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  • Un diario alejado del periodismo

    Parana » AnalisisDigital

    Fecha: 06/06/2025 16:38

    Por Darío Aranda (*) Despertar. Fue en el 4° año del colegio industrial. Rareza de tener 14 años y comprar Página12 los viernes, día que llevaba entre sus páginas un suplemento-capítulo del “Nunca más”. Fueron semanas de ir al puesto de diarios y conocer nombres que nunca había escuchado: Pasquini Durán, Gelman, Soriano, Bayer. 2003. Ingresar como pasante en Sociedad (Información General). Un año de aprendizaje, paga escasa y experimentar la cocina desde adentro. Doce meses después, pase a "colaborador". También conocer de las asambleas, que se realizaban entre los mismos escritorios de la redacción, con mucha participación (mientras los jefes trabajaban y miraban de reojo). Periodismo. Es un oficio que consiste en contar lo que pasa. Con mirada crítica sobre el poder político, judicial y empresario. No es objetivo, sí honesto intelectualmente. Y es una herramienta para el cambio social. Noticias. De pueblos indígenas, campesinos, asambleas socioambientales, científicos críticos. Territorios, megaminería, agrotóxicos, forestales, petróleo, agua, crisis climática, multinacionales. Dos décadas de escribir (y visitar) sobre lugares alejados de los centros del poder. “Somos un diario porteño”, se excusó un editor para justificar por qué rechazaba una nota sobre Jáchal u otra sobre Ingeniero Jacobacci en la misma semana. El centralismo mediático también es injusticia informativa. No son “medios nacionales”, son medios porteños. Precarización. La figura de “colaborador” en los diarios es sinónimo de precarización, de trabajo a destajo, siempre mal pago. Se cobra por nota (en la actualidad unos 20.000 pesos) y los jefes deciden cuánto escribe cada periodista (no es decisión del periodista-colaborador). Los jefes deciden, de forma unilateral, tu salario. En la actualidad se debieran escribir 55 notas al mes (algo imposible) para un salario que esté por encima de la canasta básica y no ser pobres. En Página12 trabajan al menos 34 periodistas en esa situación. Miseria. Un periodista que trabaja desde hace diez años en Página/12 cobra 500 mil pesos mensuales. La patronal, liderada por el empresario/sindicalista Víctor Santa María, se escuda en los negociados por la cámara empresaria Aedba (Asociación de Editores de Diarios de la Ciudad de Buenos Aires –integrada por Clarín, La Nación, El Cronista, Página12, Perfil y Crónica–). Santa María construyó un conglomerado mediático y es millonario. Es un referente político del Partido Justicialista de la ciudad de Buenos Aires. En entrevistas con amigos suele mencionar la “justicia social”. Se muestra progresista, pero se maneja como un patrón de estancia del siglo XIX. En la miseria de los salarios también hay una enorme responsabilidad de arrastre (y que aún tiene consecuencias) de la burocracia sindical de la Utpba (Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires -un sello de goma que aún tiene personería gremial-). Tapa del diario realizada por la asamblea de trabajadores/as. Periodismo aplaudidor. Cuando Cristina Fernández de Kirchner obtuvo el 54 por ciento de los votos (2011), la dirección del diario y sus comisarios políticos redoblaron su apuesta: no al periodismo, sí a la obsecuencia. Parecían competir por quién era más oficialista. Lejos de intentar marcar agenda por izquierda o cuestionar lo que estaba mal (para mejorar su gobierno), se silenciaron las mínimas críticas existentes, se acusó a las miradas distintas de “hacer el juego a la derecha” y se aceleró el periodismo aplaudidor. Responsabilidades. La mayor responsabilidad de la decadencia del diario es del dueño del medio, de los gerentes, la dirección periodística y de los jefes/editores. Conviven allí una mezcla de mercenarios, traidores y carneros. Algunos/as de ellos son «firmas famosas» y, es bien sabido, los periodistas más reconocidos no suelen ser buenos compañeros y rara vez tienen coherencia entre el decir y el hacer. Al mismo tiempo, hay también periodistas «rasos» que son parte del problema: que trabajan cuando hay medidas de fuerza decidida por la asamblea de trabajadores, desclasados que no cuestionan nada que provenga de arriba. Ellos también tienen su cuota de responsabilidad. 2011. El 16 de noviembre de 2011 asesinaron al campesino Cristian Ferreyra, integrante del Mocase-VC. Se acordó la cobertura y el enfoque con el editor. Se escribió y entregó la nota en tiempo y forma. Pero al día siguiente publicaron un escrito muy distinto, sin mención a las responsabilidades del gobernador Gerardo Zamora y del gobierno nacional de Cristina Fernández de Kirchner. Y dejaron mi firma. Esa mañana hice pública la censura. Ya nada fue igual. La empresa amagó con el despido. Una carta pública –firmada por más de cien organizaciones sociales, comunidades indígenas y asambleas socioambientales– denunció el hecho. La Comisión Interna, luego de tres horas de asamblea de trabajadores en la redacción, emitió un comunicado de repudio a la empresa y la exigencia de regularizar la situación laboral. Osvaldo Bayer intervino y pidió que no haya despido ni represalias. Censuras. La censura es muy común en los grandes medios de comunicación. Tan común que se ha naturalizado muchas veces bajo la farsa de «línea editorial». En primera persona: no se podía publicar artículos sobre Gildo Insfrán, ni sobre Barrick Gold en