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» El Ciudadano
Fecha: 06/06/2025 20:29
Miguel Passarini Un nuevo Día del Periodista se conmemora este sábado 7 de junio en la Argentina, en un momento bisagra de la historia política del país y de la comunicación, en un tiempo fatal y doloroso donde la honestidad y la credibilidad fueron arrasadas por las construcciones falaces que desde la posverdad, que no es de ahora, se quedaron con un lugar que se compró con dinero para la manipulación mediática. Nada más barato. Desde la fundacional Gaceta de Buenos Aires, que abrió el juego el 7 de junio de 1810 como el primer periódico de la etapa independiente argentina (vaya paradoja), las lógicas de una comunicación libre e independiente quedaron apenas vigentes en el presente, luego de 200 años, en el sueño de unos pocos idealistas que intentaron e intentan a diario sostener lo que se volvió casi imposible: informar, siempre desde la subjetividad y desde el ser político que es cada uno, con precisión, sin especulación, sin presiones ni pretensiones, corridos de los intereses personales, con ese amor y esa empatía que hay que intentar recuperar a diario por un oficio que alguna vez los convocó y los interpeló. Los medios de comunicación hegemónicos (algunos más hegemónicos que otros), los grandes monopolios, hace muchos años, con la inmanencia del parteaguas que representa la última dictadura cívico-militar, entendieron el poder que tenían entre manos y todo lo que podían crecer. Y así sumieron la tarea periodística y ese sueño que le es propio a la altura de sus negocios e intereses personales con el poder de turno, incluso más allá de esa falsa libertad y democratización de la información con la que juegan las redes sociales que también son digitadas, hasta llegar a habitar en el presente un nivel de deformidad monstruoso que, al menos por el momento, no tiene un techo a la vista en un país (en un mundo) que definitivamente perdió su capacidad de asombro. Alguien (un periodista) instaló hace muchos años en el campo de la política y la comunicación la palabra “grieta”, que nunca debió existir. Si de un lado dicen que llueve, y del otro que hay sol, quizás sea oportuno asomar la cabeza por la ventana y así chequear eso que aparece como la verdad revelada de distintos frentes, legitimada por caras, nombres, medios y firmas que no pueden ocultar, más allá de que lo intenten, sus atroces complicidades. Con las estrategias al alcance de la mano (algo que se resuelve con dinero) y los hilos a la vista de grupos mediáticos aliados al poder de turno que a diario condicionan hasta los títulos de tapa de los diarios “importantes” del país, se habita un presente donde la vieja confrontación a los archivos se vio pulverizada por una nueva forma de construcción de la comunicación basada en la distorsión de la verdad y del sentido que termina logrando invariablemente su fatal objetivo, incluso con aquellos temas que parecían imposibles de manipular y hoy son moneda corriente. Pero muchos de esos ya no son periodistas, como los que perdieron las esperanzas y se lanzaron a los brazos del empresario de turno que no puede ver el mundo más allá de sus negocios y que siempre va por más, los que ocultan información o especulan, los que se vuelven cómplices de ese poder y ayudan a edificar un tiempo donde sus complicidades están poniendo en riesgo la independencia de poderes y hasta la democracia. En esa lista también aparecen muchos de aquellos que dieron el salto del periodismo a la política, porque seguramente es más rentable, y más allá de honrosas excepciones, echaron por tierra el sueño de ser testigos de su tiempo y de su época o quizás ese sueño nunca tuvo un lugar en sus imaginarios. El periodismo de la obsecuencia y la banalidad, el de la manipulación desbocada e insomne, reina en los discursos que un sector de la sociedad compra tanto por comodidad como por desencanto y descrédito, como esas canciones horribles que pasan por la radio que de tanto escucharlas, al final, muchos terminan cantando de memoria el estribillo. Al mismo tiempo, aquellos que buscan sostener lo que la mayoría oculta parándose en la vereda de enfrente, lejos de quedar a salvo, son amenazados con que van a terminar presos en un tiempo donde el miedo congela las ganas, las acciones y estrategias aunque todo se termina alguna vez y la historia es testigo de eso. Acaso el impacto que tuvo El Eternauta y su mensaje que sostiene que “nadie se salva solo” y que “lo viejo funciona”, como la Remington o la Olivetti que quedaron entre los libros de la biblioteca, sirva para entender que las batallas nunca están perdidas del todo si al menos, por más pequeño y pueril que sea el intento, se busca volver a darlas una y otra vez hasta el final de los días. De todos modos, la frase de Antonio Gramsci que sostiene que “el viejo mundo se muere y el nuevo está por llegar, y en ese claroscuro surgen los monstruos”, vista a la distancia, deja entrever que el viejo mundo ya murió, que el nuevo ya llegó y que los monstruos están acá y vinieron por todo.
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