue detenido El 9 de junio de 1995, hoyo hace 30 años, tras seis meses de una persecución implacable, el Estado colombiano logró asestar uno de los golpes más severos contra el narcotráfico. Ese día, soldados habían capturado a Gilberto Rodríguez Orejuela, alias El Ajedrecista. Se trataba del arquitecto del Cartel de Cali. Oculto detrás de una pared falsa, en una casona de tres niveles del exclusivo barrio Santa Mónica Residencial, norte de Cali, el capo más buscado del mundo aguardaba en silencio el último movimiento de una partida que llevaba veinte años construyendo. La caída del capo narco La red de informantes que lo protegía —una malla que abarcaba oficiales, suboficiales y policías— ya no alcanzaba. La presión del Bloque de Búsqueda, en coordinación con agentes de la DEA, había dejado sin oxígeno a la organización. Gilberto, que durante décadas se movió entre escoltas, abogados y congresistas comprados, fue hallado en el lugar menos espectacular. Un agujero detrás de un armario, dentro de su propia ciudad. “El señor está dentro, pero no va a salir solo”, susurró uno de los hombres de inteligencia, mientras ajustaban los chalecos antibalas. La entrada fue rápida. Al abrir la estructura falsa, lo encontraron de pie, sin resistencia, vestido con una camisa clara y el rostro tenso, como si hubiera ensayado ese momento. No era un narcotraficante común. “No tengo cuenta de ahorros. No tengo depósitos a plazo fijo. Tengo propiedades muebles e inmuebles, que figuran en mi declaración de renta... No las recuerdo ahora, pero podría ponerlas a disposición del fiscal”. Pero las autoridades sabían otra historia. En esos días, Rodríguez Orejuela dirigía un emporio criminal que lavaba más de siete mil millones de dólares anuales, manejaba flotas de aviones y exportaba toneladas de cocaína camuflada en mercancías legales. Foto de archivo. GIlberto Rodríguez Orejuela, jefe del Cártel de Cali, es escoltado por un policía colombiano antes de ser extraditado a Estados Unidos en Bogotá, Colombia, 3 de diciembre, 2004. REUTERS/Stringer El operativo de su captura fue el final de una etapa, pero no del juego. Aunque condenado en Colombia a 15 años de prisión, siguió manejando los hilos de la organización desde la cárcel. Y cuando su influencia comenzaba a resquebrajarse, llegó el siguiente movimiento: la extradición a Estados Unidos. Preso en Estados Unidos En 2004, las autoridades de ambos países acordaron enviarlo a Estados Unidos. Dos años más tarde, en 2006, Gilberto y su hermano Miguel se declararon culpables de narcotráfico para evitar que sus familias fueran procesadas. El fiscal general estadounidense de la época, Alberto Gonzales, lo resumió así: “Estos hombres importaron más de 200 toneladas de cocaína a nuestro país. Su cartel sembró el miedo en Colombia y en nuestras ciudades. Esta es una victoria para el pueblo colombiano y para la justicia”. Gilberto Rodríguez Orejuela fue detenido en la Institución Correccional Federal de Butner, en Carolina del Norte. Antes de crear un imperio narco, hubo un niño que repartía medicamentos en bicicleta. Gilberto Rodríguez Orejuela, nacido en Cali el 30 de enero de 1939, creció en el anonimato de una familia de clase media que sobrevivía con lo justo. Su padre los había abandonado, y él, siendo aún adolescente, encontró en el trabajo de mensajero de una droguería la única forma de arrimar algo a la mesa. Ninguno de los clientes que lo veían aparecer con su uniforme blanco pudo sospechar que, años más tarde, ese mismo muchacho sería el hombre más buscado del planeta. Gilberto Rodríguez Orejuela murió mientras estaba en una prisión de Estados Unidos Los inicios de Gilberto Junto a su hermano Miguel Rodríguez Orejuela y el también caleño José Santacruz Londoño, Gilberto fundó Los Chemas, una banda que comenzó a juntar dinero con secuestros, extorsiones y apuestas ilegales. No tardaron en entender que el negocio que prometía riqueza sin límites era otro: la cocaína. A finales de los años 70, el grupo se transformó en el Cartel de Cali. Su estilo contrastaba con la violencia explosiva de Pablo Escobar y el Cártel de Medellín. Mientras