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  • No hay sponsors ni clubes, sólo familia y voluntad: la proeza de Luna

    » SL24

    Fecha: 05/06/2025 06:20

    Facebook Twitter LinkedIn WhatsApp El tenis es un deporte que premia la perseverancia, pero también es cruel con quienes no tienen los recursos. A diferencia de las disciplinas colectivas, donde los clubes amortiguan los gastos y acompañan los procesos, el tenis juvenil en Argentina se juega en familia. Literalmente. Mamás, papás y hermanos que se convierten en entrenadores, choferes, asistentes, psicólogos y sponsors de una carrera que puede durar toda la vida o terminar sin previo aviso. Luna, como Dante Pagani y tantos otros que hoy hacen historia, tuvo que pasar por ese camino angosto y empinado. Desde los 10 o 11 años, la vida de estos chicos se transforma. El colegio presencial queda atrás, los viajes por el país se vuelven rutina, las valijas reemplazan a las mochilas escolares. Cada torneo nacional es una nueva oportunidad, pero también un nuevo gasto. Porque en el tenis, para sumar puntos hay que girar. Y girar es pagar hotel, traslados, comidas, inscripciones y materiales que muchas veces llegan desde Europa. Tenis Ricardone donde Luna comenzó su sueño Pero el verdadero salto llega cuando las fronteras de la Argentina ya no alcanzan. Para crecer en el ránking mundial, hay que salir a competir a Latinoamérica y Europa. Allí, los tenistas argentinos se enfrentan a jugadores que tienen todo un equipo a su disposición: quinesiólogos, preparadores físicos, entrenadores, psicólogos deportivos. Un ecosistema profesional que pocos pueden sostener del otro lado del Atlántico. Porque sí: el tenis juvenil también es una cuestión geográfica. Europa concentra buena parte del circuito y quienes viven allí juegan en casa. Luna no. Luna viaja miles de kilómetros para estar a la altura. Y está a la altura. Por eso, verla gritar ese punto que la llevó a cuartos de final en Roland Garros es mucho más que una postal del deporte. Es la imagen de una familia entera que apostó por el sueño de su niña. Que trabajó, renunció y decidió acompañarla en una aventura sin garantías. Que vivió los partidos desde la tribuna o desde una pantalla rota, pero con el corazón intacto. Que supo lo que era perder en primera ronda, volver sin un peso y seguir. Porque la resiliencia en el tenis no se entrena. Se construye. El logro de Luna es monumental porque trasciende lo deportivo. Es la confirmación de que en este país, con todas las adversidades, todavía hay familias dispuestas a sostener sueños. De que no todo se mide en resultados. De que la niña que entrenaba en las canchas de polvo de ladrillo de su ciudad hoy está brillando en el templo más sagrado del tenis argentino: Roland Garros. Allí donde Vilas, Sabatini, Gaudio y Del Potro supieron escribir su historia. Allí, ahora, está Luna. Y está con su nombre y su identidad. Sin depender de padrinos ni de estructuras salvadoras. Con su tenis, su cabeza y su corazón. Porque si algo caracteriza a quienes llegan lejos en este deporte, es la fortaleza mental. El tenis no perdona dudas. Y Luna no las tiene. Detrás de cada revés y cada derecha hay horas de entrenamiento, sacrificios silenciosos, frustraciones que no se postean en Instagram y madrugadas de soledad. Porque a los 14 o 15 años, mientras otros adolescentes viven la rutina escolar, estos chicos viven con la presión de rendir como adultos. Y con la incertidumbre permanente de si todo esto algún día dará frutos. Hoy sí los da. Hoy Luna está en los cuartos de final de uno de los cuatro Grand Slam del tenis mundial. Un logro que en cifras frías parece estadística, pero que en la vida real es un faro. Un mensaje a tantas chicas y chicos que entrenan bajo la lluvia, que viajan en colectivo a los torneos, que esperan una raqueta usada de algún mayor para seguir compitiendo. A esas familias que hipotecan vacaciones, fines de semana y ahorros para sostener un sueño. No hay mérito individual sin una red de contención emocional y económica. Y Luna lo sabe. Por eso su grito no es sólo suyo. Es el de todos los que la acompañaron, los que la vieron crecer, los que le secaron las lágrimas tras una derrota y los que hoy la ven emocionada en la cancha central de Roland Garros. Es difícil terminar esta nota sin un nudo en la garganta. Porque el deporte tiene eso que ninguna planilla de Excel puede reflejar: humanidad. Detrás del ranking, del resultado y de la estadística hay una chica argentina que está dejando huella. Y una familia que eligió creer. Gracias Luna por tu tenis. Pero sobre todo, gracias por recordarnos que los sueños, cuando se persiguen con el alma, también se cumplen. Por Nicolás Carugatti

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