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  • Nazareno Cruz y el iconoclasta Leonardo Favio

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 07/06/2025 18:11

    El magnetismo del cine hace que durante mucho tiempo se recuerden escenas y eventos que formaron parte de las películas. Cada persona tendrá en su memoria aquello que lo conmovió o lo que le permitió reflexionar más allá del impacto del momento. Las películas de Leonardo Favio contienen numerosos sucesos que forman parte de lo mejor y más entrañable del cine argentino. David Oubiña y Gonzalo Moises Aguilar en uno de los primeros libros que se han acercado al universo de Fabio, dicen: “El desafío que el cine de Favio propone al espectador consiste en poder pensar una tradición nacional participante y abierta, que se aleje tanto del populismo como de un desdén elitista. “El secreto de mi poder de convocatoria -dijo Favio- está en que llevo en mi equipaje La Biblia, Borges, Neruda, pero también a Patoruzú”. Y es justamente por esa amplitud de criterio, de visión y de intereses que las películas de Favio (sobre todo a partir de “Juan Moreira”) congregaron interés popular transformándolas en verdaderas convocatorias masivas al momento de su estreno. En particular, “Nazareno Cruz y el lobo, las palomas y los gritos” (como era el título completo), estrenada hace cincuenta años, el 5 de junio de 1975, en los cines Atlas, Premier y Callao, además de siete salas barriales en la Ciudad de Buenos Aires, distribuyéndose luego en el resto del país, “es considerada uno de los clásicos de la cinematografía nacional y, por casi cuarenta años, la película más taquillera de toda la historia del cine nacional, con un récord de 3,8 millones de espectadores”, de acuerdo a un artículo del INCAA, refiere Florencia Halfon en su libro “Favio vigente”. Fuad Jorge Jury Olivera, “el chiquito”, para diferenciarlo de su hermano mayor, Jorge Zuhair Jury Olivera “el negrito”, nació en la calle Eulalia Calderón de Las Catitas, a 90 kms. al este de Mendoza. Leonardo Favio (el Fuad Jorge enunciado) habrá escuchado radioteatro en su casa de esa pequeña población, o en el caserón de los abuelos en el Callejón Ortíz de Mendoza, donde residió un tiempo o en La Costa, la calle casi suburbana de Luján de Cuyo, donde vivió parte de su infancia. Su mamá, Manuela del Carmen Olivera Garcés (Laura Favio, su nombre artístico) habrá sido quien, seguramente, lo acercó al radioteatro porque en su juventud fue una actriz y autora de guiones, pero fundamentalmente, una gran oyente de las compañías que, en las principales radios, propalaban radioteatros en los horarios centrales. Juan Carlos Chiappe, dramaturgo, autor de radioteatros y director, fue el creador, entre otras historias, del personaje “Minguito Tinguitella” que popularizara Juan Carlos Altavista, en la comedia radial “Por las calles de Pompeya, llora el tango y la Mireya”. En 1951, puso al aire la historia de “Nazareno Cruz y el lobo”, que fue la base sobre la que Leonardo Favio y su hermano Jorge Zuhair Jury escribieron el guion de la película homónima. Las leyendas, condimento habitual de los radioteatros, tienen mucho de transmisión oral y superstición instalada en misterios y engalanadas con romanticismo. Juan Carlos Chiappe había contado poco tiempo antes de fallecer, en 1974, que estando en Bahía Blanca, al finalizar una función de una de sus obras (los elencos de radioteatro realizaban giras por el interior del país, de forma tal que los oyentes pudieran apreciar en escena las historias), el intendente de la ciudad invitó a la compañía a una cena en una estancia. El lugar, era tétrico -contaba Chiappe- y el viento ululaba. Esas circunstancias le generaron la idea de contar la leyenda del lobizón, el séptimo hijo varón que se convierte en lobo, en noches de plenilunio. El nacimiento de Nazareno (Juan José Camero), el séptimo hijo varón es anunciado por una bruja, La Lechiguana (una excepcional Nora Cullen), que junto a una chica, Fidelia (Juanita Lara, que luego tuvo dos papeles muy importantes en “La Raulito” (1975) y en la película de Zuhair Jury “El fantástico mundo de María Montiel” (1978) antes de dejar la actuación, van hacia el pueblo, para proteger a la madre de Nazareno. Cuando Nazareno, próximo a cumplir la mayoría de edad y, enamorado de