Escobar llenaba las calles de cadáveres y hacía estallar aviones, los hermanos Rodríguez cultivaban una imagen de empresarios sobrios, negociadores de escritorio, dueños de farmacias, estaciones de radio, inmobiliarias y hasta equipos de fútbol. “Yo me inicié en el tráfico de estupefacientes a través de amigos personales -confesaría años después ante la justicia-. Sus nombres no los quiero mencionar. Tengo una familia de más de cien personas y correrían grave peligro”. El rastro del dinero empezaba con exportaciones simuladas y empresas de fachada legal. La cocaína viajaba en tablones de madera hueca, vegetales frescos, baldosas cerámicas, cargamentos de carbón o café. Foto de archivo. El acusado narcotraficante colombiano Gilberto Rodríguez Orejuela es escoltado por la policía en el aeropuerto militar de Catam, en Bogotá, Colombia, 12 de marzo, 2003. REUTERS/José Miguel Gómez El narco que no usaba armas Gilberto no era un soldado armado. Era un organizador de estructuras complejas, un planificador de largo plazo. Fue esa mentalidad calculadora la que le valió el apodo de El Ajedrecista que le pusieron los agentes de la DEA que lo perseguían. Para la década del 90, el Cartel de Cali controlaba el 80 por ciento de la cocaína que ingresaba a Estados Unidos, abastecía a millones de consumidores y había infiltrado todos los niveles del Estado colombiano. Y en el centro de esa maquinaria, sin levantar la voz, sin disparar un arma, estaba Gilberto que había aprendido a moverse entre sombras. En el universo del narcotráfico, donde la metralla suele marcar el territorio y los cuerpos son advertencia, el Cartel de Cali eligió el silencio como arma. Su diferencia no era de escala sino de forma. Mientras Medellín dinamitaba edificios, Cali firmaba contratos. Y en vez de sangre, corría dinero. Gilberto Rodríguez Orejuela, desde la cima de su oficina, no ordenaba asesinatos en masa ni declaraba guerras a jueces. Su estrategia era más sigilosa. Controlaba una maquinaria capaz de mover toneladas de cocaína por rutas que cruzaban el continente, sin llamar la atención, sin alardes. En palabras de un funcionario de la DEA: “Las pandillas de Cali te matarán si es necesario... pero prefieren contratar a un abogado”. Aura Rocío Restrepo, una de los amores de Gilberto Rodríguez Orejuela A diferencia de Pablo Escobar, que dominó el corredor de Miami, los hermanos Rodríguez expandieron su mercado hacia Europa. Allí, a comienzos de los 80, Gilberto viajó personalmente a España para consolidar alianzas con contrabandistas de tabaco, expertos en rutas discretas. Aprovechó la estructura financiera del continente: lavó dinero en bancos panameños y españoles, tejió relaciones con la mafia italiana y utilizó el libre comercio de la naciente Unión Europea como escudo para el tráfico. La rivalidad con Pablo Escobar Mientras Escobar era llamado El Patrón del Mal, a Gilberto lo apodaban en su círculo el “capitán de la industria”. Y no era una ironía. El Cartel de Cali poseía estaciones de radio, clubes de fútbol, cadenas de farmacias. La estructura del delito se camuflaba dentro del tejido empresarial. Cada dólar sucio que salía de Colombia entraba limpio a través de cheques triangulados, testaferros y compañías legalmente constituidas. La sofisticación alcanzó niveles insospechados. Desde los Llanos Orientales y La Guajira, partían avionetas hacia San Pedro Sula, Guatemala o México, donde la mercancía era recargada en camiones y contenedores rumbo a ciudades como Nueva York, Houston, Los Ángeles, Miami o Chicago. A mediados de los 90, la organización había montado una flota de aeronaves propias, coordinada con las mafias peruanas y bolivianas que les vendían el 70% de la pasta de coca, y con Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, el aliado mexicano. En palabras de la DEA, el Cartel de Cali se convirtió en la empresa narcotraficante más estructurada del hemisferio occidental. Y su fundador, El Ajedrecista, no movía peones: compraba jueces, fiscales, oficiales, periodistas y hasta senadores. Pero ese juego no se sostenía sin costo. A medida que el poder se expandía, la lupa internacional