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» Misionesparatodos
Fecha: 08/06/2025 11:29
En la Antigüedad, los romanos llamaban a Yemen Arabia Félix, es decir, la Arabia Afortunada. Y no exageraban: en tiempos del profeta Mahoma, era la región más próspera de toda la península. Ciudades como La Meca, Medina y también el actual Omán formaban parte de ese vibrante mundo. Ya en el siglo XVII, Yemen se convirtió en el único productor de café del planeta. Más tarde, en 1839, los británicos tomaron el puerto de Adén, que floreció como ciudad cosmopolita, aunque con muy pocos árabes en sus calles. El norte, mientras tanto, fue ocupado por el Imperio otomano, hasta que en 1918 se independizó. Pero el sur se mantuvo durante décadas como un protectorado británico. Luego de la Segunda Guerra Mundial, Adén llegó a ser el segundo puerto más activo del mundo, solo por detrás de Nueva York. Sin embargo, la insurgencia de los años 60 aceleró la retirada británica. Durante la Guerra Fría, el norte se alineó con Egipto y Arabia Saudita, mientras que el sur lo hizo con la Unión Soviética. Hubo guerras entre ambos lados y también conflictos internos. Finalmente, en 1990, las dos mitades se unificaron bajo el liderazgo de Ali Abdullah Saleh, presidente del Yemen del Norte, que asumió el mando del país reunificado. Ese mismo año, Yemen se opuso a la operación “Tormenta del Desierto” liderada por Estados Unidos contra Irak. Las represalias no tardaron en llegar: Arabia Saudita expulsó a casi un millón de yemeníes y la Liga Árabe cortó toda la ayuda. La tensión entre norte y sur volvió a escalar, y en 1994 hubo un intento fallido de secesión. La derrota del sur consolidó a Saleh, quien fue electo democráticamente en 1999. Dos años después, Yemen se alineó con Washington en la lucha contra Al Qaeda. Saleh fue reelegido en 2006 con una abrumadora mayoría, pero en 2011 la Primavera Árabe lo obligó a renunciar. Su vicepresidente, Abderabbuh Mansur Hadi, asumió el poder, aunque no por mucho tiempo. En 2014, un grupo hasta entonces marginal tomó el centro de la escena: los hutíes. De origen chiita zaidí, comenzaron a organizarse en 2004, motivados por décadas de discriminación estatal y la expansión del islam sunita. Pero también por un conflicto sin resolver: la fractura social y económica entre el antiguo norte y el antiguo sur. La salida de Saleh dejó un vacío de poder que los hutíes supieron ocupar, con el apoyo de un aliado poderoso: Irán. Enfrentada regionalmente con Arabia Saudita, la República Islámica vio en Yemen una oportunidad para proyectar su influencia. En 2015, los hutíes —curiosamente, aliados con el expresidente Saleh— tomaron Saná, la capital. El presidente Hadi huyó a Adén, mientras el conflicto escalaba a una guerra total. Arabia Saudita, con apoyo de Emiratos Árabes Unidos y otros países de la región, lanzó una ofensiva aérea que logró recuperar Adén, pero a un alto costo humanitario: los bombardeos y un bloqueo naval causaron una hambruna devastadora. En 2017, Saleh intentó negociar con los sauditas y fue asesinado por un francotirador hutí. Desde entonces, la guerra ha tenido múltiples fases. Ataques a barcos en el golfo de Adén, divisiones dentro de las fuerzas republicanas, y finalmente, en 2022, una tregua negociada por un actor inesperado: China, interesada en proteger el comercio marítimo. Hadi renunció y se formó un nuevo gobierno que, hasta hoy, mantiene el frágil alto el fuego. Pero los hutíes no se han detenido. Desde octubre de 2023, tras el ataque de Hamás a Israel y la guerra en Gaza, comenzaron a interceptar barcos mercantes que cruzan el golfo de Adén rumbo al canal de Suez. Exigen el retiro israelí de Gaza, mientras dejan pasar embarcaciones de Irán y China. El resultado: las rutas comerciales se ven obligadas a rodear África, como en los tiempos del Imperio portugués, lo que encarece el transporte, sube los seguros y afecta los precios globales. Yemen, así, se ha convertido en una pieza clave del comercio internacional. Los hutíes están mejor equipados que nunca: misiles, drones modernos y una capacidad militar sostenida, en parte gracias al respaldo de Irán y Corea del Norte. Desde 2009 cuentan también con apoyo de Hezbollah. Estados Unidos ha intentado frenar su avance con bombardeos desde enero de 2024, sin éxito. Este año, Donald Trump, estaría retomado la misma estrategia. Pero los hutíes no son improvisados. Tienen experiencia, organización, una narrativa potente y el control efectivo de su territorio. Atraen miles de reclutas jóvenes fascinados por ver cómo un pequeño grupo puede resistir a las potencias mundiales. No son simples peones de Irán: han demostrado autonomía y capacidad de mando. Hoy, Yemen ya no es Arabia Félix, pero sigue siendo un punto neurálgico del tablero global. A través de sus costas pasa el destino comercial de medio planeta. Y en esa encrucijada, los hutíes han aprendido a jugar su propio juego.
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