San Juan (vía Gioja y los distintos gobernadores), mucho menos críticas a la YPF que destruye y contamina en Vaca Muerta o los impactos ambientales de las mega represas en Santa Cruz. Tampoco se podía cuestionar al ministro de ciencia Lino Barañao (hasta que pasó a ser ministro de Macri) ni a Roberto Salvarezza ni a Raquel Chan (todos referentes de la ciencia hegemónica al servicio del extractivismo). Es real que sucede de similar forma en Infobae, Clarín, La Nación (y sigue la lista), pero rara vez se habla de censuras. Y, peor aún, muchas veces reina la autocensura. Carta pública de trabajadores/as de Página/12 DDHH. “El diario de los derechos humanos” fue la referencia durante años. Pero quedó anclado en las víctimas de la última dictadura cívico militar. La doble vara es evidente cuando se trata del sufrir de los pueblos indígenas, campesinos, activistas socioambientales o del padecer de las barriadas populares del país. Derechos humanos selectivos. Represalias. Previo a noviembre de 2011 publicaba diez notas al mes. Muchas eran artículos extensos, dobles páginas y hasta algunos eran la tapa del diario. Luego de la denuncia pública, solo publicaron (de forma sistemática) dos notas al mes. Redujeron el salario en un 80 por ciento (hasta 2024, cuando publiqué por última vez). Premios y castigos. Decirles “no” a los jefes tiene costos. Decir que “sí” tiene premios. Muchos periodistas que se plantan por sus derechos son castigados de diversa forma (le publican poco o nada, padecen ediciones traicioneras, nunca son ascendidos, tienen cero reconocimientos). Por contraposición, existen variados casos de jóvenes periodistas, hasta incluso algún/a pasante universitario/a, que ingresa y rápidamente escala posiciones. El colmo: que un novato/a se transforme en editor/a de colegas con veinte años de antigüedad. Página/12 no premia la capacidad, premia la obediencia. Un sistema. “Nos mean y dicen que llueve”, decía la pintada que en 2001 apareció en las paredes y sigue siendo, dos décadas después, un buen resumen de la decadencia de los grandes medios de comunicación. Un modelo que privilegia el impacto por sobre la información, las interacciones en redes digitales por sobre las voces de los protagonistas, los clics por sobre el pensamiento, las caricias del poder por sobre los abrazos del pueblo, lo individual por sobre lo colectivo. Escritorio. A fines de los ’90 e inicios del 2000, algunos periodistas aún iban a los lugares donde sucedían los hechos. Era común en las redacciones pedir un remís o taxi e ir hasta algún barrio de Capital Federal o del Conurbano. Incluso, ante hechos puntuales, se viajaba a las provincias y se cubría durante días (o semanas) desde el lugar de la noticia. Pero desde hace años ya nadie sale de las redacciones (ni siquiera a los barrios cercanos). Los hechos se “cubren” por televisión, teléfono o redes digitales. Mucho menos se viaja a las provincias sometidas por injusticias (tanto empresarias como políticas). Antiperiodismo: contar los hechos desde un escritorio, sin pisar la calle. Testimonio. La paradoja de vivir injusticias de forma cotidiana y no contarlas. Es lo que le pasa a los periodistas, que no dan cuenta de lo vivido en el oficio. No se transmite la memoria de las propias luchas, triunfos y pesares del gremio. Las nuevas generaciones no tienen esa memoria histórica y eso es funcional a los de arriba. El periodismo lo terminan contando las “figuras-estrellas” (alejadas de los trabajadores), el “periodismo mainstream” o hasta los propios dueños de las empresas (el caso más patético es Jorge Fontevecchia de Perfil). La historia debiera ser contada por los trabajadores y las trabajadoras. Como decía Andrés Carrasco: además de hacer, hay que decir. Gracias. A las comunidades indígenas, organizaciones campesinas, asambleas socioambientales, científicos críticos, medios de comunicación comunitarios, colegas y amigos de Página/12, a los delegados/as de la Comisión Interna, al Sipreba y a los medios de comunitarios que siempre dieron espacio (Cooperativa Huvaiti, FM la Tribu, FM Comunitaria Kalewche, Sudestada, Comunicación Ambiental y Cooperativa La Brújula, entre otros). 2025. Fue una larga despedida que, quizá, comenzó en 2011. La última confirmación del paso a dar fue el caer en la cuenta de que había dejado de leer “el diario” (sinónimo de Página/12 para quien escribe estas líneas). Nunca, desde aquel 4° año de colegio industrial, había dejado de entrar a sus páginas y ver qué noticias daban cuenta de la realidad. Hace meses que ya no ingreso a la web y, cuando lo hacía, daban vergüenza las publinotas de gobernadores, intendentes del conurbano y hasta de empresas. A fines de 2024 comencé estas líneas que intentan ser una simple ayuda memoria del transitar en ese diario y, quizá, aportar un mirada de lo que pasó en el oficio en estas décadas. Futuro. El periodismo es un oficio demasiado importante como para dejárselo a las empresas y a esas figuras mediáticas (de medios y/o redes digitales) alejadas de los territorios. El periodismo seguirá en muchos compañeros/as que resisten en esos diarios y portales, pero sobre todo en la enorme cantidad de medios comunitarios, cooperativos y autogestivos que día a día están en las calles, en los territorios y que dan testimonio de las injusticias, pesares y sueños de los pueblos. (*) Periodista. Esta columna fue publicada en su sitio Territorios

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