Griselda (Marina Magalí, una chica de 16 años sin experiencia actoral, maestra de jardín de infantes que Favio convocó para esta película), hija de Julián (Lautaro Murua), el caudillo del pueblo, es visitado por Mandinga, el diablo -criollo, bello, imponente, con chambergo negro de ala ancha, cuidado poncho al hombro y rebenque en mano-, según la visión de Luciano Monteagudo en Página 12 (Alfredo Alcón) (un personaje que no estaba en el texto original de Chiappe) quien como en el Fausto intenta hacer un trato con Nazareno. En este caso, que el joven abandone a su amada, a cambio de oropeles y que no se configure la maldición. Nazareno, por aquello que Favio dijo a propósito del film y la época en la cual lo realizó: “el que elegía el amor estaba perdido”, elige el amor y pasa a ser el lobo, como le dice el diablo, “y rondar sediento de sangre por los campos en las noches de luna llena”. Favio en “Pasen y vean”, el libro de Adriana Schettini, de reportajes al director, apunta a su emoción por contar un cuento de hadas, “un cuento de lobizones, de magos, de brujas que volaban, que hacían el amor por las nubes o debajo del mar, un relato de ese tipo te deja volar sin condicionamiento alguno”. Y lo hacía en un momento de la historia de Argentina, donde el enfrentamiento y la violencia era constantes y, conocedor de los riesgos, Favio vislumbraba que iba a ser creciente. Por eso apostaba al amor “Como dice San Agustín: Ama y haz lo que quieras. Y el cine es un acto de amor”. Es esa vocación romántica y desafiante para el momento y las circunstancias la que mueve a Favio. Recurre “a la fábula” para apostar al amor. La leyenda del lobizón, es, -aporta Alberto Farina, en su libro sobre Favio-, “la versión local y ancestral del hombre lobo y del mito de la bella y la bestia. Al final, Griselda, la bella acepta la condición de bestia de Nazareno y hay un intento de llevar adelante ese amor imposible, ese amor “fou””. Estéticamente, “Nazareno Cruz y el lobo” es una película que se puede considerar como propia de un cine de poesía, como el de Pasolini, según refieren Oubiña y Aguilar en el libro referido, porque es “la cámara la que toma una posición subjetiva, eliminando las instancias de objetividad y de mera subjetividad del personaje”. Se involucra también con los textos de Puig, dicen los autores, dado que, en ambos, “la apropiación de lo popular constituye una operación de resistencia. Se trata de una operación centrífuga, no centrípeta; es decir, no proyectada desde el punto de vista central que confiere la Cultura sino, precisamente, como una lectura desde los márgenes hacia el centro”. Horacio González le ha dado a Favio el carácter de iconoclasta. “Hay en Favio un subrepticio reflejo de lo irresoluble del mito”. Reconstituye y rehace, estableciendo una integración artística donde lo popular (tema, tratamiento, sentido y destino) conforma la esencia misma del arte. De manera tal que, propio de la desmesura del melodrama y derivada de la imaginación desenfrenada, entre otros desafíos y apuestas al sentimiento, la banda sonora de Juan José García Caffi y Jorge Candia combina el tema “Soleado” de Zacar, seudónimo del italiano Ciro Dammicco, muy de moda en esos años con un aria (¡Quanto dolor! ¡Quanto dolor!) de la ópera Rigoletto de Verdi. Por otra parte, este año se cumplen los sesenta años del estreno de la primera película dirigida por Leonardo Favio, “Crónica de un niño solo” que se conociera el 19 de marzo de 1965. Es admirable que en poco más de diez años (entre 1965 y 1976, cuando estrenó “Soñar, soñar”) Favio realizara seis de las más extraordinarias películas de la historia del cine argentino. La mayoría de sus películas conforman una alegoría con la vida. Sus personajes centrales recorren las historias evidenciando sus virtudes y defectos, sus encuentros y adversidades, para cerrar elípticamente hacia el final encontrando la muerte. La integridad de cada historia, es una vida en esencia. Leonardo Favio es el faro que ha guiado y lo sigue haciendo a las nuevas generaciones de cineastas argentinos. Su trayectoria artística y su compromiso moral, social y político lo catapultan como el director más personal del cine nacional. En lo que más íntegro y abarcador que comprende ese término.

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