se afilaba. Y el margen para operar sin consecuencias se estrechaba cada vez más. Pablo Escobar, líder del cartel de Medellín, y Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, del Cartel de Cali. Infobae La caída del Muro de Berlín no pasó desapercibida para El Ajedrecista. Las nuevas rutas en Europa Oriental —más laxas en control aduanero— se convirtieron en corredores invisibles. La cocaína colombiana viajaba en camiones desde puertos italianos hacia Alemania, Polonia, Checoslovaquia. En pocos años, el Cartel de Cali dejó de ser una organización hemisférica para convertirse en una empresa global. Y con el mapa ya ampliado, el cártel selló alianzas que fortalecieron su musculatura: se asoció con la mafia rusa, y afianzó su cooperación con los carteles de Juárez, Sinaloa y El Golfo. Uno de sus principales interlocutores fue Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, quien disponía de una flota de aviones capaz de distribuir cocaína a escala industrial. La expansión internacional diversificó los ingresos y también consolidó el perfil corporativo del Cartel de Cali. Sus operaciones se volvieron menos visibles pero más eficaces, una maquinaria de múltiples brazos que operaba como si fuera una multinacional. Cada país era una sucursal y cada ruta, una línea de distribución. Para los Rodríguez Orejuela, la violencia era el último recurso. Su herramienta predilecta fue el dinero. A mediados de los noventa, ya no se trataba de controlar rutas, sino de redactar leyes. Las investigaciones judiciales demostrarían que el cartel aportó al menos 6.000 millones de pesos a la campaña presidencial de Ernesto Samper, un hecho que desató el escándalo más profundo de la historia reciente de Colombia, denominado el Proceso 8.000. Gilberto Rodríguez Orejuela antes de ser extraditado a Estados Unidos (Fuente: Colprensa) Una de las voces que rompió el silencio fue la senadora María Izquierdo, quien ante la Corte Suprema declaró: “Uno jamás le preguntaba al abogado quién lo había mandado. Uno no se atrevía. Uno temblaba. Simplemente decían que lo mandaba el señor... Las propuestas del cartel eran en leyes, en esas cartas que hacían circular con textos precisos de artículos”. Los hallazgos fueron contundentes. Las autoridades encontraron registros de cuentas de empresas fachada ligadas al cartel —como Exportcafé o Constructora Tremi— que hacían giros triangulados a campañas políticas. En algunos casos, el dinero era depositado a nombre de menores de edad o parientes de secretarias. Un modus operandi diseñado para borrar huellas, pero no lo suficiente. Mientras tanto, en los archivos del cartel, el carrusel de sobornos era meticulosamente documentado. Reinas de belleza, futbolistas, empresarios, generales. La red era extensa. En las palabras de un fiscal: “El cartel no compraba favores. Compraba estructuras”. Gilberto Rodríguez Orejuela llevó la cocaína colombiana hasta Europa Oriental (Twitter/@IrishcaponeH) Los últimos años del capo narco Gilberto Rodríguez Orejuela pasó sus últimos años dentro de una celda del complejo correccional federal de Butner, en Carolina del Norte. Allí cumplía una condena de 30 años por narcotráfico, después de haberse declarado culpable junto a su hermano Miguel. Ya no quedaban guardaespaldas, no había más abogados con folios que recorrer. Solo el cuerpo frágil de un anciano convaleciente y una ficha de recluso con número. En 2020, apeló a su estado de salud para pedir la libertad anticipada. A sus 81 años, acumulaba un diagnóstico clínico abrumador: cáncer de colon, cáncer de próstata, hipertensión, gota, dos infartos, cáncer de piel, ansiedad crónica y depresión. La amenaza del COVID-19 completaba el expediente. Pero el juez fue categórico: “El tribunal solo puede imaginar los efectos destructivos y de gran alcance de tanta cocaína en Estados Unidos. ¿Cuántas miles, si no cientos de miles, de vidas se vieron afectadas?” La apelación fue rechazada. El narco murió el 31 de mayo de 2022. Su fecha de liberación estaba marcada en el 2 de septiembre de 2030, cuando hubiera cumplido 91 años.
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