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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 08/06/2025 02:35
El caso de Donald Trump es paradigmático: enarbolando una batalla cultural fundamentalmente dirigida contra movimientos como la agenda “woke”, terminó generando una oposición latente que puede tener un efecto bumerán a mediano plazo (Foto: Reuters) El concepto de “batalla cultural” suele explicarse como la búsqueda de hegemonía ideológica, un término tomado del pensamiento de Antonio Gramsci. Esta noción no luce desacertada para analizar el momento actual, especialmente al observar cómo esta lógica se traslada a la política económica. Desde la perspectiva de la filosofía clásica -empezando por Aristóteles- el desarrollo, tanto en la naturaleza como en la sociedad, responde a una lenta maduración interna. Un niño se convierte en adulto a través de una evolución gradual, nunca por un salto abrupto. Las revoluciones violentas, lejos de promover un progreso genuino, tienden a destruir. El caso cubano demuestra con claridad que la imposición forzada no sustituye la madurez ni suma bienestar. En la sociedad sucede algo similar: el verdadero avance suele encontrar resistencia inicial, como sucede con las ideas de los llamados “genios” en distintos campos. El propio Einstein, como muchos otros, fue inicialmente incomprendido. El tiempo y la maduración social terminan validando estas innovaciones, nunca la imposición ni la precipitación. Aristóteles también señaló que la violencia opera en contra de los procesos naturales. Aplicada a la cultura y las ideas, toda imposición coactiva resulta incoherente. Cuando el Estado, definido por Weber como el monopolio de la violencia, pretende conducir la batalla cultural y marcar un rumbo ideológico, inevitablemente enfrenta reacciones contrarias. La violencia opera en contra de los procesos naturales (Aristóteles) El caso de Donald Trump es paradigmático: enarbolando una batalla cultural fundamentalmente dirigida contra movimientos como la agenda “woke”, terminó generando una oposición latente que puede tener un efecto bumerán a mediano plazo. Medidas como la que restringe el acceso de estudiantes extranjeros a universidades estadounidenses -llegando al extremo de afectar a miembros de la realeza europea- muestran el nivel de intervencionismo alcanzado. En este club de líderes que promueven la batalla cultural aparece también Javier Milei, aunque su enfoque privilegia la disputa económica. Milei ha enfrentado el rechazo de sectores que en principio acompañaron su elección. En provincias como Tierra del Fuego, el descontento con políticas autodenominadas “liberales” evidencia que muchos de sus votantes no compartían una verdadera convicción por la libertad económica (Foto: Reuters) En Argentina, Milei ha enfrentado el rechazo de sectores que en principio acompañaron su elección. En provincias como Tierra del Fuego, el descontento con políticas autodenominadas “liberales” evidencia que muchos de sus votantes no compartían una verdadera convicción por la libertad económica. Por otro lado, distintos sectores académicos se mostraron ambiguos. Algunos economistas, autoproclamados defensores del libre mercado, avalaron controles cambiarios como el cepo, justificados de manera “circunstancial”. Esta contradicción también alcanzó a la política impositiva, apoyando subas temporales de impuestos, e incluso defendiendo el giro proteccionista impulsado por Trump, a pesar de sus fundamentos contrarios al libre comercio. Algunos economistas, autoproclamados defensores del libre mercado, avalaron controles cambiarios como el cepo, justificados de manera “circunstancial” El corazón del problema es claro: si un país importa productos más baratos, sus consumidores se benefician directamente. La diferencia de precio constituye un ahorro para la población, que puede destinar esos recursos a otros consumos, inversiones o ahorros, lo cual termina dinamizando y expandiendo la economía nacional. Incluso cuando estos bienes llegan subsidiados por el país de origen, lo que reciben los consumidores locales equivale a una transferencia sin costo. Si un país importa productos más baratos, sus consumidores se benefician directamente (Foto: AP) Desde esa lógica, la defensa de los aranceles solo encuentra justificación en los intereses de ciertos sectores protegidos, no en el bienestar general. La argumentación de Trump sostiene que los gravámenes equilibran las cuentas externas, pero en la práctica, los ajustes del comercio los realiza el propio mercado: ningún agente puede gastar indefinidamente por encima de sus ingresos sin sufrir las consecuencias. Imponer barreras comerciales con el objetivo de negociar mejores condiciones con otros países tampoco resiste el análisis. Si el adversario responde del mismo modo, el primer afectado será el consumidor local, que tendrá menos variedad, costos más elevados y menor poder de compra. Imponer barreras comerciales con el objetivo de negociar mejores condiciones con otros países tampoco resiste el análisis. Si el adversario responde del mismo modo, el primer afectado será el consumidor local Además, al restringirse la demanda externa, los precios tienden a bajar puertas adentro, pero ese desahorro se traslada en menor incentivo para la producción local. Cualquier política enfocada en aumentar la competitividad debería priorizar una baja de impuestos y una desregulación genuina. Solo así se reducen costos y se expande la actividad económica. Incluso si las barreras terminan levantándose luego de un periodo de conflicto, el perjuicio para la economía ya habrá quedado instalado. Otra justificación frecuente apunta a la supuesta generación de ingresos fiscales a través de los aranceles. Esta lógica olvida que esas recaudaciones extra provienen, en última instancia, de los bolsillos de los consumidores y empresas locales, que terminan asumiendo el costo. El argumento sobre la repatriación de empleos manufactureros tampoco resiste la comparación histórica: importaciones de bienes de menor precio impulsan inversiones, aumentan la capacidad adquisitiva y, a largo plazo, amplían posibilidades de empleo y desarrollo tecnológico. Importaciones de bienes de menor precio impulsan inversiones, aumentan la capacidad adquisitiva y, a largo plazo, amplían posibilidades de empleo y desarrollo tecnológico (Foto: Reuters) La historia agrícola en Estados Unidos es elocuente: de 65% de la población dedicada al campo en 1850 se pasó a 3%, acompañando el proceso de industrialización, con más alimentos y mejores resultados para la economía. El giro proteccionista complica además a la industria local, que depende de insumos importados. El giro proteccionista complica además a la industria local, que depende de insumos importados Suba de aranceles y reglas migratorias más restrictivas encarecen la estructura de costos y achican la oferta de mano de obra, restringiendo competitividad. Datos oficiales marcan la tendencia: mientras que en 1970 un cuarto de los estadounidenses trabajaba en manufactura, hoy esa proporción es de apenas 8 por ciento. Los adelantos tecnológicos y la globalización explican este cambio. El reemplazo de tareas rutinarias por trabajo intelectual, el auge de la robótica y la inteligencia artificial, lejos de engendrar desempleo, activan nuevas áreas, adelantan procesos de innovación, estimulan inversiones y expanden el mercado laboral hacia el conocimiento y los servicios. La verdadera transformación se produce por evolución y apertura, nunca por cierre o imposición. La “batalla cultural” traducida al proteccionismo económico encierra viejas trampas y limita las oportunidades que brinda una economía abierta al mundo. El autor es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
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